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SOBRE EL TERRRORISMO

DIAGNÓSTICO  Y  TRATAMIENTO

 Por Benjamín Forcano.  Teólogo

 

Planteamiento de la cuestión: nosotros somos los protagonistas de la historia

             Yo no voy a ocuparme de mil cuestiones, que han  rodeado a la acción terrorista del 11 de septiembre. Todos hemos oído hablar de ellas, sobre ellas hemos conversado, y sobre ellas volvemos continuamente al conocer nuevos detalles. Y de ella seguiremos hablando durante mucho tiempo. Porque la acción ha sido única, sin precedentes, inaudita, espectacularmente cruel y ha sobrepasado todos los límites de nuestra imaginación. Quedamos atónitos y todavía lo estamos.

            La acción ha sido muy grave,  tan grave que ha permitido decir que el mundo ya no es igual, ella marca  un antes y un después. Esa acción afecta al mundo entero, porque hemos descubierto que ya nadie vive aislado sino interdependiente. Se quebró el mito de que había zonas de seguridad y zonas de riesgo, zonas invulnerables y zonas débiles.

            Hemos comprobado que el poder destructor puede venir de una manera imprevista, descontrolada, invisible; simplemente porque, si es cierto que hay situaciones y causas que alimentan el terrorismo, es también cierto que la acción destructiva, como capacidad intrínseca del ser humano, puede desencadenarse en cualquier momento  por individual voluntad, de una manera fantástica y loca, llegando el terrorista a creerse que está realizando una acción querida por Dios, atribuyéndose por ello mismo legitimidad y poder casi infinitos.

            Esta tragedia, lanzada al rostro de  la humanidad, nos ha restituido a un hecho radical: somos un mundo interdependiente, con resultados, a veces, tremendamente cruentos, ocurridos no al azar, sino por obra de unos y otros, por nuestra manera de relacionarnos, de comportarnos los unos con los otros. Es un mundo interdependiente, pero libre,  puesto en escena por nosotros y donde muchas veces en lugar de encontrarnos y respetarnos, nos enfrentamos y nos crucificamos.

             No hay, pues, fuerzas caóticas, causantes  de nuestras desgracias. El escenario lo montamos nosotros, el drama lo representamos  nosotros y los resultados los recogemos nosotros. Los dioses están fuera, ni Jehová, ni Alá ni ningún otro son autores de nuestras acciones. Nuestra historia es nuestra, la hacemos nosotros,  en una dirección o en otra.  Dios en todo caso es Padre de todos, partidario únicamente de la justicia y del amor. Pero los políticos, ante el perturbador curso de su cavilaciones, tienen necesidad de legitimarse  con el con el aval de Dios. Es una manera blasfema de invocar  el nombre de Dios.

             Reivindico con esto la necesidad de enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestras propias obras. Sin rodeos ni autoengaños, sin discursos falaces. Seguramente las cosas son más simples, más fáciles de arreglar, si nos empeñáramos en ordenar el mundo desde la Justicia y Derecho y no desde nuestro egoismo e intereses.

            Estoy, pues convencido de que, dentro de su complejidad y dificultad, el mundo tiene sentido, puede explicar sus contradicciones , reprobarlas y  enderezar su rumbo. Se trata de ser  consecuentes con los principios que decimos profesar.

 

 La dignidad y derechos universales de la persona, principio fundamental

            Yo soy soy occidental y  esto de ser occidental conlleva otras particularidades. Otros son orientales,  con sus respectivas peculiaridades.

            Pero, tengo claro que mi occidentalidad no define ni abarca lo esencial: mi condición de  persona. Puedo amar mis particularidades de continente, raza, cultura, religión, pero nada de esto me autoriza a sobreponerlas por encima de mi categoria de persona. Lo primero, lo común a todos, lo más valioso, lo que no nos diferencia y constituye en iguales, es nuestra naturaleza personal.

            La persona, en cuanto persona, no se territorializa, no se razifica, no se religiosiza, no es patrimonio de nadie,  pues su territorio, raza, religión y patrimonio son radicalmente universales. Por eso, todos  somos ciudadanos del mundo, sin fronteras, sin discriminaciones, sin inferioridades ni superioridades.

             La ciudadanía universal me la da mi ser de persona. La persona tiene propiedades  particulares, secundarias,  pero tiene otras esenciales, que comparte con todos y  son las que nos hacen reconocernos idénticos y, por lo mismo, unidos en vínculos naturales  de dignidad, ciudadanía y derechos universales.

            Si todos, como personas, tenemos una dignidad y derechos universales, la convivencia primordial tiene que edificarse sobre la aceptación y práctica de esos derechos. En el orden individual no hay lugar para la la ley del más fuerte, que instaura relaciones de desigualdad ( mayores / menores, grandes / pequeños) y , en el orden social, tampoco: naciones de primera y de segunda.

            Toda persona está en su derecho de pronunciarse libremente. Puede elegir ser atea o creyente, cristiana o musulmán, judía o mahometana, pero hay una opción de la que no puede apartarse: vivir como persona y tratar a los demás como personas. Esa es un fe común, básica, anterior o, por lo menos, simultánea a la fe particular de cada una de las religiones. Ninguna fe puede  contradecir  o anular la fe en la dignidad universal de la persona y en sus derechos. Esa dignidad está proclamada, explicitada y estampada en la carta general de las Naciones Unidas de 1948 y es base constituyente para todos los Estados y Religiones del mundo.

            Y, sobre esa base, podemos caminar, convivir y  dirimir todos nuestros problemas,  conflictos y diferencias. La Carta de los Derechos Humanos nos da base y garantía para asegurar una justicia, un respeto, una colaboración y una paz universales.

             Las guerras, los terrorismos y los enfrentamientos surgen cuando no se reconocen ni se aplican esos derechos.

 

La acción terrorista del 11 de septiembre

 

            Entrando ahora en el núcleo del problema, quiero fijarme en cinco aspectos fundamentales: primero: los sujetos del terrorismo; segundo: las clases de terrorismo; tercero: los objetivos del terrorismo; cuarto, las causas del terrorismo; quinto: las medidas contra el terrorismo.

            Mi análisis, si es humano, debe tener un procedimiento lógico. Cualquier acción tiene una explicación: todo efecto tiene su causa; es decir, nada ocurre  al azar. Nos costará o no encontrar esa explicación, pero no descansamos hasta  descubrir el por qué de esa acción. Somos racionales y no nos sirven los engaños, las  vaguedades, las imposiciones. Queremos la verdad.

             Dar con la verdad es dar con la realidad. Si una persona sufre una enfermedad, lo primero que hay que hacer, para curarla,  es descubrir el origen de esa enfermedad, conocerla bien, diagnosticarla. De lo contrario, la enfermedad seguirá oculta, y el médico, en lugar de curar, se expone a dar  palos de ciego.

            

                                    1. Los sujetos del terrorismo

              El terrorismo es un cáncer gravísimo de nuestra sociedad, que nos está inquietando terriblemente. La acción terrorista contra las dos Torres gemelas y el Pentágono delata una enfermedad en el cuerpo social, una patología gravísima.

             ¿Podemos pensar que esa acción ha ocurrido por casualidad? ¿Que ha  venido de la nada o  que es   efecto de una locura, de un odio ciego inmotivado?  ¿No hay explicación?

             Acertar en esto es importantísimo para no errar  en el tratamiento. ¿Quién alberga o patrocina el terrorismo: un individuo, un grupo, una banda,  una multinacional, un estado?

            ¿Quién está tras la acción terrorista del 11 de septiembre?

 

                                    2. Las clases de terrorismo

            En segundo lugar, debemos precisar a qué nos referimos cuando hablamos de terrorismo. Todos debemos luchar contra el terrorismo, sin duda. ¿Pero es que hasta ahora no se ha dado terrorismo?  ¿Es  ésta es la primera vez que el terrorismo hiere a la sociedad?

            Terrorismo no es lo mismo que guerra. La acción terrorista no supone una declaración formal de agresión de un Estado contra otro; es una acción criminal,  delictiva, imprevista, cuyo sujeto no es necesariamente el Estado. Cuando las dictaduras del Cono Sur atentaban contra los ciudadanos privándoles de sus derechos, haciéndolos desaparecer o asesinándolos, eso era terrorismo de Estado. Se trataba de doblegar y  dominar voluntades  por la coerción y el espanto, no por el respeto y el derecho.      

            Terrorismo no es sólo el de un musulmán fanático, sino el de otros sujetos colectivos.  Detrás de la muerte de esos 200.000 guatemaltecos, cercana a nosotros,  no había un individuo religioso fanático sino unos ejércitos oficiales y unos cuerpos paramilitares y, detrás de esos ejércitos, había unos gobiernos.

            ¿Quién está detrás del atentado a las Torres gemelas?  ¿Un Bin Laden?  Un Bin Laden es una persona concreta, sería  un criminal, un delincuente, y a los delincuentes se los persigue, se los captura y se los entrega a la Justicia y, tras las pruebas oportunas, se los juzga y condena. Pero la captura y condena de un criminal no exige una guerra, no justifica el despliegue de toda una maquinaria bélica para aplastar Dios sabe a qué gentes, pueblos y  estados.

            ¿Que hay que ir a las raíces y castigar a cuantos apoyan, financian e inspiran el terrorismo? Conforme. Pero hagamos la aplicación con rigor. ¿Quién inspiró, apoyó y financió el golpe de Estado en Chile en 1973, un 11 de septiembre, contra el régimen democrático de Salvador Allende?

              Negroponte, actual embajador de Estados Unidos en la ONU, siendo embajador en Honduras apoyó y financió el terrorismo contra el gobierno legítimo de Nicaragua. Un terrrorismo por el que Estados Unidos fue condenado por el Tribunal de la Haya  y por el Consejo de Seguridad y, frente a los cuales, Estados Unidos reaccionó con su derecho al veto. ¿Quiénes entonces movieron un dedo para denunciar y castigar este terrorismo? ¿Cuántos se movilizaron contra él?

            La venganza, el patriotismo, el orgullo, el afán de dominio son malos consejeros y pueden cegar a la hora de señalar  a los responsables de una acción terrorista..

            No hay, pues, que  pensar que terrorismo es solo cuando nosotros sufrimos el zarpazo. Otras sociedades, otros pueblos llevan tiempo sufriendo el espanto de la opresión, del hambre, de la marginación, de la guerra implacable, de la humillación y del sufrimiento. ¿Cómo calificar el hecho de que en apenas 10 años, desde el 92, Irak por causa de la guerra, de los bombardeos, del uranio emprobrecido, de los embargos tenga en su haber más de un millón de muertos,  la mitad niños? ¿Y por qué no han dado la vuelta al mundo esas imágenes  en las televisiones   sacudiendo  la sensibilidad de la gente?

            Todos contra el terrrorismo; pero contra todo terrorismo.

 

                                    3. Los objetivos del terrorismo

            Consecuentes con lo dicho, el terrorismo busca aterrar, producir espanto, pero  como medio para logar ciertos objetivos.

            ¿Cuáles han sido en concreto los objetivos de la acción terrorista del 11 de septiembre?

            Todo parece indicar que la acción terrorista proviene de Oriente, de los países musulmanes, sin que se pueda todavía determinar quién, quiénes o cuántos  serían en concreto. Pero lo cierto es que esa acción ha alcanzado con fuerza  sin precedentes a Estados Unidos, en una ciudad y en unos edificios altamente emblemáticos.

            Estados Unidos está a la cabeza de los países de Occidente por su poder, su riqueza, su ciencia, su tecnología. Y la Torres gemelas y el Pentágono eran la encarnación simbólica máxima de esos poderes. No parece, pues,  casual que la acción terrorista se haya dirigido contra Estados Unidos. Evidentemente, la acción ha pretendido golpear, destruir, herir, matar, aterrorizar. Golpear allí donde Estados Unidos mayor poder, fuerza y seguridad parecía ostentar.

            La destrucción ha sido terrorífica en cuanto a pérdidas humanas y en cuanto a efectos de incalculable daño psicológico, económico, social, cultural y político. La manera como dicha acción se ha diseñado, preparado, acompañado y ejecutado indica un poder formidable y, cómo no, una inconmensurable dosis de cinismo, inhumanidad  y desprecio por la  vida. 

            Estados Unidos y el mundo entero ha quedado aterrorizado y lo seguirá por mucho tiempo. Pero la pregunta surge inevitable: ¿todo esto puede ser fruto del azar, de un odio ciego,  de una  motivación baladí? Si tan grande es el dolor y la tragedia, ¿no habrá detrás  algunas causas, ciertamente importantes, que si no la justifican, lleguen por lo menos a darle  una explicación?

 

                                    4. Las causas del terrorismo

            Quizás sea este el punto más importante. Si nada ocurre al azar, y lo que aquí ha ocurrido no lo ha sido y ha alcanzado además una destrucción que ha conmovido al mundo, uno no puede menos de preguntarse por las causas que han podido inducir a todo esto.

            Como es natural, aquí las respuestas van a ser diversas, según que oigamos a una u  otra parte, la de quienes sin fisuras se ponen de parte de Estados Unidos (el bueno, el inocente), la de quienes se ponen de parte de los terroristas (los malos)  y la de quienes, sin justificar a unos ni a otros,  tratan de buscar una explicación serena y  crítica.

            En las explicaciones más oficiales el planteamiento ha sido dualista: Estados Unidos atacado injustamente tiene que golpear al mal, al terrorismo en este caso, perseguirlo y erradicarlo, concitando para ello una campaña de adhesión universal  por parte de pueblos y gobiernos. Todos deben tomar parte en este punto: con Estados Unidos o con el terrorismo. La neutralidad no es posible.

            En este planteamiento, se da un supuesto  gratuito:  Estados Unidos sería el bueno; el otro sería el malo. El  terrorista es el enemigo al que  tenemos que combatir con todos los medios posibles. El mal, pues, está fuera de nosotros; la responsabilidad está fuera, no nos atañe para nada.  Y compulsivamente  se ha comenzado a identificar al  terrorista  y a cuantos otros con él hayan podido colaborar.

            El carácter convulsivo de la tragedia favorece esta acelerada identificación, será fácil contar con el  asenso popular y, sobre todo, nadie osará plantear la cuestión  de averiguar qué es el terrorismo y de quiénes pueden  practicarlo. Esta indagación bien podría descubrir otras fuentes de terrorismo, otros autores con responsabilidades quienes, de antemano, se  consideran eximidos de él.

                        "Estados Unidos, ha dicho George Robertson, secretario general de la OTAN, ha sufrido un ataque que viene del exterior. Esta es prueba principal y suficiente. Y tratará de actuar con eficacia para capturar a los responsables, pedir cuentas a quienes protegen, planifican, financian o motivan  a quienes ponen bombas. Y ellos tienen también que pagar  por estas cosas tanto como estos fanáticos. E ir a la raíz de este terrorismo internacional" (El País, 23 de Septiembre).

            Oriana Fallaci, en sus comentarios publicados en El Mundo (30 Sept.,1-2 de Octubre) no quiere oír hablar de planteamientos dialécticos sino maniqueos. El Oriente musulmán, con una envidia y  desprecio profundos a Occidente, viene forjando desde  tiempo una cruzada que acabe con la civilización occidental. Hay que pasar a la acción, al combate y no esperar a que ellos nos aniquilen. 

            Samuel H. Huntington  (El País, 18 de septiembre) afirma que el "ataque ha sido obra de unos vulgares bárbaros contra  la sociedad civilizada de todo el mundo" y que atacaron a  Estados Unidos " como la encarnación de una civilización  occidental odiosa  y, al mismo tiempo, como el país más poderoso de la tierra".

            El politólogo Huntington no se permite analizar el por qué de la odiosidad de esa civilización ni, al fijar la estrategia para combatir el terrorismo, lanzar una una mínima pista en la dirección de pedir cuentas a esta civilización.

 

            En la otra parte, están los que se consideran sufridores del mal, víctimas del poderío voraz de Occidente y, en concreto , de Estados Unidos. Ellos llevan tiempo incontable padeciendo la dominación y el sufrimiento.

             Esto sería ya un motivo para la reacción y la defensa. ¿Pero se encuentran  en el  Islam, en sus grupos específicamente terroristas, posiciones que ideológicamente, prescindiendo de otras situaciones y causas, alimenten sistemáticamente el odio destructivo contra el Mal, en este caso Occidente?

            Considero interesantes las reflexiones de Josep Ramoneda (El País, 4 de Octubre) al establecer un nexo casi lógico entre la acción nihilista del terrorista y la acción omnipotente divina. Dice: " Hay que interpelar a la religión musulmana  en el punto en que facilita  la conexión entre violencia destructiva y religión: la sumisión del poder civil al religioso; es decir, la negación de una legitimidad autónoma  y plena al poder político, cuya forma extrema es la "guerra santa";  es decir, la guerra ordenada por Dios. Mientras no se pronuncie la separación entre la  religión y Estado, el fundamentalismo islámico encontrará siempre una plataforma desde la que convertir la fe en furor divino, y al creyente, en  kamikaze ejecutor de la ilimitada voluntad divina".

             Ramoneda critica por igual  el intento de construir de una y otra parte un enemigo  ideológico  capaz de cohesionar la patria para una lucha implacable. Pero él mismo recuerda que "no se trata de hacer un mundo en que se está con nosotros (estadounidenses) o contra nosotros, sino de hacer un mundo habitable, que no puede ser sumergido en la violencia globalizada, ni la nihilista ni la del sueño imposible de la seguridad absoluta... Asumido que la violencia destructiva  no forzosamente necesita causas porque la voluntad de combatir viene dada, se puede entrar en analizar las situaciones que favorecen  la emergencia de la violencia nihilista. Es el territorio de las doctrinas de exclusión".. 

            Por debajo de la información hecha  en una u otra dirección, hay  una tendencia que, desde un análisis más sociohistórico, apunta a las causas  que han podido incentivar  esta tragedia.

            Escribe Carlos Alonso Zaldívar, diplomático: "¿Qué les lleva a hacerlo? Cuando la vida sólo ofrece  dolor y humillación, la desesperación empuja  a la venganza y a la muerte. La miseria puede convertir la vida en un infierno.  En Occidente, lo sabemos, pero no lo tomamos en serio. La vida también puede volverse un infierno por otra causas que los occidentales hemos olvidado: sufrir bombardeos de castigo, padecer humillaciones diarias, ver cómo desaparece lo que daba sentido a las cosas... La historia reciente viene siendo  un enfrentamiento entre los occidentales poderosos y ricos, dispuestos a matar  pero no a morir, y los pobres impotentes a quienes sólo cabe morir matando. Piensan que en Palestina, en Irak, en Africa y en otros sitios, los poderosos llevamos años matando sin morir. Creen que el pasado martes, por una vez, los desesperados, se tomaron la revancha de morir matando. El martes también cambió nuestra visión del mundo  en que vivimos. Descubrimos que los impotentes e ignorantes saben y pueden más de lo que nos habían dicho y que quienes nos protegen saben y pueden menos  de lo que pretenden...Guerra, ¿contra quién? Contra los terroristas, pero no sabemos quiénes son... Un error en los objetivos, en los fines o en los medios y resultará que habremos  aumentado las filas de los dispuestos  a morir matando" (El País, 16 de septiembre).

           

            En la misma línea se ha  expresado Jeremy Rifkin, presidente de la Foundation on Economic Trends, en Washington, DC: "La globalización ha mejorado las perspectivas de muchos. Pero también es cierto que muchos otros han sido víctimas de la globalización: mano de obra infantil, de la que se abusa y a la que se explota en fábricas dickensianas en todo el Tercer Mundo; millones de personas desarraigadas  de sus tierras ancestrales  para dejar sitio al negocio agrario; concentraciones  de población cada vez mayores  en las zonas urbanas, sin empleo y a menudo sin hogar; espacios naturales que se han esquilmado hasta dejarlos desnudos e incapaces de mantener ni siquiera la existencia humana más rudimentaria... Las estadísticas a menudo son insensibles y difíciles de entender para la mayoría de los que vivimos una vida privilegiada en los mundos desarrollados del Norte. Consideremos, por ejemplo, el hecho de que las 356 personas más ricas del mundo disfrutan de una riqueza colectiva que exceden  a la renta anual del 40 % de la humanidad, el 60 % de la  personas del mundo no han hecho nunca una sola llamada telefónica y una tercera parte de la humanidad no tiene electricidad, cerca de 1.000 millones de personas  permanecen sin empleo o subempleadas, 850 millones  están desnutridas y cientos de millones de personas  carecen de agua potable  adecuada, o de combustible  suficiente para calentar sus hogares. La mitad de la población del mundo  está completamente excluida de la economía formal... Por último, está el ataque implacable de la globalización a la diversidad  e identidad cultural. Segmentos enteros de la humanidad sienten que sus historias irrrepetibles  y los valores que rigen sus comunidades están  siendo pisoteados por las empresas globales".

 

 

                                    6. Medidas contra el terrorismo

            Hecho el diagnóstico, sigue sin dificultad el tratamiento. Todo depende de las causas señaladas en la procedencia del mal. En nuestro caso, creo que está bastante claro. El terrorismo viene provocado por situaciones y causas que fomentan las injusticias sociales, económicas, culturales y políticas. El llamado Orden Internacional  no parece que sea tal, cuando  dentro de él nos encontramos con hechos y desgracias como éstas. La tragedia del 11 de septiembre acusa, querámoslo o no, a las dos partes del litigio, pero acusa  sobre todo a las políticas de Occidente.

            Y no son los políticos precisamente       los que llevan el análisis al campo de su propia responsabilidad. Repensar la propia política, admitiendo persistentes abusos y errores y demandar la responsabilidad que de ellos se pudiera deducir, supone humildad, un gran sentido de humanidad y justicia, la convicción de que el mundo no está dividido para que unos dominen y otros sean dominados,  para que unos naden en la abundancia y otros pululen en la miseria,  y supone el sentir ético de  que  la humanidad es una única familia llamada a convivir en unas relaciones igualitarias de justicia, fraternidad y libertad.

            "No es posible, escribe el Magistrado de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, que viva en un país que sufre el terrorismo desde hace más de treinta años y que día a día clama por la legalidad y el Estado de derecho para hacerle frente,  y que ahora se ponga el casco militar  y decida ayudar sin límite a un hipotético bombardeo de la nada, a una masacre a la miseria; a un atentado a la lógica más elemental, de que la violencia engendra violencia y que la espiral del terrorismo, de los terrorismos -porque no todos son iguales ni en sus génesis, ni en su desarrollo o finalidad- se alimentan con más muertos sea del color que sean, y ese aumento de víctimas garantiza a la justificación de su actitud  e incluso le otorga más "legitimidad" para continuar su acción delictiva".

            Garzón, como otros muchos autores, vuelve a reafirmar  que el terrorismo, especialmente el islámico, es un fenómeno al que los países occidentales hemos contribuido  a dar forma. Y enumera una serie de  graves omisiones de Occidente,  que "le hacen sufrir ahora las consecuencias terribles de una violencia extrema  y fanáticamente religiosa".

 

            Consecuente con su análisis, Garzón no duda en afirmar:"La paz o la libertad  duraderas sólo pueden venir de la mano de la legalidad, de la justicia, del respeto  a la diversidad, de la defensa de los derechos humanos, de la respuesta mesurada, justa y eficaz... No se puede construir la paz sobre la miseria o la opresión del fuerte sobre el débil y, sobre todo, no se puede olvidar que habrá un momento en el que se tengan que pedir responsabilidades por las omisiones y por la périda de una oportunidad histórica para hacer más justo y equitativo este mundo... La respuesta no es desde luego la militar, sino aquella que parte necesariamente del Derecho mediante la elaboración y la aprobación urgente  de una Convención Internacional sobre el terrorismo... Creo que ha llegado el tiempo en que los principios de soberanía territorial, derechos humanos, seguridad, cooperación y justicia penal universal se conjuguen en un mismo tiempo y con un sentido integrador. Este, y no otro, debe ser el fin de la gran coalición de Estados frente al terrorismo".

 

            Esta misma es la opinión que, de unas y otras partes,  llega insistente: "La via hacia nuestra seguridad consiste  en reducir el número de otros dispuestos a morir. Lograrlo no requiere resolver previamente todos  los conflictos y dramas del mundo . Lo que sí se exige es recrear la esperanza de que las injusticias pueden  llegar a repararse.  Sólo el desesperado muere matando, el que tiene esperanza prefiere  vivir luchando. El gran reto de Occidente  no es matar a unos centenares de asesinos; si eso es todo lo que hacemos, aparecerán otros. El reto consiste ne poner fin a las situaciones que hacen surgir miles de desesperados  dispuestos a morir matando. Algo que en los últimos 10 años no hemos hecho. Quizá tras el 11 de septiembre de 2001 empecemos a hacerlo".

            Añado algunas  opiniones más que apuntan a la raíz profunda, si es que de verdad se quiere acabar con el terrorismo.       

            Tendremos que ser igualmente atrevidos y unánimes en nuestra determinación para  mantener el espíritu democrático  de apertura y tolerancia, y para abordar las injusticias económicas  que permiten que florezcan  los pensamientos  extremistas y el terrorismo. Esta iniciativa es la única forma de garantizar realmente que el terrorismo sea definitivamente derrotado a largo plazo" (Jeremy Rifkin).

            "La fase más larga y complicada en el combate contra el terrorismo incluye, entre otras causas, la creación de acuerdos internacionales sobre una serie de cuestiones, aplicar convenciones ya existentes y utilizar  los medios para lograr soluciones políticas a las continuas injusticias" (Chris Patten, Comisario europeo de Relaciones Exteriores, El País, 1 de Octubre).

            "En lugar de guerra y su correspondiente escalada, lo que debería haber es u n tiempo de reflexión sobre las raíces sociales y políticas del conflicto: un tiempo que sirva para el reconocimiento de que el derecho de autodeterminación  tiene prioridad sobre esas doctrinas imperialistas trasnochadas  propias de determinadas esferas  de influencia y sus  deseos de fundar nuevas colonias" (James Petras, El Mundo, 16 de Septiembre).

            "La solución es la democracia a escala mundial: la voz de los pueblos, de todos los pueblos". (Federico Mayor Zaragoza, El País, 24 de Septiembre).