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PLIEGO DE VIDA NUEVA, (Números 2336 y 7, 6 y 13-07-02)

Célibes por el Reino de Dios

 

INTRODUCCIóN

 

La sexualidad célibe ante el nuevo milenio No olvidemos el texto de la Sabiduría: "Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Y ¿cómo sub­sistirían las cosas si tú no las hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia, si tú no las hubiese llamado?» (Sab 11, 24‑25).

«La sexualidad ha salido de Tu mano cre­adora y del gran amor de Padre que nos tienes, que nunca da cosas malas a sus hi­jos, sino lo mejor de Ti mismo. Tu Hijo se hizo persona sexuada, sexual y erótica para comprenderla y con su ejemplo de vida indicarnos cómo vivirla".

Sin exagerar, podemos decir que los últi­mos y primeros años del milenio no tie­nen parangón en la larga historia de la Iglesia en cuanto a la cantidad de enfo­ques críticos sobre las cuestiones sexua­les y, entre ellas, la sexualidad del célibe. Nunca antes hubo en el célibe tanta agi­tación por cambiar las actitudes de la Igle­sia y de profundizar sobre su comprensión, valoración y forma de vivirla y expresar­la. Crece la creencia de que la sexualidad, si bien incluye el don divino de la capaci­dad procreadora, es, de un modo más fun­damental, la invitación divina a encontrar nuestro destino no en la soledad, sino en la relación profunda. La sexualidad se es­tá convirtiendo en nuestra cultura en el fundamento fisiológico, psicológico y afec­tivo de nuestra capacidad de amar.

Me dirijo a todos los célibes interesados en la necesidad de revisar gran parte de la comprensión cristiana de su sexualidad. Entre quienes desean estudiar y reflexio­nar sobre las diferentes interpretaciones o lecturas de este tipo de vida sexual, aun cuando manifiesten diferentes acentos e incluso desacuerdos, hay un amplio con­senso de que muchas ideas transmitidas por la tradición histórica de nuestro pa­sado gozan y necesitan un gran cambio en su manera de comprenderse.

El célibe libre y crítico agradece el escu­char que hay que revisar nuestros con­ceptos sexuales y nuestras formas de vivir y expresar esa sexualidad. Sabe leer y es­cuchar todo eso en silencio reflexivo, des­de sí mismo, no tiene miedo, sino una gran confianza en lo que puede aportarle el otro. El suyo es un escuchar sereno y tranquilo; no está la polémica a las puer­tas ni replica a todo lo que se dice. En el campo sexual es capaz de Regar a pensar así: "El otro puede tener razón; ese pun­to de vista es muy interesante; voy a ver que me aporta para vivirla mejor; esto nunca lo hubiera imaginado... Qué agra­decido debe estar por haberme ayudado a pensar sobre este terna».

 

La educación sexual del célibe

¿Por qué el campo de la sexualidad sana y positiva del célibe lleva un retraso con respecto al de otros estados de vida? ¿Por qué no se ha prestado la misma atención a la educación sexual de los célibes en la Iglesia como se hace con las parejas? ¿Por qué en el ámbito de las comunidades re­ligiosas se tiene tanto miedo a sentirse condenado y juzgado si hablamos de ella con sinceridad y normalidad? Para en­tender el presente hay que tener en cuen­ta el pasado. Aunque explicar la historia completa de la sexualidad célibe no es el objeto de este trabajo.

A la mayoría de célibes les resulta difícil hablar con naturalidad y sencillez de su sexualidad y sobre todo de cómo la viven. Es la reacción normal, puesto que de la sexualidad célibe no se habla abiertamente en ese entorno y menos en sus reuniones. El objetivo de este y un próximo Pliego es hablar de ella y hacer comprender que es­to es hoy más necesario que nunca. Siem­pre es un alivio descubrir que otros célibes comparten los mismos problemas, que no son anormales ni una excepción.

Entre los numerosos problemas que la educación integral del célibe debe afron­tar hoy, el de la educación sexual tiene una importancia particular, bien por la complejidad del problema en sí mismo, bien porque coincide con unos hechos y situaciones que han rodeado su sentido positivo o negativo. La sexualidad es un componente esencial de todo célibe.

Lo más habitual es que descuidemos esta exigencia dentro del grupo de célibes por la educación negativa y represiva recibida desde los años de niñez y continuada al ingresar en el grupo religioso. Los miem­bros de la comunidad se despreocupan de esta faceta como algo personal y no co­munitario. Viven para sus trabajos, sus preocupaciones... Los aspectos sexuales de sus vidas quedarán relegados al final a la soledad y la conciencia íntima y pro­funda de cada uno de lo que nunca se ha­bla y se pone en común. La carencia de una actitud positiva recibida desde niños y no creada al ingresar en la vida célibe, hace que no busquen la verdad sexual o la den por supuesto, olvidando que el apo­yo de la comunidad da una fuerza sinér­gica donde sería más fácil lograrla.

 

¿Pueden los célibes mejorar y cambiar sus actitudes sexuales?

 El problema no es fácil solucionar, pero merece la pena intentar aportar un poco más de luz a la sexualidad célibe. Sabien­do que fuimos educados en este campo en una mentalidad negativa y represiva y ahora queremos hacerlo con una actitud positiva, sana, abierta y crítica. Tratando de no quedar fijados en posturas inte­gristas y progresistas actuales, enfrenta­dos en una lucha de los unos contra los otros y no a una búsqueda de la verdad sexual, que nos aporte un poco más de li­bertad verdadera a la hora de vivirla co­mo valor realizador de nuestras personas. Me gustaría abrirme con valentía a los sig­nos de los tiempos, en un clima de dialo­go constructivo a esta nueva comprensión y valoración que se nos pide para ser luz que fulmina hoy a los que caminan en ti­nieblas de muerte y desesperación.

El cambio de actitudes sexuales no siempre es fácil. Cuando una actitud es firme porque su estructura está muy conexio­nada, el cambio de actitud sexual es más difícil. Como indica muy bien la teoría de sistemas, todo sistema tiende al equilibrio y se resiste al cambio. La introducción de un elemento nuevo puede romper ese equilibrio, generar crisis y estructurar un equilibrio superior. Esto ocurre en siste­mas abiertos que tienen capacidad de cre­cer. Hay sistemas cuya resistencia al cambio es tan firme que impide la integración de elementos nuevos, se esclerosa. Ante las actitudes sexuales se puede dar el recha­zo al elemento nuevo, la escisión, pero do­mina la resistencia al cambio. Por otro lado, la modificación de algún compo­nente no siempre basta para el cambio. El componente afectivo‑emocional de la se­xualidad es muy consistente, por lo que la nueva transformación de las ideas no es suficiente para producir el cambio.

 

I

ALGUNOS FUNDAMENTOS ANTROPOLÓGICOS

 Todos sentimos la fascinación y necesi­dad de comprender y valorar la sexuali­dad. Esta necesidad es sana y señal de buena salud física y psíquica. No sentirla nos im­pulsa a pensar que algo en nosotros no funciona bien como célibes. Lo que aquí nos ocupa es una nueva antropología fi­losófica y teológica de la sexualidad céli­be y la nueva valoración que de ella surge, que plantea nuevas cuestiones sobre este dinamismo de la persona y que, a su vez, puede ofrecer nuevas y positivas ayudas para su concepción e integración en la to­talidad de la persona y proyecto de vida célibe. Pretender como religioso una edu­cación aséptica en este campo de la se­xualidad es imposible y antinatural.

 

¿Por qué preguntan por el sexo cuando quieren hablar de sexualidad?

El estudio científico del "sexo" constitu­ye un desafío de gran actualidad para com­prender y valorar correctamente el proceso de sexuación del célibe. Comenzó a fina­les del siglo XIX y continuó en aumento en el XX con el reconocimiento de la se­xología como una ciencia más del saber humano, y constituye hoy un desafío de gran actualidad para la teología. Existía un desconocimiento comprensible de la naturaleza de estas realidades humanas y sus funciones, ya que nunca antes en la historia de la humanidad se había estu­diado sistemática y desprejuiciadamente como se hace en la actualidad. De estos estudios ha surgido la sexología como ciencia, y la teología debe dialogar con ella sin miedos para construir la antropolo­gía teológica de la sexualidad célibe.

La sexología científica se preocupa de este complejo y fascinante hecho que solemos llamar últimamente los «sexos». Ha­blar en plural nos ha permitido a los pro­fesionales de la sexología recuperar nuestro objeto epistémico central, que es precisa­mente este de los sexos y no del sexo. Con esta propuesta de sustituir el sexo por los sexos, estamos haciendo fundamental­mente apuestas de gran profundidad. Re­cuperamos la complejidad del hecho sexual humano del constreñimiento genitalista. A partir de ello sabemos que no somos se­xuados sólo por nuestros genitales; ni so­mos sexuales sólo por nuestra genitalidad; ni somos sexuales y eróticos sólo por nues­tros lenguajes o gestos intergenitales.

La gran divulgación teológica nos ha acos­tumbrado a convivir con un error del que se derivan un sinfín de otros errores. Co­mo este error de partida se ha extendido tanto, se diría que todos lo han dado por incorregible, y así sigue. Pero resulta que este error no puede ya mantenerse desde el avance y las nuevas valoraciones cien­tíficas de la sexología actual, si se quiere entender, entrar a fondo y explicar algo del universo del sexo, sexualidad y eróti­ca del célibe con una cierta coherencia y claridad.

La cuestión fundamental no estriba tan­to en saber si la vida del célibe se apoya o no en los sexos, como en saber qué es lo que por sexuado se entiende. Porque al globalizar la noción de los sexos, se hace de ella una manera de ser‑del‑mundo fí­sico e interhumano. Se sigue de ello el aceptar que toda la existencia del célibe tiene una significación sexuada, o bien que todo fenómeno sexual tiene una sig­nificación existencial. Entonces, "los se­xos" encierra una complejidad global. ¿Qué se contiene en este concepto? Por un lado, es claro que la vida sexual desig­na un sector de nuestra vida que está en relaciones particulares con la existencia de los sexos. Y, por otro, la sexualidad, su expresión y manifestación privilegiada de esa existencia sexuada, que somos.

Los términos los sexos, sexualidad y ge­nitalidad con frecuencia se usan indistin­tamente como si significasen una misma cosa. La palabra sexos se refiere al con­junto de niveles o elementos biológicos, psicológicos, socioculturales, axiológicos y religiosos, que forman y estructuran a la persona sexuada y con la que nos iden­tificamos con gozo como hombres o mujeres. Los sexos es el hecho inevitable de ser, sentir y vivir, desde el nacimiento has­ta la muerte, como hombre o mujer.

Los sexos es una dimensión constitutiva del ser humano y nos define. Afecta a las raíces mismas de la persona. Por eso, tie­ne una honda resonancia en todos los ám­bitos de la persona. Todo queda, en alguna medida, imbuido y caracterizado por los sexos. No es lícito reducir los sexos a la pura biología genital. Los sexos es una de las condiciones básicas en las que se en­cuentra instalada la existencia del célibe. Origina, consiguientemente, un ámbito peculiar de actuación en el que se realiza el proyecto de vida célibe de la persona. Los sexos suponen, expresan y realizan el misterio integral de la persona. De ahí que no pueda entenderse desde una conside­ración reduccionista y reductora.

Los elementos sexuantes que intervienen más comúnmente en el largo proceso de la sexuación de los sujetos son muchos. Su listado fue aumentando a lo largo del siglo pasado. De ellos se ocupan particu­larmente muy distintas disciplinas, sien­do el objeto especial de la sexología su concatenación, continua o no, en términos de proceso en la biografía de los su­jetos sexuados. Nos ofrece una visión global de ellos y el sentido de su coherencia. El número de esos elementos ha sido varia­ble a medida que los conocimientos han ido subiendo de volumen. Algunos de los que vamos a señalar aquí son los más des­tacables. La lista no es, pues, exhaustiva, sino indicativa. (Gráfico 1)

La identidad de género: "Experiencia pri­vada, del papel de género» (Money). "Sen­timiento íntimo de pertenencia a uno de los dos sexos o ambivalencia" (Giraldo Neira). Este elemento hace referencia ex­plícita al aspecto subjetivo y relacional in­trapsíquico, cómo asume cada individuo su sexo, qué tipo de relación establece con su cuerpo, cómo siente suya cierta iden­tidad sexual y la ve reconocida también por los otros. Por lo que concierne a este componente, puede no haber sintonía to­tal entre sexo biológico y percepción de la identidad sexuada subjetiva. Algunos autores distinguen entre identidad del gé­nero, que se desarrolla en los dos o tres primeros años de la vida, y consiste en la mayor o menor convicción de la persona de pertenecer a un sexo de género concreto, e identidad unida a comportamientos acerca del papel del sexo o papel del gé­nero: los primeros se refieren a la con­ducta sexuada verdadera y propia, los segundos aluden a los comportamientos con connotaciones masculinas o femeni­nas, es decir, a las vivencias sexuales.

 

¿Por qué hablar de amor cuando queremos hablar de sexualidad?

Sexualidad: es una palabra de uso muy reciente. Data del siglo pasado, durante el auge de la época victoriana. Es en 1808, de la pluma de Charles Fourier, cuando este concepto aparece en nuestra cultura. La palabra "sexual" se usa para ofrecer un concepto más global. El Oxford English Dictionary publica una lista de las fechas en que se comenzaron a usar términos re­feridos a la sexualidad: "órganos sexua­les" (1828), Meseo sexual" (1836), "instinto sexuaF (186 l), "impulso sexual" (1863), «acto sexual" (1888), e "inmoralidad se­xual" (1911). Una progresión similar se da en los otros idiomas europeos.

Hoy es de capital importancia clarificar el concepto de sexualidad como hemos he­cho con el de sexo. Una leve indagación al respecto nos permite comprobar có­mo, cuando se habla de la misma cues­tión, en realidad puede que se esté hablando de cosas muy diferentes. Por otro lado, también podemos comprobar que el con­cepto de sexualidad que se maneja, en ge­neral, es muy restrictivo. Para la mayoría, la sexualidad se reduce a aquello que tie­ne que ver con el «sexo» y las «relaciones genitales", o sea, con el comportamiento genital. (Gráfico 2)

La sexualidad afecta a la totalidad de la persona. La persona es una totalidad en unidad, en cuanto es un ser sin rotura. La sexualidad engloba en profunda unidad todas las instancias de la persona, desde la somática, psíquica, afectiva, social, cultural, axiológica y sanitaria: la sexualidad no es, pues, relativa solamente al cuerpo, sino que es riqueza de toda la persona. Luego la sexualidad condiciona y está obli­gada a encontrarse, expresarse, manifes­tarse, relacionarse, comunicarse con los demás por la totalidad de las instancias que constituyen el todo sexual.

La sexualidad habla de la forma de ex­presar el hecho de ser sexuados como cé­libes. La sexualidad abarca todo el cuerpo y a toda la persona como ser sexuado, es una fuente de comunicación, ternura, sa­lud y una forma privilegiada de obtener placer. Se expresa de muchos modos: ca­ricias, besos, abrazos... El coito es uno de ellos, no el único, ni el fin principal.

La sexualidad humana se entiende como un modo de comportamiento, una con­ducta de relación en la que se conjugan factores de naturaleza somática, psicoló­gica, afectiva, social, cultural, axiológicos, religiosos e higiénico‑sanitarios, integra­dos armónicamente en el todo personal, resaltando que el significado sexual de un objeto se elabora en función de diferen­tes factores y no sólo de uno, adoptando la sexualidad un carácter dinámico, evo­lutivo, no invariable ni inamovible.

La sexualidad humana es la manera y la calidad de encontrarnos, relacionarnos, comunicarnos, expresarnos entre sí los sexos, en cualquier momento de nuestra existencia y en cualquier aspecto de la vi­da. La sexualidad es el modo y la manera en que los humanos experimentan y a su vez expresan su sexuación como condi­ción relacional con respecto a unos y a otros en identificación y calidad de hombres y mujeres. La sexualidad no es me­ramente un fenómeno biológico o físico accidental a los seres humanos, sino par­te integrante de su autoexpresión y su au­tocomunicación con los demás.

La sexualidad es un sistema de conductas o comportamientos, desde el ser perso­nal sexuado del célibe, abierto a todas las funciones o significados que tiene en nues­tra cultura, prescindiendo del aspecto ge­nital del componente somático por el amor a Dios y a los valores del Reino de Dios, integrada en la totalidad de nuestro ser sexuado, de una manera armónica y en nuestro proyecto de vida, vivida por me­dios positivos y que potencian la perso­nalidad, el encuentro, la relación, la comunicación, el amor, la felicidad... condicionada por las pautas religiosas, socia­les y culturales de cada época y lugar, pa­ra realizamos plenamente como personas sexuadas y eróticas que somos.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) nos describe la salud sexual de la siguiente forma: "Salud sexual es la inte­gración de los elementos somáticos, emo­cionales, intelectuales y sociales del ser sexual, por medios que sean positivamente enriquecedores y que potencien la perso­nalidad, comunicación y el amor". For­mación de profesionales de la salud (1974), Serie I . Tm. No 572, Ginebra.

La definición de la OMS, sin embargo, es parcial, porque no tiene en cuenta ins­tancias del ser sexual. El todo sexual cons­ta de las siguientes instancias: biológica, psicológica, afectiva, social, cultural, axio­lógica, religiosa e higiénico‑sanitaria. Qui­zá deje alguna sin nombrar y que debería ser incluida, como han hecho algunos otros autores, pero considero suficientes las ya reseñadas. Lo que me parece muy grave por parte de un organismo de la re­levancia de la OMS es que deje fuera la axiológica y religiosa, que para los cre­yentes es muy importante, ya que la di­mensión religiosa marca profundamente el proceso de sexuación de los individuos y, por tanto, de la vivencia de su sexuali­dad y erótica.

 

La genitalidad no es la única manera de vivir la sexualidad humana

Las capacidades de la sexualidad huma­na no son meramente genitales, sino re­lacionales, comunicativas, cognitivas, afectivas.. ., dado que las instancias de la sexualidad abarcan a toda la persona hu­mana. A través de la sexualidad entramos en el misterio del amor. En la integración actual de la sexualidad célibe no carece­mos de ayuda, porque la iglesia ha supe­rado el marco meramente biológico en su comprensión de la sexualidad.

La abstinencia genital es una interpreta­ción biológica, necesaria pero mínima, de lo que implica la sexualidad célibe. La se­xualidad célibe es un estilo de vida sexual adulto diferente al de otros estados de vi­da. La sexualidad célibe es una consagra ción de nuestra sexualidad, de nuestro modo de ser hombres o mujeres en e mundo.

La genitalidad viene a ser una subparte de instancia somática de la sexualidad hu­mana. Es un valor esencialmente muy re­lativo, ya que su ejercicio sólo vale en función y al servicio de las demás instan­cias y funciones de la sexualidad. Princi­palmente es humanizada y personalizada por la afectividad, ternura, caricia, etc. Necesita la explícita referencia a las otras instancias y funciones de la sexualidad humana y en relación a ellas se define y alcanza su pleno valor. La frontera entre sexualidad y genitalidad no está siempre bien delimitada. El reconocer esto no significa fornentar el miedo, la sospecha o la desconfianza, sino insistir en la necesidad de este conocimiento, indispensable para la vivencia e integración de la sexual¡ dad en este tipo de vida.

 

 

II

¿QUÉ ES LA SEXUALIDAD CÉLIBE?

 

La idea de que la sexualidad forma parte del celibato, que éste no es contrario a ella y que no viene determinado fundamentalmente por la abstención de relaciones genitales únicamente, se va imponiendo desde las nuevas valoraciones antropológicas del hecho sexual. Un nuevo entendimiento del significado cultural del sexo y sexualidad nos ayudaría a revisar nuestras ideas sobre el tema. La palabra célibe en el decurso de estas páginas se toma como una opción diferente de vivir y expresar la sexualidad humana. Es una forma de vida afectivo-sexual que me empuja a arriesgarme a amar a todos, en calidad y profundidad. La vida célibe vivida me ha enseñado que cuanto más pronto te arriesgas a comenzar a amar, antes comienzas a hacerte mejor e influir benéficamente a los que te entregas.

Un dominico que conozco mucho me definió su vida célibe como «una forma de vida en la que puedo expresar mi sexualidad de una forma no genital, pero de forma diferente, que me hace amar bien a todo el mundo". Yo soy célibe y como tal me siento un hombre sexuado, sexual y erótico. Creo que el celibato es un estado sexuado y sexual. Esto me lleva a preguntarme e investigar la relación entre sexualidad y celibato. Esta afirmación, que nos permite la nueva valoración antropológica de la sexualidad, hace surgir en todas las personas no célibes una gran pregunta: ¿Cómo es vuestra sexualidad célibe?, ¿cómo las vivís?, ¿cómo la expresáis?, ¿cómo la sentís?...

Los mitos ante sexualidad célibe

§          El sexo entendido como algo sucio, ma­lo y pecaminoso.

§          Buenas relaciones genitales igual a bue­na salud.

§          La genitalidad es obligatoria.

§          La supervaloración de que es objeto la sexualidad hoy.

§          La mujer, objeto de placer masculino. El hombre y la mujer están completos al unirse genitalmente.

§          Las mujeres son una amenaza para la salvación del célibe.

§          La sexualidad es algo natural que no se puede controlar.

§          La ilusión o hipervaloración del placer genital.

§          El coitocentrismo.

§          La genitalidad es el único camino para alcanzar el placer sexual.

§          La intimidad significa genitalidad.

§          Todo contacto fisico con la mujer debe terminar en coito.

§          Amarse es tener relaciones genitales. Todos los célibes son vírgenes.

§          La vida célibe, camino de soledad

§          Idealizar la sexualidad matrimonial.

§          Idealización de la mujer.

§          El hombre tiene un impulso sexual ha­cia la mujer.

§          El cuerpo sexuado, cárcel del alma.

§          El angelismo sexual.

§          El no tener relaciones genitales es sinó­nimo de sexualidad célibe.

§          Los célibes sin educación sexual saben vivir ese proyecto de vida.

§          La falsa creencia de la integración se­xual plena.

 

La sexualidad célibe desde un concepto integral

Hoy, la sexualidad científica nos habla y justifica con facilidad diferentes formas de vida sexual y, como sexólogo cristia­no, me cuesta comprender a unos cientí­ficos que justifican otras formas de vida sexual y se aferran en negar ésta. De ahí que es necesario hacer de la sexualidad cé­libe una reinterpretación global, tenien­do en cuenta todos los componentes, condiciones y aspectos que intervienen a la hora de dar una visión integral y posi­tiva. Sólo en el contexto de una sólida an­tropología teológica sobre el sexo y la sexualidad, puede el celibato ofrecer un tipo de vida sexual sana y positiva en la que realizarse plenamente como perso­nas sexuadas que somos.

Algunos célibes, basados en nuevos estu­dios y valoraciones antropológicas de la sexualidad humana, tenemos una inter­pretación más compleja del celibato en el campo de la sexualidad que, simplemen­te, lo no «genital". La genitalídad no ago­ta la sexualidad del célibe. La intimidad sexual no queda agotada en la intimidad genital. Aunque sea muy difícil hoy por falta de conceptos y lenguajes hablar y ex­presar esa otra intimidad sexual.

Redefinir la sexualidad célibe de manera más amplia no supone evadirse, ni exi­girse menos. Los célibes diariamente se ven llamados por el mundo a contestar estos interrogantes y a integrar estas nue­vas exigencias de la sexualidad. Esta nue­va amplitud del concepto de sexualidad pone de manifiesto las capacidades vita­les y amorosas de ella en su rico mundo de relaciones, capacidades que no son ge­nitales y a las que no renuncia. El célibe se ve a diario desafiado a integrar las exi­gencias de la sexualidad en su vida para vincularse con los demás. Debatirse con la sexualidad es parte de esa exigencia.

La relación y diferencia entre lo que sig­nifica ser célibe y lo que es la sexualidad célibe no es nada clara. Tal como se estu­diaba antes y se hablaba de ella, era una abstención y negación de ella. Por ello, es muy difícil poder explicarla a quien la vi­ve. Las palabras que usábamos en el pa­sado para hablar de este campo no son lo suficientemente correctas, no indican lo que deseamos transmitir, y las que pode­mos crear no son comprendidas. Tal vez porque en el pasado no se nos daba un lenguaje apropiado para hablar de ella, ni se nos animaba a expresar en voz alta las sensaciones sexuales que experimentába­mos. Las cosas van cambiando y comen­zamos a plantear y discutir tenias sobre la sexualidad dentro de las comunidades cé­libes. Hoy cada vez tenemos más claro que tenemos y vivimos un tipo de sexualidad humana y que esa sensación sexual está entretejida con su practica célibe.

El proyecto de vida sexual célibe repre­senta, por tanto, la modalidad existencia] que el individuo elige para realizar su se­xualidad de cara a la plena realización per­sonal. La opción sexual célibe por el Reino constituye este proyecto de vida, es el es­tilo existencial que el célibe elige para vi­vir su sexo y sexualidad en función de su bien total, el amor a Dios y a los herma­nos en la construcción de fraternidad.

La vida sexual célibe es una forma de en­frentarse y vivir el proceso de sexuación, y de sentir, vivir y expresar su sexualidad humana, aunque es un camino de mino­rías y muy diferente a como se vive en pa­reja. La renuncia a la subparte genital de la parte somática de la sexualidad y a com­partir la existencia con una persona en una amistad en pareja exclusiva, no su­pone dejar en el olvido la sexualidad de la vida célibe, un aspecto imprescindible de esta forma de vida. La vivencia de su se­xualidad y el desarrollo de ella es una ta­rea de la que nadie puede eximirle.

Las capacidades relacionales, comunica­tivas y afectivas de la sexualidad humana no son meramente genitales, sino tam­bién y predominantemente afectivas. Da­do que la sexualidad abarca una amplia gama de capacidades humanas, la reali­zación y maduración sexual no concier­ne sólo a la genitalidad. La sexualidad célibe es más que continencia y abstinen­cia de la genítalidad, más que ser soltero, porque cualquiera puede vivir la soltería en la cultura secular.

Las expresiones sexuales de la vida célibe son las del afecto, calidez y ternura, no las expresiones o gestos que implican geni­talidad. El lenguaje sexual del celibato de­be ser congruente con el modo de vida en el que uno ha elegido vivir y experimen­tar su intimidad sexual. Las expresiones sexuales propias de este tipo de vida son las de la amistad intencional.

 

El celibato está en el cerebro más que en los genitales

El cerebro es la batuta que dirige toda la orquesta de la vida sexual del célibe. Es más fácil para unos que para otros, según el potencial biológico, pero más aún se­gún la educación y los hábitos. La educa­ción sexual de este tipo de vida es una necesidad neurofisiológica, hasta el pun­to de que los automatismos reflejos del hombre no son guiados por un instinto seguro, sino que se trata de hábitos de aprendizaje. Este mando que toma el ce­rebro superior del hombre sobre los com­portamientos sexuales es lo que les da su gran maleabilidad. El hombre puede ha­bituarse a cualquier cosa. Es el ser más desbordable, dominable y moldeable en razón de las posibilidades de su cerebro. Pero también es el ser más desviable del camino normal, al mismo tiempo que el más neurotizable. Precisamente porque no tiene un verdadero instinto, sino una necesidad, las perturbaciones de la con­ciencia podrán orientarlo desde niño ha­cia una sexualidad sana o patológica.

El cerebro es un ordenador compuesto por unos cien billones de neuronas, que constantemente intercambian informa­ciones entre sí. Los impulsos eléctricos viajan por las extensiones o ramificacio­nes de la célula nerviosa hasta su núcleo, y esto genera una producción de sustan­cias químicas (neurotransmisores ner­viosos) que actúan como mensajeros entre las sinapsis nerviosas. El hipotálamo se comunica con la glándula pituitaria, que a su vez envía mensajes hormonales a los órganos genitales. Y estos órganos pro­ducen hormonas que dirigen la acción se­xual: los hombres producen testosterona en los testículos y las mujeres, en sus ova­rios, estrógenos y progesterona.

El origen del deseo sexual y de la mayo­ría de las conductas sexuales está en el ce­rebro. Hace algo más de un año, un grupo de investigadores franceses, mediante unas técnicas de investigación complicadas, lo­calizó e identificó cinco regiones del ce­rebro que entran en acción en el momento de la excitación sexual. La activación del cerebro pasa por esas cinco zonas antes de decidir si entra o no en acción.

 

La sexualidad de Jesús

La definición de la vida sexual célibe cris­tiana del religioso, en cuanto opción fun­damental de vida, hay que buscarla en Jesús en la apasionada búsqueda del Rei­no de Dios. Desde esta óptica, es muy ne­cesario preguntarse cómo vivió Jesús su propia sexualidad, qué hizo con ella y qué dijo acerca de ella, sobre todo porque, si a partir de la encarnación se hace en to­do semejante a los hombres ("menos en el pecado'”) también en la sexualidad. Je­sús, en cuanto ser sexuado, sexual y eró­tico, es un varón. Se sintió y expresó como un varón en su sexualidad. Y vive su se­xualidad de varón de una manera deter­minada. La pregunta que surge es: ¿de qué manera vive esa sexualidad y por qué la vive así? Pregunta y respuesta son esen­ciales para definir la sexualidad célibe. El NT no usa la palabra sexualidad, un con­cepto creado por la cultura moderna. Je­sús no podía, por tanto, usarlo con el contenido que hoy le damos. Pero en Ma­teo usa la palabra eunuco, que nos pue­de ayudar a comprender el concepto de Jesús: «Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que fueron hechos por los hombres, y hay eunucos que a si, mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos. El que pueda entender que entienda" (Mt 19,12).

La sociedad y la cultura en tiempos de Jesús centraban el concepto sexualidad en la genitalidad reproductora, y negarse a ella era un insulto para el varón y la mu jer. Pero este concepto no es el que usa nuestra cultura actual. La genitalidad es una subparte de la parte somática de la sexualidad y del sexo. No implica a es todo del que hoy nos habla nuestra cultura y del cual no puede prescindir nadie. Pero si se puede prescindir de una parte libremente por un bien superior, como es la construcción del Reino de Dios, esto no plantea ningún problema. Ya que la parte está siempre en función del todo. Lo grave es que hoy día muchos siguen viendo la parte sexual como un todo y, por ello, no pueden colocar bien las instancias sexuales dentro de la globalidad. En Jesús es importante anotar la razón que ofrece para explicar por qué no se ha casado. Si no lo ha hecho, no ha sido por­ que algo o alguien se lo hayan impuesto. Ni nació impotente, ni ha sido castrado por nadie. Si no se ha casado, siguiendo la tradición de su pueblo, ha sido por un motivo bien significativo: el Reino de Dios. Porque para Él lo primero y más importante es el Reino, y todo lo demás está en función de este objetivo prioritario. El acento no hay que ponerlo en este tipo de vida sexual, como si se tratara de una defensa a ultranza de ella. Todo lo contrario. El acento hay que ponerlo en el valor de Reino de Dios, por el que se debe de­jarlo todo y venderlo todo. El mismo matrimonio cristiano hay que vivirlo desde esta opción prioritaria, no solamente el fecundo, sino también el estéril, aquel que era marginado por la ley de su tiempo.

Lo importante no es la sexualidad célibe en sí misma. Lo que realmente importa es que las formas de vida sexual que exis­ten, por ejemplo la misma homosexuali­dad, se vivan según las exigencias del Reino. Ningún tipo de vida sexual es mejor ni peor, ni ha de ser motivo de vanagloria o comparación. Su único y verdadero valor hay que situarlo en la dinámica del Rei­no, en el servicio a todos, en especial a los más malditos y proscritos por las leyes.

 

Qué nos enseña la manera de vivir Jesús su sexualidad

§   El Reino y su justicia son lo primero y lo último para Jesús.

§   Su sexualidad la pone al servicio del Rei­no de Dios.

§   La castidad es una exigencia a valorar desde la construcción del Reino.

§   Jesús no sobrevalora ni infravalora su propia vida sexual.

§   Mucho menos la absolutiza o diviniza.

§   La valora sólo en función del Reino.

§   Por él y para él vive Jesús su sexualidad.

§   Su único absoluto es el Dios del Reino.

§   El Reino es la fuerza integradora que encauza creativamente su vida sexual.

§   El que encuentra el tesoro del Reino puede prescindir de lo demás.

§   La sexualidad la vive para ese Dios y pa­ra ese Reino.

§   Vive las relaciones humanas heterose­xuales en la dinámica del Reino,

§   Las relaciones homosexuales hay que verlas también desde el Reino.

§   Su vida sexual célibe no es excusa para no amar. Todo lo contrario.

§   Su vida sexual manifiesta la ternura del amor gratuito de Dios a los necesitados.

§   Su sexualidad expresa el amor que tie­ne a los más necesitados.

§   Su sexualidad no le hace egoísta, moji­gato, ni huraño, sino todo lo contrario.

§   Su sexualidad no le aleja de la convi­vencia, compañía y amistad de las mu­jeres, sino que tiene un trato familiar con ellas.

 

Funciones o significados de la sexualidad célibe

La opción de una vida célibe por el Reino constituye este proyecto de vida sexual en función de su bien total, el amor a Dios y a los hermanos. Pero, al mismo tiempo, es también el fundamento de los significados o funciones donde sitúa su opción  de vida. La sexualidad es un bien humano precioso al servicio de la realización del bien total, objetivo final de la vida célibe. Esta opción, a su vez, le ofrece los valores y significados que la sexualidad célibe debe vivir y respetar, y que, también a su vez, le dan la riqueza y la motivan en su modo de vivirla y el testimonio que debe dar para Dios y los hermanos. Recordemos algunos de esos significados:

§  Profetas de otra forma de vivir y expre­sar la sexualidad humana.

§  Ser mensajeros de libertad sexual en un mundo de adictos genitales.

§  Ofrecer la nueva identidad sexual de la persona de Jesús.

§  La sexualidad, dinamismo realizador de la personalidad célibe.

§  La fecundidad personal no se agota en el significado reproductor.

§  La sexualidad célibe es una forma más de relación interpersonal con el otro.

§  El celibato es una forma más de comu­nicación sexual con los otros.

§  La expresión de la sexualidad célibe es un camino de amor oblativo y gratuito.

§  La genitalidad no es el único camino pa­ra vivir el placer sexual.

§  Un camino más que nos conduce a la unión fiel con Dios y los hermanos.

§  Ser testigos en el mundo de hoy de la ternura del amor no posesivo de Dios.

§  Ser profetas de la gracia gratuita de Dios.

§  La persona es atractiva no por su atrac­tivo genital sino personal.

§  El célibe da rienda suelta a sus deseos sexuales en pos del apetito incontrola­do de Dios.

§  El orgasmo genital no es la única forma de fusión plena con el otro.

§  La sexualidad célibe es otro de los ca­minos para superar la soledad, ya que es creadora de comunidad.


 

III

LA INTEGRACIÓN DE LA SEXUALIDAD, UN CAMINO QUE DURA TODA LA VIDA

 

¿Qué es la vivencia de una sexualidad sa­na en la vida célibe? La vivencia e inte­gración armónica de todos los elementos somáticos, psicológicos, afectivos, socia­les, culturales, axiológicos, religiosos e higiénicos de la persona sexuada, por me­dios que sean positivamente enriquece­dores y que potencien la personalidad, el encuentro, la relación, la comunicación, el amor, para realizarnos plenamente co­mo personas.

La sexualidad comienza al principio sien­do algo que se produce en mí y, poco a poco, con la integración progresiva, se va haciendo una realidad mía. En realidad, nuestros pensamientos, sentimientos, ac­ciones sexuales al principio no dependen de la voluntad. Todo ello aflora espontá­neamente. Lo que sí depende de la vo­luntad activa y para lo que sí estamos capacitados es para gobernarlos, en lugar de dejar impasiblemente que ellos nos go­biernen a nosotros. La educación sexual del célibe exige como algo imprescindi­ble la integración en la unidad del yo se­xuado de todas sus instancias o elementos. Todas ellas deben formar una unidad, aunque cada persona privilegia más un elemento u otro, dependiendo también de los momentos de la vida.

Todos estamos capacitados para practi­car la integración sexual, es sólo cuestión de conocer y de aceptar este aspecto de la sexualidad como hemos aceptado el as­pecto activo de vivirla como algo positi­vo. La integración está empezando a aparecer en nuestra sociedad permisiva en calidad de muy útil y positiva, como vehículo capaz de promover el desarrollo sexual personal de todos. El hecho de que esta aparición se esté produciendo en me­dio de tantos otros cambios sociales pue­de conducir a muchas conjeturas en relación con sus causas. Una de ellas es la evidente necesidad de equilibrar el mo­lesto bombardeo del erotismo de nuestra sociedad, una exageración para lo que ya no sirve de excusa la represión sexual del pasado. De ahí, el creciente interés por vivir un desarrollo espiritual sin los dualis­mos del pasado. Lo espiritual hay que aprender a vivirlo y expresarlo a través de un cuerpo sexuado como el nuestro.

 

¿En qué consiste la integración?

El verbo "integrar” es frecuente en el ám­bito de la sexualidad célibe. Así como la totalidad de la sexualidad es irrenuncia­ble, sí es renunciable el ejercicio de la ge­nitalidad como parte de la misma. Esta renuncia es fruto de la racionalidad, y lle­va a la persona no a reprimir o permitir, sino a integrar. La represión simplemen­te oculta activísimos volcanes interiores que un día u otro entrarán en erupción arrasando todo lo que encuentren a su pa­so. Por el contrario, una energía sexual debidamente integrada va dirigida a la construcción de la sociedad y de los valo­res religiosos, de una manera cada vez más humanizada. De todos modos, prefiero hablar de integración de los componen­tes de la sexualidad.

Según la Real Academia, integrar signifi­ca "formar las partes de un todo, com­pletar un todo con las partes que faltaban” y normalizar se define "como regularizar o poner en buen orden lo que no lo esta­ba, hacer que una cosa sea normal". No­sotros el término integración lo utilizamos fundamentalmente para hablar del pro­ceso de ajuste de las instancias o dina­mismos de la sexualidad humana en aras de constituir una globalidad unificada, ar­mónica y equilibrada. La base de la inte­gración es la unificación armónica y la interacción equilibrada de las instancias de este todo, que permite a la persona vi­virla por medios positivos que potencian la realización gozosa. La no integración implica el conflicto sexual entre las ins­tancias del todo. Sea como fuere, la for­ma de integración es distinta en todo célibe. La tendencia y el esfuerzo por alcanzar y lograr la integración y uniformidad es de­nominada por los sexólogos «integración sexual". Lo que se quiere conseguir es la integración en un todo unificado de las instancias, ordenadas entre sí de modo je­rárquico. La actitud de esfuerzo y auto­dominio, para ubicar cada instancia en la jerarquía correspondiente, pertenece al ámbito de la integración. La integración sexual vendría a coincidir con la capaci­dad de tener encuentros y relaciones intersexuales a través del amor, sin conver­tir al otro en objeto que usamos para po­nerlo a nuestro servicio, renunciando a la fantasía de constituirse en un todo para el otro o de que el otro se constituya a su vez en un todo para sí. Esa totalidad, a la que últimamente aspira la sexualidad, ha­brá que darla por perdida como condi­ción de posibilidad, aunque intentemos caminar por lograrla, procurando alcan­zar un encuentro real, positivo y gozoso con el otro, lo más pleno posible.

Es la capacidad que nos da fuerzas para integrar y canalizar de forma progresiva las distintas instancias o componentes del ser sexual en la totalidad unitaria de la persona, que nos permite vivirla por me­dios positivos, lo que potencia el encuen­tro interpersonal, la comunicación, el placer, el amor y la realización plena y go­zosa de la persona. No somos castos o in­tegrados, sino que lo vamos siendo en la medida que ponemos manos a la obra. Esta integración no se da como fruto de los dioses, sino como resultado de un du­ro esfuerzo continuado y perseverante de cada uno.

La integración, tal como hay que enten­derla y practicarla, es la manera humana de vivir nuestra sexualidad. No es una pro­eza, sino que está al servicio de valores su­periores: el respeto de sí mismo, el respeto del otro y el poderla vivir en una vida con­sagrada a Dios. La sexualidad humana no es vergonzosa, como dicen los puritanos, pero tampoco hay que sacrificarla, tal cual es, como creen los libertinos. Lo que es vergonzoso es la manera como solemos practicarla, una manera animalizada y de­sespiritualizada. La integración es ese mo­do de ser humano. Es una integración reflexiva al servicio del amor en la vida cé­libe. Esto quiere decir que la integración no es más que el aspecto técnico, que no debemos aislar, de una virtud superior que lleva el nombre de castidad. Virtud en verdad desvalorizada y ridiculizada hoy en día, siendo así que es la clave de todos los problemas sexuales humanos.

 

La integración, un camino de afectividad

La capacidad de amar es una condición indispensable para la integración de la se­xualidad. Hoy es de capital importancia integrarla en la inteligencia emocional, para vivir una sexualidad sana, positiva y realizadora dentro del proyecto célibe. Esa integración implica en cada uno de no­sotros educar y desarrollar la habilidad de nuestra inteligencia emocional. En nues­tro pasado educativo se daba toda la im­portancia a la inteligencia racional. Hemos creído que una buena racionalización de la sexualidad era capaz de reprimirla o su­blimarla en función de nuestro tipo de vi­da. Realidad que nos ha llevado a ser buenos ascetas, olvidando que cuando ya no te­níamos voluntad para seguirla reprimiendo con raciocinios y fuerza de voluntad, nos desbordaba y terminaba con nuestra vo­cación. (GRÁFICO 2, pág. 26)

La clave de la sexualidad célibe esta en in­tegrarla en la afectividad. Para que la integración de nuestra sexualidad sea posi­ble, es necesario que los célibes adquie­ran un fuerte autocontrol de ella. La sexualidad humana no es una fuerza ins­tintiva e imponderable, un impulso in­controlable, que deba manifestarse a tenor de las circunstancias del momento. Su re­lación con el cerebro es demasiado clara para poder ignorar que éste debe regir la evolución sexual. Chauchard, a lo largo de todas sus obras, ha demostrado admi­rablemente cómo la plenitud sexual sólo es alcanzada por aquellos que saben edu­car su sexualidad sometiéndola al auto­control directo del cerebro. El cerebro del hombre se coloca, entonces, al servicio del corazón, y le permite dominar una geni­talidad demasiado inquieta, transformándola en manifestaciones de amor. La integración y el autocontrol de la sexua­lidad es, además, el único medio que po­sibilita que la unión sea una comunicación de amor, más que una explosión de bús­queda de placer en el otro.

El elemento determinante del proceso in­tegrativo de la sexualidad célibe no es, por lo tanto, el ejercicio o no de la sexualidad entendida en un sentido genital, sino la capacidad de integrarse en una actitud de amor oblativo. Hay una estrecha relación entre amor oblativo y madurez de la per­sona humana. Quien haya comprendido esta afirmación no se maravillará al des­cubrir por qué los neuróticos pueden en­contrarse tanto en las filas de los desposados como en las de los célibes, exactamente en la misma proporción con que no han sabido poner en práctica una actitud de oblatividad en la donación propia, ya sea en, el ejercicio, ya en la abstinencia del uso de la genitalidad.

La formación recibida por el célibe ha con­sistido en gran parte, hasta el momento presente, en enjaular a las personas en sis­temas que hacen imposible el amor prác­tico, y después llamar a eso integración. Se trataba de reprimir a la persona hasta que sus hormonas entraban en decaden­cia, y después se la liberaba con su iden­tidad maltrecha y sin haber adquirido los verdaderos aprendizajes de la integridad afectiva. En lo que a la integración se re­fiere, existen, de hecho, dos riesgos: uno reside en el desarrollo de relaciones in­tersexuales y en la correspondiente evo­lución que demandan de acuerdo al proyecto de vida; el otro es esa clase de superficialidad de ir por la vida fi­sicamente casto y emocionalmente intacto. No se trata de elegir no amar, sino de llegar a escoger sinceramen­te entre las dos situaciones, a fin de que nuestro amor sea real y nuestra castidad fecunda.

La sexualidad del religioso, si no es in­tegrada y vivida en una vida de amor, no tiene calidad, ni profundidad cristiana. Cada día son más las voces que claman por un desarrollo de la inteligen­cia emocional para poder lograr este ob­jetivo prioritario. Un equilibrio de lo racional y lo emocional sería el ideal, pe­ro en el caso de desequilibrar la balanza sería preferible que lo hiciera del lado de la afectividad.

 

Las comunidades célibes, lugares ideales de integración

La vivencia de la integración de la sexua­lidad en el ámbito de la vida comunitaria ofrece al célibe la posibilidad de su reali­zación afectiva, de una realización inter­personal afectivo‑sexual apoyada en la comunidad de hermanos/as y de una en­trega amorosa, creativa y fecunda. No quedando así mutilada nuestra capacidad afec­tiva, sino plenificada en el amor a Jesús y los hermanos. Es una forma de amor a Je­sús, siempre vivo y presente, que sólo pue­de verificarse en el amor a los hermanos, siendo muy difícil testimoniarlo sin la co­munidad ("Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo").

Es un compromiso de amor total a Jesús y, en Él, a los hermanos, para construir la gran utopía de una comunidad fraterna. La persona de Jesús y su Reino se nos hi­zo tan fascinante que llegamos a relativi­zar no sólo el modelo sexual genital, que nos ofrecía nuestra sociedad, sino el gran valor de la familia que teníamos y de la familia que podíamos formar. Polariza­dos en el amor a Jesús y el Reino de Dios, dejamos la propia familia y decidimos en­trar a formar parte de una familia de fe, para vivir el seguimiento de Jesús célibe en una fraternidad abierta a la universa­lidad. En ella consolidamos nuestra ca­pacidad de amor y nos vamos haciendo hermanos y hermanas. La comunidad se hace necesaria, pues, para vivir la sexua­lidad célibe por el Reino, porque no se puede amar a Dios invisible si no se apren­de y experimenta el amor en la fraterni­dad visible.

La sexualidad célibe con amor constitu­ye una vida de comunidad. El celibato frustrado es la muerte de esa vida. Una comunidad erótica está formada por per­sonas valerosas y amantes, y consiste no en la comunidad, sino en la armoniosa colaboración de personas libres. La ar­monía erótica sólo es posible cuando los individuos eligen libremente hacer lo que es mejor para los demás. El célibe dotado de una capacidad afectivo‑sexual crea una comunidad espiritual porque se entrega en cuerpo y alma a esa comunidad. La vi­da de comunidad es una vida de amor co­participada en la mayor calidad y extensión posible. La más autentica fraternidad por el Reino de Dios es la formada por quie­nes escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra. Y la Palabra de Dios, como dice San Juan, es amor.

Una persona aislada no puede implantar un nuevo estilo integrado de sexualidad, porque la sexualidad es un complejo fe­nómeno social y siempre presupone por lo menos una comunidad mínimamente representativa, a modo de unidad básica, una aceptación del grupo, puesto que, de otro modo, su advenimiento no podría tener lugar en estos momentos en nues­tra sociedad.

 

Fases de la integración sexual del célibe

La sexualidad célibe es un viaje, siempre cambiante, nunca estático. Los deseos y las apetencias sexuales suben y bajan, cam­bian con la adolescencia, la juventud, la madurez, la menopausia, la andropausia y la vejez. La sexualidad, de una forma o de otra, siempre está presente. De hecho, desde el momento en que nacemos so­mos sexuales.

 

El fruto más valioso de la integración de la sexualidad

El fruto más preciado que produce el ár­bol de la integración es la libertad ante nuestra sexualidad y la del otro. Sin do­minio de nuestra sexualidad no se puede lograr la libertad sexual. Pero, a su vez, el dominio de la sexualidad exige una gran "voluntad activa" en orden a conseguir la tan cacareada libertad. El reino de la li­bertad no baja a la sexualidad humana sin cooperación del propio individuo. Sola~ mente los que se esfuerzan lo logran. La integración sexual se ha de conquistar, se­gún la experiencia de vida de los que lo van logrando. Una sexualidad positiva, sana e integral, vivida como expresión de un amor que llena de gozo a los que así la viven realizando plenamente a sus perso­nas, implica una jerarquía de valores y descansa sobre el principio del esfuerzo y la ascesis de la voluntad activa.

Como cristiano veo en jesús ese prototi­po de hombre sexualmente libre, a pesar de que a muchos hombres de hoy y no creyentes les parezca algo extrano, ya que se abstuvo de vivir la sexualidad tal como la concebía su cultura judía. Con razón W. Reich, el patrón de la llamada "revo­lución sexual", afirmó que Jesús era el pro­totipo de hombre sexualmente libre, que expresaba en su conducta sexual una per­sonalidad en la que las necesidades vita­les más profundas están resueltas. Para W. Reich, los hombres neurotizados no pudieron soportar a Cristo por lo intole­rable que les resultaba su libertad a todos los niveles: fueron los hombres neuróti­cos y acorazados los que en Cristo mata­ron la vida.

Sólo para lograr esta libertad espiritual frente a nuestra sexualidad y la del otro, la Iglesia nos exige la ascesis de voluntad activa a célibes y casados. Sin ella no se puede lograr el dominio de los impulsos sexuales, que nos hacen ser dependientes o adictos a esa sexualidad. Este dominio no se consigue sin nuestra colaboración y esfuerzo personal. Porque las cosas gran­des son preciosas y caras, cuestan, re­quieren la propia superación, cuando no el negarse a sí mismo.

 

¿Qué hacer con la ascética sexual?

La integración del dinamismo sexual no es un simple precepto que se nos impone desde el'exterior, sino una exigencia fun­damental de nuestra sexualidad sana. Decir sexualidad sana es sinónimo de per­sonalidad integrada, que tiene todos sus elementos armónicamente integrados. Só­lo una actitud ascética encaminada a esa integración es humana no mutila la se­xualidad, sino que nos permite vivirla por medios positivos dentro de ese proyecto de vida sexual que es el celibato cristiano. La ascesis sexual no es una guerra contra la sexualidad, para que la suprima como si fuera un obstáculo que impide vivir el celibato. Es algo necesario para integrar­la y que nos permita ser dueños de ella, para poderla vivir dentro de ese proyec­to de vida elegido libremente para seguir a Cristo.

Lo importante es no confundirla con la negación, la represión, la inhibición, la vergüenza, los miedos, los falsos pudo­res... La ascesis trata de educar la sexua­lidad del célibe para lograr la integración y, como consecuencia, nos conduce a la verdadera libertad sexual para poder vivir este tipo de sexualidad humana y cristiana. La ascesis cumplida con naturalidad e inteligencia no impide entrar en la relación sexual con los otros sino que la hace posible.

Lograr hoy una sexualidad célibe, inte­grada en la totalidad de la persona y en nuestro proyecto de vida, es más necesa­rio que nunca. Comprendo la reacción del mundo célibe contra ella, la ascética que les enseñaron y aprendieron perte­necía a un modelo sociocultural de se­xualidad hoy pasado. Era una ascética que negaba, reprimía y veía la sexualidad co­mo contraria a la vida célibe. Hoy no se comprende y mucho menos se puede jus­tificar una ascética que niegue toda se­xualidad y menos aún la que hemos elegido vivir. Los ascetas no son castos, sino que a base de racionalización mental y gran­des dosis de ascesis, intentan reprimir y prescindir de la sexualidad. Lo peligroso de estas personas es cuando se les rompen estos bloqueos, y toda esa energía re­primida se desborda perjudicando a la persona en su totalidad.

Se impone, pues, la ascesis sexual de una voluntad activa. En caso contrario, co­rremos el riesgo del fracaso más lamen­table. El célibe que no sabe ser dueño de su sexualidad es incapaz de lograr la in­tegración de sus componentes y de vivir­la de una forma positiva y por medios positivos en la unidad de la persona, en su proyecto de vida, e integrada en una afectividad oblativa. Por eso, hay tantas decepciones que envenenan la sexualidad célibe, en detrimento del logro de su feli­cidad. Uno de los principales imperativos relacionado con la práctica de la ascesis cerebro‑sexual es adquirir un sólido do­minio sobre nuestra sexualidad, puesto que sólo él hace posible la vivencia de la misma.

 

¿Qué se requiere para vivir este tipo de voluntad activa?

§          Tener bien desarrollada la capacidad de "voluntad activa".

§          Tener una actitud positiva frente a la sexualidad.

§          Estudio y conocimiento de Jesús y su mensaje.

§          Estar capacitado para ese estado de vida.

§          Conocer y aceptar las ventajas que nos aporta.

§          Vivir y frecuentar personas que lo viven.

§          Sentirse bien con el trabajo que se realiza.

§          Desarrollar una gran capacidad de entrega.

§          Tener buenos amigos con los que re­lacionarse.

§          Una comunidad donde tu necesidad de ser amado se llena.

§          Una vida activa donde te realizas co­mo persona.

§          Una vida de oración.

§          Una vida de entrega total a tu propio carisma.

§          No considerar el trato con la mujer co­mo tentación y causa de pecado.

§          Ver al hombre y la mujer como com­pañeros y amigos, y nunca como un peligro.

§          Tener madurez afectiva.

§          Convivir y sentir el apoyo y ayuda de matrimonios y familias felices.

§          Desarrollar en sus vidas una gran ca­pacidad de acogida a todos.

§          Saber acercarse a la realidad de la vida y de los problemas del hombre de su tiempo.

§          Que aprenda a estar solo y a convertir luego esa soledad en una gran riqueza personal.

§          Desarrollar la capacidad de interde­pendencia y no de dependencia

 

CONCLUSIÓN

1. Frente a la "positividad" y bondad que comporta la realidad sexuada, sexual y erótica desde los designios divinos co­mo reflejo de la santidad de la creación, la sexualidad del célibe ha estado du­rante demasiado tiempo vinculada a un dualismo, que distorsiona y oculta su cara positiva. Si este estado de vida só­lo es percibido como una privación de la sexualidad, el resultado será un desa­rrollo humano y cristiano antinatural y desequilibrado.

2. La sexualidad humana no está deter­minada por imperativos biológicos, si­no que está sujeta a condicionamientos sociales y religiosos. En este sentido, la sexualidad no se ajusta a un modelo uní­voco, sino que es profundamente plu­ral. Especialmente, en las sociedades más complejas y avanzadas, existen una gran variedad de saberes que permiten ges­tionar la sexualidad humana.

3. La idea revolucionaria de que el celi­bato forma parte de la sexualidad hu­mana y no es contrario a ella, es algo esencial a tener en cuenta para su com­presión. Que no viene determinado fundamentalmente por la abstención, continencia y castidad de las relaciones genitales. Es primariamente una elec­ción libre de vivir una nueva forma de vida sexual por razones humanas y re­ligiosas. Es una forma de práctica sexual sin las fuertes luchas que genera una re­lación genital activa y que ni se apoya ni es apoyada en y por el mito de la sexua­lidad reducida a la genitalidad.

4. El celibato puede abrir caminos sor­prendentes y maravillosos en la creación de nuevas formas de encuentro, relación y comunicación, de contactos interper­sonales entre los sexos.

 

Bienaventuranzas de la sexualidad célibe

 

Bienaventurados los célibes que aceptan la sexualidad como don de Dios, porque se convierten en pregoneros de una buena noticia en el Reino de Dios.

Bienaventurados los célibes con actitudes positivas ante la sexualidad, porque ellos serán los mejores defensores del derecho a ella en el Reino de Dios.

Bienaventurados los célibes que imparten una educación sana, positiva y progresiva, porque ellos serán los educadores del Reino de Dios.

Bienaventurados los célibes que se aceptan corno personas sexuadas, sexuales y eróticas, porque dan testimonio de la encarnación en el Reino de Dios.

Bienaventurados los célibes que escuchan la llamada "ven y sigueme', porque nuestra gratuidad es muy grata a los ojos de Dios.

Bienaventurados los célibes que imitan la identificación y orientación sexual de Jesús, porque serán gratificados por ello en el Reino de Dios.

Bienaventurados los célibes por elegir esta opción de vida sexual diferente, porque permiten que haya libertad sexual en el Reino de Dios.

Bienaventurados los célibes que renuncian a la fecundidad, porque su amor será fecundo creando la gran fraternidad de los hijos de Dios.

Bienaventurados los célibes que son fieles a la opción realizada, porque tendrán una gran recompensa en el Reino de Dios.

Bienaventurados los célibes que integran la sexualidad en su proyecto de vida, porque llegarán a gozar de la libertad de los hijos de Dios.

Bienaventurados los célibes que no se sienten superiores ni mejores a otros, porque entre ellos reinará la igualdad fraternal de los hijos de Dios.

Bienaventurados los célibes que se arriesgan a amar más, porque ellos dan testimonio hoy del amor oblativo de Jesús en el Reino.

Bienaventurados los célibes que no explotan y abusan de la sexualidad de nadie, porque esto es prioritario en la construcción del Reino de Dios.

Bienaventurados los célibes que aceptan y respetan la diversidad sexual, porque las puertas del Reino de Dios no se cierran para nadie.

Bienaventurados los célibes que integran su sexualidad en el amor, porque serán capaces de vivirla por medios positivos constructivos del Reino de Dios.

Bienaventurados los célibes que saben disfrutar de unas relaciones sexuales cálidas, porque serán las manos tiernas y cariñosas de Dios en el Reino.

Bienaventurados los célibes que dirigen su pulsión sexual con el fin de construir el Reino de Dios, porque ellos serán la comunidad célibe de los hijos de Dios.

Bienaventurados los célibes que, aceptando la bondad del placer genital, renuncian libremente a él, porque ellos heredarán el gozo de los hijos de Dios.

 

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