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Documento enviado por ECLESALIA

Pecado eclesial vasco 

Comunidad cristiana de base, reunida en Matalascañas el 8 de junio de 2002

Confesamos que nos da vergüenza pertenecer a la misma Iglesia que los obispos que han publicado la pastoral Preparar la paz (firmada por Ricardo Blázquez y Carmelo Echenagusia, titulares de la diócesis de Bilbao; Juan María Uriarte, de la de San Sebastián, y Miguel José Azurmendi, de la de Vitoria). Confesamos que nos da náuseas el manifiesto en apoyo de Batasuna-ETA que han suscrito 358 clérigos de la Coordinadora de Sacerdotes Vascos. Los primeros cierran filas, partidistamente, junto al Partido Nacionalista Vasco. Los segundos militan, como talibanes, al lado de los que imponen el terror a media sociedad vasca. Y ambos por igual parecen guiarse menos por los evangelios de Jesús que por las suras racistas y xenófobas de Sabino Arana. Invocan y manipulan la Biblia para los fines del irredentismo nacionalista.

Es un engaño pensar que tienen el mismo valor todas las ideas y todos los proyectos políticos: No vale igual el ideal democrático que el ideal totalitario o el etnicista. No da igual una sociedad abierta que una sociedad dominada por un nacionalismo patológico, que, en diversos grados, es padecido por la mitad de la población. Pero no lo ven así muchos clérigos del País Vasco. Por desgracia, el fanatismo religioso (que parecía haberse alejado con el concilio Vaticano II) vuelve con fuerza en auxilio del fanatismo cultural y político. Y algunos de los más fervorosos cristianos de base acaban convertidos en comparsas del mesianismo terrorista, como brazo religioso de ETA.

El hecho es que, en cuanto cristianos, han abdicado de la misión universalista y unificadora a la que estarían llamados, alineándose con quienes se han propuesto ahondar la división y agudizar el enfrentamiento en el seno de la sociedad vasca. ¿No les importa el sufrimiento las víctimas? ¿No reparan en las consecuencias desastrosas que podrían desencadenarse sobre todos?

Se llama fariseos e hipócritas a quienes miran para otro lado, para no ver a las víctimas del terror, la extorsión y el amedrentamiento. ¿Cómo llamar a los que, a la vez, no tienen empacho en hacer humanitarias campañas en favor de asesinos convictos y encarcelados por la justicia? "¡Que suelten a Barrabás! ¡A ése, crucifícalo!"

Éste es el pecado de determinados sectores de la Iglesia vasca: Hacer una lectura del evangelio en clave partidista, de mesianismo nacionalista y étnico, desarrollando una retórica populista y emancipatoria que malamente cubre las vergüenzas del integrismo sabiniano. Esto produce una degradación de la fe cristiana, al instrumentalizarla al servicio de una "construcción nacional" que conlleva la destrucción de la convivencia de la plural sociedad vasca, cuando lo que debieran es educar para las relaciones tolerantes, democráticas y libres de miedo.

No se trata de demonizar ni tampoco de idealizar a unos o a otros, sino de reconocer el hecho de la pluralidad social existente, y conseguir que sea normal la normal diversidad política y su expresión, sin la espada de Damocles que gravita sobre los disidentes del nacionalismo, y sin la amenaza de muerte y opresión que administran los más fundamentalistas, en nombre de su religión política.

Pero ¡qué disparates decimos los no iniciados! Si no hemos nacido allí, no podemos entender, nos objetan. Ellos sí: Han tenido una revelación sagrada en la que el pueblo mítico escogido y su dios adoptan el mismo nombre de Euskal Herria. Y en su nombre se legitiman sacrificios humanos: un millar de matados en sus aras ensangrentadas; ¿cuántos miles de heridos y traumatizados?; ¿cuántos exiliados, o amedrentados, aterrorizados, enmudecidos, por no convertirse? Una santa Inquisición patrocina un sinfín de crueldades en nombre de la verdadera fe y el cumplimiento de su misión soberanista. La ortodoxia abertzale se apodera de buena parte de la población, creando una fractura interna en la sociedad vasca real. Entendemos que las crueldades legitimadas en nombre de esa creencia ponen al descubierto el carácter totalitario del proyecto. Entendemos que se induce a los fieles a un envilecimiento moral, en la medida en que se da por válido el mandamiento tácito que dice: odia al discrepante, mata al adversario político.

En efecto, no son equivalentes todos los proyectos, ni todas las ideas, ni todas las estrategias. Hay que discernir las razones por las que está enferma la sociedad y las condiciones para llegar a ser una sociedad sana. No será posible sin el abandono de las armas, del mesianismo cruento y de la violencia cainita e inútil. Esta decisión, a su vez, supondrá la puesta en práctica del reconocimiento del pluralismo interno y el valor humanizador de la diversidad y la apertura al otro. Para tal fin, hay una vital y urgente necesidad de políticos pragmáticos (no dogmáticos), de intelectuales universalistas (no etnicistas), de teólogos verdaderamente 'católicos' y ecuménicos (no fundamentalistas), y sin duda, también, de buenos etnopsiquiatras.

No debe considerarse ofensivo el que hablemos aquí sin tapujos y sin un lenguaje cínicamente correcto. Lo hacemos a la vez con respeto. Y lo hacemos con el objetivo utópico de convocarnos a todos a la sensatez, al desengaño de los delirios utópico-destructivos. Sólo la promoción tenaz de los valores civilizatorios de la tolerancia con el pensamiento ajeno, el pluralismo cultural, el amor a la libertad de las personas y el sentimiento de la común humanidad harán realidad, un día, la convivencia entre credos dispares, y progresar hacia una organización menos bárbara de nuestras sociedades y nuestro mundo.

Comunidad cristiana de base.

Reunida en Matalascañas, el 8 de junio de 2002

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