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EL PAÍS, 1 de junio, 2002                         

Pena de documento

IMANOL ZUBERO
Profesor de Sociología en la Universidad del País Vasco.


Cualquier conocedor de la Iglesia vasca sabe que en su seno el peso de la sensibilidad nacionalista vasca es mayor que en el conjunto de la sociedad. Basta tener en cuenta razones históricas -anticlericalismo socialista y catolicismo nacionalista- y demográficas -extracción predominantemente rural y euskaldun del clero hasta bien entrados los años setenta- para entender por qué la Iglesia vasca es, en su conjunto, sociológicamente más nacionalista que la media y por qué la sensibilidad nacionalista es mayor cuanto más se asciende en la estructura organizativa de la institución eclesial, de manera que la curia es más nacionalista que el clero, y éste más que el laicado. Pero de ahí a considerar que la Iglesia vasca ha sucumbido al pecado de la idolatría y ha sustituido a Dios por el becerro de oro del nacionalismo media una distancia que sólo la ignorancia o la mala fe permiten superar.

Por eso, si es cierto que la carta pastoral refleja en algunos de sus puntos las preocupaciones (como su injusta asociación con el terrorismo) y las limitaciones del nacionalismo vasco (se sigue hablando de 'la lengua', en singular, como seña de identidad del País Vasco), no es menos cierto que el documento contiene algunos elementos de enorme interés. Además del repetido, aunque no por ello menos necesario, rechazo de la violencia de ETA, el escrito reclama todo el apoyo y la cercanía de la comunidad cristiana para con los concejales del PP y del PSOE, calificando de 'banco de prueba de la calidad de nuestra fe' su acompañamiento y protección. Consecuencia lógica de esta afirmación habría de ser, en mi opinión, la iniciativa de las parroquias y organizaciones eclesiales vascas a favor de unos concejales que, en estos días, están siendo amenazados y vejados en tantos plenos municipales. También es importante la consideración de que la pluralidad de identidades característica de la sociedad vasca debe ser positivamente reconocida, sin que de la misma pueda derivarse discriminación ninguna. Son afirmaciones de enorme calado, que no deberían quedar sepultadas en el tráfago de opiniones que el documento episcopal ya ha desencadenado, en particular por lo que en el mismo se dice en contra de la ilegalización de Batasuna.

Si el proyecto del Gobierno para ilegalizar a Batasuna hubiese recibido el apoyo entusiasta de toda la sociedad española tendríamos razones sobradas para estar preocupados. Afortunadamente no ha sido así y, junto a opiniones mayoritariamente favorables a la reforma de la Ley de Partidos Políticos en los términos inicialmente propuestos por el PP, se han producido abundantes y significativas expresiones de preocupación, de duda o de franca crítica. Podrán achacarse a un residuo de progresismo trasnochado, al resabio de un izquierdismo adolescente, a la desconfianza y la mala conciencia que determinados sectores de la población sienten ante las cuestiones que tienen que ver con la seguridad y el orden; podrán achacarse a este tipo de cosas y hasta estoy dispuesto a aceptar que en tales reproches pueda haber algo de cierto. Pero tengo la convicción de que nuestra democracia es más sana y más estable gracias a la existencia de estas posiciones críticas y no a pesar de ellas. Máxime en los tiempos que corren, cuando el pez grande de la seguridad afila sus dientes frente al siempre chico pez de la libertad.

Pues bien: tengo la impresión de que esta carta pastoral no ha surgido de la iniciativa de los obispos, sino como respuesta de éstos a la incomodidad que un sector del clero y el laicado vasco sienten ante la posible ilegalización de Batasuna. Por eso, me queda la preocupación de saber si esta carta pastoral hubiese visto la luz en caso de que la ilegalización de Batasuna no estuviese en el horizonte. Por decirlo a lo claro: como ciudadano y como cristiano, me causa honda preocupación pensar que la tragedia de los concejales del PP y del PSE amenazados por ETA no hubiese sido razón suficiente para que los obispos vascos dieran el paso que han dado. Y esta preocupación me desasosiega profundamente.

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