El País,15-10-2002
Las palabras, las ideas
ANTONIO TABUCCHI
Me han parecido sorprendentes las palabras de Massimo d'Alema,
presidente, como es sabido, de DS, el principal partido italiano de
izquierdas, al acudir hace unos días a la plaza de San Pedro con motivo
de la santificación de monseñor Escrivá de Balaguer. Palabras de elogio,
no hacia la actividad milagrosa de monseñor Escrivá, que es en el fondo
el motivo que consta en el proceso de santificación de los expertos
vaticanos en la materia, sino hacia la actividad mundana del sacerdote y
sus capacidades como 'manager' de la religión, vistas por D'Alema como
'la fuerza de la fe para ramificarse en la sociedad que posee la Iglesia
en todas sus expresiones, en sus movimientos, en sus hombres, en sus
mujeres' (La Repubblica, 7 de octubre). Si D'Alema hubiera
expresado su admiración por las intervenciones taumatúrgicas y, por lo
que se dice, inexplicables para la medicina del prelado español (según
parece, curó a un enfermo terminal de cáncer, o bloqueó en la base de la
nuca de un pobre hombre un aneurisma que se dirigía al cerebro), no
habría motivo de asombro. Creer o no creer en los milagros atañe
únicamente a D'Alema como ciudadano de a pie, y no al D'Alema político y
hombre público. Por lo demás, la voluntad divina, para quien cree en
Dios, es misteriosa. Al igual que la preferencia que el Padre Eterno
pueda conferir a alguien como monseñor Escrivá, colaborador de un
dictador fascista como Franco o apologista de Pinochet, responsable de
tantas masacres, atañe únicamente al Dios en cuestión. No es un problema
de nuestra competencia: como mucho, un agnóstico podría concluir que
nadie es perfecto.
La opinión expresada por D'Alema, por el contrario, ha sido de carácter político, elogiando al Balaguer que, conjugando religión y banca, torturadores y sacramentos, evangelio y sociedades off-shore, supo devolver al templo a los mercaderes expulsados por Cristo. No cabe ninguna duda de que Pinochet era un hombre que iba a misa, pero que también hacía fusilar en masa sin extremaunción. Y Franco no le iba a la zaga: aún siguen buscándose en España los cuerpos de unas treinta mil personas sepultadas en fosas comunes tras ser fusiladas, ya acabada la guerra civil, por su fidelidad a la República parlamentaria agredida por el propio Franco. Los trabajos de excavación, que empezaron este verano en Asturias, siguen en marcha. No sé si la noticia ha llegado hasta Italia, pero presumo que el político D'Alema no la desconoce. En mi tiempo libre, sigo la trayectoria del político D'Alema. Probablemente haya cosas más interesantes que hacer, pero a veces, inexplicablemente, cargamos con tareas ingratas. Y fatigosas también, porque no resulta fácil seguir ciertos movimientos (defensa de la coalición de izquierdas del Olivo, ataques a la misma, socialdemocracia, reformismo, liberalismo económico, etcétera): se corre el riesgo de perder el hilo. Acaso pueda orientarnos una vieja frase de Stefan Zweig, quien, en respuesta al estupor de un amigo ante el comportamiento inexplicable (y más tarde históricamente desastroso) de ciertos políticos demócratas de su país, dijo: 'Pero ¿desde cuándo, en la praxis política, prefieren los políticos las razones de la ética a las razones electorales?'. Sea como sea, observar las declaraciones de los políticos ante decisiones fundamentales e ineludibles (la guerra, los derechos, la economía, los regímenes políticos, ciertas figuras históricas) resulta extremadamente útil para los ciudadanos: sirve, mucho más que los programas electorales, para comprender la mentalidad de ese político, sus preferencias de fondo, sus sentimientos, sus ideas: su identikit ideológico está ahí. Recuerdo la apesadumbrada exhortación que el personaje de Nanni Moretti, interpretado en la película Abril por él mismo, dirige al líder político D'Alema, que está participando en un programa televisivo. Se ha convertido casi en una frase proverbial: '¡D'Alema, di algo de izquierdas!'. Exhortación sincera, tal vez irritada, pero en todo caso esperanzada. Sin embargo, vista con el paso del tiempo, tal y como han ido las cosas en Italia, parece incluso una 'vaste tâche', como dijo De Gaulle a un joven que perseguía un propósito optimista pero imposible. Como pedir a un buzo que se exprese como un astronauta
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