Volver                                                                       Enviar comentario

 

CON PLENO DERECHO: ESCRUTINIO ESCÉPTICO     7-06-2005

 

Fej Delvahe

 Escritor, teólogo,

errante, nadador de mares.

ATRIO, 7-06-2005

    Si nos dedicamos a la religión, si con la religión hacemos una porción importante de nuestra vida, no podemos abstenernos del llamado escrutinio escéptico; es decir, el menester de confrontar con un mínimo de indagación, examen, averiguación o intento de verificación, lo que nos llega con revestimiento de «verdadero». Se trata de un proceder lógico de lo humano-racional cuando aborda cualquier asunto impactante, pero muy necesario tanto en temas científicos como religiosos; o sea, plantear la duda imprescindible, hacer uso del presupuesto analítico, pasar los dictados o lo que sea por el tamiz de nuestra cordura; eso nos distingue precisamente como seres generadores y peticionarios de constatación.  

Resulta una tendencia básica de seres humanos racionales, que incluso en tres escritos bíblicos de los llamados Evangelios se expone como referencia sapiencial a tener muy en cuenta: los discípulos cercanos a Jesús (según Marcos 16,10-14 ó Lucas 24,9-12) una vez muerto éste, recibieron una noticia que resultaba poco aceptable para el raciocinio general; esto es, se presentaron ante ellos María Magdalena u otras personas también seguidoras del profeta nazareno, días atrás crucificado, muerto y enterrado, a informales de algo tan increíble como que lo habían visto vivo, resucitado.  

 ¡Menuda noticia! ¡Cómo para creerse algo así sin ponerle peros, sin enfrentarle algún tipo de objeción de conciencia! Naturalmente, cuentan los referidos textos que los apóstoles se comportaron echando mano de su escrutinio escéptico; por supuesto que no creyeron lo que oído así de repente parecía simplemente un delirio o disparate.  

El evangelio de Marcos 16,10-14 narra: «Al oirle decir (a María Magdalena) que vivía (Jesús) y que lo había visto, no lo creyeron» (Mc 16,11). Luego llegan otros dos afirmando también que han visto resucitado a Jesús «pero tampoco los creyeron» (Mc 16,13). Y el evangelio de Lucas lo cuenta haciendo mayor hincapié aún en el escrutinio escéptico, pues cuando van María Magdalena y otras mujeres a informar a los once apóstoles que Jesús había resucitado «los relatos de las mujeres les parecieron puros cuentos y no les hicieron caso» (Lc 24,11).  

¿Cuándo terminan creyendo aquellos partidarios de Jesús en algo tan increíble como su resurrección? Pues, según las narraciones canónicas del cristianismo oficial, creyeron cuando Jesús se les presenta resucitado a ellos y lo pueden observar, examinar, inspeccionar, comprobar o al menos reconocer con sus propios ojos. Es más, en la tradición del cuarto evangelio, uno de ellos llamado Tomás el Gemelo, no hallándose en el lugar en el momento de aparecerse el resucitado, al oir de sus compañeros apóstoles: «"Vimos al Señor". Contestó: "No creeré sino cuando vea la marca de los clavos, meta mis dedos en el lugar de los clavos y palpe la herida del costado"» (Jn 20,25). Es decir, exigió comprobación propia del escrutinio escéptico. Y lo grande y hermoso del caso es que en este texto referencial del cristianismo no se nos muestra al resto de apóstoles recriminando a Tomás ni amenazándolo con excluirlo de la comunidad por ejercer su derecho a pedir evidencias satisfactorias del hecho extravagante que le contaban.

 Entonces, ¿cómo pretenden los patrones de la Iglesia, de las iglesias, junto con otros muchos cristianos acomodados en los dogmas institucionales, que nosotros los hombres y mujeres pertenecientes a la familia del cristianismo nos creamos santísimas cosas increíbles sin hacer uso del mismo escrutinio escéptico que usaron los apóstoles?; máxime cuado nosotros no hemos visto las maravillas que se supone ellos experimentaron y en cambio sí tenemos que padecer tremendos excesos, trápalas, bribonadas, desvaríos y desatinos, producto de los intereses creados del religionismo institucional instalado ya desde hace muchos siglos. ¿Acaso no tenemos igual derecho que los apóstoles de entonces, a emplear nuestro recurso racional, humano y natural de escrutinio escéptico?  

Tal derecho no nos lo otorga el Papa ni ningún otro obispo. Es un privilegio de lo humano y por tanto igual que los amigos coetáneos de Jesús no creyeron sin previa verificación, nosotros tampoco solemos creer todos los dogmas o absolutizaciones que nos anuncian los mandamases del sistema religioso en el que estamos inmersos si antes no tenemos indicios o una mínima consistencia para creerlos.  

Es más, aquellos primeros seguidores de Jesús lo tuvieron mucho más fácil para dar crédito a lo inconcebible de manera crédula y sin escrutinio escéptico, aunque tal no fuera su actitud, dado que habían convivido con él y quizás atestiguaron su excepcionalidad como ser humano; mientras que los hombres y mujeres de siglos ulteriores, no hemos sido testigos del Jesús histórico y no sabemos con seguridad ni siquiera si lo que sobre él nos ha llegado es en alguna medida verdadero o costra añadida de mitificación.  

Por otra parte, es notorio que en todo tiempo y lugar la gente de creencias religiosas cuando les ha convenido no se ha privado de sus escrutinios escépticos. Por ejemplo al comprar unas aceitunas miran si las olivas son de cosecha reciente, comprueban con el gusto si su sabor es bueno o también el peso determinador de si lo que reciben está justamente equilibrado, y en el caso de adquirir un burro le miran los dientes, el pelaje y las patas, amén de preguntar indagatoriamente sobre el animal con tal de no ser estafados. Así mismo, los clérigos, los teólogos más dogmáticos y hasta Ratzinger, cuando tienen que comprar un terreno para edificar un templo, probarse una sotana o simplemente adquirir una lavadora, echan mano de su escrutinio escéptico; pues haciendo gala de dicha precaución racional los humanos sólo intentamos verificar, analizar, y tratar de que no nos den artimaña, embeleco o mentira por hecho real, certeza o verdad.  

¡Ah, pero he aquí que en cuestiones religiosas más trascendentales para cualquier miembro eclesial que unas aceitunas, un burro, una vestimenta o una lavadora, resulta que la acotada jerarquía episcopal con su clericalismo, su curia vaticana y su pontífice romano, nos amenazan desde tiempos inmemoriales con el anatema, con la exclusión, con acusaciones de todo tipo, desde infraternos o traidores hasta desviados, etcétera, simplemente porque osemos ejercer nuestro derecho al escrutinio escéptico, el mismo que ellos estilan cuando les da la gana o cuando es de interés para el ancho de su embudo!  

En resumidas cuentas, se juzga comprensible que aquellos simpatizantes de Jesús sí objetaran la resurrección hasta verificarla por sí mismos; sin embargo se juzga incomprensible y muchas veces intolerable que nosotros los simpatizantes en siglos posteriores hagamos la misma objeción ante enunciados tan parecidamente cuestionables y en algunos casos infinitamente menos relevantes. He aquí unos pocos ejemplos de lo que pretenden que nos traguemos sin hacer uso del escrutinio escéptico:

la visión o el delirio acerca de Cristo, tenido por Saulo de Tarso en el camino de Damasco, y asimilada a Jesús de Nazaret muerto unos años antes en Jerusalén;

que el Jesús histórico es Dios y su madre María es la madre de Dios —aun cuando se sabe con qué malas artes y acciones delictivas logró Cirilo de Alejandría sacar adelante tales dogmas en el Concilio del año 431 en Éfeso—;

la misa como espacio donde se contiene e incruentamente se inmola aquel mismo Cristo que una vez fue cruentamente sacrificado en cruz;

que los sacramentos del orden sacerdotal, el matrimonio o la confesión, fueron instituidos por Cristo y, en el caso concreto de la confesión, que es necesaria para la salvación;

que las almas de los que mueren en pecado mortal bajan inmediatamente al infierno donde son atormentadas con suplicios infernales por toda la eternidad;

que el Romano Pontífice es infalible cuando habla ex cátedra, es decir, desde su estrado de autoridad;

e incluso hay que creerse sin escrutinio escéptico que María la madre de Jesús no murió sino que fue elevada al cielo sin pasar por la muerte;

etcétera, etcétera.  

En definitiva, pronunciamientos, dogmas, que a simple vista u oída son inverosímiles y cuestionables candidatos a ponerse en reposo, remojo, prevención, o si lo prefieren, aplicarles el  recelo, la suspicacia y la duda. Ni más ni menos que como hicieron aquellos primeros cristianos ante el comunicado de que Jesús estaba vivo después de muerto. Porque naturalmente tenemos el mismísimo derecho que los apóstoles, los obispos o quienes detenten el poder del grupo, a echar mano del humano escrutinio escéptico, el cual al fin y al cabo no es más que otra modalidad de la renombrada objeción de conciencia, generada por el interior trascendente humano ante cualquier cuestión que lo requiera.    

 

Volver a Atrio                                                             Enviar comentario