Antonio, creo que has dado en el clavo con tu comentario al artículo del Cardenal Ratzinguer. Te contesto a ti directamente, pero no tengo pegas para que, si lo crees conveniente, lo incluyas en la web de ATRIO.

            Creo que has entrado en el núcleo, no sólo del cristianismo, sino también de toda religión.

            El uso del “Nombre de Dios en vano” es la tentación de toda religión y su forma más peligrosa de manipulación. Como Dios calla, el silencio de Dios se lo apropian fácilmente, quienes por lo que sea les interesa someter a los demás.

            Por eso no es casualidad que en el Judaísmo el segundo mandamiento se “ No tomarás en nombre de Dios en vano”.

            Tampoco es casualidad que Jesucristo dijera en la segunda petición del “Padre Nuestro”, “Bendito sea tu nombre”. Y menos casualidad es que toda vida y predicación fueran dirigidas a depurar la religión del Templo. Y menos casualidad aún es que la causa de su muerte fuera ese enfrentamiento con el mal uso del Templo y las leyes por parte de sus sacerdotes y escribas para ejercer la tiranía sobre el pueblo.

            Es decir, atribuirse la autoridad de Dios en cualquiera de sus formas es por lo menos algo muy delicado. Yo, como creyente cristiano. tengo establecido desde la raíz de mi fe unos criterios de discernimiento muy claros y desde los que veo imposible reconocer a San Josemaría, como enviado por el Dios de Jesucristo. Tu, Antonio, señalas algunos de ellos que no necesitan más demostración que una relectura de los Evangelios. ¿O no?

            Volviendo al articulo de Ratzinger, ya me parece grave que San Josemaría, por cierto queriendo simular humildad, dijera que su obra era tan grande, que sólo se podía explicar como “obra de Dios”, que además el mismo Presidente de la Santa Congregación para la Doctrina de la Fe, sin restar importancia a su estrecha relación con esta responsabilidad, confirme como cierta esa actuación de Dios en la vida y obra de San Josemaría. Tiene poca gracia que para darse importancia haya desnaturalizado dos nombres tan importantes en nuestra tradición cristiana: José y María.

    Un abrazo de Ramón Gasko.net.