El
motivo de esta carta
Quienes ahora Os escribimos somos varios hombres cristianos, doblemente
víctimas en dos claras épocas de nuestra vida: primero durante nuestra
adolescencia y juventud y, luego, en nuestra madurez, por parte de un
sacerdote y religioso muy allegado a Vos, que repetidamente abusó,
antaño, sexualmente y de otras maneras de nosotros, indefensos, lejos de
nuestros padres o tutores, en países diversos y lejanos del nuestro, y
que, al haber revelado nosotros la triste verdad de nuestra historia a
dos periodistas norteamericanos de buena fe, el año pasado, y, habiendo
él sabido por ellos nuestros nombres a través de abogados suyos (sin
haber nosotros incoado demanda legal alguna), acudió o dio instrucciones
para que antiguos compañeros nuestros, actualmente fuera de la
congregación, de la que el sacerdote ofensor es fundador y todavía
actual superior general, dieran falso testimonio contra nosotros
diciendo, ante notario público, que, tiempo atrás, los habíamos instado
a formar una conspiración contra él, y, a través de él, contra la
Iglesia, para acusarlo faltando y haciéndolos faltar a la verdad. Tales
personas, Santo Padre, laboran para la institución llamada Legión de
Cristo, o han laborado cerca de ella, y jamás habíamos imaginado
siquiera que pudieran tener el valor de manifestar la verdad; pero con
ellas nunca habíamos tenido razón alguna de conflicto, desde que juntos
cantábamos “...congregavit nos in unum Christi amor...”.
Somos
un pequeño grupo de exmiembros de la Legión de Cristo los que, con pleno
derecho, y ahora aún más en legítima defensa, nos decidimos a declarar
la terrible y dolorosa verdad del obscuro mal oculto, casi desde la
fundación de su institución, durante más de cuatro décadas, acerca de la
encubierta conducta inmoral del mismo fundador y superior general de la
Legión de Cristo, el Padre Marcial Maciel Degollado, en quién
penosamente de alguna manera aún creíamos antes de descubrir que el caso
de nuestro abuso particular no era aislado ni único, sino muy general, y
que había sido envuelto en palabras engañosas, que nuestra poca edad
entonces y la devoción y obediencia ciega que estábamos obligados a
tenerle como padre y superior nos hicieron creer.
¿Por qué ahora?
Nosotros, aun fuera ya de la institución, no habíamos podido superar
psicológicamente una dolorosa prudencia y discreción autoimpuesta
durante largos años. Pero, Santo Padre, fue precisamente la carta de
apoyo y felicitación de V.S. dirigida al Padre Marcial Maciel Degollado,
publicada el día 5 de Diciembre de 1994 en los siete diarios más
influyentes de la Ciudad de México, avalada por Vuestra propia firma y
por la reproducción muy visible del mismo escudo de armas pontificio, en
la cual V.S. encomiaba al Padre como “guía eficaz de la juventud” y como
quien “ha querido poner a Cristo (...) como criterio, centro y modelo de
toda su vida y labor sacerdotal...”, la que nos movió a romper,
finalmente, el pesado silencio y revelar la penosa verdad; pues nos
indignó que un Vicario más de Cristo a lo largo de varias décadas
pudiera seguir estando a tan grave extremo engañado.
Y
ahora nos ha movido a dirigiros esta carta abierta y también
privadamente por medio de Vuestro nuevo nuncio en México, monseñor Justo
Mullor García, el hecho de conocerse públicamente el nombramiento
vaticano, a pesar de todo, del padre Marcial Maciel Degollado como uno
de los veintiún dignatarios encargados de organizar y dirigir el Sínodo
de obispos de América, que está teniendo lugar en Roma, programado del
16 de este mes al 12 de Diciembre de este año, para considerar puntos de
doctrina y praxis cristianas frente al próximo milenio. Nos parecería
inconcebible, Santo Padre, que nuestras graves revelaciones y quejas no
Os importaran absolutamente nada: porque siendo cierto que frente a la
justicia de los Estados hay tiempos legales que prescriben para la
manifestación de delitos cometidos [La Jornada, México,
23.04.97], es por eso precisamente ante una Iglesia perenne, a la que
queremos seguir creyendo poseedora de valores permanentes como
Institución, y siendo Ella directamente la principal agraviada en su
cuerpo moral a través de nosotros, ante la que de nuevo insistimos en
exponer privada y públicamente nuestra indignación por tanta desatención
y aun por el arrogante silencio, cuando no ofensas, de representantes
importantes de su jerarquía ante tan grandes abusos e injusticia.
Tanto
el Estado como la Iglesia deben considerar que si nuestros presentes
testimonios son falsos, somos acreedores a sanciones civiles, penales y
eclesiásticas. ¿Por qué, entonces, habríamos de insistir? ¿Hay, como se
ha dicho hace meses, detrás de nosotros alguno o algunos grupos de poder
interesados en desacreditar al padre Marcial Maciel Degollado, o, como
él ha dicho, a la Iglesia a través de su persona? Bien sabemos que es
éste en el padre Maciel Degollado un viejo empleo astuto de la
yuxtaposición como método. Lo justo, creemos es que todo puede y debe
quedar sujeto a investigación, sin acepción de personas, a menos que se
trate de una discriminación positiva a favor de los más débiles y
víctimas.
Dos de
nosotros, entonces sacerdotes en funciones, ya desde 1978 y 1989
habíamos declarado por las vías y protocolos canónicos oficiales,
establecidos por las instancias vaticanas pertinentes, parte gravísima
de los males que este año, ya como grupo, revelamos [cfr. Hartford
Courant, Connecticut, EE.UU. de Norteamérica, domingo 23.02.97];
pero hemos parecido tan insignificantes a la jerarquía católica, Santo
Padre, que, a pesar de la enorme ominosidad de los hechos dados a
conocer entonces y ahora, no logramos atención ninguna ni respuesta
ninguna, ni burocrática siquiera, de nuestra Madre la Iglesia.
El
padre Marcial Maciel Degollado, por medio de la poderosa representación
de la firma de abogados Kirkland and Ellis de Chicago y Washington,
D.C., por medio de su vocero religioso en Norteamérica, el padre Owen
Kearns, L.C., y, luego, en carta propia suya que mencionaremos líneas
abajo, falsamente pretendió desmentir nuestros testimonios como carentes
de fundamento alguno. Con lo cual no solamente ha faltado otra vez más a
la verdad y a la caridad cristiana, sino también al concepto y a la
práctica del más elemental sentido de la justicia y de la simple hombría
humana: después de haberse negado a confrontar a los periodistas que en
Diciembre pasado le pedían una entrevista para escuchar su versión de
los hechos a investigar -muy diferente de Cristo en Gethsemaní: (“¿A
quién buscáis? [...] Yo soy”...)- se pertrechó no con la Palabra de
Dios, como corresponde a un servidor Suyo, sino detrás de la poderosa y
costosa representación legal. Y cuando tal estrategia puramente humana
le resultó vana, entonces, en la mencionada carta personal, dirigida
desde Roma, el 28.02.97, a Mr. Clifford L. Teutsch, editor en jefe del
Hartford Courant, después de culparnos abyectamente de insidia,
falsedad y calumnia, y como si fuera la suya una acusación ligera,
declaró que nos perdonaba. ¡Qué travestismo y apariencia de virtud y, en
palabras del mismo Cristo, qué falsa blancura de sepulcro! Santo Padre,
¡cuando una mediana experiencia de las cosas humanas y el buen sentido
declaran a voces que un hombre de Dios, con la conciencia cristiana
limpia y tranquila, jamás habría obrado así!.
Nosotros, además de católicos, miembros de la sociedad abierta,
desprotegidos durante décadas por nuestro propio silencio, y desoídos
después a lo largo del tiempo por diversas instancias eclesiásticas a
las que inútilmente recurrimos, para la exposición de la verdad nos
vimos constreñidos a aceptar el contacto con los libres medios de
comunicación, no con ánimo de escándalo sino buscando también
protección, ya que, hace años, uno de nosotros, y no veladamente, había
sido amenazado de muerte por el mismo Padre Marcial Maciel Degollado; y
de lo cual hay testigos. Por eso, Santo Padre, por nosotros mismos, por
otras víctimas aún silenciosas, por la Iglesia y por la sociedad
consideramos un deber moral insistir en manifestar la verdad “opportune
et importune”.
La
actitud de la jerarquía católica
Si ha
habido alguna conspiración, como han dicho, mintiendo de toda falsedad,
ante notario público en documentos entregados a los abogados de Kirkland
and Ellis tres incondicionales exmiembros, y, ante medios de
comunicación, varios miembros de la Legión de Cristo bajo instrucciones
de obediencia, Santo Padre, no ha sido de parte de nosotros, que
consideramos nuestra acción como un difícil y arriesgado servicio a la
Iglesia y a la sociedad, sino de parte de personas mismas constituidas
en autoridad dentro de la Legión de Cristo y de la misma Iglesia: se
trata de una conspiración de silencio, de vergonzoso encubrimiento y de
una nueva e injustísima victimización contra nosotros por parte de
personas de la jerarquía católica romana, de funcionarios ya informados
del Vaticano y de altos miembros de la Iglesia mexicana. Datos: después
de que, en los días 14, 15, 16 y 17 de Abril de este mismo año,
aparecieron en el diario La Jornada más detalladas revelaciones
sobre los mismos hechos tratados en la edición del diario norteamericano
citado, el obispo “emérito” Genaro Alamilla, sin conocernos de nada, sin
saber si decíamos la verdad o no y sin escucharnos, nos ofendió ante los
medios públicos y descalificó, sin conocimiento alguno de causa,
nuestros testimonios, llamándonos mentirosos y resentidos [La Jornada,
24.04.97].
El
mismo arzobispo de la Ciudad de México, monseñor Norberto Rivera
Carrera, nos difamó públicamente, como consta en la edición de La
Jornada [12.05.97] al insultarnos a nosotros y al periodista
Salvador Guerrero Chiprés, autor de la serie de los cuatro artículos
sobre el tema, conminándolo con estas palabras: “tú nos debes platicar
cuánto te pagaron...” (se hizo grabación electrónica). Siendo mexicanos
casi todos los exlegionarios que hicimos las revelaciones y siendo
monseñor Norberto Rivera Carrera el pastor eclesial correspondiente más
inmediato a la mayor parte próxima de nosotros, jamás nos convocó para
poder conocer de nosotros mismos nuestra versión completa de los hechos
manifestados y cuestionarla bajo cualquier procedimiento jurídico:
canónico o, si procediera, del derecho positivo correspondiente. No.
Simplemente y faltando a una de sus funciones de epí-skopos o
supervisor, (pues si el padre Maciel Degollado no depende de él, varios
de nosotros, como fieles, sí) prefirió ofendernos ante cámaras y
grabadoras y tomar partido incondicional por la parte poderosa, a la que
nosotros señalamos como victimaria de nuestros cuerpos y de nuestras
almas, antaño, y, ahora, de nuestro nombre y prestigio de hombres de
bien. Si el haber comunicado nosotros a los medios, y no a él, arzobispo
de la Ciudad de México, los hechos impugnatorios fuese la razón de su
desatención, podría haberlo así manifestado; pero no fue el modo sino el
contenido de nuestras palabras lo que, sin investigación alguna,
descalificó en todo momento. Y no nos dirigimos a él porque dicasterios
eclesiásticos vaticanos superiores, directamente responsables del
seguimiento de tales casos, tampoco han contestado nunca desde 1978 y
1989 a los testimonios, oficialmente protocolizados, de dos de nosotros
abajo firmantes.
De
Vuestro anterior delegado y, luego, nuncio apostólico, monseñor Girolamo
Prigione, de quien parte de la opinión eclesiástica y laica mexicana se
ha expresado tantas veces negativamente en extremo [cfr., por ejemplo,
El Universal, suplemento especial Bucareli Ocho, Año 1, No. 14,
24.08.97] y de cuya ingrata memoria en México parece preferirse no
hablar ya, no cabía esperar atención ninguna a la presentación de
nuestra queja. El tuvo también la oportunidad de interrogarnos en
servicio Vuestro, de la verdad y de la Iglesia, y de dirigir la
información recabada a la congregación romana correspondiente, pero
prefirió callar y aparecer intencionalmente con el padre Marcial Maciel
Degollado y el arzobispo Rivera Carrera en una notoria fotografiada de
primera página periodística, [La Jornada, 22.04.97] apenas días
después de publicarse nuevas revelaciones en el mismo diario, indicando
con esa yuxtaposición de las imágenes, sin que mediase investigación
alguna, que también él descalificaba totalmente nuestras revelaciones.
Perdonadnos el mencionarlo, Santo Padre, pero hay personas que se
sentirían tentadas a pensar también de estos jerarcas, como Baruch
Spinoza de los altos clérigos de su época que “...si tuviesen realmente
una sola chispa de luz divina, no se equivocarían con tanta arrogancia
sino que aprenderían a amar a Dios con más sabiduría y destacarían tanto
entre los demás hombres por su capacidad de amor como sobresalen ahora
por su malicia.” [Tractatus Theologico-Politicus, Prefacio]
Acudimos, sí, hace tiempo, como antes a otras personalidades
eclesiásticas (y revelamos este dato aquí y ahora por primera vez) a
otra alta instancia jerárquica, el Cardenal Cahil Daly, primado de
Irlanda, después que él valientemente afirmó, a través de la British
Broadcasting Corporation, [cfr. El Universal, México,
secc. Internacional, 2.01.95] que sería firme y que no encubriría a
clérigos que tuviesen algo que con su país si hubiesen delinquido por
abuso sexual. Podemos probar con la respuesta dada, casi dos años
después [6.12.96], por medio de un asistente particular suyo a los
investigadores del periódico Hartford Courant, Gerald Renner y
Jason Berry, que sí había recibido una muy delicada misiva firmada
entonces por cinco de nosotros, fechada el 5 de Febrero de 1995, la cual
le había sido entregada personalmente. Sin embargo, el Cardenal Cahil
Daly, ni siendo aún el primado de Irlanda, ni después de serlo, nos
contestó nunca, ni en público ni en privado, a pesar de sus promesas
ante la BBC de Londres y a pesar de que en nuestra carta le rogábamos
claramente que nos indicase sus instrucciones para dar seguimiento a
nuestra información, por medio de nuestro propio mensajero, quién por
obvias razones de confidencialidad, desconocía el contenido del envío
que entregó en manos de su Eminencia. Constará, pues, a quienes deseen
verificarlo que, aunque frustrado contra nuestra voluntad, el esfuerzo
de comunicación privada y directa con el Cardenal Daly como miembro de
la alta jerarquía católica es una prueba de la discreción y moderación
con que durante tanto tiempo siempre quisimos tratar tan delicado asunto
antes de aceptar la intervención abierta de algunos medios públicos de
investigación y difusión.
Testimonios internos de la Legión de Cristo
Así,
pues, Santo Padre, no se trata de un “¿Por qué ahora?”, como el padre
Marcial Maciel Degollado y sus voceros o sus solapados amigos de
diversos medios de comunicación gráfica, radiofónica y televisiva han
querido que piense confundidamente la gente. No: que se revisen los
libros mismos, [publicados con escasísimo conocimiento del método
histórico y con inescrupulosa simplificación y deformación de los
hechos] que tocan aspectos de la vida del padre Marcial Maciel
Degollado. Léase en el texto redactado por el P. Owen Kearns, L.C. et
al, Legionarios de Cristo, Cincuenta aniversario, [México,
Imprenta Madero, 1991] cómo, ya de joven, “al fallecer su tío Don Rafael
[Guízar y Valencia, obispo de Jalapa] se suscitaron algunas [‘]
incomprensiones [‘];[y] Marcial tuvo que abandonar el seminario de
Veracruz” [o.c., pág. 239]. Léase allí mismo cómo en el siguiente
seminario, el de Montezuma, New México, Estados Unidos de Norteamérica,
en el que estuvo solamente 18 meses (del 2 de Septiembre de 1938 hasta
la noche del 17 de Junio de 1940, bajo matrícula no. 428 [Cfr.
Montezuma en sus exalumnos, del P. José Macias, S.I., México, Ed.
Progreso, 1962] cómo “mientras tanto, sin embargo, habían surgido
también aquí algunas [‘] incomprensiones [‘] [otra vez]” y cómo ésa, “la
noche del 17 de junio de 1940 Maciel tuvo que dejar el seminario...” [Legionarios
de Cristo, Cincuenta Aniversario, pág. 23], dato que completa el
P.J. Alberto Villasana, L.C., indicando que fue tan tajante y súbita la
orden de expulsión esa noche que el padre rector del Seminario, [Don
Agustín Waldner, S.I.] se negó totalmente a la solicitud del ya
exseminarista para hablar con él. [Una fundación en perspectiva.
Evocación histórica, Roma Instituto de los Altos Estudios de
la Legión de Cristo, 3 de Enero de 1991, pág. 65]. Léase también en la
página 31 de la misma obra redactada por el P. Owen Kearns, L.C., et al.
que, después del apoyo brindado, hasta 1949, por el prestigiado
moralista P. Lucio Rodrigo, S.I., de la Universidad de Comillas,
entonces en Santander, España, éste hombre tan ponderado, al igual que
el rector de esa institución, el P. Francisco Javier Baeza, S.I., empezó
a enviar informes negativos a las autoridades eclesiásticas: “...Pero
después también llegaron otros informes con acusaciones infamantes...”
[El padre editor no da absolutamente ninguna explicación, ni mínima
siquiera, al respecto. Obviamente frente al padre Marcial Maciel
Degollado y su conducta personal privada todo el mundo parece haber
estado siempre equivocado].
Pero
léase la propia carta del mismo padre Marcial Maciel Degollado, quien,
ya desde el 20 de Noviembre de 1953, escribía desde Chihuahua, México,
bajo el apartado 2, “La vida es una y se vive una sola vez”: En mi
entrega me sorprendió la batalla de la calumnia y la difamación...”
[Mensaje,
Cartas del Fundador del Regnum Christi, M.M.L.C., Roma, 1986, pág.
19] , demostrando así el mismo que ya desde aquellos años era acusado de
varias faltas cuya naturaleza él prefirió mantener velada; pues, al
instarnos a “cerrar filas” y a obrar con “espíritu de cuerpo”, como
solía, se refería siempre a los “ataques de difamación y calumnia” de
“sus enemigos”, pero sin mencionar nunca, ni veladamente siquiera,
quiénes fuesen esos “enemigos” ni tampoco la naturaleza ni el contenido
de tales ataques.
Nadie,
pues, podrá restar fuerza al significado de esos autotestimonios ni
negar que provienen de fuentes favorables al padre Marcial Maciel
Degollado o de él mismo, no de “enemigos”, como él frecuentemente
calificaba en sus cartas “ad usum nostrorum tantum”, en conversaciones
privadas y charlas abiertas a quienes disentían de él, sobre todo en lo
respectivo a su conducta moral.
¿Por qué tantos callamos tanto tiempo?
Es
verdad, Santidad, que, psicológicamente amordazados y con una mal
entendida lealtad a la institución y al padre Marcial Maciel Degollado,
siete de los firmantes de esta carta dirigida a Vos /pues uno, para
entonces, ya había salido de la institución) ocultamos la verdad y
mentimos en nuestra juventud ante los investigadores del Vaticano cuando
fuimos interrogados en Roma acerca de su conducta moral, en 1956, y es
cierto también que después callamos durante largo tiempo; pero
psicólogos, psiquiatras y otros especialistas de las ciencias sociales y
del espíritu pueden probar que el silencio de las víctimas de cierta
clase de abusos, y sobre todo bajo los efectos perdurables de un
sometimiento psicológico y religioso intenso, mientras más prolongado es
más señalada la hondura del daño causado por la poderosa inhibición
interior impuesta por las depredaciones espirituales originadas, en
nuestro caso y con tanto dolor y confusión, en aquél de quien menos
deberían provenir.
¡Ah,
Santo Padre, si tantas bocas calladas dentro y fuera de la Legión de
Cristo hablaran ahora, valientemente leales a la verdad y a la Iglesia,
y menos amordazadas por el largo hábito de la incondicional pertenencia
institucional, o por el temor de perder, ya fuera, su imagen social o
ciertos beneficios generados por su silencio!.
Ved:
como casi todos entrábamos muy jóvenes en la institución, por ello
viven aún muchos sabedores de la realidad de las tristes verdades
expuestas: unos que sí hemos escrito nuestro testimonio y otros que no
lo han hecho, de que el mal moral del abuso sexual, del mal ejemplo de
la inveterada adicción al uso de la morfina en privado pero delante de
nosotros y de otros, de los cuales varios tenían, incluso, que
conseguírsela, y del profundo y arraigado hábito de simulación y engaño
por parte del padre Marcial Maciel Degollado tuvieron su origen desde
las primeras décadas de la Legión de Cristo. Tenemos conocimiento y
convicción de que quienes hemos hablado o escrito acerca de estos males
no representamos sino una muy pequeña parte de la totalidad de víctimas
de los daños morales continuados durante largos años, almas adolescentes
y jóvenes desprotegidas, antaño, por nuestra familias, desgraciadamente
tan lejanas ¡y tan cristianamente confiadas!.
Considerad también, por lo que toca a nuestra residencia y no
supervisada minoría de edad en el extranjero, que México, la patria de
la mayor parte de nosotros, no mantenía relaciones con el gobierno
español durante aquellos años y que, en el caso de nuestra permanencia
en Roma, no podía tratarse de la improcedente relación de un gobierno
laico con una institución religiosa de un catolicismo escasamente
reconocido oficialmente en nuestro propio país; por lo cual quedaba
descartada toda posible vigilancia sobre nosotros de parte de nuestras
autoridades civiles.
¿Y
nos protegió la Iglesia?
¿Y la
misma Iglesia? ¿Podría sospechar siquiera aquella nuestra situación de
entonces el Cardenal Giuseppe Pizzardo, supuestamente tan amigo del
padre Maciel Degollado, Secretario de la Suprema Sagrada Congregación
del Santo Oficio, Prefecto de la Congregación de Seminarios y
Universidades de Estudios y Gran Canciller de la Pontificia Universidad
Gregoriana, tan ocupado por las actividades de sus altos cargos? O,
siendo entonces la Legión de Cristo reconocida sólo por derecho
diocesano desde el 25 de Mayo de 1948 hasta el 6 de Febrero de 1965, por
carecer aún de aprobación pontificia antes de esta fecha, podía monseñor
Alfonso Espino, obispo de Cuernavaca, Morelos, México, darse cuenta de
aquellas tropelías contra la moralidad e integridad nuestra, estando
nosotros tan distantes, bajo el más absoluto régimen de censura y de
“voto secreto” en toda clase de comunicación interna y externa y sin
conocimiento del respaldo y protección debidos a nosotros por el Derecho
Canónico?. Aún hoy día, Santo Padre, ninguno de nosotros sabe en qué
lugar del Vaticano o bajo el control de qué congregación o dicasterio
romanos se conservan los testimonios transcritos en libreta de tipo
notarial en que firmamos, en Noviembre de 1956, ante los interrogadores
vaticanos, el Superior General de la Orden Carmelita, padre Anastasio
del Santísimo Rosario y de su asistente, el padre Bengiamino. Y nunca,
como esperaría cualquier comisión de los Derechos Humanos, se nos dio
copia alguna del documento en que en aquella ocasión tan seria, haya
sido cual haya sido nuestro testimonio, asentamos nuestra firma.
Por su
parte, el padre Marcial Maciel Degollado, al defenderse, respondiendo,
por medio de sus abogados de la firma Kirkland and Ellis, a los
investigadores del diario Hartford Courant, de Diciembre del año
pasado a Febrero de este año, y queriendo él retrotraer los cargos hacia
los años 1956-1959 (tiempo en que fue obligado por el Vaticano a
mantenerse alejado de la institución) no presentó, como, en cambio, sí
sería lógico esperar, ningún documento exoneratorio de parte de las
autoridades vaticanas de entonces, por ejemplo del venerable y firme
Valerio Valeri, miembro del Colegio Cardenalicio desde 1953 y Prefecto
de la Sagrada Congregación de Religiosos, quien tuvo información y,
desde Abril de 1956, sorpresiva evidencia personal de la drogadicción
del padre Marcial Maciel Degollado, o de Su Eminencia el Cardenal
Alfredo Ottaviani, desde 1935 Asesor del Santo Oficio y, para 1956,
Pro-Secretario del mismo Sacro Dicasterio, o de monseñor Arcadio
Larraona, C.M.F., más tarde Cardenal, de quien parece que dependió
inmediatamente la dirección de la, evidentemente frustrada,
investigación del caso. No: los abogados laicos del padre Maciel
Degollado solamente presentaron (Diciembre de 1996) a los investigadores
del Hartford Courant, Geral Renner y Jason Berry, una carta manuscrita,
pero, y en materia tan grave, SIN fecha, de monseñor Polidoro Van
Blieberghe, obispo belga franciscano ahora retirado en Illapel, Chile, y
el cual NO nos interrogó a nosotros en Roma y quien de ningún modo ni
tuvo ni tiene las atribuciones de juez, y menos ahora, siendo como fue
sólo un “técnico” observador intermediario en la investigación. Es
llamativo, por cierto, que los abogados del padre Maciel Degollado
también presentaron a su favor otra carta, supuestamente exoneratoria de
su vicio de drogadicción, hológrafa también y firmada por el doctor
Riccardo Galeazzi Lissi, el arquiatra mismo de S.S. Pío XII, pero
extrañamente también SIN fecha. Y es importante observar que aquellas
difíciles circunstancias ocurrieron especialmente durante la coyuntura
transicional de las postrimerías del glorioso Pontificado de S.S. Pío
XII a los inicios del primer año del memorable Pontificado de S.S. Juan
XXIII.
¿Por qué ha sido posible todo esto?
¿Por
qué han sido posibles dentro de la Iglesia y tan cerca del Papa
encubrimiento tan denso y silencio tan prolongado? Sabemos por la lógica
simple y por la misma enseñanza evangélica que no puede ser una misma la
raíz del trigo y la de la cizaña. ¿Cómo explicar, entonces, Santo Padre,
aparentemente de una misma fuente los bienes manifiestos y, al mismo
tiempo, el mal moral referido, de cuya existencia no podemos dudar, pues
de él tantos fuimos víctimas y por tanto tiempo? ¿Se trata de una misma
raíz y de un mismo tronco, o de un extraño, no cristiano arte,
cuasidemoníaco, de ocultarse el mal real detrás de ciertos bienes
objetivos, productos de distintas buenas voluntades, no negables del
bien y el hacedor del mal? Reconocemos que por diversas razones no es
una labor fácil establecer de modo inequívoco el deslinde (pues, en
último término, la verdad de una cosa sólo puede ser el conjunto de
todas las cosas: ¡y eso es parte del gravísimo problema!); pero
afirmamos que sí es responsabilidad de la Iglesia Católica, organizadora
de toda clase de encuentros nacionales e internacionales para tratar
puntos fundamentalmente de doctrina y praxis cristianas y a la que no le
faltan los medios oportunos para investigar la verdad, si firmemente así
lo quiere e institucionalmente así lo decide.
Nosotros, como víctimas, pero adultos ya, reflexivos y obligados sólo a
la verdad, basados en nuestra directa experiencia personal de muchos
años muy cerca de la críptica vida íntima del fundador y general de la
Legión de Cristo, el padre Marcial Maciel Degollado, afirmamos ante Vos,
ante la Iglesia y ante la sociedad, sin negar el enigmático carisma que
siempre lo ha acompañado y que, precisamente, no es privativo sólo de
los espíritus buenos, que en gran parte su personalidad externamente
conocida es un producto mítico de un esfuerzo institucional
fabricadamente elaborado, más cercano en su esencia y modos, dirían
algunos, a los procedimientos del nacionalista Joseph Goebbels que a la
desnuda verdad de Evangelio de Cristo. Es cierto que, como muchos de los
modernos mitos humanos, manifiesta aspectos a primera vista
espectaculares y en varios sentidos hasta ventajosos. Más no encontramos
en la historia del Cristianismo ningún hombre de Dios que considerase a
un mito como verdadero sólo porque resultara útil.
¿Qué es lo que está en riesgo?
¿Que
con la investigación solicitada por nosotros se afectaría el prestigio y
la respetabilidad públicas de la persona aquí acusada?: no más que el
prestigio y la respetabilidad de cualquier hombre perteneciente a una
sociedad bien constituida que posee leyes uniformes para todos, sin
acepción de personas, y para la cual la Iglesia quiere ser modelo de
doctrina y práctica de la justicia. Si lo que hemos dicho y estamos
diciendo no es cierto, que esa misma justicia argumentadamente no lo
impute, que inflexiblemente nos lo pruebe y que seamos castigados
duramente; y que ante Dios y ante los hombres brille íntegramente a
favor del padre Marcial Maciel Degollado el esplendor de la verdad. Si,
en cambio, sometidos todos, él y nosotros, al escrutinio completamente
imparcial de una comisión libre y capaz, formada por hombres y mujeres,
laicos y eclesiásticos, especializados en las ciencias apropiadas para
el caso, se reconociese que decimos lo cierto, como afirmamos, en las
acusaciones que hemos presentado, que entonces también la verdad
resplandezca y que igualmente se aplique la justicia. Que todos seamos
tratados con la misma regla, como corresponde a hombres libres y
adultos, miembros de la Asamblea Católica, en una sociedad y en una
Iglesia dignas. Porque, de lo contrario, debería otorgarse a todo hombre
y toda mujer el privilegio de deshacerse fácilmente de la
responsabilidad moral de sus actos ante los grupos humanos legalmente
constituidos, con el simple silencio o con declaraciones propias
autónomamente exoneratorias, y con la facultad añadida de acusar de
calumniadores, difamadores y falsarios a sus antiguas víctimas,
reveladoras públicas ya de las injusticias infligidas contra ellas.
Santo
Padre, en caso de reconocerse la culpabilidad del padre Marcial Maciel
Degollado, ¿sería ello tan oneroso para la Iglesia? Más grandes errores
ha reconocido en su historia. Permitidnos la osadía de decir que por
razones múltiples lo oprobioso para la Iglesia sería dejar de aclarar
cuál es la verdad y no hacerse la debida justicia, se extenderá un
escándalo mayor y quedará siempre en duda para muchos la credibilidad
misma al magisterio de la Iglesia, la cual, por una parte, ofrece en
ocasiones disculpas generales por los delitos de sus clérigos y publica
documentos hermosos y ricos en fuentes escriturísticas sobre la debida
pureza del sacerdote, sobre la dignidad de la persona humana y sobre el
respeto a ésta debido y, por otra parte, oculta y calla cuando la
acusación se refiere a alguien encumbrado dentro de su propio sistema.
Ante
lo que nos tocó presenciar directamente y sufrir en carne y espíritu
propios y después de lo que hemos observado y sabido durante largos
años, nosotros nos preguntamos ahora, consternados: ¿cómo es posible que
una sabiduría tan antigua como la de la Iglesia haya podido ser engañada
tan fácilmente a tan altos niveles jerárquicos, por tanto tiempo, en
tantos lugares, a pesar de tantas víctimas y de tantos insistentes
reclamos? ¿Es la Iglesia eficaz en su voluntad de investigar y conocer
los irregulares y destructivos hechos morales de sus altos miembros? ¿O
teme conocerlos? ¿O teme del escándalo? ¿Pero qué mayor escándalo que
ese extensísimo museo oculto de almas en diáspora espiritual, deformadas
y dañadas de por vida en lo más íntimo de su sacralidad por “lobos
vestidos con piel de oveja” y disfrazados de pastores, corruptos y
corruptores, seductores y no conductores de almas, aunque obviamente
poderosos por su influencia económica, social y eclesiástica, no
personalmente por el ejercicio de los valores que pregona el verdadero
Evangelio de Cristo?
Santo
Padre, Vos, como nosotros, sabéis que “Deus non irridetur” y que la
palabra traiciona a quien traiciona la Palabra. Todo es cuestión de
tiempo. Porque, como recuerda un autor poco notorio, “pese a los
clamores y vítores, la gran mentira nunca ha sido un éxito histórico
permanente. “Si la Iglesia quiere recuperar la perdurable fe íntima de
tantos fieles desilusionados (dejando a un lado las estadísticas
publicitarias de aglomeraciones cuantiosas, que olvidan que sólo “in
interiore hominis habitat Spiritus” y de datos de cierto crecimiento
institucional, que, en contraparte, no mencionan para nada las aún
mayores deserciones ni sus causas), debe ser claro y manifiesto que Ella
no teme imponer limpieza y orden en su propio recinto socioespiritual.
Creemos firmemente que sólo un cristianismo justo, transparente y
valiente ganará el respeto verdadero y activo de viejos jóvenes, de
hombres y mujeres valiosos e inteligentes y sanamente críticos en un
mundo superficial, tan fácilmente impresionable por datos de
manifestaciones masivas, de movimientos gregarios y de un poder de
convocatoria bajo declaraciones válidas en sí mismas, pero tristemente,
¡y tantas veces!, sin consecuencia para el cumplimiento de la justicia.
¿Una Iglesia santa?
Santidad, nos sorprende muchísimo ver cómo tantos eclesiásticos de
nuestros días se resisten a conocer la existencia del mal y de la
injusticia en el medio religioso católico, cuando, por otra parte,
sabemos por la Sagrada Escritura, por los testimonios de los Santos
Padres y por los documentos de no lejano Segundo Concilio Vaticano que
la Iglesia acepta oficialmente que es no sólo una Institución para los
pecadores sino también una Iglesia pecadora. Que, aunque por su divino
origen sea “sine macula et ruga”, “la Iglesia está constantemente
amenazada desde dentro (Mateo, XXIV, 20) por maestros erróneos y por
profetas mentirosos (...) por la tentación de hacer mal uso de su misión
(...) Que Dios otorga sitio al mal en la Iglesia, que la cizaña puede
crecer hasta el fin de la cosecha y que en la red del pescador hay peces
malos y peces buenos (...) (Mateo, IV, 1; XIII, 24; XIII, 36; XIII,
47)”. [Karl Rahner, Escritos de Teología, Madrid, Taurus Ed.,
1969, tomo IV: “Escritos del tiempo conciliar”, p.317] San Agustín, por
su parte, nos advierte que hay hombres que permanecen (“in Ecclesiae
sinu”...) “corpore quidem sed non corde”... [Ibid. p.327, nota 24]; y el
mismo santo nos recuerda con sus propias palabras, sin hacer excepción
de persona alguna, que “...todos somos pecadores”, declarando así, de
hecho, a la Iglesia también pecadora, y prometiendo “su ‘sin mancha ni
arruga’ sólo para la eternidad” [Ibid.p.330]. “No se niega (...) una
culpa de la Iglesia misma, toda vez que en orden a esa culpa entran en
juego los portadores del ministerio eclesiástico, que obran
jurídicamente en nombre de la Iglesia y cuya culpa la afecta muy
empírica y perceptiblemente” [Ibid.,p.332]. Así pues, entendemos que “no
solamente ha de confesarse cada uno en la Iglesia verdadera y
humildemente como pecador (DS 229, 230, 1537), sino que también ha de
hacerlo la Iglesia misma. “[Ibid., p.336]. Y perdonadnos, Santo Padre,
continuar la cita del autor que tanto ha reflexionado sobre este tema:
“Sólo cuando la Iglesia se sabe Iglesia de los pecadores, se convence
real y perdurablemente -y entiende semejante imperativo en toda su
hondura- de que necesita de purificación, de que ha de aspirar siempre a
la penitencia y a la reforma (nr.8). De lo contrario, todas las
exigencias reformadoras no son sino recetas de antigua prudencia, deseos
sin fuerza que sí pueden perfeccionar el derecho de una institución y
desarrollar una técnica y una táctica pastorales de grandes vuelos, pero
que, con todo, no arraigan en el suelo de la vida, de la fe verdadera y
de la Iglesia humana.” [Ibid., p.336].
¿Una Iglesia justa?
Pensamos, Santo padre, que no pocos de los que leyeren esta carta
también pública nos tildarán de atrevidos por razón de nuestra directa
apertura y, sobre todo, por dirigirnos a Vos con estas referencias de
doctrina; o quizás nos juzguen insensatos por parecerles que pretendemos
llevar nuestra pobre agua al mar de Vuestra sabiduría y autoridad. Con
todo, Santidad, nosotros no hemos sido precipitados. Y por haber dicho
la verdad acerca del padre Marcial Maciel Degollado, algunos de nosotros
hemos tenido que soportar durante meses ataques e insinuaciones
humillantes, intimidación, desconocimiento, ofensas eclesiásticas,
editoriales alevosos [por ejemplo, en El Norte, Monterrey,
México, 26.05.97], pérdida de amistades y contactos sociales, penosos
dolores familiares. Queremos que la Iglesia y la sociedad comprendan que
lo único que deseamos es que se haga justicia; más no sólo por legítimas
reivindicaciones personales sino por el bien de la Iglesia y de la
sociedad. Pensamos objetivamente que la confrontación de David contra
Goliath se repite. Y por encima de todo y de todos, nuestra única
confianza real está puesta en El Señor del que Vos sois Vicario. Y no
nos avergonzamos. Sabemos que la verdad nos mantiene libres y deseamos
esa misma fortuna, a tiempo, para quien todavía la necesita. Porque,
como el padre Marcial Maciel Degollado solía repetir tanta veces: “la
vida es una y se vive una sola vez.” ¡Más qué triste, después de haber
adoptado cuasipublicitariamente el heideggeriano concepto de
“autenticidad” casi como lema institucional, llegar a los últimos años
de esa vida envuelto aún en irredentoras apariencias, con las manos
personalmente vacías de la verdad y habiendo pecado tanto contra la luz!
Que recuerde esta cita de una de sus propias Cartas... sobre la mentira:
“...duramente anatematizada y sancionada por Dios en la Sagrada
Escritura: Dios abomina los labios mentirosos, dice el autor de los
Proverbios [II, 22] y por medio de San Juan [III, 44] llama a los
mentirosos “hijos de Satanás”: ‘Vosotros tenéis por padre al Diablo’.”
[Mensaje..., p.136].
Santidad, al concluir justamente Vuestra extensa entrevista con el
periodista italiano Vittorio Messori, publicada en castellano bajo el
título de En el umbral de la esperanza, (Barcelona, Plaza y
Janés) citabais con aprobación las palabras de André Malreaux: “El
siglo XXI será un siglo religioso, o no será”. Nosotros nos atrevemos a
imaginar, Santo Padre, que igualmente y con parecida convicción se les
podrá ocurrir pensar a muchas mentes dubitantes y desesperanzadas algo
similar con respecto a nuestra Madre: “La Iglesia Católica en los
tiempos que avanzan habrá de ser verdaderamente coherente, o no será”.
Y,
Santo Padre, nosotros no hemos buscado el escándalo: es Cristo quien
dijo: “Es inevitable que aparezcan escándalos, más ¡ay de aquél a quien
se debe el origen del escándalo!...” [Lucas, XVII, 1]. También Vos
mismo, el domingo 23 de Junio del año pasado, en Berlín, criticasteis a
los alemanes, porque, cincuenta años atrás, “... no se movieron en forma
masiva...” contra la mentira del nacionalsocialismo hitleriano y porque
“...hubo demasiados silencios...” [Crónica, México, 25.06.97] Y,
al recordar esos hechos y omisiones, Vos no preguntaisteis “¿Por qué
ahora?”.
Es
también la lectura de Vuestra Carta Encíclica Veritatis Splendor
la que nos ha movido a manifestarnos privada y públicamente para que,
dicho con Vuestras propias palabras: “... el esplendor de la verdad
moral no sea ofuscado en las costumbres y en la mentalidad de las
personas de la sociedad [...] a fin de que no sólo en la sociedad civil
sino incluso dentro de las mismas comunidades eclesiales no se caiga en
la crisis más peligrosa que puede afectar al hombre: la confusión del
bien y del mal, que hace imposible conservar el orden moral en los
individuos y en las comunidades.” [o.c., 93].
Si
esta carta, como rogamos a Dios, llegare a Vuestras venerables manos y
fuere leída, al menos en parte, por Vos, lamentaremos el inevitable
dolor que nuestra queja y la exposición de nuestro mal indudablemente
causarán en Vuestro atribulado espíritu. Bien sabemos cuán pesada es la
carga de Vuestro laborioso pontificado. Más, completamente frustradas ya
otras instancias de recurso dentro de la Iglesia, y aconsejados nosotros
por la fe y por la historia, no nos quedaba otra puerta legítima y
segura a la cual intentar llamar directamente coram omnibus, ante
todos, sino la puerta del Papa. Tal vez un día, ante el resultado de la
investigación profunda de la triste verdad que hemos manifestado,
alivien de alguna manera Vuestra pena las sabias palabras que San Juan
Crisóstomo pronunció en su Homilía en defensa de Eutropio: “Son
mejores las heridas causadas por los amigos que los falsos halagos de
los enemigos”.
Juramento
Así
pues, todos nosotros, católicos creyentes, los abajo firmantes, sin
razón alguna de frustración en nuestros trabajos y esfuerzos personales,
completamente libres de cualquier deseo de venganza por las ofensas
corporales y espirituales antaño u hoy sufridas por nosotros de parte
del padre Marcial Maciel Degollado, sin interés de medro de cualquier
naturaleza, sin coacción alguna de nadie ni de ningún grupo de cualquier
tipo de poder, mas conscientes de nuestra difícil pero ya impostergable
obligación ante la Iglesia y la Sociedad, juramos solemnemente delante
de Dios que nos ha de juzgar, delante de Vos, que tenéis también la
gravísima responsabilidad de sopesar y conocer profundamente a los
hombres que proponéis como guías y modelos de vida, delante de la
Iglesia Católica entera de la Ciudad de Dios y, mientras, en la Ciudad
del Hombre, y delante de toda autoridad divina y humana, religiosa y
civil, que puede y debe, si quiere, someternos a duros y exhaustivos
interrogatorios, juramos -repetimos- que en nuestras actuales
declaraciones y revelaciones habladas y en nuestros testimonios
individuales recientemente escritos acerca de la conducta inmoral del
padre Marcial Maciel Degollado hemos dicho solamente la verdad. Y, bajo
deber de conciencia eclesial y social, por lo que durante tanto años tan
cercanamente presenciamos y tan personalmente experimentamos, y
contradiciendo, muy a doloroso pesar nuestro, las palabras Vuestras
acerca de la ejemplaridad moral del padre Marcial Maciel Degollado
expresadas en Vuestra carta del 5 de diciembre de 1994, citada al inicio
del presente documento, afirmamos virilmente, apoyados en la inequívoca
doctrina del Evangelio de Cristo y en la tradición cristiana, que sería
espiritual, psíquica y éticamente funesto en sumo grado para cualquier
alma conducir su vida privada siguiendo el patrón de conducta íntima del
padre Marcial Maciel Degollado con respecto al sexo, al placer del
narcótico y a su negativa actitud ante la verdad y ante otros valores
espirituales y humanos. Juramos esto por Cristo, por el ejemplo de los
hombres dignos que en cualquier lugar y época del mundo han sufrido por
defender la verdad, por la memoria de la engañada ilusión religiosa de
nuestros padres, por el dolor del daño psíquico y moral de muchos de
nuestros antiguos compañeros, por el deseo de una sociedad menos
complaciente, más valiente e inquisitiva, por la esperanza de una
juventud más crítica, por la necesidad de un gobierno civil más atento y
supervisor, por el anhelo de una Iglesia justa, honesta y limpia.
Entendiendo cuán difícil será para Vos, Santo Padre, comprendernos
mientras no se lleve a cabo la necesaria investigación y un juicio
canónico, rogamos al Señor por Vuestra luz, salud, bienestar y paz. Y os
expresamos que deseamos permanecer unidos a Vos, con nuestra esperanza
puesta en el esplendor de la verdad y en el triunfo de la justicia.
Estados Unidos de Norteamérica/ México, Mes de Noviembre de 1997.
Responsables de la publicación :
Félix
Alarcón Hoyos
José
de J. Barba Martín
Saúl
Barrales Arellano
Alejandro Espinosa Alcalá
Arturo
Jurado Guzmán
Fernando Pérez Olvera
José
Antonio Pérez Olvera
Juan
José Vaca Rodríguez
Dirección para Vuestra respuesta, que rogamos
Nunciatura Apostólica de México
Juan
Pablo II # 118
México
D.F.
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