EL EXCESO MORAL
27-6-2005
Fernando Savater
Catedrático de
Filosofía
Universidad
Complutense de Madrid.
EL PAÍS - Opinión - 27-06-2005
Uno de los peores tópicos de la ideología reaccionaria actual (a veces
disfrazada de contrariado izquierdismo) es el que postula una grave
crisis de valores éticos y toca a rebato para movilizar en su defensa.
El diagnóstico es fraudulento, pero valioso sin duda como síntoma...
aunque no de una pugna moral sino política. Porque uno de los retos
políticos que tienen nuestras democracias es la institucionalización
efectiva del pluralismo moral. Este pluralismo es difícil o imposible
de asumir por los integristas y fanáticos de toda laya, pero también
por quienes no tiene más moral que la rutina tradicional. Dentro de
una sociedad democrática, las opciones morales o religiosas son
derechos privados que pueden aspirar a manifestación pública... en
convivencia con otras semejantes. Por el contrario, los intransigentes
las consideran no derechos sino deberes, cuya imposición es
inexcusable para todos so pena de catástrofe de la decencia
civilizada. Es interesante subrayar que esta postura no sólo la
adoptan los creyentes más aguerridos sino también quienes jamás
reflexionan sobre problemas morales y no quieren que las
circunstancias sociales o los cambios históricos les impongan tan
fatigoso ejercicio. Gran parte de los que más vociferan sobre la
crisis de los valores lo que pretenden defender es la comodidad
autocomplaciente que les evita cuestionarlos, razonarlos o mantenerlos
con esfuerzo propio frente a otros también respetables.
Porque en la sociedad laica de garantías y libertades que es la
democracia occidental (los que prefieran un modelo más piadoso pueden
acogerse a la ortodoxia de Arabia Saudí), la cuestión de la vida buena
-moralmente deseable- siempre permanece abierta al libre debate y
nunca alcanzará la unanimidad del eterno acuerdo sino, en el mejor de
los casos, la habitable transitoriedad del desacuerdo razonable.
Precisamente son las leyes civiles, distintas de las normas o
preceptos morales, las que delimitarán el campo social dentro del cual
podrá jugarse lícitamente la partida pluralista. Supongo que
cualquiera que se denomine "liberal" en un sentido no estrictamente
predatorio del término debería suscribir este elemental punto de vista
pero en España vivimos de sorpresa en sorpresa. Y en los Estados
Unidos de hoy, desafortunado modelo de tantos, para qué hablar: sobre
este tema conviene leer Moral Politics: How liberal and
conservative thinks (University Chicago Press), la obra principal
de Georges Lakoff, que fue -sin que la fuerza realmente le acompañase-
el mentor ideológico de la campaña demócrata de Kerry a la elección
presidencial. En un punto es realmente importante el libro de Lakoff:
convierte el tema de la familia en el principal campo de batalla entre
los dos grandes partidos. Es decir, la familia de modelo tradicional,
centrada en la autoridad del páter familias, frente a la familia
asistencial del cuidado mutuo y la complementariedad en acelerada
transformación social. Lo que ocurre es que en EE UU son liberales los
no conservadores y conservadores los no liberales, mientras que en
España lo que más abundan son los liberales en conserva. Y así la
confusión sigue aumentando...
Ejemplo de lo cual se ha visto recientemente en la manifestación de
Madrid contra la ley que autoriza el matrimonio entre homosexuales,
denominada "En defensa de la familia". Como sabe cualquiera que se
haya interesado algo por cuestiones antropológicas, tipos de familia
ha habido muchos a lo largo del tiempo y a lo ancho del espacio. Y
todos, hasta los más raros, compatibles con la humanidad de nuestra
especie. Es lógico que la Iglesia Católica -que vive sobre todo de la
gestión de bautizos, bodas y entierros- haga aspavientos si cree que
van a alterar la parcela que administra desde hace tanto con astuta
alternancia de tiranía y paternalismo. Pero el resto del personal sabe
muy bien que los cambios en la estructura familiar provienen sobre
todo de la incorporación de la mujer al mercado laboral, de las
medidas de control de natalidad, del divorcio y del precio de la
vivienda (que influye en su decreciente tamaño), no de las
reivindicaciones de los homosexuales. No tiene por qué considerarse un
atentado contra la familia el reconocimiento legal de nuevas formas de
convivencia que convienen a bastantes (con sus correspondientes
efectos económicos y jurídicos) sin menoscabar los derechos de nadie.
Para evitar malentendidos, hubiera sido deseable no llamar
"matrimonio" (que es la denominación que recibe la familia formada por
una pareja de distinto sexo) a las que legítimamente quieren
constituir las del mismo sexo. Invocar la igualdad de derechos en este
campo es una tontería, porque las condiciones desiguales permiten
derechos específicos para cada una: el de pasar revisiones
ginecológicas periódicas, por ejemplo, corresponde a las mujeres pero
no a los varones. A ver si después de tanto cacareo sobre el respeto a
la diferencia ahora va a resultar que hay que anularla por vía
institucional...
El erotismo humano es -afortunadamente- diverso y complejo: las
relaciones homosexuales forman parte de él y su condena no proviene de
la moral sino de la negra superstición, que odia y/o teme cuantos
placeres no comparte. Pero la procreación no es un juego erótico sino
un proceso natural que implica hembra y varón. Decir que tener padre y
madre puede ser sustituido por tener dos papás o dos mamás es una
sandez del mismo calibre que sostener que pueden tenerse dos pies
izquierdos o dos pies derechos sin que el caminar se resienta en lo
más mínimo. Como muchos hijos de padre y madre los pierden demasiado
pronto, o son abandonados por ellos, pueden ser criados por personas
bondadosas (solas o en parejas del mismo sexo) que se hagan cargo
afectivo de ellos. Para determinar qué personas son aptas para tales
adopciones, las preferencias eróticas son perfectamente irrelevantes
porque no determinan el comportamiento decente o indecente de nadie:
abundan los heterosexuales capaces de violar a las propias hijas y los
homosexuales pudibundos hasta la gazmoñería, crea lo que creyere el
profesor Polaino (con quien por cierto tuve ya un debate en televisión
sobre este tema hace más de una década: no sé cómo me las arreglo para
comerme siempre las primicias de estos frutos del bosque...). Pero a
mi juicio nadie tiene derecho a programar y fabricar huérfanos en
probeta para complacer a solteros o parejas de igual sexo. No sé
(nadie sabe) si los niños crecen peor, mejor o igual sin padres que
con padres, pero de lo que estoy seguro es de que nadie tiene derecho
de privar a un semejante de su filiación azarosa en la trama
intersexual. Si esto es un prejuicio, lo asumo como tal y estoy
dispuesto razonadamente a sostenerlo... aunque no saldré a la calle en
compañía de turbios nigromantes para que se me confunda con su
parroquia.
En un estudio de interés desigual pero de ambición conjunta estimable,
El pánico moral (Ed.Grasset), Ruwen Ogien propone los
siguientes tres principios de ética mínima: 1) principio de
consideración igual, que pide conceder el mismo valor a la voz o los
intereses de cada cual; 2) principio de neutralidad respecto a las
concepciones de bien personal; 3) principio de intervención limitada
en caso de daños flagrantes causados a otro. Aunque a mi juicio 1 y 2
son casi equivalentes, me parece un posible programa reductor para
abreviar los daños de la grandilocuencia moral. El abuso moralizante
puede convertirse en un serio enemigo de las libertades y garantías en
nuestras democracias. En Estados Unidos, paraíso de la silicona y los
escotes vertiginosos, abundan las denuncias por "inmoralidad" contra
mujeres que amamantan a sus hijos en público (una de ellas, con gracia
certera, repuso que no tenía la culpa de que algunos confundiesen la
función con la forma). Por supuesto en la teocracia saudí se prohíbe
conducir vehículos a la mujer también con argumentaciones pseudoéticas:
las pobres no tienen coche y las ricas envían a sus criados a la
compra y sólo utilizarían el auto para flirtear y crear atascos...
Limitemos los excesos morales cuanto se pueda, tanto los de quienes
ven por todas partes atentados contra lo más santo como los de los
entusiastas que convierten la consecución de cualquier capricho en un
alto logro de la civilización progresista. Y recordemos al viejo
erasmista que hace cinco siglos recomendaba: "En lo necesario, unidad;
en lo no necesario, pluralismo; y siempre, caridad".
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