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 Preparando un sermón. Dios habla al Papa                    30-6-2005

 

Paulo Suess

Miembro del Consejo Indigenista Misionero (CIMI)

 

Adital. Brasil 10-05-2005

Mientras preparaba su primer sermón como Papa, Benedicto XVI, alemán, de 78 años, fue interrumpido por Dios, brasileño, políglota, sin edad.

 Nuestro reportero Paulo Suess, que habla la lengua materna del nuevo Papa, registró algunos fragmentos de dicho diálogo

 

¡Queridísimos Hermanos y Hermanas!

La Divina Providencia me ha colocado en la Cátedra de Pedro. Cuando el curso de las votaciones me hizo entender que, por así decirlo, la guillotina caería sobre mí, sentí el soplo del Espíritu Santo y la mano fuerte de Juan Pablo II diciendo: “No temas”.

 

DIOS: No exageremos, querido Benedicto. Quien habla soy yo, tu Divina Providencia.

 

BENEDICTO: Ah, perdona. Ni siquiera te he reconocido. Siempre con tu manía de ir por el mundo con múltiples disfraces. En una ocasión como peregrino, otra como pobre, como indígena y sin tierra.

 

DIOS: Sólo quería pedirte que no estresaras a la Divina Providencia ni al Espíritu Santo con tu elección. Las consecuencias serían horribles. También me harían responsable de la elección de Alejandro VI y, en lugar de hacer una elección, podríais jugar a los dados guiados por tal Divina Providencia. Vosotros los de la Curia Romana escogisteis durante 25 años a los cardenales sin la mínima participación de esa Providencia o de las iglesias locales. Yo no me he puesto ni a favor ni en contra de tu elección. ¿Qué ganaría?

 

BENEDICTO: Oh, Dios mío. ¿Viniste sólo para protestar? ¿Ningún consuelo?¿Ningún halago? Sé que algunos colegas votaron por mi a causa de la edad que no comporta un gran riesgo histórico. ¿Puedo tal vez decir eso al pueblo? ¿Puedo? Vaya, Tu silencio me dice que no. Otros votaron por mí en agradecimiento a Juan Pablo II, que los escogió, a veces, a pesar de las muchas acusaciones locales que pesaban contra ellos. Tuvimos que retirar a algunos por la noche. La mayoría de mis electores desea que todo siga como antes. Otros buscaban aún más seguridad. Quieren mi protección para un fundamentalismo fast food, tipo catecismo global. Oh, Jesús, en medio de estas expectativas, ¿qué debo hacer?

 

DIOS: Benedicto, yo te quiero mucho. Por eso, antes de empezar, sonríe mucho y pide perdón cada día. Registré con mucha atención la generosidad de tu antecesor, mi querido Karol, que muchas veces pidió perdón por los pecados que otros cometieron. Pidio perdón por la connivencia de la Iglesia con los Pogrom contra los judíos, por la condenación de Galileo Galilei, por la esclavitud en las casas religiosas y en el mundo. No pidió perdón por los deslices durante su visita a Chile, cuando llamó terroristas a los adversarios de Pinochet. Tampoco pidió perdón cuando, en Nicaragua, señaló con el dedo y llamó la atención en público a Ernesto Cardenal, humildemente arrodillado frente a él. A nosotros los brasileños –el pueblo dice que soy brasileño– no nos gustó eso. Ahora, Benedicto, pide perdón por tus propios pecados.

 

BENEDICTO: ¿Pero cómo? Me confieso cada mes. Llevo una vida simple. Perdono a los que hablan mal de mí, que son muchos. Por lo demás… Un poco de vanidad. Nada grave.

 

DIOS: ¡Benedicto! No hablo de tus pecados privados. Tú eres en lo esencial una buena persona. Hasta pagaste la publicación de la tesis doctoral de Boff. Después parece que te arrepentste. Pues eso, hablo de tu inclinación al pesimismo, a la melancolía y a la timidez. No somatices la tristeza, que también es una consecuencia del pecado original. El mundo es fundamentalmente bueno. Fue creado y redimido por mí. Tú dijiste en una entrevista que querías escribir un libro sobre el pecado original. ¡Escribe un libro sobre la alegría y la esperanza de los pobres! Ni la Curia ni el clero, sino los pobres y los jóvenes son los que transformarán el mundo. Que el núcleo central de tu proyecto sean las víctimas: pobres, hambrientos, oprimidos, maltratados. Aquellos no son sólo los destinatarios de mi proyecto, que es el Reino, sino también mis representantes en el mundo. Guarda siempre lo mejor para los pobres: el mejor tiempo, el mejor vestido, el mejor espacio. ¡Escoge para los cargos de confianza a personas jóvenes, con espíritu franciscano, sin ambición de poder, prestigio y privilegio!

 

BENEDICTO: Dios mío, yo no soy pesimista. Soy realista. El mundo no es el mejor mundo posible. Perdona, no tengo nada en contra de Tu creación. Todo el desastre va por cuenta nuestra. Creo que en este mundo postmoderno, donde vale todo y nada, un poco más de seriedad –los alemanes somos especialistas en eso– podría ayudar a que la propia Iglesia no sucumba al relativismo.

 

DIOS: No confundas relativismo con pesimismo. ¡Realistas son los latinoamericanos! Ellos siempre empiezan sus documentos con un vistazo a la realidad, para después tejer comentarios teológicos sobre el mundo real. Tú eres un idealista con una fuerte dosis de pesimismo. Siempre empiezas con principios eternos que, aparentemente, no encuentran respaldo en la realidad. Parece que el mundo real te confunde a ti y a algunos de tus colegas. Ellos, en las Conclusiones de Santo Domingo (1992), obligaron de la noche al día al episcopado latinoamericano a cambiar todo el esquema del documento: primero la declaración de principios, después la realidad como un factor perturbador de la pastoral. ¡Venga, querido Benedicto! Tú que fuiste profesor de teología sabes que eso no es ni pedagógico ni teológico. ¿Qué hay del Sitz im Lebem (contexto vital)? ¡Confía en la realidad, en el mundo y en las personas! Todos fueron redimidos por mí. Además, esta desconfianza preventiva llevó a Karol, inspirado por ti, a esa manía de pedir juramentos de obispos, párrocos y profesores. ¿Juramento de qué? De fidelidad no a mí sino a vosotros, como antiguamente en el sistema feudal. ¡Me horrorizan esos juramentos! No empujes la infalibilidad unilateralmente para tu lado. Sabes que el Pueblo de Dios participa no sólo del sacerdocio común de todos los fieles, sino también de la “infalibilidad de la fe” (Lumen gentium 12).

 

BENEDICTO: ¡Ah, ese Concilio! Nos dio un dolor de cabeza… Intentaremos incluso relativizarlo un poco. Celebraremos el Año de la Eucaristía y el Congreso de la Juventud, en Colonia, como acontecimientos para desviar la atención del proceso de los 40 años del Concilio. Cuando la gente insiste sobre el Vaticano II, yo digo: “Concilio sí, pero de acuerdo con una lectura autorizada”. Y ahora quien autoriza soy yo. Imagina si todo el mundo reclamase la “infalibilidad de la fe” para sí. Los indios pretenderían que su Teología India participa de la infalibilidad de la fe, luego están los que quedan de la Teología de la Liberación que reclaman lo mismo para los documentos de Medellín. Y los asiáticos reivindicarían para su Teología del Diálogo también la “infalibilidad”. Y lo peor, ¡todas estas gentecillas encontrarían cierto apoyo en las respectivas Conferencias Episcopales! ¡No, Señor! Necesitábamos poner límites a las llamadas relecturas de la tradición, de la Biblia y del Concilio. Por tanto, vaciamos las Conferencias Episcopales declarando inexistente su “estatuto teológico”, convocamos a los teólogos a nuestro Tribunal, condenamos a algunos e impusimos silencio a otros. Obviamente también controlamos la Teología India. Una condenación más hace menos daño que hacer la vista gorda ante la teología. Me considero un soldado de Cristo y un pastor de ovejas. Ah, ¿y el sermón que debería escribir?

 

DIOS: Querido Benedicto, ¡parece que fuiste elegido en el Día del Indio! El Pueblo de Dios no está formado por reclutas ni ovejas. La mejor prueba a favor de la Teología de América Latina son los mártires del pueblo. Empieza el sermón con “¡me confieso pecador!”. ¡Y dile a mi pueblo que avance!

 

 

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