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SEXUALIDAD, HOMOSEXUALIDAD Y CRISTIANISMO 13-06-2005 Conferencia pronunciada en el VII Encuentro “Cristianismo y Homosexualidad Madrid, 28-29 de mayo de 2005
Juan José Tamayo Director de la Cátedra de Teologíay Ciencias de las Religiones "Ignacio Ellacuría" Universidad Carlos III de Madrid
ATRIO, 13-06-2005 Las relaciones homosexuales están castigadas en 80 países y algunos gobiernos aplican la pena de muerte a quienes las practican. Es el caso de Arabia Saudí, Chechenia, Mauritania, Sudán, Afganistán y Pakistán. Este comportamiento institucional constituye un gravísimo atentado contra la libertad sexual de las personas y es una muestra de intolerancia, que suele estar vinculada al carácter represivo de las religiones en esta materia. En esta exposición no puedo abordar el tema en toda su complejidad y en todos sus aspectos. Mi punto de mira es mucho más modesto y de menor alcance: se centra en la relación entre sexualidad, homosexualidad y cristianismo. La finalidad no es otra que poner un poco de serenidad y de racionalidad en un debate que percibo crispado y con una carga política y emotiva que dificulta la objetividad. Empezaré por decir que la relación entre sexualidad, homosexualidad y el cristianismo es un tema complejo, sobre el que no se suele pensar y hablar con serenidad y equilibrio. Con frecuencia se opera con estereotipos, prejuicios y concepciones míticas, debidos a una educación católica represiva. Faltan, por tanto, objetividad y rigor en el tratamiento. Pero falta también respeto: la tendencia generalizada en una sociedad homófoba como la nuestra es a la descalificación y a la condena. Antes de escuchar y de informarse, la gente opina y no precisamente para comprender sino para condenar. En este conferencia, que tiene lugar en pleno debate social, político, religioso y legislativo tras la aprobación de la ley sobre los matrimonios homosexuales y su derecho a la adopción con una movilización convocada por el Foro Nacional de la Familia para el 18 de junio, con el respaldo implícito de la jerarquía católica, a la que van a sumarse partidos políticos conservadores, instituciones católicas, empezaré analizando los planteamientos y las tomas de postura de la jerarquía católica, tanto romana como española, ante el tema de la sexualidad y de la homosexualidad. A continuación, estudiaré las causas de estas actitudes o los problemas de fondo que subyacen a ellas. En tercer lugar, reformularé el tema de la homosexualidad en las nuevas coordenadas culturales desde una perspectiva teológica abierta, tolerante y respetuosa, con la propuesta de una teología del matrimonio, basada en el amor y no en la homofobia, como ha caracterizado a la mayoría de las teologías del sacramento del matrimonio. El primer dato a tener en cuenta es el amplio pluralismo que existe entre los cristianos (aquí me circunscribiré a los católicos): de una parte las posiciones de la jerarquía católica en bloque, sin fisuras, al menos externas, y de algunas organizaciones católicas que la apoyan contra la homosexualidad, a la que se califica, o mejor, se descalifica, con adjetivos gruesos e inmisericordes, que desembocan en condenas de personas; de otra, los planteamientos de colectivos cristianos: teólogos, teólogas, movimientos de mujeres cristianas, católicas por el derecho a decidir, lesbianas y gays cristianos, que disienten abiertamente de la jerarquía y justifican argumentadamente, desde los diferentes campos del saber, la homosexualidad como una forma de ejercicio de la sexualidad.
I. Algunos documentos y declaraciones de la jerarquía católica sobre sexualidad y homosexualidad
1. Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España (aprobado en la LXXXI Asamblea Plenaria del Episcopado Español, 21 de noviembre de 2003).
El Directorio describe el ambiente cultural en relación al tema con estas características: extensión del secularismo y de la ignorancia religiosa; expansión del pansexualismo; falta de educación afectiva; relativismo moral; utilitarismo materialista e individualismo dominante. Estos factores conforman una persona débil. Considera que la violencia doméstica y las violaciones sexuales son frutos amargos de la revolución sexual, cuyo estallido tuvo lugar en la década de los sesenta del siglo pasado y, "aunque fracasada en sus mensajes y propuestas, ha producido la ruptura de los significados intrínsecos sobre la sexualidad humana, conforme a la tradición cristiana" (n. 11). Hace un recorrido muy peculiar por las distintas etapas de la revolución sexual: primero, la sexualidad se separa del matrimonio, con la absolutización del amor romántico sin compromiso; después, la sexualidad se desvincula de la procreación, conforme demanda la cultura hedonista, que banaliza la sexualidad; el final de este proceso es convertir el amor en un objeto de consumo. Critica la "ideología de género", "que considera la sexualidad un elemento absolutamente maleable cuyo significado es fundamentalmente de convención social".
2. Carta del cardenal Ratzinger a los obispos católicos sobre la Homosexualidad
La Iglesia católica es uno de los organismos internacionales que más veces se ha pronunciado públicamente sobre la homosexualidad, y la mayoría de ellas, por no decir siempre, en contra, con tonos negativos y condenatorios. Otros organismos internacionales, como la Organización Mundial de la Salud, el Consejo de Europa, el Parlamento Europeo, etc. se han mostrado más comprensivos, tolerantes y abiertos. La Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el cardenal Ratzinger dirigió una carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, de 1 de octubre de 1986[i], en la que considera éticamente desordenada la mera inclinación de la persona homosexual: “La particular inclinación de la persona homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye, sin embargo, una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral. Por este motivo la inclinación misma debe ser considerada objetivamente desordenada. Quienes se encuentran en esta condición deben, por tanto, ser objeto de una particular solicitud pastoral, para que no lleguen a creer que la realización concreta de tal tendencia en las relaciones homosexuales es una opción moralmente aceptable” (n. 3). Afirma que sólo dentro de la relación conyugal es moralmente recta la práctica de la sexualidad. En consecuencia, toda actividad homosexual es inmoral y contraria a la sabiduría creadora de Dios. Dos son las razones de alto magisterio eclesiástico para emitir un juicio moral negativo sobre la homosexualidad: a) Dios creó al ser humano varón y hembra para expresar la complementariedad de los sexos y la unidad interna del creador; b) hombre y mujer colaboran con Dios en la transmisión de la vida, a través de la entrega recíproca como esposos. La actividad homosexual anula el rico simbolismo y el significado del plan de Dios Creador sobre la sexualidad; no expresa una unión complementaria capaz de transmitir vida; refuerza una inclinación sexual desordenada, que se caracteriza por la auto-complacencia; impide la propia realización y felicidad (n. 7). El documento reacciona ante quienes creen que oponerse a la actividad homosexual y a su estilo de vida constituye una forma de discriminación injusta. La actitud de la Iglesia, afirma, no comporta discriminación alguna. Lo que busca es la defensa de la libertad y de la dignidad de la persona. Pide a los obispos que no incluyan en ningún programa pastoral a organizaciones de personas homosexuales sin antes dejar claro que toda actividad homosexual es inmoral. Manda retirar todo apoyo a organizaciones que pretendan subvertir la enseñanza de la Iglesia en esta materia. Prohíbe el uso de locales “propiedad de la Iglesia” para actos de grupos homosexuales. Insta a defender los valores del matrimonio frente a proyectos legislativos que defiendan las reivindicaciones de los colectivos homosexuales. Si la homosexualidad es calificada como inmoral, abominable y ceguera, cabe preguntarse: ¿pueden salvarse los homosexuales? Sí, responde el documento vaticano. ¿Cómo? Uniendo los sufrimientos y las dificultades que puedan experimentar al sacrificio de Cristo en la cruz, dominando su inclinación, sacrificando sus pasiones y asumiendo responsablemente la continencia como virtud: “La personas homosexuales, como los demás cristianos, están llamadas a vivir la castidad. Si se dedican con asiduidad a comprender la naturaleza de la llamada personal de Dios respecto a ellas, estarán en condición de celebrar más fielmente el sacramento de la Penitencia y de recibir la gracia del Señor, que se ofrece generosamente en este sacramento para poderse convertir más plenamente caminando en el seguimiento de Cristo” (n. 12).
3. Nota de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española "Matrimonio, familia y uniones homosexuales" (24 de julio de 1994)
En una Nota de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española titulada Matrimonio, familia y ‘uniones homosexuales’, de 24 de junio de 1994[ii], los obispos españoles se opusieron a la resolución del Parlamento Europeo sobre la igualdad de derechos de los homosexuales y de las lesbianas, aprobada el 8 de febrero del mismo. La resolución solicitaba a la Comisión Europea que recomendara a los Estados miembros la eliminación de la “prohibición de contraer matrimonio o de acceder a regímenes jurídicos equivalentes a las parejas de lesbianas o de gays” y que se pusiera fin “a toda restricción de los derechos de las lesbianas y de los gays a ser padres, a adoptar o a criar niños”. La Nota episcopal afirma de manera tajante, y entrando en un terreno en el que no parece sea de su competencia, que la Comisión no tiene capacidad para determinar nada en esta materia y acusa a la resolución europea de gran debilidad jurídica. Sin embargo le reconoce un considerable valor simbólico, ya que contribuye a difundir la idea defendida por algunos grupos de la equiparación de las parejas homosexuales con el matrimonio. Los obispos condenan el empleo de expresiones malevolentes y las acciones violentas contra las personas homosexuales porque atentan contra la dignidad de la persona y lesionan los principios más elementales de la convivencia cívica (n. 3). Reconocen que las personas homosexuales tienen los mismos derechos que los demás seres humanos, pero en cuanto personas, “no en virtud de su orientación sexual” (n. 5). Sin embargo, afirman que “la orientación sexual sí que ha de ser tenida en cuenta por el legislador en cuestiones directamente relacionadas con ella, como es el caso, ante todo, del matrimonio y de la familia”. ¿No contradice esta afirmación el aserto anterior? ¿Por qué en el caso del matrimonio debe tenerse en cuenta la orientación sexual y en el de las parejas homosexuales no? Dos son las conclusiones que sacan de este planteamiento: a) cuando las leyes no legitiman la práctica homosexual, están respondiendo a la norma moral y tutelando el bien común de la sociedad; b) cuando las leyes legitiman la práctica homosexual carecen de base ética y tienden a socavar el bien común (n. 8). El documento episcopal distingue entre condición o inclinación homosexual y comportamiento sexual (n. 6). La inclinación no se considera éticamente reprobable; el comportamiento, sí lo es por las razones expuestas en el documento vaticano de 1986. Con todo, matizan los obispos, “no hay que olvidar tampoco que, dada la habitual complejidad de esas situaciones personales, habrá que juzgar con prudencia su culpabilidad que incluso, en algunos casos, puede ser subjetivamente inexistente” (n. 109). Se establece aquí una distinción entre conducta moralmente reprobable y culpabilidad: la primera no lleva necesariamente a la segunda. Los obispos españoles siguen la lógica argumental del cardenal Ratzinger y defienden los mismos principios teóricos, pero se muestran menos rígidos en lo que se refiere a la culpabilidad. Con todo establecen una contraposición, que se me hace asaz maniquea, entre las “uniones homosexuales” y el matrimonio, entre el genuino amor conyugal y el amor de benevolencia o de amistad. El comportamiento homosexual puede situarse del lado de este último. Sin embargo, en realidad, constituye una grave distorsión del amor de amistad y perjudica el desarrollo integral de las personas que lo practican, afirman. En las uniones homosexuales no se dan las notas de totalidad y fecundidad, que definen la naturaleza misma del amor matrimonial. Matrimonio y uniones homosexuales son dos realidades no equiparables jurídicamente. El primero contribuye de manera insustituible al crecimiento y a la estabilidad de la sociedad. La convivencia entre homosexuales, por el contrario, carece de esas características. Por eso, no puede tener el reconocimiento de una dimensión social semejante a la del matrimonio y de la familia (n. 13). A ello añaden los obispos que las uniones homosexuales no pueden tener derecho a la adopción (n. 14). La conclusión es que las leyes no pueden equiparar a éstas con el matrimonio y que deben proteger las uniones matrimoniales: “El bien común exige que las leyes reconozcan, favorezcan y protejan la unión matrimonial, esencialmente heterosexual, como base ineludible de la familia. Por lo tanto, no es aceptable la legalización que equipare de algún modo las llamadas uniones homosexuales con el matrimonio. Las leyes no tienen por qué sancionar ‘lo que se hace’ convirtiendo el hecho en derecho. Es verdad que las normas civiles no siempre podrán recoger íntegramente la ley moral, pues ‘la ley civil a veces deberá tolerar, en aras del orden público, lo que puede prohibir sin ocasionar daños graves’ (Congregación para la Doctrina de la Fe, El don de la vida, III). Pero esta tolerancia no podrá extenderse contra los derechos fundamentales de las personas, entre los cuales se cuentan ‘los derechos de las familias y del matrimonio como institución’. En estos casos, el legislador, lejos de plegarse a los hechos sociales ha de ‘procurar que la ley civil esté regulada por las normas fundamentales de la ley moral’ (ibíd.). De lo contrario es responsable de los graves efectos negativos que tendría para la sociedad la legitimación de un mal moral como el comportamiento homosexual ‘institucionalizado’ (n. 19). 4. Catecismo de la Iglesia Católica (Ciudad del Vaticano, 1992) y Compendio de la doctrina social de la Iglesia (Ciudad del Vaticano, 2004)
El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que la Tradición, basándose en textos de la Biblia (Gn 19,1-29; Rom 1,24-27; 1Cor 6,10; 1Tm 1,10), ha condenado siempre los actos homosexuales como “intrínsecamente desordenados” y no pueden ser aprobados en ningún caso, ya que son contrarios a la ley natural, cierran el acto sexual al don de la vida y no proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual (n. 2.358). Reconoce que hay un número apreciable de hombres y mujeres que no eligen su condición homosexual, sino que presentan tendencias homosexuales instintivas. ¿Cuál debe ser el comportamiento cristiano de estas personas? La castidad, que se logra a través del dominio de sí mismo, del apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y de la gracia sacramental. La actitud hacia ellos, según el Catecismo, ha de ser de acogida, respeto, compasión y delicadeza, evitando en todo caso y momento cualquier signo de discriminación. El Compendio de la doctrina social de la Iglesia afirma que la familia es sólo la unión entre un hombre y una mujer. Las parejas de hecho no forman auténticas familias. La familia es superior a cualquier otra realidad social, incluido el Estado, que debe protegerla. Los divorciados casados en segundas nupcias no pueden acceder a la comunión eucarística ni pueden se perdonados, hasta que dejen de "vivir en contradicción con la indisolubilidad del matrimonio". Condena el uso de método anticonceptivos y la esterilización, las técnicas reproductivas que usan útero o gametos extraños a la pareja o que separan la concepción del acto conyugal. Condena la homosexualidad y la clonación en los mismos términos. Califica el aborto de "delito abominable y desorden moral particularmente grave".
5. Descalificaciones contra las personas homosexuales
Cuando el sacerdote José Mantero, vicario de Valverde del Camino (Huelva) hizo pública su homosexualidad fue acusado por los obispos de "desorden moral" (J. J. Asenjo, entonces secretario de la CEE) y "enfermo" (Gea Escolano, obispo de Mondoñedo-Ferrol). El obispo de Huelva le retiró enseguida licencias sacerdotales, alegando incumplimiento de su compromiso de vivir en castidad e incompatibilidad entre sacerdocio y sexualidad. Antes de la aprobación de la actual ley sobre matrimonios homosexuales, las descalificaciones fueron más desconsideradas y gruesas todavía. Los obispos llegaron a afirmar que los parlamentarios no podían legislar sobre esta materia aprobando la ley porque la única forma de pareja que puede calificarse como matrimonio es la unión indisoluble entre un hombre y una mujer, y ello porque así lo establece la ley natural, de la que los obispos se consideran intérpretes. "No puede ser en derecho lo que no puede ser en naturaleza", argumentaba Rafael Termes, haciéndose eco de los pronunciamientos episcopales[iii]. El secretario de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, llegó a calificar los matrimonios homosexuales de "virus" y "moneda devaluada"[iv]. Durante la discusión de la ley, los obispos recordaron a los parlamentarios que no podían votar a favor. Tras la aprobación inicial de la ley por el Congreso de los Diputados por la mayoría de los grupos parlamentarios el 21 de abril de 2005, se sucedió una cascada de declaraciones condenatorias procedentes tanto de la Curia Vaticana como de la jerarquía católica española. El Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española emitió una Nota (5 de mayo de 2005), en un tono bronco, en la que llamaba a jueces, alcaldes y concejales a que hicieran objeción de conciencia contra la ley negándose a celebrar dichos matrimonios, ya que, a su juicio, se trataba de “una ley radicalmente injusta que corrompe la institución del matrimonio”. Las personas de recta formación moral, argumenta el Ejecutivo episcopal, han de oponerse a la ley; no pueden adoptar una actitud de indecisión, y menos aún de complacencia, ante la ley; Oponerse a disposiciones inmorales y contrarias a la razón, argumenta el Ejecutivo episcopal, no va contra nadie, sino que es una opción “a favor del amor a la verdad y del bien de cada persona”. Lo que pedían los obispos en realidad era un acto de desobediencia e insumisión contra una ley aprobada democráticamente por el Parlamento. La Nota niega que la unión de personas del mismo sexo pueda ser matrimonio; en realidad se trata de una corrupción y de una falsificación legal de la institución matrimonial “tan dañina para el bien común como lo es la moneda falsa para la economía de un país”. La ley se considera un retroceso en el camino de la civilización y una lesión grave de los derechos fundamentales del matrimonio y de la familia. Llama la atención, a continuación, sobre los perjuicios que la ley va a causar: a los niños que se entreguen en adopción a “a esos falsos matrimonios”; a los jóvenes a quienes se les va a dificultar o impedir una educación adecuada “para el verdadero matrimonio”; a las escuelas y a los educadores, que se van a ver en la obligación de explicar al alumnado que, en nuestro país el matrimonio no es ya la unión de un hombre y de una mujer. En una Nota anterior de 15 de julio de 2004, firmada también por el Ejecutivo episcopal, se daba otro argumento contra la equiparación de las uniones homosexuales con los verdaderos matrimonios: que introduce un peligroso factor del justo orden social. Un paso más en el rechazo de la ley es el que han dado algunos obispos al apoyar una manifestación multitudinaria convocada por el Foro Español de la Familia: José Gea Escolano, obispo de Modoñedo-Ferrol, Antonio Dorado, obispo de Málaga y Fidel Herráez, obispo auxiliar del cardenal Rouco Varela.
5. Y, sin embargo, insensibilidad ante los malos tratos
Sorprende, empero, la insensibilidad de la jerarquía católica ante los malos tratos, la violencia doméstica, las violaciones y su mantenimiento de la excomunión para personas que interrumpen o colaboran en la interrupción del embarazo en situaciones extremas, como la niña de 9 años nicaragüense, violada por un familiar suyo. La violencia de género, sobre todo contra las mujeres, está a la orden del día y se produce en todos los terrenos: en las calles y los hogares, en los lugares de trabajo y en los de diversión, en las pantallas cinematográficas y en las vallas publicitarias, en los medios de comunicación y en las instituciones religiosas. En los años setenta del siglo pasado escribía la escritora afroamericana Ntozake Shange: “Cada tres minutos, una mujer es golpeada;/ cada cinco minutos, una mujer es violada;/ cada diez minutos, una muchacha es acosada.../ Cada día aparecen en callejones,/ en sus lechos, en el rellano de una escalera/ cuerpos de mujeres...”. Y no es algo esporádico, sino estructural. La violencia y los abusos sexuales constituyen el instrumento del patriarcado contra las mujeres y los niños y las niñas para mantener, indefinidamente y sin concesión alguna a la igualdad, el dominio de los varones sobre las mujeres. He hablado de violencia contra las mujeres en las instituciones religiosas, y sobre todo eclesiásticas, porque también ahí se ejerce a través de métodos más sutiles que no dejan marcas físicas, pero sí psíquicas y mentales. La historia del cristianismo es una sucesión ininterrumpida de agresiones contra las mujeres, contra su dignidad, su integridad física, su libertad de pensar, su subjetividad, su modo de entender la relación con Dios, su forma de vivir la sexualidad, en definitiva, su mundo interior y exterior, y en todos los campos de la vida cristiana. Se aprecia una actitud de insensibilidad de algunos dirigentes eclesiásticos hacia los malos tratos, que resulta ofensiva para las mujeres que los sufren. Juan José Asenjo, secretario general de la Conferencia Episcopal Española, no considera los malos tratos contra las mujeres causa de nulidad matrimonial y cree que no deben aportarse como pruebas ante los tribunales eclesiásticos. El planteamiento del portavoz episcopal venía a ratificar así la tesis del juez-instructor del Tribunal Eclesiástico de Mérida-Badajoz, José Gago, para quien los malos tratos físicos y psicológicos no son, de por sí, causa de nulidad del matrimonio por parte de la Iglesia, ya que se habían producido después de la celebración del sacramento. Los obispos operan, quizás inconscientemente, con una concepción sacrificial del cristianismo, que aplican de manera especial a las mujeres, a quienes se pide aceptación resignada del sufrimiento causado por las agresiones de los varones, ya que el sufrimiento las asemeja más a Cristo y tiene carácter redentor.
6. Conclusión razonable
A la vista de estas actitudes tan rígidas, poco humanitarias y condenatorias de aquellas concepciones y prácticas de la sexualidad y de la homosexualidad no coincidentes con las de la Iglesia católica oficial, no resulta extraña la baja valoración que tienen los ciudadanos y las ciudadanas de ella. Según la encuesta Latinobarómetro elaborada por el CIS simultáneamente en España y 17 países latinoamericanos, la televisión y la Iglesia católica son las instituciones en las que menos confían los españoles. Sucede, además, que el 73% de los encuestados se declara católico, lo que refleja el elevado grado de rechazo de los propios miembros de la Iglesia a la institución a la que pertenecen. Resultados similares entre los jóvenes, según el estudio de las Fundación Santa María Jóvenes 2000 y religión (Madrid, 2004).
II. Las razones de fondo
Varias son las causas que están en la base de la actitud de la jerarquía católica ante la sexualidad y la homosexualidad y de las leyes que las regulan. Sin ánimo de agotar esas causas, aquí me fijaré en estas cinco: concepción dualista del ser humano, lectura fundamentalista de los textos bíblicos, resistencia a reconocer y aceptar el estado laico, tendencia a considerar como ley natural la doctrina defendida por la jerarquía católica y no aceptación de una ética laica.
1. Una concepción dualista y pesimista del ser humano Una primera raíz de dicha actitud se encuentra en la concepción dualista del ser humano, que no tiene su origen ni en la tradición judía, de la que arranca el cristianismo, ni en Jesús de Nazaret, con quien se inicia el itinerario de la fe cristiana. Platón está en el origen de esta concepción antropológica; Pablo de Tarso le da un tono moralista y Agustín de Hipona ofrece una fundamentación teológica de la misma y, desde entonces, funge como teoría y práctica oficiales en el cristianismo. La concepción antropológica dualista distingue en el ser humano dos elementos que se oponen frontalmente: el cuerpo o la parte material y el alma o la parte espiritual. Lo que identifica al ser humano es el alma, que constituye la esencia de la persona. El cuerpo no sólo no forma parte de la estructura esencial del ser humano, sino que es lastre, peso, carga; más aún, es la cárcel donde vive presa el alma durante su peregrinación por la tierra y de la que tiene que liberarse. Lo expresa nítidamente Platón en el Fedón: “Mientras tengamos el cuerpo y esté nuestra alma mezclada con semejante mal, jamás alcanzaremos de manera suficiente lo que deseamos” (66b). “Preciso es considerar que el cuerpo es pesado, torpe, terrestre y visible. Y que, poseyéndolo, el alma es entorpecida, retenida y atraída de nuevo por la esfera de lo visible” (81c). El cuerpo y sus deseos son los causantes de las guerras, luchas y revoluciones, y no dejan tiempo para dedicarse a la filosofía. Por su culpa no es posible contemplar la verdad ni conocer nada de forma pura. ¿Cómo se consigue la liberación? Lacerando el cuerpo, reprimiendo los instintos, renunciando a los placeres corporales. La plena liberación tiene lugar con la muerte, cuando el alma se separa del cuerpo. ¿Cómo lograr la sabiduría y acceder al conocimiento puro? Desembarazándonos del cuerpo mortal y contemplando las cosas en sí mismas sólo con el alma. “Mientras estemos en vida, más cerca estaremos de conocer, según parece, si en todo lo posible no tenemos ningún trato ni comercio con el cuerpo, salvo en lo que sea de toda necesidad, ni nos contaminamos de su naturaleza, manteniéndonos puros de su contacto, hasta que la divinidad nos libre de él” (Fedón 67 a). Esa idea está presente en el libro de la Sabiduría, que acusa una fuerte influencia helenística: Sab 1, 15. Pablo defiende una antropología unitaria en sintonía con el pensamiento hebreo en el que fue educado. En sus cartas, empero, quedan numerosos restos de dualismo antropológico, como demuestran las exhortaciones morales que hace en sus cartas a los cristianos y cristianas de las comunidades fundadas o animadas por él. Buena parte de las listas de pecados que aparecen en dichas cartas tienen que ver con la sexualidad, y las actitudes morales que recomienda a los creyentes en Cristo son claramente represivas del cuerpo. Carne y espíritu aparecen como dos principios que caminan en dirección contraria. Escribe a los cristianos de Galacia: “Proceded según el Espíritu, y no deis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí tan opuestos que no hacéis lo que queréis... Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordias... Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias” (Gálatas 5,16 ss). Tras su conversión y la lectura de los neoplatónicos y de las cartas de san Pablo, Agustín de Hipona hizo suya la concepción antropológica dualista tanto en su vida, con la renuncia a los placeres del cuerpo por considerarlos un obstáculo para la salvación, como en su doctrina, proponiendo como ideal cristiano la abstinencia sexual. Si el cuerpo es determinante para la salvación, lo es también para la condenación. Así aparece en no pocos santos Padres, que mostraron un menosprecio por el cuerpo en perfecta sintonía con su alejamiento del mundo. Si no se controlan las pasiones, se pone en juego la vida eterna. “Cuando se quiere tomar una ciudad”, leemos en Le fruit défendu, que cita a un monje del desierto, “se le corta el suministro de agua y de víveres; lo mismo hay que hacer con las pasiones de la carne”[v]. La mejor forma de frenar las pasiones y de proteger el cuerpo y el alma de los cristianos, sobre todo, de las mujeres cristianas, es renunciar al ejercicio de la sexualidad, vivir en estado de virginidad. “Ningún vaso de oro o de plata es tan caro a Dios como el templo de un cuerpo virginal”, escribe san Jerónimo[vi] La salvación depende en buena medida de la castidad que se haya observado. Es tan alta la valoración de la castidad por parte de Tertuliano que llega a considerar más terrible el perderla que la pena de muerte más cruel. El cuerpo, preferentemente el de la mujer, se considera motivo de tentación, ocasión de escándalo y causa de pecado. Hay que evitar, por ende, exhibirlo, cuidarlo, mejorarlo, embellecerlo. Hay que ocultarlo (por ejemplo, con el velo, vestidos largos, etc.), castigarlo, mortificarlo hasta dejarlo irreconocible. Desde esta lógica dualista se argumenta que el cuerpo de la mujer no puede representar a Cristo que fue varón y sólo varón, no puede perdonar los pecados por su falta de sigilo, no puede, en fin, ser portador de gracia sino de sensualidad pecaminosa. En consecuencia, tampoco puede ser sacerdote. Y ello por voluntad de Cristo. ¡Precisamente Jesús de Nazaret que incorpora a las mujeres a su movimiento en igualdad de condiciones que los varones, las excluye del ministerio sacerdotal! ¿No parece esto un contrasentido? ¿No será esta exclusión voluntad de la Iglesia patriarcal más que de Jesús de Nazaret? La imagen negativa del cuerpo femenino fue decisiva en las condenas de la Inquisición contra las mujeres. El cuerpo era el cauce a través del que éstas comunicaban los conocimientos inspirados por la divinidad y las experiencias místicas de unión con Cristo. El cuerpo de las mujeres en éxtasis era signo de inhabitación del Espíritu Santo y de la presencia de Dios. Ciertas visiones, como el enamorarse de Jesús o los besos y las caricias de las místicas hacia él, tenían carácter erótico. En una época en que había tendencia a supervalorar lo intelectual como vía de acceso a Dios y se despreciaba el cuerpo, tales experiencias despertaban sospecha, y quienes las tenían terminaban por ser condenadas con frecuencia a la hoguera. ¡Cuánto más si eran mujeres! Las hogueras de la Inquisición se alimentaron con frecuencia de los cuerpos -previamente torturados y desfigurados- de muchas mujeres acusadas de herejes, apóstatas, brujas, etc. La imagen de Dios que es la mujer, según el Génesis (Gn 1, 26-28), se arrojaba al fuego para preservar la verdad de la fe y satisfacer los instintos represivos y reprimidos de los inquisidores. En este caso, como en otros muchos, la religión actuó contra la vida.
2. Una lectura fundamentalista de los textos bíblicos, que tiende a leer los textos fundantes del judaísmo y del cristianismo sobre la sexualidad, y muy especialmente sobre la homosexualidad, descontextualizadamente y a considerarlos válidos para todo tiempo y lugar y contexto cultural, sin tener en cuenta los cambios producidos en las sociedades.
3. Resistencia a reconocer el Estado laico, como viene poniéndose de manifiesto en España desde la transición a nuestros días en lo referente a la aprobación de leyes que pueden entrar en fricción con determinados planteamientos de la jerarquía católica en materias como la sexualidad, los modelos de pareja y de familia, la idea de matrimonio, la interrupción del embarazo, la eutanasia, la investigación con células madre embrionarias con fines terapéuticos, etc. Se pretende imponer a toda la ciudadanía las concepciones morales de una determinada religión, como si estuviéramos en tiempos del nacional-catolicismo, en los que la religión católica era la religión del Estado. Hoy vivimos en tiempos de pluralismo religioso. Los gobernantes deben gobernar para todos los ciudadanos y ciudadanas y los legisladores deben legislar para el conjunto de los españoles y españolas, independientemente de las creencias o increencias.
4. Tendencia a considerar como ley natural y divina lo que son sólo prescripciones morales de la jerarquía católica y de su magisterio eclesiástico - La indisolubilidad del matrimonio como ley natural. Por ello, la jerarquía católica se opone al divorcio por considerarlo contrario a la ley natural y a la ley divina (“lo que Dios ha unido, que no lo separe el ser humano”: frase sacada de contexto). Y, sin embargo, los tribunales eclesiásticos declaran la anulación de no pocos matrimonios. - El matrimonio como unión de un hombre y una mujer como ley natural y ley divina. - La interrupción voluntaria del embarazo, también considerada contraria a la ley natural y comparada con los genocidios.
5. No aceptación de una ética laica La no aceptación, por parte de la jerarquía católica, de una ética laica, con fundamento antropológico, común a todos los seres humanos, independientemente de sus creencias, es otra de las causas de las posiciones actuales de un sector de los católicos españoles. Los obispos están en su derecho a expresar libremente sus puntos de vista sobre la sexualidad y la homosexualidad, lo mismo que sobre otros temas, pero sin intentar imponerlos a todos los ciudadanos. Los planteamientos morales de una religión merecen todo respeto, pero sin pretender que sean los únicos válidos. Son unos más dentro del actual pluralismo moral. El proceso de secularización ha establecido una justificada separación de esferas entre lo religioso y lo cívico, que no tienen por qué oponerse, pero tampoco confundirse como en otras épocas históricas. Lo ideal es buscar espacios de convergencia, pero, en caso de divergencia, los principios que han de primar son los de una ética laica, única válida para todos los ciudadanos. Sucede, además, que en esta materia, como en otras muchas, hay un amplio pluralismo dentro de la Iglesia católica, como indiqué al principio de esta conferencia. Razón de más para que los obispos no pretendan imponer sus posturas como definitivas, y menos aún como "divinamente reveladas", cuando son posturas representativas del colectivo episcopal que las defienden y de los colectivos católicos que las apoyan, pero no de todos los católicos y católicas, como demuestran las frecuentes voces críticas dentro de la Iglesia católica que se pronuncian contra los planteamientos de la jerarquía. Sería deseable que se generara un clima de debate sereno entre los católicos y católicas de distintas tendencias, en el que se escucharan unos a otros. Si pudiere llegarse a un consenso, sería muy positivo, pero si no se llega hay que respetar el pluralismo y el disenso. Es necesario, a su vez, llegar a un consenso en torno a unos mínimos de ética laica que podamos compartir todos los ciudadanos y ciudadanas. Esos mínimos son imperativos y vinculantes para todos sin excepción. Mínimos que respeten las orientaciones morales de las distintas tradiciones religiosas, siempre que no atenten contra la igualdad, la dignidad, libertad, integridad de la persona, los derechos humanos y los derechos de la naturaleza. Las orientaciones morales religiosas pertenecen a la ética confesional y no se pueden imponer fuera de ese ámbito.
III. Nuevo planteamiento de la sexualidad y de la homosexualidad
1. El caso de la Iglesia anglicana
La Iglesia Anglicana, formada por 80 millones de seguidores, ha vivido momentos conflictivos y de profunda crisis en torno al tema de la homosexualidad. En ella pueden distinguirse dos tendencias bien diferenciadas y distantes: una liberal y otra conservadora. La primera se muestra a favor de la ordenación de sacerdotes y obispos homosexuales y de la bendición de las parejas gays y lesbianas, mientras que la segunda se opone abiertamente. Veamos las prácticas y los razonamientos de cada una de ellas. La jerarquía de la Iglesia Episcopaliana (rama anglicana en Norteamérica) aceptó en su día el nombramiento y la consagración del sacerdote homosexual Gene Robinson, que convivía con su novio desde hacía 13 años, como obispo de New Hamspshire, con la presencia de medio centenar de obispos estadounidenses en la ceremonia de consagración, y concede la bendición de los matrimonios gays. La Iglesia Anglicana de Escocia también se ha mostrado favorable a la bendición de uniones de personas del mismo sexo y a la ordenación de sacerdotes homosexuales por entender que no constituyen impedimento alguno para el ejercicio del ministerio. A favor se han pronunciado también otros obispos de Sudáfrica como Desmond Tutu y Njongonkulu Ndungane. Tutu prologó una colección de liturgias cristianas para homosexuales, donde calificaba el rechazo de éstos como “casi la última blasfemia” y criticaba a quienes les exigen vivir en castidad. En un documento para la discusión dirigido a distintas organizaciones anglicanas de varios países, Ndungane expone su postura argumentada como continuación de la resolución adoptada por el sínodo anglicano a partir de las “necesidades pastorales” de la minoría homosexual. El sínodo mostró su agradecimiento por el trabajo eclesial realizado por gays, les dijo que eran bienvenidos y les invitó a su reafirmación. Ndungane llama la atención sobre el sufrimiento de la gente homosexual y sobre la sensación que tiene de sentirse rechazada, despreciada, mal entendida e “incluso endemoniada y fuera de la Iglesia” por sus convicciones. Cree que es necesario encontrar las bases comunes, entre la cuales se refiere a éstas: la fe en Dios, el amor a los semejantes, el respeto a la autoridad de las Escrituras, la comprensión y vivencia de la sexualidad como don de Dios, la consideración de la pedofilia, la promiscuidad, la violencia sexual y la pornografía como pecado. En lo referente a la interpretación de las Escrituras a lo largo de la historia, muestra algunos ejemplos de los cambios sobre la manera de entender las enseñanzas de Dios por parte de la Iglesia en torno a la esclavitud, el préstamo de dinero con interés, la actitud ante las mujeres y el matrimonio tras el divorcio. Los sectores más liberales dentro de la Iglesia Anglicana basan la validez de las decisiones a favor de la ordenación de sacerdotes y de obispos homosexuales y de la bendición de las parejas del mismo signo en que dicha Iglesia está descentralizada y en que cada iglesia posee autonomía para tomar sus propias decisiones, sin que ello tenga que implicar una fractura. El sector conservador no sólo se opone a esas prácticas, sino que las condena con toda radicalidad y se muestra beligerante contra ellas alegando que son antibíblicas, que están condenadas por la Iglesia y que la condición homosexual constituye una aberración desconocida incluso en las relaciones animales. En este sector se encuadran numerosos obispos anglicanos de Asia, América latina y África, como Peter Akinola, primado de la Iglesia anglicana de Nigeria, Thomas Kogo, de Kenia, y Jackson Turyagyenda, portavoz de la Iglesia anglicana de Uganda. Un papel moderador en el debate ha jugado el arzobispo de Canterbury Rowan Williams, quien se ha comprometido a no imponer sus teorías personales sobre el tema para no condicionar las decisiones de las distintas iglesias que gozan de total autonomía. “Ningún arzobispo de Canterbury –ha afirmado- puede dictar la política de la Iglesia Anglicana como un todo, ni debe intentar hacerlo. No tengo ninguna agenda propia que implementar en este tema, y las resoluciones de la Conferencia Lambeth deben determinar mi conducta. Mi tarea es exponer el punto de vista mayoritario; si me lo preguntan, puedo referir los debates que se producen en torno a este punto de vista, pero no me corresponde alterarlo de acuerdo a mi voluntad”.
2. Lesbianas y gays cristianos
En cuestiones de ideologías, orientaciones políticas y creencias religiosas, la tendencia más generalizada es a considerar el propio credo, la propia ideología y la propia opción política como los más válidos y, a veces, como los únicos válidos. También en lo referente a la sexualidad, los heterosexuales acostumbran a considerar su tendencia como “la natural” y la más coherente con la complementariedad de los sexos masculino y femenino. No sucede así entre las lesbianas y los gays que sólo piden poder vivir su orientación sexual con los mismos derechos y la misma libertad que los heterosexuales, sin por ello demonizar ni declarar contrarias a la naturaleza las relaciones heterosexuales. Cada vez es más numeroso el movimiento de homosexuales cristianos que, además de exigir la misma libertad y los mismos derechos que los heterosexuales, piden ser reconocidos y valorados como cristianos en igualdad de condiciones que el resto de los hermanos y hermanas en la fe, convencidos de que la orientación sexual no puede ser motivo de discriminación, ni de exclusión, pero tampoco de lástima dentro de la comunidad cristiana. La mayoría vive una doble clandestinidad y un doble estigma: el que les impone la sociedad y el que les impone su propia religión. Con todo ni se resignan ni callan. A partir de una sólida argumentación teológica, las lesbianas y los gays cristianos reunidos en el IV Encuentro de Valencia en otoño de 2001 hicieron las siguientes reivindicaciones: - Ser reconocidos como lo que son: “como una de las posibles orientaciones o identidades sexuales de las mujeres y los hombres”. - Con sus reiterados pronunciamientos contra la homosexualidad y la transexualidad, la jerarquía está promoviendo “el odio y la violencia contra lesbianas, gays, bisexuales y transexuales”. - Piden a los obispos que “respeten la participación, en todos los niveles de la vida eclesial (eucaristía, formación, catequesis, ministerios, sacerdocio...) de todos los hombres y mujeres con independencia de su orientación o identidad sexual y su situación afectivo-familiar”. - Reivindican el reconocimiento del “matrimonio civil y religioso entre personas del mismo sexo”, ya que, afirman, “somos unidades de convivencia y afecto en igualdad de condiciones que las personas heterosexuales”, así como el derecho de adopción. “Nosotros –dice el documento- como personas y grupos cristianos de lesbianas, gays y transexuales, queremos recuperar nuestra historia de fe y salvación y vivirla en plenitud. Desde esta actitud tendemos las manos a las personas que sufren dentro de la Iglesia a causa del rechazo de su orientación o identidad sexual. Afirmamos con gozo que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y que nuestra afectividad es don suyo. También les invitamos a que lo vivan desde la normalidad y compartiendo su vida en comunidades, asociaciones que estén abiertas a esta realidad”. La Asociación cristiana de gays y lesbianas de Cataluña comparte las conclusiones del Foro Europeo sobre el derecho al matrimonio y a la adopción, celebrado en Barcelona del 24 al 26 mayo de 2002, donde se constató la existencia de una diversidad de modelos de familia en Europa, que deben ser tenidos en cuenta en la legislación para evitar la discriminación de gays y lesbianas, y se reclamó el matrimonio como una reivindicación a la que no pueden renunciar. En esa perspectiva los reunidos, en torno a 300, llamaron la atención sobre la contradicción en que viven tanto las iglesias, que con sus actitudes homófobas menosprecian la dignidad de los gays y lesbianas y se cierran a los cambios producidos en la sociedad, como los estados europeos, que defienden derechos iguales para todos que después no recogen en sus legislaciones, limitando así los derechos humanos. El Foro reclamó el derecho a poder casarse, a formar familias, a la adopción conjunta y a la patria potestad de sus hijos e hijas, poniendo como modelo de referencia a seguir en los ámbitos legales y jurídicos en Europa el sistema holandés. Se comprometió a iniciar una campaña en el ámbito de los Estados europeos para exigir la firma y ratificación del protocolo 12 que completaría la disposición antidiscriminatoria del artículo 14 de la Convención Europea de Derechos Humanos. Denunció el voto negativo del Estado Español a otorgar el estatuto de ONG consultiva ante la ONU a ILGA, federación mundial que trabaja por la no discriminación por razón de orientación sexual y que suscribió la Declaración Universal de Derechos Humanos y las convenciones de las Naciones sobre los derechos de la mujer, de los niños y de las minorías étnicas y culturales. En el VII Encuentro de los colectivos cristianos de Gays y Lesbianas en España, celebrado en Madrid los días 28 y 29 de mayo de 2005, dirigieron invitaciones fraternas a las diferentes instituciones religiosas y políticas, nacionales e internacionales a favor del reconocimiento de sus reivindicaciones: A Benedicto XVI le invitan a revisar la tradicional concepción católica de la homosexualidad a la luz de la ciencia y de los signos de los tiempos y a contribuir a hacer una Iglesia creíble, que reconozca la dignidad de los gays y lesbianas como signo del Amor de Dios, respete sus derechos y obligaciones y faciliten su acceso al sacramento del matrimonio. A la jerarquía católica española y vaticana le hacen una llamada a reconocer la separación entre Iglesia y Estado y consolidar un país no confesional, a erradicar la homofobia y el machismo dentro y fuera de la Iglesia y acoger a las personas homosexuales con justicia y en plano de igualdad, a solidarizarse sobre todo con las lesbianas y con los niños y las niñas y con su derecho a ser adoptados por gays y lesbianas. A todo el Pueblo de Dios, le ofrecen su colaboración, les invitan a trabajar conjuntamente en la normalización de la homosexualidad dentro y fuera de la Iglesia, venciendo el miedo y los prejuicios, y en su seno, y les proponen hacer una alianza para luchar contra la homofobia. Al Gobierno central, a las comunidades autónomas y a los partidos políticos les ofrecen su apoyo para la aprobación de la ley del matrimonio entre homosexuales para así construir una sociedad más justa y tolerante. Al movimiento homosexual y a la comunidad internacional les ofrecen asimismo el apoyo incondicional en la lucha por la defensa de los derechos y deberes del colectivo de gays y lesbianas en todos los países, el compromiso de compartir los logros que vayan consiguiendo y ser testigos de esperanza y solidaridad. Estos planteamientos están guiados por una teología crítica de la homofobia y defensora de una concepción liberadora de la sexualidad humana, algunas de cuyas líneas intento ofrecer a continuación.
3. Teología del cuerpo
La concepción dualista del ser humano que lleva al rechazo de la sexualidad y a la renuncia del cuerpo no parece la más acorde con los orígenes del cristianismo, ni la que mejor refleja el planteamiento de la religión judía. Ésta entiende la persona en su carácter unitario y no compartimentado. Todo el ser humano es imagen de Dios y lo es no sólo en la modalidad del varón sino como hombre y mujer. Así lo pone de manifiesto el primer relato de la creación recogido en el capítulo primero del libro primero de la Biblia, el Génesis: “Y dijo Dios: hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra (...). Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios los creó, macho y hembra los creó” (Génesis 1, 26-27). El ser humano es sexuado y como tal se dirige a Dios. El judaísmo no es una religión espiritualista. La moral judía no es represiva del cuerpo. Defiende el placer, el goce, el disfrute de la vida, como se pone de manifiesto en múltiples tradiciones religiosas de Israel. El libro del Eclesiastés, por ejemplo, afirma la vida material y sensual en la cotidianidad, e invita a comer el pan y beber el vino con alegría, a disfrutar del fruto del propio trabajo y a gozar con la persona a quien se ama: “Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras; lleva siempre vestidos blancos y no falte el perfume en tu cabeza, disfruta la vida con la mujer que amas, todo lo que dure esa vida fugaz, todos esos años fugaces que te han concedido bajo el sol; que ésa es tu suerte mientras vives y te fatigas bajo el sol. Todo lo que esté a tu alcance hazlo con empeño, pues no se trabaja ni se planea, no hay conocer ni saber en el abismo adonde te encaminas” (Eclesiastés 9, 7-10). Llama a los jóvenes a disfrutar y a pasarlo bien: “Disfruta mientras eres muchacho y pásalo bien en la juventud, déjate llevar del corazón y de lo que atrae a los ojos, y sabe que Dios te llevará a juicio para dar cuenta de todo. Rechaza las penas del corazón y rehuye los dolores del cuerpo: niñez y juventud son efímeras” (11, 9-10). La vida, el mensaje y la práctica de Jesús de Nazaret se ubican en ese horizonte vital, e incluso vitalista. Jesús come y bebe con los amigos y amigas, participa en fiestas y acepta las invitaciones que le llegan de unos y otros, sin atenerse demasiado a las restricciones que pudiera imponerle la religión. Para él la principal incompatibilidad no es la que se da entre Dios y la sexualidad, entre el E(e)spíritu y el cuerpo, entre las bienaventuranzas y la felicidad, sino entre el Dios dadivoso y la opulencia, entre el Dios débil y el poder opresor, entre el Dios de vida y los ídolos de muerte. La reflexión cristiana feminista está desarrollando hoy una importante teología del cuerpo en esa línea, de la que fue pionero el teólogo mártir alemán Dietrich Bonhoffer en su emblemática obra Ética. En un capítulo titulado “El derecho a la vida corporal” critica por no cristiana, la concepción idealista que considera el cuerpo como simple medio para la consecución de un fin y, por tanto, prescinde de –renuncia a- él una vez que ha logrado su fin. Para el cristianismo, el ser humano es un ser corporal, y el cuerpo posee una altísima dignidad. Distanciándose de la doctrina aristotélico-tomista, Bonhoeffer afirma que la corporeidad es la forma de existencia del ser humano querida por Dios y que a ella le corresponde una finalidad en sí misma. El cuerpo, por tanto, tiene su propia finalidad. El teólogo alemán considera el goce como derecho fundamental de la vida y lo argumenta de esta guisa: cuando se priva a una persona de las posibilidades de los goces corporales, se produce una injerencia inaceptable en el derecho original de la vida. El derecho al goce corporal no tiene por qué subordinarse a otro fin superior. El cuerpo es “mi” cuerpo y me pertenece. Por tanto, sigue razonando, atentar contra él constituye una intrusión en mi existencia personal. ¿Y la sexualidad? No es, para Bonhoeffer, sólo un medio para la procreación de la especie, sino que, independientemente de esta finalidad, proporciona el goce por el amor de dos personas entre sí. Es un cauce privilegiado de comunicación interhumana. El cuerpo constituye la mediación necesaria entre los humanos para el encuentro de Dios. La felicidad, en fin, es un derecho irrenunciable de toda persona, que ninguna religión puede reprimir.
IV. La Biblia, ¿contra la homosexualidad y a favor de la homofobia?
1. Una lectura no fundamentalista
La Biblia es el libro más vendido, traducido a todas las lenguas, quizás el más leído, pero también uno de los más manipulados. Ha sido utilizado para justificar lo injustificable: . Para condenar a Galileo que defendía el heliocentrismo, y defender el geocentrismo. . Para condenar a Darwin, que defendió la evolución de las especies, y defender el creacionismo. . Para justificar la institución de la esclavitud, i. e., el trato inhumano de unos seres humanos a otros seres humanos. . Para legitimar la discriminación de la mujer, justificar su inferioridad, defender la sumisión al varón y negarles el derecho al voto. . Para defender el racismo y la discriminación de millones de seres humanos en razón de su pertenencia a una raza distinta de la blanca. Ahora se apela a la Biblia para perpetuar la homofobia, oponerse a la libertad de opciones sexuales, así como impedir y condenar los derechos de los homosexuales a contraer matrimonio y adoptar hijos e hijas. Enseguida surge la pregunta: ¿Puede apelarse a la Biblia para condenar la homosexualidad? Así lo creen no pocos cristianos y cristianas, que con la Biblia en la mano llegan a justificar el odio y el castigo contra los homosexuales. Investigaciones recientes, empero, desmienten estas conclusiones. Simplificando mucho, la aproximación a la Biblia judía y a la Biblia cristiana puede hacerse bien a través de una lectura literal que no reconoce más que un solo sentido, el literal, considerado normativos por los creyentes judíos y cristianos en todo tiempo, lugar y cultura, bien a través de los métodos históricos-críticos. Es este último el tipo de lectura más generalizado e incluso aceptado por el magisterio eclesiástico. Sin embargo deja de aplicarse en unas cuestiones muy concretas, como el papel de la mujer en la Iglesia (no ordenación sacerdotal; no puestos directivos), el divorcio, la organización eclesiástica, y muy especialmente en materia de homosexualidad. Y precisamente los textos bíblicos sobre la homosexualidad en la Biblia son los que más requieren una lectura histórico-crítica, antropológica y sociológica. Las conclusiones, entonces, serán muy distintas de las usuales. Veámoslo en algunos textos emblemáticos, a los que suele recurrirse, desde una lectura fundamentalista para condenar la homosexualidad.
2. Génesis 19,1-11: Sodoma y Gomorra, un pecado de falta de hospitalidad
La interpretación tradicional ha defendido que el pecado de los habitantes de Sodoma fueron actos homogenitales entre hombres y que Dios condena y castiga a los sodomitas por sus prácticas homosexuales. La interpretación más extendida hoy, y parece que más correcta es que lo que se condena no es la homosexualidad, sino la dureza de corazón de los sodomitas, la violación de hombre con hombre, que implica una humillación, la ofensa a los extranjeros a quienes Lot había acogido en su casa ejerciendo la virtud de la hospitalidad. La teóloga norteamericana Alice Winter, en un riguroso trabajo exegético, sobre el texto de Sodoma y Gomorra, muestra que el pecado de estas dos ciudades no tiene que ver en principio con el sexo. El pecado se concreta en un sistema de injusticia y opresión defendido por una pequeña élite para asegurarse una vida en abundancia y ociosidad a costa de los pobres[vii] En esta misma clave interpreta el profeta Ezequiel el pecado de Sodoma, que consistió en no socorrer al pobre, al indigente: “Éste fue el crimen de tu hermana Sodoma: orgullo, voracidad, indolencia de la dulce vida tuvieron ella y sus hijas; no socorrieron al pobre y al indigente, se enorgullecieron y cometieron abominaciones ante mí; por eso las hice desaparecer, como tú has visto” (Ez 18,49-50). En definitiva es la falta de hospitalidad para con los extranjeros lo que el texto condena. Jesús recuerda este texto veterotestamentario cuando da las instrucciones a los discípulos que envía a predicar y lo interpreta en la perspectiva de la hospitalidad: “Al entrar en una casa, saluda. Si la casa se lo merece, que la paz que le deseáis se pose sobre ella; si no se lo merece, vuestra paz vuelva a vosotros. Si alguno no os recibe o no os escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudíos el polvo de los pies. Os aseguro que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra que a aquel pueblo (Mt 10,12-15).
3. Ley de pureza e identidad étnica
El segundo texto califica la homosexualidad masculina como abominable. Levítico 18,22: "No te acostarás con hombre como mujer, es una abominación". El tercero le da el mismo calificativo, pero añade algo más fuerte todavía: la pena de muerte contra quienes ejercen esos actos. Levítico 20,13: "Si uno se acuesta como se hace con mujer, ambos hacen cosa abominable, y serán castigados con la muerte; caiga sobre ellos su sangre". Ambos textos deben ser leídos en su contexto. En la legislación hebrea se ordena pena de muerte para quienes maldicen a sus padres, para los adúlteros, los incestuosos y los pecados de animalismo. Se considera igualmente abominable mantener relaciones sexuales con una mujer durante la menstruación. Por el contrario, se permite vender a la hermana como esclava (Ex 21,7), poseer esclavos, tanto varones como hembras, siempre que se adquieran en naciones vecinas (Lv 25,44). Se establece la pena de muerte para quien transgrede el precepto del descanso sabático y osa trabajar el séptimo día (Ex 35,2). Se prohíbe acceder al altar a toda persona con un defecto en la vista (Lv 21,20). Incluso se aplica la pena de muerte a quien lleva el pelo cortado (Lv 19,27). Y así sucesivamente. ¿Hay que interpretar estos textos en su sentido literal? Decididamente, no. Hacerlo así sería caer en el más craso fundamentalismo. Lo que estas prohibiciones quieren poner de relieve es el carácter peculiar y específico del pueblo hebreo como pueblo de Dios, que se distingue del resto de los pueblos. La condena de la homosexualidad así como otras prácticas no se basa en razones sexuales sino en razones religiosas. El problema no se plantea en el terreno moral, sino en el de la identidad étnica y el de la pureza.
3.3. Carta a los Romanos 1,24-27
No puedo entrar en un análisis pormenorizado de todos los textos neotestamentarios que se refieren a la homosexualidad. Voy a centrarme en uno sólo: la Carta a los Romanos 1,24-27: “Por eso, abandonándolos a sus deseos, los entregó Dios a su inmoralidad, con la que degradan ellos mismos sus propios cuerpos, por haber sustituido ellos al Dios verdadero por uno falso, venerando y dando culto a la criatura en vez de al Creador. (¡Bendito él por siempre! Amén). Por esa razón los entregó Dios a pasiones degradantes: sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras innaturales, y los hombres lo mismo: dejando las relaciones mutuas con la mujer, se consumieron de deseos unos por otros; cometen infamias con otros hombres, recibiendo en su persona el pago inevitable de su extravío” (Rom 1,24-27). Analicemos el contexto, antes de deducir de la lectura del texto la más taxativa condena de la sexualidad[viii]. - La Carta a los Romanos es la gran obra teológica de Pablo, considerada central en su pensamiento, ampliamente comentada por algunos de los teólogos cristianos más relevantes, como Agustín, Lutero, Jansenio, Barth, etc. - Está escrita en el momento en que va a llevar a Jerusalén la colecta de las iglesias de origen a la Iglesia judeocristiana; una Iglesia que no ve con buenos ojos y plantea problemas a la manera de evangelizar de Pablo. Éste teme que Jerusalén no le acepte la colecta, señal de comunión intereclesial y que los cristianos de Roma, que no le conocen, no se fíen de él y no le apoyen para emprender la nueva misión que quiere comenzar en España. Por eso escribe la carta con mucho tiento, intentando mostrar la esencia del evangelio en toda su pureza: por ejemplo, que los judíos no tienen privilegio alguno en lo que a la salvación se refiere. - Pablo es consciente de que no le va a resultar fácil convencer a sus destinatarios, sobre todo a los judíos, que se consideran pueblo elegido. Lo que Pablo intenta probar es la pecaminosidad universal, que afecta también a los judíos. Esa es la fuerza de la prueba de Rom 1,18 - 3,20. Y lo hace por medio de un recurso literario, la diatriba, una especie de diálogo ficticio con un interlocutor supuesto, en este caso, judío. - En la descripción de la pecaminosidad universal, carga las tintas sobre los pecados de los paganos, algo que comparten con él los interlocutores judíos. Tras afirmar que todos podemos conocer a Dios a través de la creación, señala que los seres humanos (se refiere a los paganos) han cambiado la gloria de Dios inmortal por imágenes de hombres mortales, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles y han dado culto y venerado a las criaturas en vez de al Creador. Y saca una conclusión que el interlocutor judío le parece apropiada: “Por eso…..”, texto antes citado). Lo que Pablo pretende con este texto no es reflexionar sobre las relaciones homosexuales, y menos aún condenarlas (no es un tema que le preocupe). Su propósito es convencer a los judíos que ellos son tan pecadores y tan necesitados de salvación como los paganos, a quienes los judíos consideran profundamente pecadores. Para conseguirlo, se sirve de los prejuicios judíos contra los paganos. Una observación importante: la lista de los vicios paganos que hace Pablo es de origen estoico e incluye el de la homosexualidad. Quizás detrás de la argumentación de Pablo esté Génesis 1,26-27, que fundamenta teológicamente la relación entre hombre y mujer; relación que entre los judíos logra su plenitud con la procreación. (“creced y multiplicaos”). En este contexto, la homosexualidad podría ser vista negativamente al no favorecer la procreación. Ahora bien, Pablo parece criticarla no en tanto que siga una inclinación biológica del varón, cuanto que es una pasión desordenada y pecaminosa, y en ese sentido sí sería condenable. Leído el texto en el contexto actual, no parece que sea ésta la visión que se tenga de las inclinaciones homosexuales de las personas gays y lesbianas. En suma, Pablo no está reflexionando de manera explícita sobre la homosexualidad y, por ende, no pretende dar una respuesta, ni positiva ni negativa, sobre las relaciones homófobas.
Conclusión
Yo creo que el conflicto o la incompatibilidad entre cristianismo y homosexualidad tienen mucho de artificialidad y carecen de base tanto en el plano de la antropología como en el de la fe cristiana. Coincido con el teólogo holandés Edward Schillebeeckx en que no existe una ética cristiana respecto a la homosexualidad. Se trata de una realidad humana que no puede desconocerse y que debe asumirse como tal sin apelar a criterios morales excluyentes. No hay criterios específicamente cristianos para juzgarlo. Por eso entiendo la protesta de los obispos norteamericanos ante la carta tan hiriente y poco tolerante del cardenal Ratzinger contra la homosexualidad, que resulta contraria a los avances de la ciencia en esta materia, atenta contra la dignidad de la persona, pone límites a la libertad individual, lesiona el principio de igualdad y discrimina a los homosexuales en la comunidad cristiana. Recurrir a la Biblia, como hace el magisterio eclesiástico, para condenar la homosexualidad me parece un acto de fundamentalismo, que se caracteriza por leer los textos fundantes de la fe cristiana en su literalidad sin mediación hermenéutica alguna. La mayoría de los textos bíblicos que cita el cardenal Ratzinger están sacados de contexto, son interpretados desde prejuicios homofóbicos y nada tienen que ver con la realidad de la homosexualidad hoy. La teología cristiana del amor no se reduce al matrimonio entre hombre y mujer, sino a toda relación humana basada en el compromiso de compartir proyectos de vida en común a través de unas relaciones simétricas, no opresivas. Y entre estos proyectos están los matrimonios homosexuales. Los cristianos y las cristianas homosexuales pueden vivir y viven de hecho la experiencia sexual de manera liberadora y gratificante, como la viven los cristianos y cristianas heterosexuales, sin los traumas del pasado; más aún, sin la conciencia de culpa, sin la sensación de estar transgrediendo una orden divina eterna o un orden natural inmutable. Quienes practican las relaciones sexuales en sus distintas modalidades son conscientes de que la incompatibilidad en el cristianismo no es la que se dan entre fe y homo- o heterosexualidad, entre ser cristiano y ser solidario, sino entre amar a Dios y amar al dinero. En la homilía de la parroquia de la comunidad universitaria de 2 de junio pasado, el jesuita Juan Masiá, profesor de teología desde hace varias décadas en Japón, hizo una reflexión teológico-bíblica que me parece muy pertinente en pleno debate sobre las parejas homosexuales dentro de la Iglesia católica. Primero comienza por traducir el texto de Gn 2,18 de forma distinta a la usual y en concordancia con los comentarios exegéticos más solventes: “No conviene, dice el Señor, que los seres humanos vivan solos. Hagamos que se reconozcan mutuamente y se acompañen dignamente" (Gen 2, 18). En segundo lugar ofrece una interpretación de la lectura de Tobías 7, sobre la boda de Sara y Tobías (Tob 7) que nada tiene que ver con la "espiritualista y machista", que menosprecia el deseo corporal mutuo de la pareja, se centra sólo en la oración de Sara y Tobías y acentúa la frase repetida: "se te da por mujer, según la Ley", citando una traducción del Génesis ya viciada: "la mujer, ayuda y auxiliar del varón". Cualificados biblistas como los jesuitas Luis Alonso Schökel y Xavier Léon Dufour ofrecen una interpretación bien distinta. Para el primero la "ayuda adecuada" consiste en no tratar a la otra persona como animal de carga o con una relación de esclavitud. Para el segundo, es una relación cara a cara, de reconocimiento mutuo al desnudo". A favor de esta interpretación cita Masiá la Carta sobre la vida, de los obispos japoneses, de 2001, en la que dan a la expresión "ayuda adecuada" el significado de "compañía digna", acompañamiento mutuo. Y esto, comenta, “vale para el varón y la mujer y para otras relaciones, de pareja o amistad, sea cual sea su orientación sexual. Se aplica también a las relaciones dentro de comunidades que viven con sentido su celibato”. Es una incoherencia o una hipocresía pronunciarse a favor o en contra de una determinada legislación matrimonial, si no se suprimen las situaciones de maltrato en toda clase de relaciones. Más importante que manifestarse públicamente a favor o en contra de un nombre, un trámite o una ceremonia, es fomentar relaciones de reconocimiento mutuo, de compañía digna, de ayuda mutua para el crecimiento en una sociedad que integre amistad, justicia y solidaridad, cualquiera fuere el tipo de relación de que se trate. Las opciones y las prácticas sexuales deben vivirse desde la libertad, desde el respeto a la alteridad, a través de una relación igualitaria y no opresiva. Las creencias religiosas deben contribuir a vivir dichas opciones y prácticas en ese espíritu, no poner trabas jurídicas que lo dificultan o impiden y no provocar más sufrimiento a las parejas que se sienten rechazadas por la sociedad. Sexualidad y homosexualidad son dos asignaturas todavía pendientes en el cristianismo, y muy especialmente en la Iglesia católica, que tras veinte siglos de historia no ha logrado aprobar. Harían bien los confesores en leer y aprender un breve poema de Eduardo Galeano, que dice así: "Dice la Iglesia: el cuerpo es pecado, Dice el mercado: el cuerpo es un negocio. Dice el cuerpo: Yo soy una fiesta". El día que el cristianismo descubra que la práctica de la sexualidad en su modalidad homosexual o heterosexual, vivida de manera liberadora y no opresiva, es una fiesta, y que los confesores la incluyan en la lista de las buenas obras a recomendar a sus penitentes, y no en el libro de pecados, mortales o veniales, una nueva era habrá comenzado y la liberación del ser humano habrá dado un salto cualitativo.
[i] Cf. La carta contó con la aprobación del papa Juan Pablo II y fue publicada en la Acta Apostolicae Sedis 79 (1987), pp. 543-554. La versión castellana ha sido publicada por Ediciones Palabra, Madrid, 1998, con prólogo de Javier Salinas, obispo de Ibiza, e introducción y comentarios de cardenal Joseph Ratzinger, T. Bertone, B. Kiely, M. Gilbert, I Carrasco de Paula y G. Zuanazzi. [ii] La Nota ha sido publicada junto con la Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe en la obra citada en la nota anterior, pp. 103-119. [iii] El País, 27 de octubre de 2004. [iv] Ibíd. [v] Centurion, París, 1985, p. 8. [vi] La femme. Les grandes textes des Pères de l’Église, Centurion, París, 1968, p. 8. [vii] Cf. A. Winter, “Sodoma, ciudad condenada”: Signos de Vida 28 (junio 2003), pp. 7-9. [viii] Para lo que sigue, sigo las lúcidas reflexiones exegéticas de X. Alegre, “Atenció pastoral de gais i lesbianes”, en Dr. Antoni Mirabet y Mullol i 48 col-laboradors/es, Homosexualitat a l’ inici del segle XXI, Claret, 2000, Barcelona, 2000, pp. 416 ss; cf. También Daniel A. Helminiak, Lo que la Biblia realmente dice sobre la homosexualidad, Egales, Barcelona, 2003.
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