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La Vanguardia, 13-6-2002

Tensiones en la Iglesia vasca  

VÍCTOR URRUTIA, catedrático de Sociología de la Universidad del País Vasco

La reciente carta pastoral de los obispos vascos ha puesto de manifiesto, además del enfrentamiento externo con el Gobierno central, otro interno que venía incubándose desde hace tiempo. El terrorismo ha terminado por hacer mella en la institución más transversal de la sociedad vasca. La Iglesia queda "tocada" tanto en la cúspide de su jerarquía como en el interior de su sociedad cívico-eclesial. El sesgo nacionalista, ya conocido pero ahora puesto en evidencia tanto por la inoportunidad de la carta como por sus contenidos, ha generado un malestar sin precedentes entre los fieles católicos, ahondando un poco más la división social a la que parece abocado el País Vasco.

¿Podemos intuir que el Vaticano, en el contexto del conflicto balcánico, temía por el riesgo de los "nacionalismos exacerbados" y que, para encauzar el sesgo nacionalista, nombrara entonces (1994-1995) al arzobispo de Pamplona (Fernando Sebastián), al obispo de Bilbao (Ricardo Blázquez) y al de Vitoria (Miguel Asurmendi)? Es una hipótesis, pero hay que recordar las reacciones negativas que suscitaron estos cambios entre los dirigentes del PNV, especialmente el de "un tal Blázquez". Hoy tenemos un fruto de aquella estrategia en una formulación escrita: el epílogo de la extensa publicación "La Iglesia frente al terrorismo de ETA" (BAC, 2001) titulado "La conciencia cristiana ante el terrorismo de ETA", que marca el distanciamiento "pastoral" de Fernando Sebastián respecto de sus compañeros de episcopado del País Vasco.

Las opiniones vertidas en ese epílogo, críticas con la reivindicación política de la autodeterminación y el nacionalismo democrático, claramente favorables a la Constitución española, el Estatuto vasco y el Amejoramiento del Fuero en Navarra, amén de las matizaciones que realiza sobre las diferencias de Navarra respecto de la Comunidad Autónoma Vasca y sobre el papel que debe desempeñar la Iglesia en la lucha contra el terrorismo, establecen una estrategia muy diferente de la llevada hasta ese momento (2001) por la jerarquía vasca.

La reacción, aunque con el consabido ritmo eclesiástico, no se ha hecho esperar: un escrito de 358 sacerdotes que describen "un pueblo que denominamos Euskal Herria" en el que, sin hacer referencia alguna a la existencia de ETA, se lo sitúa en la órbita política tercermundista de los años setenta propia de los "pueblos pequeños y oprimidos de la Tierra que reivindican su derecho a existir y a no ser exterminados...". El peso de esos sacerdotes, aunque minoritario en el conjunto de las "cinco diócesis de Euskal Herria (Bayona, Bilbao, Pamplona-Tudela, San Sebastián y Vitoria)" (alcanza el 20% de los sacerdotes residentes en esas diócesis), no deja de ser sintomático por lo que supone de alineamiento con las posiciones más radicales del nacionalismo ancladas en el contexto de la transición democrática.

Este es el detonante que acelera la redacción final de la carta pastoral de los obispos para adelantarse a la inminente publicación de "los 358" y mantener una supuesta equidistancia en el conflicto. Algo que recuerda las posiciones de algunos nacionalistas vascos cuando se colocan en un supuesto punto intermedio entre los terroristas y el gobierno democrático del Estado.

En cualquier caso, esa intención de tapar o acallar un movimiento eclesiástico interno de corte nacionalista radical ha tenido un coste muy alto en la comunidad de creyentes que se ha quedado sumida en el desconcierto y en el desasosiego. Muchos cristianos, pertenecientes a distintas opciones políticas no nacionalistas, nos hemos sentido fuera de juego. Nos hemos visto sorprendidos por unos obispos que toman ahora una "posición política" por una ley de Partidos Políticos, en la que caben opiniones legítimas diferentes, pero que no fueron capaces de hacerlo en otros momentos más decisivos y dramáticos para la sociedad vasca como fue la ruptura del pacto social en el contexto de una falsa tregua (pacto de Estella). Deja también al descubierto la tendencia de unos pastores que es más política que ética a la hora de enfrentarse no tanto al terrorismo, que es condenado sin paliativos, sino a las raíces sociológicas e ideológicas de un nacionalismo vasco exacerbado que se está erigiendo como auténtica idolatría para muchos ciudadanos del País Vasco. Una ideología que está haciendo estragos en la cultura y en la moral de la sociedad vasca y que constituye el humus del terrorismo con sus secuelas de sufrimientos e injusticias.

Esta carencia de visión para encarar sin ambigüedades la situación política vasca es la que nos preocupa a muchos cristianos no sólo porque afecta al conjunto de la sociedad vasca, harta ya de terrorismo, sino porque, además de provocar un desistimiento en la comunidad eclesial, puede tener unos efectos negativos en las relaciones personales entre sus miembros y en sus asociaciones trasladando así el enfrentamiento político al seno de la Iglesia vasca.

Si la crispación política alimentada interesadamente por razones electorales continúa y los dirigentes eclesiales no son capaces de rectificar sus posiciones, la herida que el terrorismo está abriendo en el tejido asociativo y en las redes personales de la Iglesia vasca seguirá agrandándose y debilitando su ya merma-da fuerza ético-profética. Y si eso ocurre, la sociedad vasca habrá perdido también uno de los ámbitos colectivos donde todavía es po-sible la transversalidad política y el pluralis-mo cultural.

VÍCTOR URRUTIA, catedrático de Sociología de la Universidad del País Vasco

 

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