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IGLESIA DE MINORÍA E IGLESIA DE MASA

Las dos estrategias de R. & R., Inc.                                         25-6-2005

   Sandro Magister

Vaticanista. Redactor de L' EXPRESSO

y moderador del portal Chiesa


En qué coinciden y en qué discrepan Ratzinger y Ruini en lo que atañe al futuro de la Iglesia.

¿Minoría creativa o religión civil?

Ir al análisis de Silvio Ferrari

Ir al comentario de Salvador del Molino

 

ROMA, 30 de Mayo del 2005 – A los pocos días de la elección a papa de Joseph Ratzinger el departamento central de estadística de la Iglesia publica el “Annuarium Statisticum Ecclesiae” del año 2003, un volumen de 500 páginas llenas de datos en latín, inglés y francés.

 El contraste más interesante se nota al comparar estos datos con los del 1978, el año en que empezó su pontificado Juan Pablo II. ¿En qué ha cambiado el perfil estadístico de la Iglesia en este último cuarto de siglo en el momento en que empieza a gobernar Benedicto XVI?

Mirándolo en cifras absolutas, los cristianos han aumentado un 43.5 por ciento, de 757 millones han pasado a 1.085 millones. 

Pero en relación a la proporción mundial han disminuido: en 1978 los católicos eran el 18 % mientras que el 2003 representan el 17 %. 

Esta variación es muy desigual según los continentes: en Europa las cifras no han sufrido alteraciones. Mientras que en África el aumento de bautizados ha sido explosivo: de los 55 millones del 1978 han pasado a 144 en el 2003, o sea que la población africana ha pasado del 12% al 17% de cristianos en el 2003. 

África ha crecido de peso al interno del catolicismo mundial. En 25 años los católicos han pasado del 7% al 13% del total. Y viceversa, los católicos europeos han bajado del 35% al 26% de la población total de Europa.

Mirando ya a la proporción de sacerdotes por el número de fieles, Europa prima sobre el resto del mundo: hay un sacerdote diocesano por cada 1.386 files. Mientras que en África a cada sacerdote le corresponden 4.723 files, aún peor que en 1978 cuando le correspondían 3.200.

 Para evaluar el futuro desarrollo de la Iglesia se mira al número de vocaciones al sacerdocio: En Europa por cada 100 sacerdotes en ejercicio aparecen sólo 12 candidatos dispuestos a tomar el relevo, mientras que en África hay 72 y en Asia 60. Análogamente por cada millón de fieles los candidatos al sacerdocio en Europa son 87, 150 en África y 250 en Asia.

 

***

 

Estas son las cifras vacías, no todas. De ellas se deduce que Europa representa un punto negro para la Iglesia.

Pero es que además de las cifras se impone un análisis más detallado y desglosado en el que los expertos no se ponen de acuerdo.

Los sociólogos de la religión discrepan y mucho sobre las condiciones del Cristianismo en occidente. 

Incluso entre la gente de dentro de la Iglesia se notan pareceres diferentes. Incluso tratándose de personalidades muy afines entre si, como el papa Ratzinger y su vicario para Roma Ruini, se les ve del mismo parecer sobre la diagnosis general, pero se separan a la hora de proponer estrategias para buscar soluciones.

Esto es lo que opina – en su ensayo escrito para www.chiesa – el profesor Silvio Ferrari, catedrático de derecho canónico y de relaciones entre el estado y la iglesia en la Universidad estatal de Milán y en la Universidad de Lovaina, así como director de “Quaderni di Diritto e Politica Eclesiástica” editados por IL Mulino:

 

Religión civil o intransigencia: las dos estrategias

 

Por Silvio Ferrari

 

  1. Las religiones en la Europa posmoderna

 

Muchos sociólogos de las religiones concuerdan en su tentativo de dar una definición sintética a la religión de los europeos con la fórmula acuñada por Grace Davie: “creer sin pertenecer”.  

 

Esta estudiosa inglesa intenta así amalgamar a muchos europeos que siguen creyendo en “un Dios” (en el sentido genérico de la palabra) pero que en su mayoría no se identifican con “ese Dios” que proclama una determinada religión a la que, en consecuencia, no aceptan pertenecer. 

 

Dicho de otra manera, la fe religiosa no desaparece del todo sino que toma otra forma. De una manera misteriosa aparece –como dice otra socióloga de la religión, la francesa Danièle Hervieu-Léger – “una creencia blanda o indefinida en la existencia de cierto poder o fuerza sobrenatural: se sigue creyendo pero no se sabe con precisión en qué”. El sincretismo religioso o la religión “hágalo Vd. mismo” que se está popularizando representa un debilitamiento, no de las creencias sino de la pertenencia religiosa. 

 

A este proceso de transformación de las creencias religiosas se suma una incidencia menor de las opciones relacionadas con la vida privada: si ya no se cree en un Dios que nos propone una religión determinada, es muy difícil que se sienta uno vinculado a las normas que propone esa misma religión. 

 

A esta conclusión llegan los datos resultantes de ciertas investigaciones sociológicas que concuerdan en apuntar que existe un bajón en las prácticas religiosas (bautizos, bodas, actos de culto, etc.) y en el seguimiento de las directivas del magisterio en temas de comportamiento sexual, actividades laborales, uso del tiempo libre y otros por el estilo. No es difícil ponerse al lado de René Remond cuando afirma que el proceso de secularización de la vida privada de los europeos se radicaliza sin parar. 

 

De todas formas esta constatación no es más que una parte del conjunto de tendencias religiosas en Europa. 

 

La citada D. Hervieu-Léger, comentando la clave de interpretación que propone Grace Davie, afirma que a esa fórmula de “creer sin pertenecer” también se le puede dar la vuelta en “pertenecer sin creer”  y no por eso pierde su valor frente a la realidad. Todavía sobrevive en Europa de alguna manera el influjo del cristianismo aunque sea en forma velada en el conjunto de valores que orientan hacia “un estilo de vida política, un modo de discutir en público temas éticos y sociales, la definición de la responsabilidad del estado sobre el individuo, la noción de ciudadanía, la manera de concebir el medio ambiente […] las reglas concretas de la civilidad, la relación entre el dinero y el consumo”: y esto, “no porque las instituciones religiosas conserven poder normativo sobre el individuo, ya se sabe que lo han perdido desde hace mucho, sino porque las estructuras simbólicas que las crearon aun conservan capacidad de penetración en los ambientes culturales no obstante la desaparición de las religiones ‘oficiales’ y de la caída de las prácticas religiosas”. Esta observación parece dar razón a los que hacen hincapié en la existencia del “catolicismo implícito” dentro de un mundo actual vacío de sagrado y la infiltración constante de “conceptos teológicos secularizados” en  las doctrinas políticas de cualquier estado moderno. 

 

La secularización de la vida privada no está relacionada con la aceptación de la religión como un valor civil.  Más bien parece según esos análisis sociológicos que el dato más interesante es que este valor cultural de identificación con la religión crece día a día: tantos europeos expresan en varios modos su adhesión a los símbolos religiosos cristianos incluso cuando han dejado de lado los preceptos que esa impone a sus fieles. 

 

Por ejemplo en Italia existe la lucha por la reintroducción del crucifijo en las aulas y se presenta como un deseo de mostrar un símbolo de la cultura occidental y no una forma de imposición religiosa: el valor cultural del símbolo prevalece sobre el significado teológico. Teniendo en cuenta estas observaciones se comprende por qué José Casanova afirma que la religión se “des-privatiza” en Europa lo mismo que en otras partes del mundo: desde el momento en que se abandona el área del comportamiento privado y se entra en la zona de la opción pública emerge la “revancha de Dios” de la que ya hace años hablaba Gilles Kepel. 

 

Por tanto estando al análisis que hacen Grace Davie y D. Hervieu-Léger la primera conclusión que se saca es que en Europa el laicismo de las instituciones públicas no marcha con el mismo ritmo que la secularización de las opciones privadas. La división del binomio secularización de la vida privada y el laicismo de la vida pública – un binomio que había caracterizado a los últimos siglos – se presenta como el conseguimiento más importante de este periodo post-moderno.

 

  1. ¿Se marcha hacia la revancha de una identificación religiosa más radical?

 

El paradigma de la secularización, implícito en el análisis de D. Hervieu-Léger, lo ponen en entredicho los sostenedores de la teoría de la economía religiosa.

 

Esta teoría que se desarrolló en Estados Unidos – y por tanto en un contexto socio-religioso radicalmente distinto del europeo – rechaza la idea de que la sociedad moderna esté sujeta inexorablemente a un proceso de secularización que reduce de manera progresiva le papel de la religión en su misma entraña. La experiencia de los Estados unidos marcada por la constancia en la participación a las prácticas religiosas, sugiere la hipótesis de que la “demanda” de religión sea substancialmente constante en una sociedad que se caracteriza pro su alto grado de modernidad.

 

El problema – usando una terminología de materia económica que les gusta a los autores de esta teoría – no estaría causado por los consumidores sino por los productores. Serían estas variaciones de la “oferta” religiosa - ligadas a estructuras del mercado religioso, a las normas que regulan su impacto, y a la diversidad de las agencias religiosas y de los productos que éstas ofrecen – las que determinaran el comportamiento religioso de los ciudadanos influyendo en el nivel de calidad de la participación a la vida religiosa y en consecuencia determinando el éxito o el decline de una determinada religión.

 

En esta clave de interpretación se puede leer la transformación del actual panorama religioso, que no se caracteriza ya por la caída del interés por la religión sino sencillamente por la pérdida de hegemonía de las iglesias tradicionales. Éstas ya no estarían capacitadas para ofrecer a los fieles productos religiosos que les atraigan. El sostenedor de esta teoría, Roger Finke, escribe:

 

“Si se mira cuidadosamente, como se hace en las empresas de comercio, más a lo que invierte cada socio que a su número […] se descubre que algunos grupos que aparecen como minoritarios por el número de sus componentes, pueden contener más energía que cualquier iglesia tolerante y poco exigente pueda ofrecer. Mientras que estas últimas consiguen a penas reproducirse y pagar los ingentes costos de sus estructuras gigantescas con una participación poco convincente y de pequeñas ofertas de sus fieles, las otras prodigan sus energías en actividades de proselitismo y expansión en gran escala”.

 

Por eso las grandes iglesias cristianas tienen que modificar el perfil de su oferta religiosa, dándole un carácter más concreto respecto a las ofertas de otras agencias religiosas o civiles. Según Máximo Introvigne, exponente en Italia de esta corriente, la teoría de la economía religiosa “ha demostrado a ultranza con cantidad de datos empíricos […] que en la sociedad contemporánea hay poda demanda de formas religiosas que se limiten al relativismo moral. Por el contrario cuando una comunidad religiosa propone exigencias más radicales en sus planteamientos ganan en número de miembros, mientras que las que proponen una conducta más laxa, los pierden. Por ejemplo, es cierto que la iglesia nacional sueca bendice los matrimonios homosexuales pero también es cierto que solo cuenta en sus filas con menos del 3% de los suecos entre sus fieles practicantes. Precisamente en un país donde por el contrario crecen con ritmo de vértigo los movimientos pentecostales que en cuestiones como la homosexualidad mantienen posiciones más estrictas que la misma Iglesia católica. Se trata siempre de un país en el que los grupos que proponen una aproximación más rígida a la moral y a la teología aumentan mientras que los laxistas y los liberales pierden adictos”.

 

En el futuro solo prosperarán los grupos religiosos que poseen una identidad bien marcada, aunque esta radicalización de su carácter – agudizada por la conflictividad religiosa y social – podría suponer para el cristianismo la imposibilidad de ser lanzado como la religión de todos los europeos. E incluso puede perder la posición de privilegio de la que gozan las iglesias cristianas frente al estado civil. 

 

  1. Religión civil o intransigencia: las dos estrategias.

 

Como resultado de esta investigación de mercado se pueden sacar indicaciones que nos muestran en las grandes religiones europeas dos direcciones distintas e irreconciliables entre si.

 

Un primer camino – en el que se pueden aglutinar algunas sugerencias implícitas en los análisis propuestos por Grace Davie y D. Hervieu-Léger – trata de poner en marcha la transformación del cristianismo en una especie de religión civil para Europa poniendo en resalto su aspecto de guardián de la memoria y de la tradición europea. 

 

Para los defensores de esta visión no importa que las iglesias sean grandes en número de fieles: si son capaces de replantearse una posición que responda a las exigencias del patrimonio cultural europeo, aun siendo todavía más minoritarias si cabe, les queda la opción de entrar en juego en el foro público como portadoras de unos valores y símbolos válidos para la totalidad de la sociedad en que viven.

 

En esto parece consistir la base de la exigencia de una mención de las raíces cristianas de Europa en la constitución de la Unión. El reconocimiento del papel que ha jugado el cristianismo en la formación de Europa se ve como la garantía de unos fundamentos sólidos. Si el futuro se presenta incierto no se puede cuestionar un pasado que aparece como garante para exigir una posición de favor de las iglesias cristianas en el corazón del orden jurídico de la Unión Europea: merecerían el apoyo de los poderes públicos no sólo porque incluyen a la mayoría de los ciudadanos europeos, - lo que podría no tener valor en un futuro no tan lejano – sino porque son una parte fundamental de la tradición y de la identidad de Europa.

 

Si se acepta sin embargo las conclusiones de los teóricos de la economía religiosa y se coloca uno en la posición de una intransigencia sobre la identidad cristiana y su diversidad con las otras religiones y con la misma sociedad laica  y liberal de Occidente.

 

Esta vía requiere cierto grado de confesionalidad de la religión cristiana: como ha subrayado Jean-Paul Willaime, la inclinación a conseguir un “catolicismo más católico, un protestantismo más protestante y una ortodoxia más ortodoxa circula e todas las realidades y en la fe de cualquier signo”, esta tendencia no es solamente fruto exclusivo de los grupos integralistas o fundamentalistas que pululan en estas Iglesias.

 

Esta inclinación acoge y exprime el deseo profundo de identidad colectiva que viaja por toda Europa y está provocada por el miedo a que Occidente pierda la batalla de civilizaciones contra el mundo Islámico, por el desorientación que suponen los procesos de pérdida de fronteras causados pro la globalización, por la duda de que los gobiernos laicos no estén en grado de guiar la hacia transición de una sociedad multi-cultural y multi-religiosa que las oleadas de emigrantes provocan. Todas las iglesias sienten el deber de hacer hincapié en lo que las diferencia y en marcar los límites de su identidad. La construcción de una Rusia vista como un país ortodoxo pasa por la insistencia sobre la noción de un territorio canónico exclusivo, y la polémica contra el proselitismo de la Iglesia católica y de las sectas extranjeras. La reconstrucción del nexo entre religión e identidades nacionales de la ex Yugoslavia ha tenido que involucrar – queriéndolo o imponiéndolo, no tiene mucha importancia – al catolicismo, a los ortodoxos y a islán en el conflicto entre Servia, Croacia y Bosnia. En un nivel distinto, las líneas de contraste entre catolicismo y otras religiones, que aparentemente habían perdido claridad en el diálogo interreligioso, han sido reforzadas en algunos documentos como la declaración “Dominus Jesus” emanada por la congregación para la doctrina de la fe.

 

  1. La Iglesia católica entre Ratzinger y Ruini

 

Las dos líneas interpretativas propuestas en el párrafo anterior ayudan a entender las diferencias estratégicas eclesiales entre los dos protagonistas del último cónclave, José Ratzinger y Camilo Ruini.

 

El papa Benedicto XVI, ex prefecto de la Congregación para la defensa de la Fe y su vicario para la diócesis de Roma parten de una misma diagnosis: la cultura iluminista radical, que “rescinde conscientemente sus propias raíces históricas renunciando al impulso vital en el que ha sido creada” (así se exprime Ratzinger en su conferencia del 1 de Abril del 2005 en Subiaco) es el verdadero enemigo de Europa e impide, por fuerza de su relativismo intrínseco, que Europa reconozca los fundamentos éticos compartidos que la sirvan de guarda rail en choques con culturas distintas y al momento de gestionar las transformaciones internas en el viejo continente.

 

Para Ruini la esperanza se cobija en el “despertar de esta identidad cristiana”, Ruini percibe algunos signos de este despertar más marcados en Italia que otros países de la Europa católica, protestante y ortodoxa. En este análisis que hace el Vicario de Roma durante una conferencia que dio el 11 de Febrero del 2005, se cela el proyecto de conseguir que el cristianismo sea proclamado como la religión civil de Europa. “La llamada religión civil americana con carácter no confesional” pero con un cuño cristiano evidente aparece como el modelo que en mejor modo garantizará los fundamentos morales de convivencia en la sociedad actual libre y democrática y a fin de cuentas una manera común de ver las cosas”, dice Ruini. Y añade que el cristianismo posee la capacidad de “alimentar, en una óptica aconfesional pero totalmente respetuosa con la libertad religiosa y con la separación entre iglesia y estado, una visión de la vida y unos valores éticos fundamentales que garanticen las bases de identidad de nuestras naciones”.

 

Tres condiciones se necesitan para realizar este proyecto.

 

La primera es la reconciliación con la iglesia ortodoxa y la superación de tantos malentendidos que han causado malestar en las relaciones con los protestantes. La religión civil de los europeos no puede basarse solamente sobre el catolicismo y por otro lado la relación de la Iglesia católica con otras confesiones cristianas no se ha apuntado muchos tantos, salvando las apariencias, durante el pontificado de Juan Pablo II. Pero el nuevo papa que no procede de un país del Este tendría que encontrar más fácil restablecer con Moscú unas relaciones de buena vecindad que se podrían facilitar partiendo de una visión común de Europa: la vuelta a una afirmación de identidad cristiana del Viejo Continente ha constituido la guía motriz del pontificado de Juan Pablo II que ha sido más aplaudida por los ortodoxos rusos.

 

Más difícil se presenta mantener el diálogo con las culturas de inspiración laical que obliga a olvidar cerrazones de intransigencia y condenas unilaterales. Las tomas de posición presentan un alejamiento gradual, de tal manera que el derecho familiar, la moral sexual y la bioética aparecen claramente como puntos de escisión. El temor de la Jerarquía es que lo que está pasando en la España de Zapatero pueda repetirse en otros países católicos. El caso es que ya había ocurrido sin suscitar tanto clamor en Bélgica: reconocimiento de los matrimonios homosexuales, la introducción de un divorcio rápido, ampliación progresiva de la eutanasia, libertad de experimentación con embriones y otros por el estilo. Hasta ahora existe en el Vaticano una posición de claro rechazo, que no deja lugar a discusiones incluso cuando se podrían haber admitido: la profesión de heterosexualidad del matrimonio no tendría que llevar consigo necesariamente el rechazo de cualquier reconocimiento jurídico de la unión entre homosexuales. Pero no parece que el papa Ratzinger tenga intención de cambiar de idea, lo que hace suponer que será bastante difícil que si prevalecen estas posturas más bien radicales, será bastante difícil que el cristianismo pueda ser presentado como la religión de conjunto que aglutina los principios y valores de la mayoría de los europeos.

 

Y por último queda por resolver la relación entre Europa y el Islán lo que agudizaría el problema de concebir el cristianismo como religión civil de la Unión Europea de la que sería miembro Turquía, “un estado, o mejor dicho […] un entorno cultural, que no se basa en raíces cristianas” (Ratzinger).

 

Este tema lo ha dejado diplomáticamente en la cuneta el vicario de Roma pero no así el ex prefecto de la congregación para la defensa de la fe. Según él – incluso cuando Turquía aceptase los principios de libertad y de democracia a los que están obligados todos los países miembros – quedaría el problema del conjunto de principios en el que “está fundamentada esta cultura de la libertad y de la democracia. Según el parecer de Ratzinger sólo se podría admitir a Turquía en la Comunidad Europea si se prescinde es esta cuestión y se permite que gane la idea de la cultura iluminista laica de Europa con la excusa de que “Dios no tiene nada que ver […] con la vida pública o con los principios del Estado”.

 

Emerge así la diferencia capital entre la visión de Europa que sostienen en sus análisis Ruini y Ratzinger. Éste no parece congeniar con las expresiones de esperanza de de Ruini y se muestra convencido de que el destino de los cristianos en Europa se reducirá a ser una minoría: minoría  hostigada por el “laicismo agresivo […] que aparece como única voz posible de la racionalidad”.

 

En esta perspectiva, para Ratzinger, la primera necesidad es la de formar “hombres que mantengan la mirada dirigida hacia Dios” porque “sólo por medio de personas tocadas por El, Dios puede volver a vivir entre los hombres”. Palabras éstas que dan aliento a las convinciones de las comunidades y de los movimientos – desde Comunión y Liberación al Opus Dei, pasando por los “Focolarinos, los Neocatecumenales, los Guerrilleros de Cristo Rey y otros parecidos – que luchan para buscar una reafirmación de la identidad cristiana y creen inútil comprometerse con una política que impone la aceptación de compromisos en inferioridad con la sociedad laica y liberal, que por otra parte padece una crisis irreversible. Según estos movimientos es preferible enfrentarse abiertamente con las otras entidades religiosas o laicas de Europa apoyándose en su propio patrimonio doctrinal, subrayando las diferencias y apuntando hacia la posibilidad de que un catolicismo integral se proclame garante de dar respuesta a la necesidad de seguridad y de identidad que hay en Europa. En este sentido la posición del nuevo papa parece más cercana a la de los que sostienen la necesidad de un catolicismo de intensidad profunda aunque se corra el peligro de menor expansión en Europa aunque no en otras latitudes.

 

¿Estamos ante dos posiciones, la de Ratzinger y la de Ruini, irreconciliables totalmente? La historia daría una respuesta negativa. Muchas veces en el pasado, la reafirmación de los principios cristianos con todo su peso de radicalidad ha conseguido recuperar, sin traumas ni roturas irreparables, sociedades que parecían tan lejanas de las exigencias evangélicas como la actual. Basta echar una mirada a la historia de las órdenes religiosas: La Iglesia las ha potenciado para usarlas como instrumentos de transformación colocándolas en el corazón mismo de la sociedad civil pero evitando suscitar posiciones radicales y fundamentalistas que siempre se han manifestado al interno de ellas mismas. ¿Será esta la estrategia que escogerá Ratzinger?

 

Frente a posiciones tan tajantes y definidas como estas, los análisis que provienen de otros sectores del mundo eclesial, aparecen menos claros y peor diseñados. Algunos como el cardenal Walter Kasper durante una conferencia en Camaldoli en Julio del 2002, han hecho notar claramente que “la nueva realidad en que vivimos representa para la Iglesia un peligro ala vez que un desafío y una oportunidad”, y añadía que – contrariamente a lo que ocurría en el siglo XIX – Iglesia y modernismo, Iglesia y Ciencia ya no sólo no son adversarios sino que se han convertido en aliados”.

 

Pero de todas estas premisas sólo se pueden recabar consecuencias modestas, reducidas a la conveniencia de enfrentarse a los problemas de Europa con actitud ecuménica y reproponer el Evangelio no como una imposición autoritaria sino como una forma de servicio a la sociedad.

 

Hasta ahora ha faltado el valor para dejar de exigir que la identidad cristiana se presentara no como oposición sino como un proyecto, redimensionándola en su relación con la sociedad europea contemporánea secularizada y pluralista. Falta un análisis imparcial que  descubra en la política laica y cultural esa característica que diferencia a Europa de las otras regiones del mundo, falta una reflexión sobre las raíces cristianas del laicismo y su capacidad como elemento catalizador en la integración de las distintas identidades religiosas y culturales presentes en Europa. Estos estudios podrían prospectar soluciones a estos problemas con planteamientos distintos a los de Ratzinger y Ruini.

 

 

COMENTARIO DEL TRADUCTOR

 

 

Salvador del Molino

Misionero en África

 

A mí todo esto me recuerda esas discusiones que se hacen sobre si es conveniente para una determinada función litúrgica un color u otro de los paramentos. O de si la estola tendría que ser tantos cm. más larga o más corta… Me recuerda el chiste del Monseñor (no se lo contéis a uno de verdad) que dice: ¿sabes la diferencia que hay entre un monseñor y un sacerdote normal? ¿No? Pues muy sencillo, ninguna, sólo que el monseñor no lo sabe.

Aquí en África había un sacerdote “Fidei donum” que después de varios años de trabajo recibió la visita complacida de su obispo el cual encontrando a nuestro superior religioso le dijo: “Cuando vuelva a casa, a D. Javier lo nombro monseñor”. Y nuestro superior le dijo: y ¿para qué? A lo que el obispo respondió después de una pausa de titubeo: “Estará capacitado para vestir y lucir las insignias del título”.

¿No os parece que estamos ante cuestiones que nos llevan a ninguna parte por un camino que no existe?

Seguramente la historia, una sola vez invocada en este artículo, hará su camino sin que ni el papa, ni los cardenales ni ninguno de nosotros pobres cristianos de a pié, podamos hacer nada para cambiar su curso.

Nos reíamos con aquel otro chiste del estudiante que perezosamente se levantaba todas las mañanas y viendo un río pasar frente a su ventana exclamaba: “Dichoso tú que puedes seguir tu curso sin salir de tu lecho”.

Creo que frente a lo que acabamos de leer y frente a lo que estamos presenciando, una buena reacción podría ser una sonrisa que sin ser burlona tiene en cuenta que quien dirige la Historia es Dios que manda su Espíritu para recrear las cosas.

 

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