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El País, 3-10-2002

El comienzo del fin  
 

JOSEBA ARREGI

Joseba Arregi fue consejero de Cultura del Gobierno vasco y parlamentario por el PNV.

Hace unas semanas relataban los medios de comunicación el hallazgo de restos humanos en el término municipal de Zaldibia, restos que databan de la guerra civil española, y que al parecer podían pertenecer a jóvenes de Andoain. El alcalde de este último municipio, de Batasuna, se trasladó al lugar del hallazgo, y con compañeros de partido, ikurriñas y otras parafernalias organizaron un acto de homenaje a los gudaris.

Comentan los historiadores que los restos pertenecen probablemente a jóvenes anarquistas de Andoain, ejecutados en la guerra civil. Dos jóvenes vascos ejecutados por requetés vascos.

El Ayuntamiento de Hondarribi impulsa, al parecer, la instalación de una estatua como homenaje a Sancho III de Navarra, al cumplirse mil años de su reinado, aduciendo que se trata del rey del primer Estado vasco. Poco importa que para los historiadores el dicho rey Sancho el Mayor fuera denominado rey de las Españas, que incluso él se llamara a sí mismo emperador de las Españas.

Ignacio de Loyola emprendió el camino a la santidad y a la fundación de la Compañía de Jesús después de haber caído herido en Pamplona al servicio de los intereses de Castilla: un guipuzcoano herido en batalla en Navarra defendiendo los intereses de Castilla.

Julio Caro Baroja escribió, entre otras muchas importantes obras, una titulada La hora navarra del XVIII, en la que narra cómo familias baztanesas se colocaron, llamadas por la corte, en Madrid, ocupando durante generaciones, gracias al sistema de redes familiares, altos cargos en la administración de la monarquía española, en el ejército, en las estructuras eclesiales y en la administración de ultramar. Cuentan los historiadores que el fenómeno de la regeneración de la administración real no se reduce a familias navarras, sino que es algo extensible a las provincias vascas.

Uno de esos casos corresponde a un personaje llamado Pedro Agustín Girón y las Casas, nacido en San Sebastián el año 1778, primer duque de Ahumada y padre del fundador de la Guardia Civil, quien refiriéndose a su traslado a Madrid dentro del proceso citado escribe lo siguiente: en 1783 'fui conducido a Madrid con mi aya, natural de Hendaya, como mi nodriza lo había sido de Zugarramurdi, último lugar de España por la parte de Navarra, criándome así en manos de dos fronterizas. Cuando llegué a Madrid no entendía una sola palabra de castellano, y no perdono a mi madre que me dejase olvidar el vascuence, mi lengua nativa, que muy poco me hubiera costado el conservar sabiéndolo muy bien mi madre y toda mi familia materna, pero el deseo de que yo hablase pronto y bien el castellano la llevó a este descuido, si así puede llamarse, que toda mi vida he sentido' (Citado según José Mª Imízcoz Beunza, El patrocinio familiar. Parentela, educación y promoción de las élites vasconavarras en la monarquía borbónica).

En el Salón de Plenos de mi localidad natal, Andoain, se encuentran retratados en grandes medallones los prohombres nacidos o vividos en ella. Entre ellos se encuentra Agustín de Leiza y Latijera, partícipe en la aventura española de las Américas, explorador del norte de Argentina y fundador de San Salvador de Jujuy. También está el gran defensor de los Fueros, el Padre Larramendi S. J., como también se encuentra un Huici, secretario de Hacienda con los monarcas borbones, y el cura Orcáiztegui, carlista, junto al nacionalista Lekuona.

En Los soldados de Salamina, Javier Cercas retrata a Sánchez Mazas, criado desde los seis meses en Bilbao, partícipe con Mourlane Michelena del proyecto de la Roma de los Pirineos, cofundador de Falange española, así como el autor de la música del Cara al Sol fue un Tellería de Cegama, Gipuzkoa. Y de la misma generación son Unamuno, Baroja, Maeztu y otros muchos vascos variopintos.

Concedido que se trata de una selección arbitraria de retazos de historia. Una muestra suficiente, sin embargo, para introducir un debate sobre el fundamento de la propuesta de Ibarretxe: la existencia desde tiempos inmemoriales de una nación vasca que lucha por su reconocimiento. Si algo caracteriza la historia vasca es su extremado carácter de híbrida, de diferencia y participación, de impulsora de proyectos generales para España, manteniendo la reserva de una institucionalización privativa.

Una propuesta política como la de Ibarretxe que se fundamenta en una voluntad homogénea de ser nación como Estado libre a partir de la legitimidad histórica tiene que empezar, necesariamente, por limpiar la historia de todos los testimonios históricos que desmienten esa pretensión. Los fueros no constituyeron nunca una situación de Estado Libre Asociado, puesto que la asociación de vínculo por pacto en el fuero es fruto de la interrelación histórica, de las necesidades y debilidades mutuas, es producto de una historia de profunda relación e imbricación mutua, y nunca resultado de la voluntad autónoma de entidades mutuamente extrañas. Todo lo contrario.

La limpieza de la historia, la eliminación de elementos considerados espurios, con la gravedad que conlleva en sí misma, es aún más grave teniendo en cuenta que las personas que en el presente constituyen la sociedad vasca están constituidas en buena parte, y éste es un argumento nacionalista por excelencia, por sus propias referencias históricas. Limpiar la historia implica necesariamente dividir la sociedad actual y presente, tratar de hurtar a miembros de la sociedad vasca sus referentes históricos, robarles buena parte de su personalidad y de su identidad, y en esa medida excluirlos de la identidad nacional en la que se fundamenta la reclamación de un Estado Libre Asociado.

A la limpieza del pasado y a la división del presente le acompaña la escisión del futuro: no puede haber, según ese planteamiento, futuro político común compartido para los vascos que actualmente viven en Euskadi.

La propuesta de Ibarretxe es una propuesta que implica esas tres cosas: limpieza de la historia, división de la sociedad presente y escisión del futuro. Y lo es porque liquida radicalmente el elemento político que hace significativo el Estatuto de Gernika: el carácter de pacto interno entre los vascos nacionalistas y los vascos no nacionalistas. Plantear un Estado Libre Asociado, vinculándolo a la celebración de un referéndum en la sociedad vasca cuyo resultado prevalece por encima de cualquier otra consideración, significa liquidar el espíritu de renuncia a estructurar institucionalmente la sociedad vasca a partir de cualquiera de los sentimientos de pertenencia particulares que existen en la sociedad vasca. Lo que vale, según esta propuesta de Ibarretxe, es lo que una determinada mayoría en un momento determinado diga sobre la validez de un determinado sentimiento de pertenencia. Unos ganan, otros pierden. Los ganadores definen la sociedad, los perdedores se quedan sin reflejo institucional para su sentimiento de pertenencia.

Un determinado nacionalismo siempre ha buscado un sujeto político distinto al sujeto definido en y por el Estatuto de Gernika. Este sujeto era un sujeto pactado, híbrido, no puro, de compromiso, no autoconstituyente. Ese nacionalismo ha buscado el momento y la forma de llegar a la autoconstitución de un sujeto claro, puro, soberano, homogéneo en el sentimiento de pertenencia. Para ETA y el MLNV, ese sujeto aparece en el acontecimiento fundacional que es el nacimiento de ETA. Para otros, ese sujeto se constituye en la declaración de Euskadi como Estado Libre Asociado sometido únicamente al resultado de un referéndum en el que formalmente se constituye el sujeto político vasco. Ambas formulaciones se dan la mano, desde sus diversos puntos de partida, en la reclamación del derecho de autodeterminación.

Con esta superación del sujeto político definido en el Estatuto de Gernika, un sujeto constituido por renuncias mutuas, renuncias que crean el espacio público y político de convivencia de los diferentes sentimientos de pertenencia, Ibarretxe cree poner la base definitiva para superar la violencia. Esta forma de superar la violencia implica hacerlo a cuenta de la división de la sociedad vasca, a cuenta de instaurar dos clases de ciudadanía: la de aquellos que votando sí al Estado Libre Asociado en el referéndum se constituyen en sujeto político pleno, declarando su pertenencia exclusiva a la comunidad política vasca, gozando de plenos derechos políticos -votar al Parlamento vasco y decidir así la formación del Gobierno vasco-; y la de quienes quedando fuera del sujeto político pleno por no querer someterse a la obligación de optar por la exclusividad vasca o española, no podrían participar de lleno en la comunidad política vasca constituida por los que desean pertenecer en exclusiva a ella.

Esta forma de acabar con la violencia, de conseguir la paz, significa, en palabras sencillas, lo siguiente: para que ETA deje de matar a los no nacionalistas es preciso que los nacionalistas consigan todo lo que quieren, con camuflaje o sin él, dejando con una ciudadanía de segunda clase a aquellos que han sido las víctimas de la violencia de ETA. Tremendo. De esta forma se hurta todo significado político a las víctimas del terrorismo, se les niega a éstas su verdad: haber sido asesinadas por no tener lugar en el proyecto de sociedad vasca radicalmente nacionalista. De esta forma todos los discursos de cercanía con las víctimas se convierten en puro escarnio. De esta forma se vuelve a matar a las víctimas, creando una Euskadi en la que no tienen lugar alguno.

La voluntad de que las futuras generaciones de vascos y vascas no tengan que seguir viviendo con el problema de la violencia es algo que se debe dar por supuesto en todos los partidos democráticos vascos. Esa voluntad no diferencia en nada a Ibarretxe de los partidos constitucionalistas. La única diferencia radica en que muchos no están dispuestos a que por una supuesta desaparición de la violencia, no garantizada de ninguna forma por la propuesta de Ibarretxe, las generaciones futuras de vascos y vascas tengan que asumir la vergüenza de vivir una paz comprada con favores políticos, con la división de la sociedad vasca, con el desprecio de las víctimas y de su verdad.

Como creo que todo esto es impensable en un contexto de cultura democrática, como creo que en algún lugar debe existir nervio moral suficiente para reconocer que más importante que la intencionalidad política del terrorismo de ETA es el significado político y la verdad de las víctimas, como creo que es imposible construir nación cívica bajo estos supuestos, como creo que sin sociedad no hay nación, como creo que sociedad dividida es lo contrario de construcción de nación cívica, en la propuesta de Ibarretxe en lugar del comienzo de un nuevo camino está inscrito el comienzo del fin: la sociedad vasca, por mucho que mayoritariamente haya aprendido a mirar a otro lado para poder sobrevivir, no lo podrá hacer si a la tensión de la amenaza terrorista se le añade la tensión de escisión contenida en esta propuesta de Ibarretxe. La historia no juzga las intenciones de los gobernantes, sino los efectos que causan en las sociedades que gobiernan. A esa historia me remito.

 

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