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LA IGLESIA, ¿FORTALEZA O FERMENTO?

Antonio Duato

Este principio de milenio, que coincide con el ocaso de un largo pontificado que ha marcado extraordinariamente a la Iglesia Católica y a la sociedad para bien o para mal, la historia juzgará– se está caracterizando por un creciente desencuentro entre las pretensiones confesionales de la jerarquía católica, atendidas con frecuencia por los gobiernos, pero rechazadas por una sociedad cada vez más laica. La cultura dominante es cada vez más laica y la comparte la gran mayoría de los ciudadanos, incluso en los países de más tradición católica como España, Italia, Polonia o Irlanda.

El papa, por ejemplo, quiere una declaración sobre los orígenes cristianos de Europa en la Constitución que prepara la Convención que preside Giscard d’Estaign. Pero hasta la católica ministra de Exteriores, Ana de Palacio, con ocasión del triunfo del partido islamista en la candidata Turquía, insiste en que 'la Unión Europea no es un club cristiano'.

Los obispos españoles están eufóricos pues la ley de Calidad Educativa recoge sus pretensiones sobre la clase de religión, apoyadas en un acuerdo internacional (España-Santa Sede). Pero los conflictos sobre la precariedad institucional de los profesores de religión van a llegar al Constitucional y hasta los mismos acuerdos del 79 podrían saltar por los aires. Es triste ver cómo este afán de control episcopal aleja de esta tarea a los mejores profesores de religión.

El biógrafo oficial del papa, George Weigel, flamante teólogo laico norteamericano, muy cercano al Opus Dei, lanza una cruzada por la ortodoxia cristiana –“la propuesta más excitante que se ofrece en el mundo de hoy”– atribuyendo la crisis del abuso sexual del clero y la falta de liderazgo episcopal a la “cultura del disenso” que se implantó en la iglesia y en la sociedad a partir del Vaticano II y la crisis del 68. Su libro –«El coraje de ser católico: Crisis, reforma y futuro de la Iglesia»– va a ser catecismo para obispos y cristianos conservadores, incrementando el encapsulamiento de la iglesia y haciendo más necesario el “coraje de vivir” –aquella novela de Van der Meersch, que cuenta el nacimiento de la JOC de Cardijn– a quienes desde hace muchos años optamos por un cristianismo y una iglesia que no fuera secta o gueto sino fermento de la sociedad.

Porque lo que está en juego no es tener más o menos fe en Jesús e incluso en la iglesia que él quiso, aunque algunos digan que nos avergonzamos de proclamar la fe o rechazamos la autoridad. Sino de juzgar cuál es la raíz verdadera de la crisis del mundo de hoy y cómo debe hacerse presente en él un seguidor de Jesús.

Para unos la crisis es sobre todo religiosa. Todos los males, incluidos Auswitz y el terrorismo, se derivan de que la sociedad abandona la fe en Jesús y en la santa madre Iglesia, quedando irremisiblemente en manos de una cultura de muerte. Es el esquema fundamental de predicación desde el Papa hasta el último párroco de corte tradicional. Solución: que Jesús vuelva a “reinar” exteriormente, confesionalmente, en los estados, en la sociedad, en las escuelas, en las familias.

¿Como cuándo ? ¿Como en la edad media, con el feudalismo, las cruzadas y tantas salvajadas?  ¿Como en los años cuarenta en España? Este es el gran fallo y la gran mentira del conservadurismo y del neoconfesionalismo. Una proclamación confesional y una guía eclesiástica de la sociedad no resuelve los verdaderos problemas sino los agrava, pues generalmente una confesionalidad así funciona de cobertura ideológica de las fuerzas más antihumanas de la sociedad: la de la opresión económica y militar.

Otros, en cambio, creemos que la raíz de los problemas más graves que tiene hoy la sociedad son fundamentalmente socioeconómicos y políticos. Son los mecanismos siempre renovados de opresión y de exclusión de unos hombres y de unos pueblos los que están impidiendo que este mundo se construya según el plan de Dios. No es cuestión de verticalismo u horizontalismo como otros creen. Ni de seguir las modas del mundo. Es que la causa de Dios y de Jesús se debate hoy más en dilucidar las cuestiones de libertad y justicia para todos los hombres que en proclamar verbalmente el nombre de Dios.

Por eso una constitución europea será más cristiana si tiene en cuenta las propuestas que hace poco hacían unos sindicalistas y políticos en El País, que si se reduce temerariamente a hablar de Dios o de Jesús sin tener en cuenta la defensa de los intereses de los más pobres en el interior y el exterior de Europa.

Por eso a los obispos españoles les debería preocupar más una buena educación para todos los jóvenes españoles en las escuelas públicas que la clase de religión pagada con dinero público y blindada con alternativa lo más antipática posible.

Por eso el coraje hay que ponerlo más en unirse con todos los hombres de buena voluntad en la promoción de un orden mundial, nacional y local más libre y justo para todos, que en defender contracorriente, por ejemplo, obsoletos postulados de moral sexual con la misma intransigencia con que otros rechazan, por convicción íntima respetable, las transfusiones de sangre.  

¿Hay que ser ciudad bien amurallada en lo alto de un monte o fermento que se esconde y desaparece para fermentar toda la masa? Las dos son parábolas de Jesús. Pero tomadas al pie de la letra pueden originar dinámicas distintas.

Una parábola llama a lo que nos diferencia, lo que nos separa, lo que defendemos, por lo que combatimos. “Tamquam acies ordinata”. Espíritu de cruzada o de legión. Peligroso lenguaje, sobre todo en sitios, como España, donde ya se experimentó la fórmula.

La otra habla de dinamismo biológico, interacción con el ambiente, revisión de vida, pedagogía liberadora, catalización y coordinación de muchas fuerzas activas en la humanidad.

Una vez más, es el espíritu de Juan XXIII, el papa que de verdad intentó, con humildad, abrir la iglesia al mundo para recibir a través de los signos de los tiempos nueva revelación y conversión, se impone como verdadera línea de acción cristiana para el siglo XXI.     

 

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