Escritor. Valencia
Un
día estaba yo meditando, no recuerdo bien sobre qué insondables
misterios... De repente experimenté que una paz interior, jamás
experimentada, me invadía... que me circundaba el aura de Dios...
Flotaba... Tan a gusto y feliz me sentía que me dije : "Esto debe de
ser un éxtasis, uno de esos arrobamientos que experimentan los
místicos. ¡Hagamos aquí mismo una tienda para toda la eternidad !"
En
sueños, o en visión, no sabría decirlo, se me apareció Cristo, o así
me pareció. Triste, muy triste. Desolado. De todos modos, ni joven,
ni hermoso, ni resplandeciente. Muy envejecido y desmejorado, diría
yo. Una inmensa tristeza llenó mi alma donde antes todo era
felicidad. "Ven", me dijo.
Y
esto es lo que me habló :
* Parece ayer, y ya han pasado dos mil años...
* Miro la Tierra y, de Oriente a Occidente, la veo sembrada
de cúpulas, de torres, de iglesias... Demasiado numerosas. Demasiado
grandes. Demasiado desafiantes y bellas... Terriblemente vacías y
huecas.
*
Profeticé la destrucción del Templo, de todos los templos... Quise
hacer de vosotros templos vivos... Pero vosotros, recogiendo una a
una todas las piedras muertas, habéis edificado de nuevo el Gran
Templo... Una torre de Babel peor que la primera...
*
¡Gloria a Dios ! gritáis, como si Dios fuese vanidoso y necesitase
la adulación de los hombres... ¿De qué Dios habláis ? ¿A qué nuevo
ídolo os referís ?
* Vosotros sois sal de
la tierra. La luz del mundo. Un grano de mostaza. La levadura que
hace fermentar la masa... Sal, mostaza, levadura. Cosas humildes,
mínimas, insignificantes... Eso es lo que dije.
* ¿Quién habló de Sumos Sacerdotes, de tiaras y mitras, de
templos y altares, de ritos y ceremonias, de dinero y de poder para
transformar la Tierra ? ¿Acaso no quedó claro que todos sois
iguales?
*
¿Y mis pobres ? ¿Qué habéis hecho de mis pobres ? Escucho
horrorizado los gritos de mis hermanos: los emigrantes, los
enfermos desahuciados, los perseguidos y encarcelados,
los ancianos desamparados, los niños sin pan, las viudas y los
huérfanos, los oprimidos bajo vuestros infinitos yugos, los
marginados por vuestro rencor, los masacrados en vuestras justas
guerras... ¿Para qué seguir ? Hasta mí llegan sus bramidos de
desesperanza... ¿Tan mal me expliqué yo, o es que vuestro corazón es
de piedra ? No hay tiempo que perder. Los pobres nos esperan.
* Yo os dije : Sólo
Dios es Santo ; y aquéllos que Él escribe en su Corazón. Pero
vosotros, como si fueseis Dios, los fabricáis por vuestra cuenta y
con vuestra horma. Hacéis una lista interminable, tan larga como las
filactelias de los fariseos... Puestos a escribir ¿en qué catálogo
habéis inscrito a Llidó, a Romero, a Ellacuría, a tantos y tantos
otros... ? No os entiendo.
* Yo os dije : La Verdad os hará libres... Buscadla siempre.
Desconfiad de los que la tienen. Huid de los que la detentan. Temed
a los que dogmatizan y la imponen.
* Me llamáis Maestro y
decís bien, porque lo soy.
Pero me habéis deshumanizado. Habéis robado mi carne, mis
huesos, mis sentimientos... Me encumbrasteis como Dios para
mantenerme lejos, infinitamente lejos... Tenéis miedo de que mi
humanidad os incordie, os reproche vuestra hipocresía y egoísmo.
Tenéis miedo de que mi inmensa compasión y estremecedora humanidad
os condene....
* En esto conocerán
todos que sois mis discípulos : si os amáis los unos a los otros.
Eso y sólo eso es lo que dije. Pero vosotros, como escribas y
fariseos, queréis más y más leyes, doctrinas y concilios... Discutir
y disecar cada una de mis palabras, como si fuesen palabras
muertas... Os asusta la vida y simplicidad de mi Evangelio.
* El Espíritu de Vida os enseñará todas mis cosas... pero
vosotros tenéis miedo de recogeros en vuestro interior y escuchar a
vuestra propia conciencia... Preferís correr tras el viento que más
sopla. Tened la sinceridad de reconocerlo: Os asusta el Silencio.
* No temáis, hombres de poca fe. Cuando dos o tres os
reunáis en mi nombre, allí estaré yo. Esa y no otra es mi iglesia.
Cuando terminó este sueño -no me atrevo a calificarlo de visión- oí
dentro de mí una voz que me gritaba : "El que quiera que me siga".
Entonces puse mis pies en tierra. Miré a mi alrededor. Me di cuenta
de que vivía en los tiempos de Cristo Desolado. No había llegado aún
el día de la Ascensión.
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