DEFENDER LA FAMILIA . Carta Pastoral
13-6-3005
Mons. Fernando Sebastián Aguilar
Arzobispo de Pamplona y Tudela
ATRIO, 13-6-2005 (No tiene fecha en la Web de la
diócesis)
Desde hace bastantes
años se desarrolla en el mundo un cambio profundo en la comprensión y
ejercicio de la sexualidad. En el momento presente está ya ampliamente
difundida una visión y una práctica de la sexualidad humanamente
empobrecida, reducida a un medio de obtener placer y bienestar. La
unión de los cuerpos deja de ser signo de entrega y comunicación
personal y alcanza la categoría de fin, o de medio para el propio
placer. Disminuye la donación y aumenta la utilización.
Este movimiento
cultural que se difunde casi sin darnos cuenta por los seriales de TV,
las películas, las canciones, las novelas y las enseñanzas de muchos
maestros oportunistas, se ve ahora reforzado por la actividad
legislativa de nuestros gobernantes.
En el caso del
reconocimiento de un verdadero matrimonio entre homosexuales, lo peor
no es el que se reconozcan unos pretendidos derechos a una pareja de
homosexuales en razón de su compromiso de convivencia. Lo más grave es
que estos derechos se les concedan como consecuencia de reconocer esta
forma de convivencia como un verdadero matrimonio. De rechazo queda
modificada la noción y aun la realidad del verdadero matrimonio. Si la
unión entre dos personas del mismo sexo es un verdadero matrimonio y
merece el mismo tratamiento que la unidad de vida formada por un varón
y una mujer, quiere decir que la diferencia sexual, y por tanto la
procreación de los hijos, ya no son elementos esenciales en esta
institución básica que llamamos matrimonio.
En esta perspectiva,
da igual ser varón que ser hembra, la sexualidad no depende de la
propia naturaleza, ni está vinculada a la procreación de los hijos,
cada uno la puede ejercer como quiera, y todas las formas merecen el
mismo reconocimiento y el mismo tratamiento por parte de las
autoridades responsables del bien común de la sociedad. ¿Se dan cuenta
nuestros gobernantes de lo que esto significa? ¿No saben que el
matrimonio estable entre hombre y mujer es la estructura primera de la
sociabilidad humana, y por tanto fundamento y origen de la
estructuración de la sociedad real?
Tan grave como esto
es la legalización de lo que se ha llamado el "divorcio exprés". Un
contrato con una exigencia de estabilidad tan débil ya no se puede
llamar matrimonio. A partir de ahora la legislación civil española ya
no reconoce un verdadero matrimonio, ni favorece la estabilidad
familiar ni matrimonial, más bien favorece las uniones efímeras y todo
el cúmulo de sufrimientos que llevan anejos para los interesados y
sobre todo para los hijos.
Las leyes tienden a
configurar las mentes y la vida de los ciudadanos. Por eso esta
legislación no solamente deteriora la idea del matrimonio y de la
familia, sino que induce a aceptar estas prácticas como normales y
legítimas. Se quiera o no, son un verdadero ataque al matrimonio y a
la familia y por eso mismo a la felicidad de las personas y al
bienestar social. Con más matrimonios rotos y más hijos heridos en sus
afectos más profundos ¿vamos a ser más felices?
Por respeto a la ley
de Dios, por el bien de nuestros hijos y por lealtad con la sociedad
entera, los cristianos nos sentimos obligados a defender en estos
momentos la verdadera noción de matrimonio, entendido como unión
estable entre varón y mujer, fundado en un amor definitivo y abierto a
la procreación y educación de los hijos. Con la autenticidad del
matrimonio, tendremos que defender también la unidad, estabilidad y
fecundidad de la familia. Defendemos la familia porque la reconocemos
como un bien decisivo para la sociedad, para el pleno desenvolvimiento
de las personas, en su ser físico, afectivo, espiritual, cívico y
religioso. La familia nos ofrece la posibilidad de nacer, crecer y
vivir con la ayuda y el gozo de una convivencia interpersonal fundada
en un amor verdadero y generoso. Nada de esto es, por supuesto,
automático, como todas nuestras realidades espirituales, fundadas en
el amor, el matrimonio puede fracasar, puesto que nuestra libertad
puede fallar, por eso en estos asuntos resulta esencial la recta
educación y la ayuda de las instituciones sociales y políticas.
¿Qué podemos hacer
los cristianos para apoyar y defender la familia?. En primer lugar
tenemos que comenzar por respetarla nosotros en nuestra propia vida,
mostrar ante la sociedad la grandeza del matrimonio entendido y vivido
desde un amor estable y fiel, la profunda humanidad de la familia
fecunda y unida en un amor generoso y abierto. Al paso que vamos,
dentro de poco, la familia cristiana será proclamación profética de
una humanidad diferente, una humanidad renovada por el amor de Dios
que El nos da y crece en el corazón de quienes le invocan
engrandeciendo y santificando nuestra vida.
Podemos y debemos
rezar para que nuestros jóvenes descubran el valor de la castidad como
educación para el amor generoso y fiel, para que las nuevas familias
proyecten su vida de acuerdo con la sabiduría de Dios, el espíritu de
Jesucristo y las enseñanzas de la Iglesia. Podemos desplegar
actividades educativas desde las asociaciones de padres, en las
parroquias y colegios, ayudando a los jóvenes a descubrir el misterio
y las riquezas de la sexualidad entendida en una perspectiva personal,
vivida como signo y vehículo de comunicación, donación y ayuda entre
hombre y mujer. A la vez tendremos que desarrollar actitudes de más
respeto y ayuda a los jóvenes que encuentran dificultades para
integrar su sexualidad de forma correcta, con un gran respeto, con un
amor sincero, con todos los recursos que ofrecen una buena educación y
una acertada atención profesional, iluminadas por una antropología
correcta.
Como miembros
responsables de una sociedad democrática podemos y debemos intentar
influir en la opinión pública y en vida política de nuestra sociedad
utilizando los recursos que nos ofrece el ordenamiento democrático.
Tenemos a nuestra disposición muchos medios, podemos manifestar
nuestra opinión en los medios públicos, utilizar las "cartas al
director" para discutir las ideas vertidas en otros escritos, en
declaraciones o actuaciones de nuestros políticos, podemos ejercer
oportunamente el derecho a manifestarnos, y podemos, sobre todo,
emplear nuestro voto, negando la confianza a quienes ataquen o no
defiendan un bien tan grande de nuestro patrimonio histórico y moral
como es la familia. No podemos aceptar pasivamente un ataque tan grave
a nuestras tradiciones y nuestros modos de vida personal y social.
A cuantos estáis
dispuestos a defender la familia humana y cristiana os animo a hacerlo
de manera justa y efectiva, con el ejemplo de vuestra vida y con una
participación activa y responsable en la vida de la Iglesia y en la
vida pública. Dios os bendiga ahora y siempre. La santa familia de
Jesús, María y José sea nuestro modelo y nuestra ayuda.
Mons. Fernando
Sebastián Aguilar
Arzobispo de
Pamplona y obispo de Tudela |