Teóloga. Sevilla
Siempre me ha llamado la atención
la parcialidad, por no llamar hipocresía, de ciertos sectores sociales
cuando abordan el asunto tan traído y llevado de la familia. Como
mujer, compañera y madre de dos criaturas que tengo que salir todos
los días a desempeñar mi jornada laboral, compartir mi cuota de
trabajo doméstico, atender las necesidades educativas y afectivas de
mi hijo y mi hija, amen de estar implicada en asociaciones y
colectivos eclesiales y ciudadanos, no puede menos que sorprenderme
que ciertas personas que esto ni lo huelen intenten hablar, pontificar
y decidir qué es y qué no es ético y conveniente para esta realidad
social dinámica y siempre en cambio que llamamos familia.
El próximo sábado una serie de
grupos aglutinados en torno a un foro, alentados por el partido más
conservador y jaleados y bendecidos por casi la totalidad de la
jerarquía eclesiástica del país van a toma la calle en Madrid, según
dicen, para defender a la familia. Y, quede claro ante todo, que no
dudo de la buena fe de muchas de las personas que allí se congreguen
ni les niego, por supuesto, el legítimo derecho a expresar su
opinión. Estamos en una democracia y cada cual es libre de formarse
sus criterios y expresarlos, siempre dentro de la tolerancia y el
respeto a la pluralidad. Por todo ello, quiero en unas breves líneas
expresar m opinión sobre este asunto, basándome tanto en mi
experiencia personal de fe y vida como en mis estudios de teología y
mi formación continuada en esta materia.
Como punto de partida diré que
coincido con los convocantes de la manifestación del día 18 en la
convicción de que en muchos casos las familias, esos grupos primarios
de relación y afecto que tan necesarios son para el crecimiento y
desarrollo personal de sus miembros, están severamente amenazadas. En
lo que sin embargo discrepo es en las causas de esa amenaza, que no
están, desde luego en que un gobierno, que por otra parte ha de
legislar para todo el mundo y no sólo teniendo en cuenta la ética
particular de un determinado grupo, conceda a las parejas del mismo
sexo el derecho civil de dar cobertura legal y social a sus uniones,
sino en las condiciones sociales en que se desenvuelve la vida de
muchísimas familias abocadas a la precariedad por el paro, la
inestabilidad laboral, la economía sumergida, el precio abusivo y
escandaloso de la vivienda, la falta de expectativas de los jóvenes… Y
no digamos ya esa terrible lacra de la violencia de género, auténtico
terrorismo doméstico que tantas vidas de mujeres se cobra y que
condena a muchas otras a vivir junto con sus hijos en un hogar que no
merece tal nombre sino el de infierno, ¿será alguna vez el pueblo de
Dios convocado por sus pastores para manifestarse en contra de estas
amenazas? ¿Pondrá alguna diócesis autobuses?
Por otra parte, una de las cosas
que alega el Foro de la Familia es el miedo a la desintegración del
modelo de familia. Desde luego si al modelo que se refieren es al
patriarcal, ojalá y que explote mañana, bastante daño ha causado a lo
largo de la historia a quienes en él eran dependientes del pater
familias, mujeres y niños. Modelo que de ninguna manera se puede
bautizar y llamar cristiano, ¿cómo casar un modelo jerárquico y
opresor con el mensaje de Jesús de Nazaret que precisamente se
enfrenta a él fundando una comunidad de iguales (“estos son mi madre y
mis hermanos”) y cuyo celibato hay que entenderlo en clave profética
como denuncia de ese tipo de relación y renuncia a continuarlo? Más
que modelo tendríamos que hablar de valores que fundamenten la
relación familiar y estos, hablando desde el Evangelio, no pueden ser
otros que el amor, la igualdad, el respeto mutuo y la solidaridad
efectiva y apertura al mundo. Vivida desde esta perspectiva, la
relación conyugal puede ser hetero u homosexual, pues el único
requisito son dos personas adultas dispuestas a realizar un proyecto
común de familia desde la madurez del amor, y desde ese amor ser
fecundos, fecundidad que se ha de ver libre de todos los tintes
biologicistas, pues tiene múltiples formas de expresión, de las cuales
la parentalidad biológica es sólo una de ellas, ¿o acaso no se llama
plenamente matrimonio a la unión de un varón en las puertas de la
ancianidad y una mujer postmenopáusica?
Mucho se podría hablar de este
tema, y mucho se ha hablado ya de uno y otro lado, desde la
perspectiva bíblica y teológica. Necesitaría otro artículo para ello.
Apuntaré, en todo caso, que no se puede hacer una lectura
fundamentalista de los textos sagrados, que lo que en realidad
condenan son pecados tan graves como los atentados contra la
hospitalidad, la violación o la pederastia, y no las relaciones libres
entre dos personas adultas del mismo sexo. Y, por último, sólo cabe
decir que, en este como en otros asuntos, la teología, en tanto que
disciplina humana, ha de estar siempre abierta a las aportaciones de
la ciencia y las diversas áreas del saber si no quiere convertirse en
una entelequia que nada tenga que decir a hombres y mujeres del siglo
XXI.
Con serenidad, con gozo y alegría
acojo, pues, estas reformas del gobierno, y nunca desde luego me he
sentido amenazada por ellas. Y espero, como signo del Reino, el día en
que todas las parejas, sean como sean, nos demos la mano con todas las
personas de buena voluntad para luchar juntas contra esas lacras que
sí amenazan de verdad a nuestras familias.
Inmaculada Calderón Gutiérrez
Mujeres y Teología de Sevilla
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