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La Vanguardia, 26 de junio de 2003

CARTA DESDE EL MÁS ALLÁ
A nuestros hermanos de la Iglesia de Dios que peregrina por tierras europeas
JOSÉ I. GONZÁLEZ FAUS, responsable académico de Cristianisme i Justícia

Os escribimos desde esta dimensión de plenitud que está fuera de vuestra historia pero no deja de estar interesada en ella, y de sentirse afectada por sus decisiones. Sabemos que desde aquí, muchas cosas suenan al revés que ahí, y por eso tememos que malentendáis esta carta. Pero vemos que estáis hablando ahora de las raíces cristianas de Europa, y de la posibilidad de mencionarlas explícitamente en vuestra Constitución.

Que gentes no cristianas tuvieran el señorío de reconocer cuánto de lo mejor de Europa se debe a sus raíces cristianas nos parecería un acto de respeto muy digno de elogio. Pero que los cristianos vayáis exigiendo esa mención nos da un poco de miedo por las razones que os vamos a decir.

Jesús decía que no entrarán en la dimensión de Dios aquellos que dicen Señor, Señor, sino los que hacen la voluntad del Padre. Por eso, proclamar unas raíces cristianas no tiene sentido si luego aceptáis que esas raíces queden resecas y estériles, en lugar de procurar que cuajen en la tierra para dar savia y hoja y frutos cristianos. Lo contrario sería eso que vosotros llamáis a veces “un homenaje del vicio a la virtud”. ¿Nos entendéis?

Pues bien, en este contexto nos sorprende que uno de los más expresos defensores de esas raíces cristianas, hace muy poco, y con el afán de engrandecer a su país (afán legítimo pero sólo hasta cierto punto), no tuviera inconveniente en sumarse a un acto de terrorismo internacional, en el que se bombardeó cruelmente a otro país que, por detestable que fuera su Gobierno, nada os había hecho; asegurando además falsamente que aquel país tenía armas de destrucción masiva, para luego cuando éstas no aparecen acabar por decir que “ése no era un punto importante...”. De todo eso estamos aquí bien enterados: lo que vosotros llamáis el más allá (y que en realidad no es más que el único acá verdadero) no es como uno de esos conventos antiguos o modernos cuyos moradores no se enteraban de lo que pasaba fuera del claustro. Conocemos lo que pasa en vuestro pequeño planeta y podemos asegurar que aquella conducta no brotó de unas raíces cristianas.

También hace pocos días, en el mismo diario donde quizá aparezca esta carta, y en esas últimas páginas de economía que nadie lee, se decía que “unos 110.000 millonarios residentes en España se reparten 390.000 millones de euros (casi 65 billones de pesetas) en activos financieros líquidos, excluidos inmuebles; esto es un importe equivalente a la mitad del PIB o riqueza generada por la economía española durante el último año” (“LaVanguardia”, 12/VI/2003). ¿Creéis que una injusticia social tan clamorosa ha podido brotar de raíces cristianas? Lo que brotaría de tales raíces sería una declaración eclesiástica oficial que, apelando a la enseñanza de Juan Pablo II o, mucho más de los padres de la Iglesia, declarase que esa propiedad es sencillamente un robo grandioso que exige restitución. Pero no vemos que los que en Europa exigen más la mención de las raíces cristianas se sientan llamados a gritar contra esa aberración tan poco cristiana. No negamos que tenéis por ejemplo en Europa una estructura sanitaria bastante justa, que llega a casi todos, y que esto es bonito comprobarlo, y cristiano alabarlo, pese al temor de que a la chita callando os estéis encaminando a un desmonte de todo ese bienestar estructural.

Os pedimos, pues, que no confundáis “las raíces cristianas de Europa” con aquello que cantaría de niño el presidente de uno de vuestros países: “De Isabel y Fernando, el espíritu impera”. Desde aquí preferiríamos que en Europa impere el espíritu de Bartolomé de Las Casas, el espíritu de Francisco de Asís, de Charles Péguy o de Dietrich Bonhoeffer... Eso sí tiene que ver con las raíces cristianas de Europa. No el espíritu de Isabel y Fernando...

En una palabra, os pedimos que no confundáis las raíces “cristianas” con unas determinadas raíces “eclesiásticas”: las primeras os comprometerán a mucho, incluso a hacer algún ridículo en los foros de la política mundial. Las segundas sólo servirían para beneficio de algún político interesado en que la jerarquía eclesiástica apoye a su partido, o para beneficio de algún prelado que luego podrá exigir al Gobierno que la religión se convierta no sólo en asignatura obligatoria, sino en asignatura “de primera clase”...

Para terminar, quede claro que nosotros, desde esta dimensión de la serenidad plena, sí creemos en las raíces cristianas de Europa. Creemos que si Europa se queda sólo con sus raíces griegas, tendrá una herencia estimable, sin duda, pero en la que la libertad es sólo para unos pocos selectos, la cultura es sólo para unos pocos privilegiados, los demás han nacido sólo para servir a esos pocos, y sus filósofos se preguntaban “si no habrá que expulsar de las ciudades a todos los pobres, para poder presentar unas ciudades bien habitadas”. Fue la savia de aquel Loco Crucificado la que inyectó en Atenas la igualdad y la universalidad. No sería bueno olvidar esto. Por eso concluimos con esta cita de un libro de sociología de la antigüedad: “Mientras en el mundo grecorromano era impensable que los dioses protegiesen al pobre, en Israel se reiteraba que Yahvé es defensor del pobre, de la viuda, el huérfano y el extranjero. Mientras en el mundo grecorromano el pobre no era considerado como una persona con honor y dignidad, los profetas de Israel levantaron incansablemente sus voces contra los que despojaban al pobre y pisoteaban su honor”. Un abrazo de todos vuestros hermanos que os precedieron en la aventura de la fe y ahora gozan del sueño de la paz.

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