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Documento enviado por el Movimiento SOMOS IGLESIA

UN NUEVO CONCILIO 

Jon Sobrino

Ya lo anunciamos en el pasado número de esta carta a las Iglesias. 31 cardenales y obispos, casi todos del Sur, es decir, del mundo de los pobres, quieren un nuevo Concilio ecuménico. Así se lo han escrito claramente a Juan Pablo II, y lo han firmado en una petición que está contagiando rápidamente a los hermanos obispos de Brasil, Bolivia, Ecuador, Méjico, Argentina, Perú, Japón. Esto es lo que dicen.

Las personas que firman esta petición, seguidoras de Jesús de Nazaret, solicitan al papa, obispo de Roma, en continuidad con el espíritu del Vaticano que convoque a un nuevo Concilio Ecuménico, que ayude a nuestra Iglesia a responder evangélicamente, en fraterno diálogo con las demás Iglesias cristianas y las otras religiones, a los graves desafíos de la humanidad, en particular la de los pobres, en un mundo en rápida transformación y cada vez más globalizado.

1. Piden que la iglesia universal ofrezca un espacio positivo al diálogo y comunión que se está expresando en una gran parte de la comunidad eclesial. Indudablemente, hay en ello hay un transfondo profético en contra de la actual tendencia centrista romana, pero la petición va más allá. Es sincera, evangélica y positiva. Y se hace por razones serias. No es una alabanza, sapiencial o postmoderna, al diálogo, sino el reconocimiento de la necesidad y urgencia conjugar energías, luces y dinamismos, dada la gravedad de la realidad del mundo, es decir, de la creación y familia de Dios.

No se trata, pues, de veleidades, sino de “responder” y de hacerlo entre todos, iglesias, religiones, pues los desafíos de la humanidad -no pequeñas querellas intraeclesiales o intrarreligiosas- son de tal calibre, que hay que movilizar -por hablar gráficamente- el soplo del Espíritu de Dios en toda su humanidad.

El "sueño" del cardenal Martini, que levantó tanto ruido en el Sínodo para Europa en el otoño del 1999, y soñado año tras año por la base del mundo católico, forcejea por convertirse en realidad. "He tenido un sueño", decía entonces el cardenal, el sueño de un nuevo Concilio, un espacio donde, "en el pleno ejercicio de la colegialidad episcopal", puedan "afrontarse con libertad aquellos nudos disciplinares y doctrinales" tan importantes "para el bien común de la Iglesia y de la humanidad entera". Nudos, explicaba Martini, como la carencia de ministros ordenados, la mujer en la sociedad y en la Iglesia, el papel de los laicos, la sexualidad, la disciplina del matrimonio, la praxis penitencial, las relaciones con las Iglesias hermanas.

"Nos vemos impulsados a interrogarnos -soñaba el cardenal -si cuarenta años después de la inauguración del Vaticano II no se está poco a poco madurando, para el próximo decenio, la consciencia de la utilidad y casi de la necesidad de una confrontación colegíal y autorizada entre todos los obispos sobre algunos temas surgidos en esta cuarentena".

Es el mismo sueño que, exactamente un año después del Sínodo, repetía el cardenal Karl Lehmann, entonces obispo de Maguncia, en el curso de la Feria del Libro de Francfort, invocando abiertamente un Concilio Vaticano II. Y sueño también del cardenal de Londres, Basil Hume, muchos años antes: una iglesia más fraternal.

2. Antes que ellos soñaron Jacob, Samuel, José de Nazaret... Y después fe ellos soñó Martin Luther King “I have a dream”. Se ve que el sueño es lenguaje usado por Dios y por los hombres para decir cosas buenas, “utópicas”, como lo es el reino de Dios.

En nuestros días quienes más sueñan son los pobres y las víctimas de este mundo.

Estos sueños de los pobres, además de la fraternidad dentro del pueblo de Dios, son los que deben estar en el centro de un nuevo concilio: pobres y víctimas deben ser como el quicio alrededor del cual gira todo lo humano y lo divino, lo secular y lo eclesial.

En ese concilio debe resonar la voz de Africa, y la de una Iglesia universal solidaria con sus víctimas. La voz de los indígenas, sin palabra y sin nombre, y la de todos los temerosos de Dios que pasan haciendo el bien. La voz de los mártires, y el agradecimiento a ellos por parte del mundo de abundancia con cuyo pecado cargan aquéllos. La voz de la mujer, no vengativa, sino jubilosa porque -al fin- en la Iglesia ya no hay varón ni mujer, sino que todos seremos uno en Cristo Jesús.

3. Piensan algunos que pedir un nuevo concilio es cosa precipitada -arriesgada, provocativa, desafiante. Puede ser, pero esta opinión más suena a miedo a que prospere la idea. Pero si en la Iglesia hay un mínimo de sentido común -por no mencionar libertad evangélica- ¿qué de malo tiene ello? Sería un simplismo esperar un concilio de un día para otro, pero sería ceguera no ver su necesidad y no prepararse, desde arriba, la jerarquía, y desde abajo, las mayorías. Sobre todo desde abajo. Y no haya miedo. En 1979, meses antes de su asesinato, Monseñor Romero decidió -él, es decir, desde arriba- escribir una carta pastoral sobre el país y lo que debe hacer la Iglesia. Lo primero que hizo fue preguntar -en una larga encuesta- a los de abajo. Leyó con atención, discernimiento y amor las respuestas. La Carta fue suya y de todos. Y le salió magnífica.

¿Por qué no prepararnos todos? ¿Por qué el miedo a lo que hoy nos pueda decir Dios? ¿Por qué no abrirse al seguimiento de Jesús, el que pasó haciendo el bien, consolando a los afligidos, rebosando misericordia hacia todos los pobres y sufrientes?

¿No es eso, en el fondo, de lo que se trata en un nuevo concilio? ¿No será esto bien recibido por la inmensa mayoría de la humanidad de hoy si, junto con otros, lo hacemos los cristianos -aunque siempre quedará la mirada sospechosa y amenazante de los poderosos?

En este número podrá el lector leer algunos de los temas sobre los que bien se puede preparar el concilio: la mujer, la tragedia de la humanidad, la esperanza, el pecado y la gracia en la Iglesia...

* * *

En la época de globalización, como dicen, todos los que intentan compartir este deseo de prepararnos cristianamente para un nuevo concilio, eclesiásticos y laicos, son invitados a dar su nombre, sugiriendo también un tema sobre el que quieren llamar la atención, entrando así a formar parte de una especie de "proceso conciliar", de recorrido "participativo y responsable" de largo período que tiene sus raíces en las iglesias locales, en cada una de las diócesis y en cada movimiento o congregación religiosa.

De entre las muchas direcciones que llegan, sirva ésta para los interesados: Servicio de Información y Mediación (SIM). Apartado Correos 141. 28529. Rivas. Madrid. http://www.proconcil.org

Jon Sobrino

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