LA
ESTRATEGIA POLÍTICA DE RUINI A TODA MARCHA
21-9-2005
Marco
Politi
la Repubblica UN NUEVO PARTIDO POLÍTICO ITALIANO: CEI
(Conferencia Episcopal Italiana) Nada de Gran Centro
o Democracia Cristiana resucitada. El nuevo partido surgido en
Italia se llama CEI. El lobby más poderoso, escuchado y
cortejado del paisaje político. Más efectivo que los sindicados
que tienen que desgañitarse para hacerse oír. Con más autoridad
real que el mundo empresarial o la banca. Cuando Ruini se pone
las gafas y lee sus discursos de apertura de sesiones, la clase
política, gobierno y oposición, la clase económica e incluso la
diplomacia extranjera escuchan atentos e inquietos la
distribución de las notas: notable, bien, suficiente,
insuficiente, atroz. Camillo Ruini es el
autor del milagro. El de transportar a la Iglesia italiana desde
el paraíso del régimen democristiano a través del diluvio de
Tagentópolis, que destrozó al partido católico, hasta la
centralidad estratégica de año del Señor 2005. Lo que era una
asamblea de prelados, en respetuosa recepción de las
indicaciones del Vaticano, se perfila hoy como un fortín,
dirigido por una lúcida voluntad de poder y organizado según un
centralismo absoluto. La parte de la actividad religiosa sigue
existiendo, naturalmente. Pero el “añadido” es la adquisición de
un protagonismo político tan potente que le permite el lujo de
proclamar a los cuatro vientos la “no participación” en ninguna
alianza. Dos brindis marcan
la trayectoria de este cambio. 1975, los scouts de Roma celebran
la conquista de la urbe por parte de la izquierda política: es
un mundo católico que desoye las recomendaciones en favor de la
DC que hace la jerarquía eclesiástica. Otro sabor tiene el
champagne en la cumbre de la Margarita el 13 de junio de 2005
después del fracaso del referéndum sobre la fecundación
asistida: la CEI había impuesto la consigna de la abstención, la
CEI ganó y Rutelli, rompiendo el anterior frente
católico-demócrata, liberal, laico y de la izquierda política,
se sintió copartícipe de la victoria. Treinta años de
fermentos y discusiones vivísimas en la CEI pre-ruiniana. En la
primera reunión eclesial del 76 (con el cardenal Poma como
presidente) despuntaron las cien flores del catolicismo
italiano. El padre Sorge
denuncia “la carcoma del integrismo y la nostalgia del
monolitismo”. El sociólogo De Rita exalta a los cristianos que
entran “en las cosas” para llevar el sentido religioso y el
compromiso temporal. Scappola habla acerca del pluralismo, el
histórico Bolgiani condena el referéndum contra el divorcio, el
profesor Ardigò no aprueba la delegación a la Democracia
Cristiana como canal privilegiado del catolicismo. La Cei de
Ballestrero, un carmelita ajeno a la política y puesto como
líder del episcopado desde 1979 a 1985, saca valientemente las
conclusiones. Una Iglesia proyectada hacia la animación
religiosa de la sociedad italiana y convencida de que en la
sociedad plural hay que construir una cultura de la mediación.
La reunión de Loreto en el abril 1985 respira a pleno pulmón
esta atmósfera con el cardenal Pappalardo que –ante litteram–
pide perdón por los defectos de los obispos: “Por todo lo que
podríamos haber hecho de más y mejor, y no hicimos”. El pequeño
detalle es que el Papa Wojtyla está en la otra línea. A un mes
de las elecciones que martillea en la cabeza de obispos y fieles
la imprescindible unidad de los católicos en la política. El
“compromiso unitario” es la consigna. Especialmente cuando lo
pide “el bien supremo de la nación”, eso decir, ahora. Se gira página.
Ruini es nombrado secretario general del CEI y después del
intermezzo de la presidencia Poletti (de 1985 a 1990) empieza
–con la bendición de Wojtyla– su liderazgo del episcopado a lo
largo de tres mandatos hasta ahora. Etapas muy definidas.
Defensa férrea del papel-líder del DC hasta lsu caída repentina,
el sabotaje, en vísperas de las elecciones de 1994, de la
hipótesis de un centro-izquierda liderado por Mario Segni, para
colocar a la CEI como orientadora de ese puñado de votos que
puede decidir que el resultado electoral se incline hacia un
polo u otro. Con Berlusconi, la
Alianza nacional y los postcomunisti, ansiosos de legitimación
por motivos diferentes pero convergentes, el juego de la Iglesia
como grupo de presión y negociador político tras las bambalinas
aumenta progresivamente. Nadie puede permitirse contraponerse
abiertamente a la jerarquía eclesiástica. Dentro del
episcopado el precio que hubo que pagar fue la centralización
absoluta. Si en los años Noventa había todavía personalidades
que pudieran ser vistas como antagonistas, como el cardenal
Martini de Milán o por lo menos distanciadas como los cardenales
Pappalardo de Palermo o Piovanelli de Florencia, los años dos
mil conducen a una total sintonía. Tettamanzi, ahora a Milán, es
prudente. Scola de Venecia se concentra en el mañana. Con la
política, para la política trata solo Ruini. Si un tiempo "entre
DC y el Vaticano se mezclaban canales de comunicación", con
visiones y propuestas diferentes, recuerda Domenico Rosati
ex-presidente de las ACLI, –Moro comunicaba con Pablo VI,
Fanfani con el secretario de Benelli, Andreotti con todos–- hoy
todo pasa por la mesa del jefe de la CEI. Ruini discute
directamente con Letta, Rutelli, Casini y Fini (por lo menos
hasta la rotura por el referéndum), dejando a su mano derecha L.
Betori encontrarse con Fassino. La ventaja del
lobbismo sistemático es considerable: estatalización de los
profesores de religión, inserción de las instituciones católicas
en el sistema escolar público, ley sobre los oratorios
(organizaciones juveniles católicas), restricciones a la ley de
la fecundación asistida, cancelación de la propuesta del
divorcio rápido. Quién se opone demasiado abiertamente, es
castigado. ¿Apoya la izquierda política el Orgullo Alegre en
Roma en el año del Jubileo? “En el momento oportuno los
ciudadanos decidirán con el voto”, ordena decir monseñor
Fisichella, asistente del cardena Vicario Ruini. A vuelta de correo
(cuando Badaloni emana normas sobre las parejas del hecho en la
región) del Vicariato sale la sugerencia a parroquias y
congregaciones religiosas de ayudar en el mismo año al
centro-derecha para conquistar la región del Lazio. El papel central
del cardinal presidente viene ensalzado en el día histórico de
los funerales de los caídos en Nassiriya, el 18 de noviembre de
2003. Ruini establece de forma inesperada las líneas de la
política extranjera en un acontecimiento polémico como la guerra
en el Iraq contra el que el Papa Wojtyla se muestra muy en
contra: “No huiremos ante los asesinatos de terroristas
–decreta– sino que les haremos frente con la determinación
necesaria”. Después de la bendición cardenalicia la misión
querida por Berlusconi continúa. En la última década la
conquista del centro-campo por parte de la CEI ha reforzado
también con la revitalización de las instituciones culturales
católicas a través del llamado “Proyecto cultural”. El teólogo
Bruno Forte, hoy obispo de Chieti, y el obispo Ornaghi, rector
de la Universidad Católica de Milán, están en primera línea.
Dino Boffo, el director de l’Avvenire, se ha empeñado en la
reorganización de los medios católicos, de la prensa a la radio
a la televisión, porque la palabra de la CEI llegue en cada
rincón del País. El monseñor Betori,
secretario general del episcopado, garantiza el funcionamiento
de la gran máquina de las comisiones episcopales. Obispos como
Fisichella (ahora rector del Lateranense) y Caffarra de Bolonia
componen la patrulla que exalta la relación con los “ateos
devotos”, preciosos aliados en el referéndum: la obra maestra la
estrategia política ruiniana. Nuestras indicaciones –ha
declarado satisfecho el cardenal–estaban “en sintonía con el
sentir de la mayoría de nuestra gente”. El objetivo es conseguir
otras victorias.