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El Correo, 13-6-2002

¿Es de izquierdas ser anticlerical?

ANDRÉS MONTERO GÓMEZPRESIDENTE DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE PSICOLOGÍA DE LA VIOLENCIA

 

La decimotercera propiedad del dios judío es la nada infinita. Es una característica ésta que requiere una fortaleza redoblada en el creyente, para no caer en la desesperación de la ingravidez, de sentir que no puede aferrarse a una imagen de su dios, ni siquiera a pronunciarlo, ni siquiera a pensarlo. El dios cristiano, en cambio, es un dios visual, con quien el fiel puede hablar mirándole al rostro humanizado representado en una talla, en un icono. Los cristianos adoran a un dios que es omnipresente, que es el todo infinito, un dios pleno de esperanza. Quizás arropados en esa esperanza, en el oficio de pastores llamados a mostrar a sus feligreses el horizonte superior de la paz , los obispos de las diócesis vascas escribieron una pastoral para prepararla - Preparar la paz -. Quizás.

Desde que fuera alumbrada, la pastoral de Blázquez, Echenagusia, Uriarte y Asurmendi ha sido sometida a la sana crítica de la disección desde el respeto, por unos, y descalificada por mor de inmoralidad o sesgo político, por otros. A nadie con opinión sobre lo vasco, o sobre lo vasco en lo español o lo español en lo vasco, ha dejado indiferente ni neutral. Ahora, no es mi intención analizar el contenido de la pastoral, ni su moralidad ni su talante político, sino acercarme al lector para que juntos reflexionemos acerca del valor contextual de la opinión que las autoridades del clero vasco vierten sobre la situación en Euskadi, y de cómo esa opinión, una opinión de peso referencial, encaja en la realidad paralela del terrorismo de ETA.

La pastoral es un largo prólogo hacia un asunto calificado de «candente y resbaladizo», la eventual ilegalización de Batasuna. Los obispos vascos repudian y condenan el terrorismo sin atisbo de duda, expresando su solidaridad y proclamando la necesidad de apoyar a las víctimas. No obstante esa intención de fondo, la pastoral no parece haber calibrado la lectura que potencialmente habría de dársele en el mundo de ETA... ¿O tal vez sí? En realidad, sí. En realidad, una tesis plausible para analizar la pastoral pasaría por aventurar que se trata de un documento de alcance muy medido, con el propósito de encajar en la arriesgada y virtual estrategia que se plantea el nacionalismo como solución política a largo plazo del terrorismo, pagando el elevado precio de un fortalecimiento de ETA a corto término, no sabemos cuán corto. Expliquémoslo.

Un elemento central en el conflicto que ha llevado a cientos de víctimas a morir a manos del terrorismo de ETA es que la organización terrorista funciona aplicando una argumentación política para la justificación de su violencia. El edificio ideológico que configura el modelo mental de los terroristas de ETA -lo conocemos todos- postula el horizonte de la autodeterminación de Euskadi como transición hacia su independencia, en lo político, y la institución de una serie de referentes de uniformización en lo social (idioma, cultura, identidad). El inconveniente que existe en el momento de afrontar apropiada y estratégicamente un terrorismo con base social como el etarra es que sus postulados políticos serían legítimos, en puridad, si se defendieran por medios democráticos y sin la violencia del terror. Esta legitimidad de la ideología independentista, parasitada por ETA para justificar el terrorismo, supone contar con un factor de complejidad estructural en cualquier intento de aislamiento político de la banda. El modelo mental justificador de la violencia de un etarra, enquistado en sus procesos de razonamiento y eje central de su conducta, opera interpretando la realidad de manera distorsionada para que cualquier acontecimiento, por contradictorio que sea con sus premisas iniciales, sirva para justificar la violencia que ejercen el terrorista y su banda.

El modelo mental de un terrorista es un sistema alógico, que no está sometido a contradicción porque transforma las evidencias en contra en indicadores a favor. Debido a estos procesos, por mucho que a un etarra en activo traten de persuadirle de que en Euskadi rige un sistema democrático, siempre acabará procesando las evidencias que se le ofrezcan de modo que acaben justificando su creencia inicial (su fe) de que en el País Vasco existe un déficit democrático que el terrorista trata de revertir con su lucha revolucionaria. No obstante -y ahí llega la complejidad estructural para aislar a ETA-, es todavía más reforzante para el mantenimiento de su conducta que le sean enviados mensajes de que, efectivamente, ese déficit de algún modo está presente y tiene su base en una «pluralidad conflictiva de identidades» que requiere encontrar una nueva «fórmula de convivencia».

Es cierto que la pastoral no refiere un déficit democrático en Euskadi, pero sí basa su argumentación en que el País Vasco es un escenario de «conflicto entre identidades nacionales contrapuestas». Cualquier terrorista de ETA, desde el más ideólogo hasta el más operativo, ni siquiera tiene que filtrar esas concepciones para ajustarlas a su modelo mental, porque coinciden exactamente con uno de los ejes medulares de su doctrina. Ignoramos, en este punto, si el mensaje clerical había evaluado a priori los efectos potenciales a producir en los receptores de ETA, aunque puede que en definitiva se trate de mostrar a ETA que, sin violencia, es viable un horizonte político-institucional alternativo al actual.

Así, alejados ya de la guerra de desgaste con el Estado que perfilaba alguna fase antigua en la evolución de ETA, parece que nunca hayan sido tantas las intenciones de politizar el conflicto vasco como ahora. Aunque «ni la aspiración soberanista, ni el autogobierno, ni la integración en el Estado español son dogmas políticos para la Iglesia», la apolítica pastoral de los obispos vascos ajusta, intencionada o tácitamente, en la estrategia nacionalista de construir un escenario futuro que desactive el carácter instrumental del terrorismo y lo haga inútil y prescindible a los ojos de ETA. El «soberanismo por acumulación de votos» es un intento de hacer callar a ETA transformando el marco institucional de la sociedad vasca. De ese modo, a la «pluralidad conflictiva de identidades» de los obispos le sucedería la misma pluralidad de identidades, pero sin violencia. O dicho de otro modo: el conflicto de la pluralidad de identidades se solventaría por medios pacífico-democráticos, políticos, puesto que la identidad discordante en un futuro escenario soberanista sería la no nacionalista. Todo el planteamiento asume que la violencia ejercida desde el polo extremo de una de esas identidades en conflicto, representado por el universo de ETA, es el factor que convierte al conflicto en insoportable.

Al final, la estrategia nacionalista con la que sintoniza la pastoral vasca sería como intentar desactivar una bomba atómica soportanto una cantidad no mesurable de explosiones intermedias de cloratita que van matando gente, desactivadores o transeúntes. También es el fruto más visible de la imposibilidad práctica, por falta de voluntad o pericia en aplicarla, de aislar políticamente a ETA.

 

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