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IMPRESIONES A VUELA ORDENADOR

Josep A. Comes

Tengo ante mi el Manifiesto final del Encuentro Internacional para la Renovación de la Iglesia Católica, celebrado en la Universidad Carlos III de Madrid y organizado por la corriente “Somos Iglesia”. Y estas son mis impresiones a bote pronto.

Por el contenido y el tono del documento me resulta difícil entender la alergia y la animadversión que el evento, y el movimiento eclesial que lo organiza, suscita en nuestros obispos. (Véase la nota de la conferencia episcopal en el mes de julio y las pastorales de Monseñor Gea, con sendos comentario de ATRIO). Si entre todos los bautizados, como muy bien saben ellos, reina una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y a la acción común respecto a la edificación del cuerpo de Cristo y si los laicos son hermanos (antes que hijos) de los pastores, llamados todos a la misma misión, no entiendo las descalificaciones tan duras, por ejemplo las de este verano. Ignoro el nivel de asistencia que esperaban los organizadores; sin embargo el gran número de asistentes, su diverso estatus eclesial y su múltiple procedencia internacional han venido a confirmar una vez más, como ya ocurrió hace dos años en Barcelona con el congreso “Cristianisme, Església i Segle XXI”, que las apresuradas descalificaciones de los obispos no menoscaban la libertad y la mayoría de edad de los hijos de Dios, sino que les sirven de potente altavoz. Un “signo de los tiempos” que todos deberíamos que escrutar a fondo.

Tengo más impresiones. ¿A quién, hoy, en la iglesia, no le mueve la fe y el deseo de verla al servicio de los empobrecidos y excluidos?. ¿Hace falta recordar las llamadas pontificias en esa línea? ¿Quién no se alegra en constatar que. por la acción del Espíritu, la Iglesia nace cada día entre los campesinos y pobres de los países del Tercer Mundo e incluso en los suburbios de las ciudades del Cuarto?. Cualquier revista misionera, cualquier semanario diocesano, cualquier hoja de propaganda vocacional se gloria de las experiencias que en ese sentido descubren en sus comunidades. No otra cosa hacen y han dicho los convocados por la corriente “Somos Iglesia”. Igualmente, abrir un proceso conciliar que desemboque en un nuevo concilio lo pidió en su día el cardenal Martini y, después, una treintena de obispos y está recibiendo miles de firmas de apoyo en todo el mundo. ¿Sumarse a eso es romper la comunión eclesial?

El Encuentro Internacional propone que en la Iglesia se debatan temas y cuestiones que les preocupan a los asistentes, a sus comunidades y hasta a buena parte de la sociedad. Ven necesario que se abra una reflexión serena en el seno del pueblo de Dios sobre todos ellos ¿No dijo el Vaticano II que los laicos tienen derecho a manifestar a los obispos con toda libertad sus necesidades y sus deseos? Proponer temas de diálogo entre hermanos e iguales en dignidad y misión es muy conciliar.

El Manifiesto subraya algunos de los deseos; pero lo hace en términos casi (o sin casi) propios de documentos episcopales y pontificios: acción profética al servicio de la paz y en contra del militarismo y de la guerra; acción solidaria contra el hambre en el mundo; acción por la justicia y la igualdad entre los seres humanos y en comunión con la Naturaleza y su cuidado. Dice que es urgente dialogar también con los científicos sobre los valores éticos de la Biotecnología.

Los temas directamente eclesiales son los que pueden explicar los recelos episcopales; pero una vez más ello esclarece el fondo de la incomprensión: la lucha desigual en el seno de la Iglesia entre dos eclesiologías legítimas de las que una sola tiene la sartén por el mango y el mango también. Sin embargo, ninguna de las reformas eclesiales sobre las que se pide reflexionar son nuevas o minoritarias. De ellas se viene hablando y escribiendo hace tiempo muy sesuda y sensatamente por teólogos y pastoralistas. Además, las formulaciones del Manifiesto son tan amplias y generales que bien podrían servir de punto de partida para un fraterno diálogo comunional. De hecho, lo que se pide es: “Reflexionar sobre la forma de ser y organizarse la Iglesia” - ¿ no pidió algo parecido el mismo Papa sobre el primado petrino?-, “abrir las comunidades a los pobres y a las personas moralmente marginadas”, “cumplir los derechos humanos en sus relaciones internas”, “reformular los ministerios en su comprensión teológica y en su forma de expresión”... ¿Tan descabellado es soñar que los hermanos nos sentemos a la mesa para ver el cómo, cuándo y por dónde empezar la renovación de la Iglesia? No se me escapa que en esa deseada reformulación lo que más molesta es la plena participación de las mujeres en los ministerios y la opcionalidad del celibato; sin embargo, también eso es ya un clamor, un “sensus fidelium” que tendría que hacer pensar si no estará detrás el Espíritu Santo queriéndonos decir alguna cosa.

¿Y qué decir del final del Manifiesto?. Pues que somos muchos los y las cristianas que deseamos que pase pronto el “invierno “eclesial en el que se nos ha metido y vuelva aquella “primavera” de los tiempos de san (perdón, beato) Juan XXIII, el cual pidió para la Iglesia lo mismo que hoy deseamos: un nuevo Pentecostés.

PD/ Recomendaría a cuantos ven con recelos “Somos Iglesia” o movimientos eclesiales similares que leyeran sin prejuicios este Manifiesto. No para estar necesariamente de cuerdo con todos sus puntos, pero si para descubrir que no es tan fiero el león como ellos lo pintan.

 

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