A Mn. ANTONIO MARÍA
ROUCO Y DEMÁS OBISPOS PRESENTES EN LA MANIFESTACIÓN DEL 18 DE JUNIO
Estimados Señores Obispos:
Con
contenida emoción me dirijo a ustedes. para comunicarles la alegría
que sentí cuando, presenciando por la pequeña pantalla la
manifestación que tuvo lugar el día 18 de junio, desde la Plaza de
Cibeles a Sol, descubrí su presencia que, aunque anunciada por todos
los medios de comunicación, me resultaba de todo punto imposible por
lo insólito del hecho. Ha sido un gesto sin precedentes, decían los
diarios y medios de comunicación del día siguiente.
Muchos años llevo asistiendo a manifestaciones, ya desde los 60,
cuando había que correr para escapar de las porras de las fuerzas del
orden franquista. Lo he hecho siempre que, a mi entender, aquellas
eran para reclamar libertad, dignidad y justicia para mis hermanos,
fueran estos de la parte del orbe que fueran. Y tengo que confesarles
que siempre me he sentido recriminado, mal-juzgado y mal-mirado por
gentes de iglesia, por compañeros en el sacerdocio e incluso por
superiores.
No
se pueden imaginar la liberación y la alegría que ha supuesto para mí
su asistencia a esa manifestación. Por fin, los miembros de la
Iglesia, y sus representantes jerárquicos, hemos descubierto que la
calle es un lugar digno y apropiado para protestar contra lo que nos
parece injusto en nuestra sociedad, para reclamar públicamente los
valores en los que los seguidores de Jesús creemos, y, a su vez, es un
modo de forzar a los poderes políticos y económicos de nuestra
sociedad a hacer las transformaciones necesarias para que el mundo en
que vivimos se vaya asemejando cada vez más al Reino de Dios que Jesús
vino a anunciarnos.
Sí
tengo que confesarles mi extrañeza por el contraste con la actitud que
tuvieron con motivo de la guerra de Irak. Ustedes, los obispos, en
aquella ocasión, no alentaron a la feligresía a seguir el ejemplo
público del papa y a oponerse a aquella guerra injusta, ilegal y
cruel, como lo han hecho, con todo derecho, en lo que respecta a la
manifestación contra los matrimonios entre personas del mismo sexo, y
tampoco les vimos encabezando la manifestación de repudio a la masacre
que se avecinaba y que luego resultó ser, y sigue siendo, una realidad
vergonzante, porque toda guerra está contra la voluntad de Dios,
porque estaba fundamentada en mentiras, y significaba la destrucción
total de un país y todo un pueblo.
Espero que, una vez superado el trauma inicial que supone dar el
primer paso, y contradecir con los hechos la forma de actuación de
siglos y siglos de la Jerarquía de la Iglesia - es la primera vez que
tal hecho ha tenido lugar- , alentarán, esta vez sí, a la feligresía
católica a asistir a la concentración/manifestación que tendrá lugar
el próximo domingo, día 26 a las 12 del día, y ustedes, los
obispos, estarán también presentes en ella, aunque no sea en las
pancartas de cabecera. Les supongo informados, pero, por si acaso, les
indico que es una manifestación contra el hambre, parte de la campaña
“Hambre Cero”, planteada a nivel mundial: cada seis
segundos muere un niño de hambre en el mundo. Es el primer y principal
mandato cristiano: “tuve hambre y me disteis de comer”; tres cuartas
partes de la población mundial vive por debajo de los límites de la
pobreza… Está en juego la vida de millones de hijos de Dios, hermanos
nuestros. No tiene nada que ver con la moral que durante tantos años
hemos predicado, la sexual. Tiene que ver con la moral más genuina y
nuclear del evangelio de Jesús: la defensa de la vida real, la
justicia y la fraternidad en el mundo de hoy.
Sería una pena, y tal vez una vergüenza, que, ante la situación más
anticristiana que vive el mundo de hoy, cuando la sociedad se pone en
pie para exigir pan para todos, ustedes, los obispo, no aportaran,
como lo han hecho en relación a la ley de unión entre personas del
mismo sexo, el peso, la representatividad, la fuerza, la presión que
aún tienen en nuestra sociedad, y, sobre todo, perderían la ocasión
de, en el mismo espacio público, decir a la sociedad que los
creyentes en Jesús pensamos que el pecado mayor de nuestra sociedad,
de nuestro mundo, es el hambre, la marginación y el asesinato real de
tantos millones de seres humanos que mueren por falta de pan, cuando
en el mundo hay bienes suficientes para todos. ¿No es ésta, y no la
relacionada con el sexo, la mayor inmoralidad que se desprende del
evangelio?
Aún
me resisto a aceptar que sea cierto lo que he leído en uno de tantos
artículos publicados a este respecto durante estos días: “Sorprende
vuestro reduccionismo de la fe cristiana a temas de moral sexual y a
que la legislación civil refleje lo que consideráis lícito en este
campo. En los evangelios apenas hay dos pasajes referidos a la moral
sexual y son, por supuesto, exigentes como lo es todo el Evangelio.
Pero la mirada de Jesús se dirigía mucho más al sufrimiento humano, a
la enfermedad, a las opresiones realizadas en nombre de Dios o del
Dinero, a la mujer marginada, a la posibilidad de la paz interior y a
todas esas pequeñas conquistas de libertad que, cuando se dan, Jesús
las leía como signos de que se está acercando el Reino de Dios. Mucho
más duro es el Evangelio con los ricos, aunque esto no parece
preocuparnos pastoralmente. Vuestras palabras se parecen más a las del
romano Catón, que a las del judío Jesús, llamado El Cristo.”
Con
esperanzas de verles el día 26 diciendo no al hambre en el
mundo y exigiendo Pobreza Cero
Ángel Frías Benito. Sacerdote.
c/
Etruria, 39, 1º B
28022
mail:
afrias1@almez.pntic.mec.es
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