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El Correo Digital, 11 de Junio 2002

¿Una sociedad secularizada?

Javier Elzo. Catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto

No salgo de mi asombro. Llevamos años los sociólogos hablando de la secularización de la sociedad española, y más aún de la vasca, y hete aquí que una carta pastoral de cuatro obispos (claro que vascos) una semana después sigue ocupando los lugares preferentes de los medios de comunicación y el número de comentarios, artículos, editoriales, etcétera, daría para un abundante libro, por lo demás extremadamente interesante. Solamente la victoria de España contra Paraguay y el pliegue de velas del Gobierno tras la nota del comité ejecutivo de la Conferencia episcopal del jueves pasado han situado la pastoral en segundo lugar. Pero, ¡la que ha caído entre tanto...! No sé si nos hemos secularizado o no, si nos mienten en las encuestas cuando nos dicen que la Iglesia es una de las instancias que menos poder tiene pero, en todo caso, parece que sigue siendo cierto aquello de que andamos siempre detrás de los curas, sea con estandartes, sea con palos. Somos unos clericales atávicamente anticlericales.

Parece que las aguas vuelven a su cauce. No sin secuelas. De hecho, tras la nítida nota del comité ejecutivo de los obispos españoles del jueves, el portavoz del Gabinete de Aznar, la misma tarde de haberse hecho público el comunicado, señala que «el Gobierno toma nota de todos los puntos expresados en el comunicado de la Conferencia episcopal» y, tras el Consejo de Ministros de ese mismo viernes, aun quitando hierro a la confrontación, añade que «sería conveniente que la Iglesia reflexionara no sobre sus relaciones con el Gobierno, sino sobre sus planteamientos ante los españoles que, mayoritariamente, apoyan la ilegalización de Batasuna». Otros políticos y algunos medios de comunicación van más allá y señalan que se explica el desapego de los ciudadanos hacia las prácticas religiosas, e incluso que así la Iglesia «se está alejando cada vez más de sus fieles» (Caldera). Me ahorro las frases de Iturgaiz. Pero esta forma de argumentar, además de peregrina en políticos, pues pretenden dar lecciones de pastoral a los propios prelados, se convierte en peligroso contraargumento.

Contraargumento, en primer lugar, pues no otra cosa han dicho los obispos (y el Parlamento vasco y las encuestas publicadas) pero aplicado al País Vasco: la mayoría de los vascos estima que la ilegalización de Batasuna puede traer más confrontación en Euskadi y no ven en qué vaya a afectar favorablemente a los amenazados. Según todo esto, los obispos, en su labor pastoral, ¿deben seguir las corrientes mayoritarias de sus fieles, apoyando la ilegalización de Batasuna la Conferencia episcopal española y cuestionándola los obispos de las diócesis vascas? Es obvio que no pero en los ejemplos que he dado, y hay muchos más, así se está argumentando.

Peligroso, decía, pues las consecuencias de todo este rifirrafe no se me antojan nada positivas. En gran parte de España se está inoculando un sentimiento que va del hastío a la animosidad hacia los vascos. Ya no vale aquello de «Vascos sí, ETA no» de las manifestaciones tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Los matices cada vez son menos aceptados. El análisis fino no encuentra ni terreno para abonar. Entre los vascos, nacionalistas y más, anida un prietas las filas que ya afloró en la campaña del 13 de mayo del año pasado. Cada vez hay más gente que, literalmente, no soporta la mayoría de las tertulias radiofónicas, las portadas de la prensa madrileña y los telediarios, haciendo buenas hasta las evidentes exageraciones de los medios nacionalistas. El neonacionalismo español, estoy cada día más persuadido, hace tanto, si no más, por la creación o mantenimiento de un nacionalismo etnicista vasco que todas las soflamas de ETA y su mundo. Sí, hay que preguntarse seriamente si son más los separatistas o los separadores. Tengo miedo de lo que nos depara el futuro inmediato si en la clase política y en ciertos medios continúan en esta campaña constante y acelerada de confrontación, de rechazo al diálogo, de buscar la paja en el ojo ajeno, de instalarse en el cortoplacismo electoral, en la desmesura verbal. La sociedad no se merece semejante trato.

Entre nosotros, la fractura entre los creyentes del PP, parte del PSOE y la Iglesia vasca corre el riesgo de convertirse en sima. Eso quiere decir que la mediación política es más fuerte que la fe religiosa. Nada nuevo, por supuesto, aunque el tema es demasiado complejo para tratarlo en pocas líneas. En efecto, la Iglesia vasca no es una. Ciertamente la mayoría respira moderadamente nacionalista. Jerarquía comprendida, aunque, supongo, nadie va a tildar de nacionalista a Blázquez. Digo moderadamente porque la extrema nacionalista ni es mayoritaria ni está en la jerarquía y sus aledaños. También hay notorios eclesiásticos y seglares en la Iglesia vasca que no sólo no son nacionalistas, sino que, de una u otra forma, con mayor o menor acento, estiman que la raíz del mal, terrorismo incluido, está en la mayoría nacionalista de la Iglesia vasca. El retrato que presento es muy elemental, ya lo sé, pues los matices son infinitos. El problema es que unos viven de espaldas a otros. (El domingo 2, al salir de misa el párroco me dijo que ni conocía la carta de los sacerdotes próximos a Herria Eliza 2000, ni sabía quiénes estaban detrás, aunque lo suponía, claro). Hay demasiadas unanimidades en los consejos pastorales, por ejemplo, y muy escasa discusión abierta en el seno de la Iglesia. Hace muchos años que me permití señalar en una asamblea diocesana en Gipuzkoa que la Iglesia debía ser el espacio en el que los cristianos de orientaciones políticas divergentes, e incluso contrarias, debatieran sus posiciones a la luz del Evangelio. Sé que es el espíritu que animó el Encuentro de Armentia de enero del año pasado y recordado en la reciente pastoral de los obispos vascos. Pero no basta con orar. Hay que debatir. La mejor apelación de la Iglesia al diálogo será que lo practiquemos en su seno los cristianos.

Para terminar, ¿qué decir todavía de la carta de los obispos? Pues que, a mi juicio, de sus nueve puntos, ocho son de cal y uno, el punto 8º, de arena. Algunas reflexiones extremadamente pertinentes. Dos ejemplos. Primero, que la atención a los ediles del PP y PSOE amenazados es un «verdadero banco de prueba de la calidad de nuestra fe». Nada menos. (¿Cómo se puede decir que los obispos están del lado de los verdugos?). Segundo, tras reconocer la pluralidad de identidades en nuestra sociedad y exigir su reconocimiento, apuestan por proyectos compartidos y se apoyan en que «en todos los partidos políticos encontramos numerosos votantes y afiliados que, sin dejar de ser fieles a sus opciones, desean ardientemente soluciones de concertación». Ése es, lo he dicho mil veces, el punto de arranque de la solución definitiva al contencioso político vasco. El terrorismo tiene otras coordenadas. Pero hay un punto negro, en la pastoral, y señalado justamente por todos sus críticos. El inciso que dice «sean las que fueren las relaciones existentes entre ETA y Batasuna». Pero, amigos obispos, ¿todavía es posible la duda? ¿No es en sus manifestaciones donde llevan gritando 20 años ETA mátalos o Gora ETA militarra , sin que nunca jamás Batasuna se haya desmarcado de esas manifestaciones?

Pero no voy a seguir y comentar, yo también, toda la pastoral. Ustedes, amables lectores que hasta aquí han llegado, ya han oído y leído suficientes comentarios, críticos en su mayoría, para que añada los míos, más benévolos en su conjunto. Les invito, a los que no lo hayan hecho, a que lean con sus propias gafas la pastoral. Olvídense de todos nosotros y de nuestros comentarios. La pastoral, muy bien escrita por cierto, la pueden encontrar, íntegramente, en la web de EL CORREO del 30 de mayo. Después, pero sólo después, juzguen. Por su propia cuenta. Sean seculares y sacúdanse las sacralidades que nos embotan, sean religiosas, políticas, mediáticas o nacionales.

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