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DE NUEVO LOS TODÓLOGOS                                                      10-7-2005

 

   

CARLOS TAIBO

MADRID.

 

Este texto se publicó en El Correo, pero nos ha sido remitido por nuestro colaborador de Mallorca Juan Hernández Jover, que tiene una página Web, hecha por él mismo, aprovechando el tiempo que le deja su jubilación, que es una preciosa antología de textos y documentos en una línea parecida a ATRIO. Recomendamos visitar: http://somac.galeon.com/

 

Tengo que volver sobre algo que, forzado por las circunstancias, me  interesó en las aciagas jornadas madrileñas del 11 de marzo del  pasado año. Quiere uno creer que, en las horas que siguen a hechos  execrables -a los de Madrid como a los de Londres-, la prudencia debe  imponerse entre quienes emiten sus opiniones en los medios de  comunicación, y que eso reclama, antes que nada, de mucha modestia en  lo que hace a los conocimientos e intuiciones propios.

 Digo esto porque, de manera llamativa, no ha sido ésa la línea de  conducta que ha imperado entre nosotros, una vez más, de la mano de  las opiniones de muchos de los integrantes de esa plaga contemporánea  que son los tertulianos y comentaristas de periódicos, radios y  televisiones. Y es que hay quien, sin rebozo alguno, parece saber de  casi todo: expertos en seguridad, estos todólogos dominan los  entresijos de eso que ha dado en llamarse terrorismo internacional y,  para que nada falte, imparten lecciones sobre lo que es el Islam y lo  que acarrean sus versiones más ultramontanas (eso, claro, cuando  distinguen éstas de las restantes). No hay, por lo demás, pregunta  alguna que dejen sin responder. Desde hora muy temprana del jueves  sabían, en fin, que Al-Qaida -esta mezcla de materialidad asesina y  nebulosa condición- estaba detrás de los atentados londinenses.

 Nada sería más equivocado que concluir que la doctrina que imparten  los todólogos es mera y vacía tontería encaminada a llenar espacios  en los medios. Lo que se barrunta por detrás es, en la mayoría de los  casos, el aliento de un discurso que, nacido en el magma de la  derecha norteamericana más cerril, ha adquirido predicamento en todas  partes y ha alcanzado a gentes que abrazan cosmovisiones ideológicas  muy dispares. Al amparo de las aberraciones correspondientes, se nos  invita a desentendernos de la textura de los conflictos concretos  -para qué estudiarlos si ya disfrutamos de una explicación mágica  llamada Al-Qaida-, se le conceden aberrantes cartas blancas a  gobiernos no precisamente caracterizados por su compromiso con los  derechos humanos, se aplican sin rubor impresentables fórmulas de  doble moral que permiten tratar de manera diferente a amigos y a  enemigos, se sostiene imperturbablemente que el terrorismo puede  encararse en virtud de procedimientos de cariz estrictamente  policial-militar y, en suma, se ignora la influencia, a menudo  central, que las potencias occidentales tienen en la gestación y el  asentamiento de muchos de los problemas del globo.

 La responsabilidad de los medios que acogen esas opiniones no remata,  sin embargo, ahí. Esta semana estaba llamada a ser un hito importante  para quienes seguimos pensando que la pobreza y el hambre son, hoy  como ayer, los principales problemas del triste planeta que  habitamos. En Escocia debía haberse escenificado, por una vez con  razonable eco en los medios de comunicación, una contestación masiva  de las macabras políticas avaladas por los países más ricos. Los  execrables atentados de Londres se han llevado, en cambio, toda la  atención. Si el resto del año, y machaconamente, esos mismos medios  pusiesen el dedo en las llagas de la pobreza y del hambre, uno podría  entender lo ocurrido. Pero no es así: periódicos, radios y  televisiones prefieren olvidar que el mismo día en que en Londres  fueron asesinadas varias decenas de personas inocentes murieron en el  globo entre 40.000 y 50.000 seres humanos por efecto de la  desnutrición o de enfermedades con ésta relacionadas. Acaso lo que  sucede es que los muertos de Londres se nos antojan tan nuestros como  evitables, en tanto los fallecidos en África nos quedan muy lejos y  se supone que son víctimas, en un lamentable desafuero, de un  fenómeno natural e insorteable. No es preciso que agregue, creo, que  la cifra espeluznante que acabo de adelantar se repite todos los días.

Es una ironía que el primer ministro británico, Anthony Blair, se  presente en estas horas como adalid en la lucha internacional contra  el terror. Estamos hablando de uno de los responsables principales  del terror cotidiano que se revela en Irak y -no nos engañemos- del  obsceno egoísmo que inspira la miseria de siempre del Grupo de los  ocho. Cuántas cosas hay que cambiar para demostrar que la barbarie no  es patrimonio exclusivo de otros. Y cuánta atención hay que  dispensarle a esos valores tan hermosos que Blair y los suyos dicen  defender.

 

 

 

 

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