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ACABAMOS DE LEER Y COMENTAMOS

MISIONEROS

Publica hoy El País el testimonio de Pilar Vila San Juan, que lleva años en Pakistán intentando acercar a cristianos y musulmanes a través de la educación. Y sigue encontrando el rechazo, sobre todo después del 11 de Septiembre, incluso entre sus mismos colaboradores musulmanes como ella describe en una impresionante escena del 12 de Septiembre. Pero éste no es un caso aislado.

Intentando encontrar cosas positivas que comentar en ese territorio de religión y cultura donde todo no tiene que ser "negatifffooo", me encuentro con el testimonio citado anteriormente que no es el único y que podría completarse con otros muchos. Desde cualquier país, pero sobre todo si es de cultura musulmana o está en proceso de independencia o guerras nacionalistas.

Un asiduo lector de ATRIO me relataba, por ejemplo, el otro día desde Etiopía estos impresionantes hechos:

Últimamente, ni siquiera hace un año, una congregación religiosa con un hermoso convento se encontró con que durante un partido de fútbol, el hermoso convento ardió. Los seminaristas (muchos profesos) le habían prendido fuego con gasolina: diferencias raciales. En una diócesis del sur los "files cristianos" expulsaron a su obispo y se negaron a participar en sus misas impidiéndole incluso que entrara en la catedral de la diócesis. "No te queremos - le dijeron - no eres de los nuestros, nosotros somos........ y tú eres extranjero".

En otra diócesis los sacerdotes diocesanos decían en una reunión: "Nuestro obispo es extranjero, el vicario es extranjero, y lo mismo pasa con el administrador de la diócesis, y ¿nosotros entonces, qué pintamos aquí? Esos son hechos que se repiten continuamente.

Yo he empezado a ordenar las mangueras de riego en nuestra casa a la espera de que un día nos toque a nosotros.

Estoy exagerando, pero la verdad es que uno de los nuestros de Kenya, cuando se supo lo del otro convento dijo:"lo que me extraña es que aún no haya sucedido en nuestros conventos de Kenya o Tanzania.

 La vida de estos hombres y mujeres está expuesta a la muerte. Pero, sobre todo, es una vida de entrega testimonial, cuajada de renuncias y angustias cotidianas, más que de acción proselitisata. Una vida que saben que no va a ser entendida ni por los nativos ni, a veces, por su misma iglesia. La iglesia capitalizará sin duda su presencia como prueba de la generosidad y santidad propia. Pero en general les dejará muy desasistidos, recelosa incluso de que se acomoden demasiado a la cultura del país y consigan pocas conversiones.

La desconfianza que reciben de los nativos está cuajada en la historia de las colonizaciones y de la explotación que todavía hoy sufren de las sociedades nordoccidentales. Ellos son los primeros que comprenden la actitud de recelo y la posible explosión de violencia irracional de esas poblaciones que pueden acabar con ellos. Se les considerará mártires pero porque cargan las culpas de otros conciudadanos o correligionarios.

A mi me recuerdan la extraordinaria vida de Charles Foucauld, que fué asesinado en 1920 por sus queridos Tuaregs a quienes había entregado totalmente su vida sin pedirles nada a cambio. (Puede verse su biografía y muchas más cosas sobre él pinchando aquí: ¡que grande es Internet!) Había sido explorador de Africa al servicio de la extensión colonial francesa. Después se convirtió y se dedicó a seguir a Jesús, primero como jardinero-ermitaño en Nazaret y depués como uno más de una tribu tuareg en plena Sahara. No intentaba convertirles sino aprender de ellos y servirles en lo que pudiera. Los que le conocían diractamente nunca le hubieran matado. Pero hubo una sedición independista y otros tuaregs le mataron porque era francés. Esto le sirvió a Francia para justificar una brutal represión del nacionalismo independentista. Exactamente lo contrario de lo que hubiera deseado la víctima.

El grano de trigo se hundió en la tierra y parecía que se podría. Pero una amplia familia recogió su espíritu: hermanitos y hermanitas de Jesús, de los pobres, de Emaús... Todos nos han pepetuado el espíritu de encarnación, de entrega según la vida oculta de Jesús, hasta dejarse comer por los otros, en el mundo y la cultura de cada uno, con la máxima sencillez y humildad.

Y la historia se repite. Otros se entregan sin reserva a los hombres, sin pedir nada a cambio, y son arrinconados o asesinados no porque son franceses sino sólo por ser blamcos o nordoccidentales. Y aún se instrumentaliza su sacrificio para aumentar la represión y el poderío de una cultura sobre otra. Pero el espíritu auténtico de entrega sin reserva y el testimonio de fraternidad total y ecuménica resurgirá algún día. ¡Que no os quepa duda! ¡Estamos con vosotros!

Antonio Duato

 

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