¿AÚN HAY TIEMPO?

Juan Carrero Saralegui (Recibido en el Foro de Atrio el 20-9-2001)

 

Las terribles imágenes de las Torres Gemelas heridas de muerte, las de quienes en las ventanas de los últimos pisos agitaban en su desesperación alguna pieza de tela, las de aquellos cuerpos cayendo y cayendo en unos instantes eternos (tan diminutos, tan desvalidos), las del desplome final de los gigantes,... me han dolido, como a millones de seres humanos, en lo más hondo. Pero no he llorado. Hace bastantes meses que no lo hago. La certeza de que cada mes, ahora mismo, desde hace tres años, están muriendo un promedio de 80.000 seres humanos en la RD del Congo invadida por Uganda, Ruanda y Burundi (los grandes protegidos de los EEUU) me ha dejado “seco”. Tres millones de víctimas en estos tres últimos años. Que, sumados a los más de tres millones en Ruanda desde 1990, suponen más de seis millones en una década. La amarga constatación de la gran indiferencia de nuestro mundo “civilizado” respecto a esta y otras grandes tragedias, a las que no considera como suyas, me viene generando desde hace meses una especie de coraza afectiva y un gran pesimismo sobre el próximo futuro.

 En septiembre de 1999, acompañado del presidente de una de las más importantes organizaciones de la oposición ruandesa, tuve ocasión de entrevistarme con Ramsay Clark, ex fiscal general de los EEUU. Su despacho está situado en Manhattan sur, por lo qué aproveché el resto del día para visitar los más emblemáticos monumentos y edificios de esta ya de por sí emblemática isla. Hoy, dos años después, todo lo que viví en aquellos días tiene para mí sabor de anticipada metáfora.

 Por una parte, la Estatua de la Libertad. Subí con gusto hasta el punto más elevado de esta monumental escultura, regalo de Francia, que evoca los más nobles lazos entre Norteamérica y Europa. Es la Norteamérica que en la segunda guerra mundial interviene generosa y decisivamente en favor de la liberación de la opresión nazi. La Norteamérica de las películas y los tebeos de mi infancia. La que tanto admiraba y aún admiro. La de Ramsay Clark y tantos otros norteamericanos lúcidos y críticos con sus últimos gobiernos y con el amplio sector de su sociedad que les da su apoyo, así como con sus grandes agencias de información y con sus poderosos lobbies económicos (líderes máximos de “esta” globalización inmiserecorde que nos envuelve).

 Por otra, el World Trade Center. Todo este complejo, y en especial las Torres Gemelas, representaban el corazón mismo del capitalismo financiero. Seguramente la conciencia de ello hizo que no tuviera el menor interés en introducirme por sus sofisticadas tripas. Me limité a sentarme unos minutos en la pequeña plaza que hasta el fatídico once de septiembre existía entre ambas, contemplando el ir y venir de aquel termitero humano que se elevaba impresionantemente sobre mi cabeza. Por su emplazamiento y sus características casi todos hemos convenido en concederle, de un modo algo maniqueo, la categoría de símbolo de ese soberano poder financiero. De hecho en ellas se realizaban el 10% de las operaciones de Nueva York. Pero ni estaban en ella todos los que son, ni eran todos los que en ella estaban.

 Unos días ante del atentado comencé un artículo que llevaba este mismo título, “¿Aún hay tiempo?”. En él intentaba explicar cómo, desde hace varios años, algunas pequeñas organizaciones hemos vivido de la esperanza de que en el momento en que nuestras sociedades más desarrolladas conociesen la magnitud del genocidio que se sigue desarrollando en el Africa de los Grandes Lagos, reaccionarían de algún modo. Pero nos equivocamos. Creíamos que el gran problema era precisamente la pequeñez de quienes lo denunciábamos, frente a los fuertes mecanismos sicológicos y sociales de depositación de autoridad en aquellos que detentan el supuesto saber. Esperabamos que las cosas cambiarían cuando levantasen la voz gentes con más reconocimiento que el que a nosotros se nos concedía. Hace ya más de año y medio que venimos recibiendo reproches parecidos a este: “¿Quién creéis que sois? Lo vuestro no puede ser serio. Es imposible que haya un promedio de 80.000 víctimas mensuales en la RD del Congo y que organizaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional o periodistas especializados no lo hayan denunciado”.

 Pero en éstos últimos meses toda esta situación está dando un vuelco, toda esa ignominia está saliendo a la luz. Por fin han hablado los grandes oráculos de nuestro mundo globalizado: Organismos como la ONU, ONGs como Amnistía Internacional, grandes medios como El País (que junto a otros como Le Soir o Le Monde Diplomatique, y a diferencia de otros como Liberation, El Mundo o Avui, han mantenido respecto a este conflicto posiciones muy desafortunadas). El expolio de la RD del Congo ya “existe” Y las 80.000 víctimas por mes también. Y ya está claro que ese botín es la explicación de esas grandes masacres. Pero a casi nadie parece importarle. La destrucción de tantos millones de vidas humanas y la depredación de los excepcionales recursos de la región, como el coltan, ya es irreversible. Grandes corporaciones mineras y financieras, fundamentalmente estadounidenses, ya han conseguido su botín. Y sus aliados africanos tienen ya su importante participación en tal rapiña. Pero, indudablemente, aún sería muy importante detener tanto sufrimiento. De ahí el título del artículo “¿Aún hay tiempo?”.

 Soy pesimista sobre el actual momento histórico de nuestra humanidad. La inconsciencia de la mayoría de nuestras sociedades desarrolladas respecto a la magnitud del sufrimiento que algunos de nuestros líderes económicos y políticos están ocasionando en diversas regiones de nuestro planeta me recuerda demasiado a la inconsciencia de la mayoría de la sociedad alemana que dio su apoyo al nazismo. Nuestra televisiones no cesan de ofrecernos las imágenes de la destrucción de las Torres Gemelas. Y también las de palestinos festejando supuestamente el atentado de Nueva York. De la desvastación actual de la RD del Congo, ni una sola imagen. El control de las imágenes en ese gran medio que es la televisión es seguramente la más importante clave. No importa que algunos ya sepamos lo que está sucediendo en el Africa de los Grandes Lagos. Si las grandes cadenas de televisión no emiten insistentemente las imágenes, es como si aún no existiese para la gran masa de la sociedad, la que elige a los líderes políticos.

 Pero una civilización que se desentiende del dolor de una masa inmensa de desheredados y que agranda más y más el abismo existente entre esa gran masa y los más privilegiados, no tiene futuro, es demasiado vulnerable. Como las Torres Gemelas. Como la verticalidad del poder y los privilegios. Sin base territorial ni social. Tan ostentosas y provocadoras en medio de un mundo sembrado de millones de chabolas chatas y malolientes. ¿Qué expertos y líderes son los nuestros que no han sido capaces de ver la gran vulnerabilidad de esas torres, del poder financiero y del sistema que ellas simbolizaban?¿Cuál es el coeficiente intelectual de unos jefes militares capaces de llamar “justicia infinita” a su nueva cruzada?

 ¿Será de nuevo verdad aquello de que la violencia es la partera de la historia? Los EEUU no han escuchado las múltiples voces y gestos no-violentos que en estas últimas décadas se le han dirigido. Lo sé por propia experiencia. La carta que la Fundación S´Olivar hizo llegar al presidente Bill Clinton a inicios de 1997, con la firma de 19 premios Nobel y de los presidentes de los grupos políticos del Parlamento Europeo (denunciando con un ayuno de 42 días sus graves responsabilidades en el genocidio de cientos de miles de refugiados hutus que se estaba ejecutando en el exZaire), ni tan sólo recibió ningún tipo de respuesta. Ahora, tras tanta muerte y destrucción en su propia casa ¿los actuales dirigentes de esta gran potencia y el sector más “patriota” de ella serán capaces de preguntarse en serio por qué existe tanto odio hacia los EEUU?

 No soy tan ingenuo como para creer que el fanatismo nace sólo de la injusticia sufrida. O para creer que sólo con voluntarismo, con declaraciones de derechos y denuncia de sus violaciones, con normativas jurídicas y con solidaridad internacional, nuestras acomodadas sociedades del norte pueden garantizar su seguridad frente a futuras agresiones del fanatismo militante. Siempre he defendido la necesidad de la existencia de unos cuerpos armados a las órdenes de legítimas autoridades internacionales. Lo que ha traído bastantes problemas a un no-violento como yo. Soy bien consciente de que aún hay mucho irresponsable con demasiado poder de decisión. Aunque no están sólo en los países menos desarrollados, lo que hace de esta cuestión algo muy problemático.

 El fanatismo religioso no es el único fanatismo, ni los fanáticos islamistas son los únicos fanáticos. Además este gran atentado no se puede explicar sólo por el componente de fanatismo que parece haber en él. Para entender esta autoinmolación no hay que olvidar la gran asimetría existente entre los medios de aquellos que los terroristas consideran sus enemigos y los medios propios. Pero su lógica es la misma lógica de guerra sin reglas éticas que un día destruyó Hiroshima y Nagasaki y que pretende impresionar e incluso aterrorizar al enemigo mediante la eliminación masiva e indiscriminada de civiles. Este atentado tampoco es una inicial agresión como la de Pearl Harbor. Muchos de los países de los que parecen venir los suicidas están desde hace años desvastados por conflictos en los que las grandes potencias tienen mucho que ver. Creo que el verdadero criterio que nos permite trazar algún tipo de línea divisoria entre actos de barbarie y de lícita defensa es el grado de irracionalidad, desproporción, odio y afán de venganza que los mueva. ¿O acaso el Bin Laden que trabajaba para la CIA sólo se convierte en fanático terrorista al cambiar de bando?

 Los que sí son ingenuos son los muchos que aún piensan que nuestra seguridad es sólo cuestión de cuerpos armados. Y son demasiados los que, desde las cúpulas decisorias de nuestras sociedades, prefieren olvidar que la educación es a medio plazo más decisiva frente al fanatismo que las más sofisticadas tecnologías defensivas. Y que frente a la miseria y a la injusticia secular o frente a explosiones revolucionarias, nacidas una vez más de la miseria y la desesperación, no hay otra alternativa que la cooperación y la solidaridad. Pero los presupuestos son los presupuestos. Los gastos militares son lo que siempre han sido y bastante más cada año. Y la calderilla que el gobierno dedica a la cooperación internacional ni tan sólo llega a lo que llegó tras las campañas nacionales en favor del 0´7 (sobre todo para los países y ONG que no gozan de la simpatía del gobierno de turno).

 Pero la realidad es terca, esta civilización y esta globalización no funcionan. Al menos para la gran mayoría de la humanidad. Y, por ello, ni los privilegiados de las más altas torres están seguros. De nuevo estamos en una decisiva encrucijada histórica y de nuevo nos vemos enfrentados al interrogante: ¿Aún hay tiempo? ¿Seremos capaces de rectificar el rumbo? ¿En qué nuevo infierno nos van a meter los nuevos mesías guerreros del Bien? Ojalá que la OTAN, cuando tome sus decisiones, no olvide que a lo largo de la historia todos los imperios se han autoendiosado, han infravalorado la fuerza de los “bárbaros” de la “periferia” y, desasistidos de justicia y razón, antes o después se han derrumbado como las Torres Gemelas. Hemos tejido tal maraña global de subjetivismo narcisista colectivo, flagrantes injusticias, grandes silencios y mentiras mediáticas, que quizá no seamos capaces de salir voluntariamente de ella y no haya ya tiempo para la equidad, la cooperación y la educación. ¿Será ésta la hora sólo de los duros caudillos liberadores del Mal?

16-09-2001