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ELHERMANO ROGER DE TAIZÉ                                                  18-8-2005

 

   

En la oración de la tarde, mezclado entre la numerosa comunidad de hermanas y hermanos que acuden a Taizé a rezar en busca de paz, paradójicamente ha muerto desangrado. Parece que esta vez la violencia sólo es imputable a la fragilidad humana y la cercana indefensión con que vivía, sin darse importancia, el Hermano Roger.

ATRIO se une al dolor y a la oración de la gran familia de Taizé, con este artículo que nos puede ayudar a reflexionar y que ha sido traducido con presteza para ATRIO por Ximo Adell. Así lo puede leer en español el que no quiera hacerlo directamente en francés.

Henri Tincq, extraordinario periodista y comentarista de LE MONDE, explica las diversas etapas de esa historia admirable de Taizé de la que Roger fue el alma, de su amistad con los últimos papas pero también con el Arzobispo de Carterbury y con el Patriarca de Costantinopla, de cómo Taizé se ha resistido siempre a las modas --en otros tiempos a la duda y a la contestación, hoy a la afirmación identitaria-- y a la tentación de convertirse en un gheto.

 

Frère Roger, fondateur de la communauté de Taizé. | MARTIN BUREAU/AFP

EL HERMANO ROGER

Henri Tincq

 

LE MONDE

17.08.05  15h18

 

 

El Hermano Roger, fundador de la comunidad ecuménica de Taizé (Saône-et-Loire), ha sido asesinado, apuñalado, el martes 16 de agosto, durante la oración de la tarde. Tenía 90 años.

Vestido con el alba blanca de los oficios litúrgicos o con su eterno chandal,  lo que cautivaba antes que nada,  era su rostro surcado por las arrugas de una sonrisa permanente. No se podía rehuir la mirada de sus ojos azules, profunda, dulce como las colinas de alrededor. La mirada de un hombre obstinado y humilde, a la vez, místico y realista. ¿Hubo nunca una relación tan estrecha entre un hombre, un lugar, un proyecto?

Fue el 20 de agosto de 1940 cuando Roger Schutz, joven pastor protestante de Suiza,  llega por primera vez  a la Borgoña, a Taizé, como un solitario buscador de Dios y de un lugar donde, con algunos “hermanos”, fundar una comunidad de la que quería hacer signo de unidad entre los cristianos divididos.

Aunque nacido en Suiza, el 12 de mayo de 1915, en Provence, cerca de Neuchâtel, hijo del pastor Charles Schutz, una parte de las raíces del Hermano Roger se encuentra en esta tierra de Borgoña, origen de su madre, Amelia Marsauche, también de familia protestante. Es el último de siete hijos e hijas. En la casa, la abuela materna le hace gustar la serenidad de los grandes espacios y del silencio interior. También se lee en voz alta a Blaise Pascal y Angélica Arnauld, superiora de Port-Royal. Roger devora los Pensamientos  de Pascal, descubriendo la desgracia de vivir alejado de Dios y la dicha de encontrarlo.

El adolescente es educado según las reglas de un protestantismo riguroso, pero respetando a los “papistas”. Frecuenta, a ves a escondidas,  los templos parroquiales donde le agrada orar y reflexionar.  Le fascina la liturgia romana y, a los 13 años, para poder realizar sus estudios en la ciudad, sus padres  le autorizan a hospedarse en casa de una mujer católica, madame Biolley. Los intercambios con ella despertarán muy pronto su vocación ecuménica. Pero, para el joven Roger, la estancia en el colegio es también el tiempo de sus interrogantes espirituales.  El adolescente corre el riesgo de perder la fe. Y también la vida, alcanzado por una tuberculosis pulmonar. Más tarde contaría a los jóvenes de Taizé que su itinerario no tiene nada de excepcional, que también él ha vivido todos sus tormentos.

Roger Schutz sueña en convertirse labrador. O poeta. Pero su padre, pastor, le orienta hacia los estudios de teología que le llevarán a la universidad de Lausanne.  Desde entonces su carisma se ejerce entre los jóvenes y, con gran sorpresa, es elegido presidente de la asociación de estudiantes cristianos. Al mismo tiempo prepara su tesis sobre “el ideal de la vida monástica hasta san Benito y su conformidad con el Evangelio”. Ecumenismo, juventud, vida y plegarias reguladas: ahí están las grandes inspiraciones. La aventura de Taizé queda ya diseñada.

Cuando a los 25 años llega en 1940 al poblado borgoñés, su casa, cerca de la frontera, se convierte pronto en un refugio. Allí se acoge sin distinción a judíos, refugiados políticos y miembros de la resistencia (a los alemanes invasores). El Hermano Roger recordará duramnte mucho tiempo la sopa de ortigas,  el revoltillo de caracoles, los inviernos fríos y solitarios de los primeros años de guerra y miseria en Taizé. Pero el 11 de noviembre de 1942, a consecuencia de una denuncia, su casa es registrada a fondo por la Gestapo. Es la primera experiencia cruel de su vida. Roger Schutz se ve obligado a abandonar Taizé, cruzar la frontera y madurar su proyecto comunitario en el alejamiento forzado de Ginebra.

Es allí donde se le unen los primeros compañeros de ruta, suizos como él: Max, un teólogo, Pierre, agrónomo, Daniel. Y donde escribe los primeros elementos de la futura Regla de Taizé: “Mantén en todo el silencio interior para habitar en Cristo. Llénate del espíritu de las Bienaventuranzas: alegría, simplicidad, misericordia”.

De vuelta a Borgoña, en octubre de 1944, el ambiente de Cluny o Clairvaux pudo impactarle. Habría podido soñar en crear o restaurar una orden cristiana. A la vez autoritario y sencillo, Roger Schuts es de la raza de los fundadores. Sin embargo, a lo largo de su vida nada le será más extraño que el hecho de instalarse, de fijar programas, de promover a su alrededor un movimiento, una estructura, un orden.  Al contrario, su proyecto se inscribe en la dinámica de lo provisional, que será el título de uno de sus libros.

Los “hermanos” llegan uno a uno. Hacen los votos monásticos de pobreza, castidad y obediencia, consagran su vida a Dios, a la liturgia, al trabajo, al silencio. El primer hermano francés entra en la comunidad de Taizé en 1948.  “No querríamos ser más de quince”, dice el Hermano Roger. Cincuenta años después son noventa, originarios de una veintena de países de diveras tradiciones cristianas. La comunidad de Taizé  también se instala, en pequeñas fraternidades provisionales, en la India, Bangladesh,  Brasil, Áfrique,  Corea, Nueva York, etc.

En 1948,  el joven prior pide al obispo de Autun celebrar los oficios cotidianos en el templo parroquial de Taizé, una joya del románico.  Su sospresa es enorme al recibir una respuesta, calurosamente positiva, no del obispo local sino del nuncio en persona, el representante del papa en Francia, que no es otro que monseñor Angelo Roncalli, el futuro Juan XXIII.  Fue el inicio de una larga amistad.  Juan XXIII fue una de las personas que más habrá tenido en cuenta el prior de Taizé. De 1962 a 1965, el Hermano Roger es uno de los observadores más atentos del concilio Vaticano II.

 

LA PASION DE LA UNIDAD

En 1941, el Hermano Roger recibió en Taizé al abad Paul Couturier, pionero de la lucha por la unidad de las Iglesias, que, en aquella época era una causa revolucionaria. Más tarde, se introducirá en la Regla de Taizé. En 1960 entra en la comunidad un hermano anglicano. En 1969, es el turno de Ghislain, joven médico católico belga. Otros hermanos les seguirán. A comienzos de los 70 serán una docena. Taizé no muestra ninguna pertenencia confesional. La comunidad no posee ni estatuto ni una constitución jurídica. Es una comunidad ecuménica en sentido estricto, que  pretende ser figura anticipadora de la unidad cristiana.

Este protestante mantendrá las mejores relaciones posibles con todos los papas. Juan XXIII acoge al Hermano Roger con estas palabras:  “¡Ah, Taizé, la pequeña primavera!!. Los encuentros con Pablo VI fueron igualmente positivos. Juan Pablo II en su viaje a Lyon, el 5 de octubre de 1986,  franqueó el dintel de la comunidad: “Fui empujado por una necesidad interior”, dirá el papa, añadiendo otra frase que se haría célebre:   Se pasa por Taizé como se pasa cerca de un manantial”.

Karol Wojtyla estimaba al Hermano Roger, a quien invitó a predicar en Cracovia ante 200.000 jóvenes. Pero el prior de Taizé será huésped frecuente del arzobispo anglicano de Cantorbéry, del patriarca de Constantinopla y de los responsables del Consejo Ecuménico de las Iglesias.

El acontecimiento-clave es el “concilio de jóvenes”, que el prior de Taizé convoca en plena borrasca tras el “mayo francés” (1968). Él comprende que las energías dedicadas a la juventud occidental no colmarían sus expectativas espirituales y que las Iglesias, a pesar del aggiornamento del Vaticano II no estarían equipadas en mucho tiempo para acoger a los jóvenes que huyen de las instituciones, abanfdonan las parroquias y los movimientos. La búsqueda de Dios, la sed de amistad y de absoluto, la búsqueda de sentido para la vida son aspiraciones de todas las generaciones y sobrepasan todas las crisis.

Antes de 1970, a centenares, los jóvenes ya celebraban la Pascua en las colinas de Taizé. Esta cifra va en aumento: en 1970 son 2.500, cuando Roger Schutz anuncia “la gozosa nueva” de un concilio de estilo inédito. Los años siguientes son 7.500, después 16.000, 18.000, 20.000 en Pascua de 1974, 50.000 el 30 de agosto siguiente en la apertura del “concilio de jóvenes”.

 

BANCO DE ENSAYO PARA LAS JORNADAS MUNDIALES DE LA JUVENTUD

De todas partes y por millares, los jóvenes no cesan de afluir a Taizé: el gozo de encontrarse diferentes, la voluntad de superar las barreras ideológicas y confesionales, necesidad de solidaridad y de comunión, gusto por la fiesta, el silencio, las liturgias sencillas, deseo de formación bíblica que permita profundizar en la fe. Sobre estas bases van a prosperar estas formas de encuentros que apasionan a los jóvenes para saciar su sed de emociones y de experiencias.  Taizé prepara las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ), cuya 20ª edición tiene lugar ahora en Colonia.

A partir de 1978, entre Navidad y Año Nuevo, los encuentros internacionales convocan cada año  a los jóvenes de todas las confesiones y del mundo entero. Tienen lugar en Roma, Colonia, Barcelona, Munich, Wroclaw, Praga, París, incluso Madras (India), más discretamente, tras el telón de hierro que los hermanos de Taizé, junto a muchos otros, quieren franquear. El Hermano Roger compara estos encuentros a “una peregrinación de reconciliación y confianza en la tierra”. Se desarrollan al ritmo de las urgencias del momento: la construcción de Europa, la defenza del medio ambiente, la caída del muro, el poscomunismo.

"Depende de los jóvenes que la gran familia europea salga de la era de desconfianza », proclama el Hermano Roger en la UNESCO, en 1989. Escribe también que  « una de las urgencias del futuro es introducir la reconciliación allí donde existe la herida del odio”.

Hoy, Taizé continúa siendo hermoso. Se acude a la colina para rezar, no para empacharse de palabras. Para leer las Escrituras, encontrar otros jóvenes del último rincón del mundo, portadores de idénticos valores y de la misma sed de solidaridad que esta comunidad monástica tan original que ha sabido resistir a las modas –ayer, la duda y la contestación; hoy, la afirmación identitaria- y a la tentación de hacer de Taizé un ghetto. Hubert Beuve-Méry, fundador de Le Monde, era un gran amigo del Hermano Roger y asiduo visitante de Taizé.

Sesenta años después de la llegada de Roger Schutz a Taizé, no ha variado la intuición original. Así, el hombre que acaba de morir siempre estaba obsesionado por la enormidad de la tarea a cumplir. “¿Habré sabido expresar suficientemente que Dios no quiere el sufrimiento y que Él no se impone con voluntad amenazadora, sino que ama a todos los seres humanos sin excepción?”, escribía el Hermano Roger en uno de sus escritos de profundo porte espiritual. Y, como reconfortándose a sí mismo, más de una vez  repetía: “Todavía estamos al principio”.

 

 

 

Frère Roger

LE MONDE | 17.08.05 | 15h18  •  Mis à jour le 17.08.05 | 15h18

 

 

Frère Roger, fondateur de la communauté œcuménique de Taizé (Saône-et-Loire), a été tué à coups de couteau, mardi 16 août, au cours de la prière du soir. Il était âgé de 90 ans.

Qu'il fût habillé de l'aube blanche des offices ou de son éternel chandail à grosses mailles, c'est son visage, d'abord, qui frappait, plissé dans les rides d'un permanent sourire. On ne pouvait échapper à ce regard bleu, profond, doux comme le moutonnement des collines alentours. Le regard d'un homme à la fois obstiné et humble, mystique et réaliste. Y a-t-il jamais eu correspondance aussi grande entre un homme, un lieu, un projet ?

C'est le 20 août 1940 que Roger Schutz, un jeune pasteur protestant de Suisse, débarque pour la première fois en Bourgogne, à Taizé (Saône-et-Loire), quêteur solitaire de Dieu et d'un lieu où, avec quelques "frères", il aurait fondé une communauté dont il voulait déjà faire un signe d'unité entre les chrétiens divisés.

S'il est né en Suisse, le 12 mai 1915, à Provence, près de Neuchâtel, fils du pasteur Charles Schutz, une partie des racines de Frère Roger est ancrée dans cette terre de Bourgogne par sa mère, Amélie Marsauche, elle aussi de famille protestante. Il est le petit dernier d'une fratrie de sept frères et sœurs qui lui donneront ce prénom de Roger, auquel il restera attaché. A la maison, une grand-mère maternelle lui donne le goût des grands espaces et du silence intérieur. Mais on lit aussi à haute voix Blaise Pascal et Angélique Arnauld, la supérieure de Port-Royal. Roger dévore le Pascal des Pensées. Il y découvre le malheur de vivre éloigné de Dieu et le bonheur de l'approcher.

L'adolescent est élevé selon les règles d'un protestantisme rigoureux, mais dans le respect des "papistes". Il fréquente, parfois en cachette, les églises paroissiales où il aime prier et réfléchir. Il est même fasciné par la liturgie romaine et, à 13 ans, pour faire ses études en ville, ses parents l'autorisent à loger chez une catholique, Mme Biolley. Leurs conversations l'éveilleront très tôt à sa vocation œcuménique. Mais, pour le jeune Roger, la période du collège est aussi celle des interrogations spirituelles. L'adolescent manque de perdre la foi. Et même la vie : il est frappé d'une tuberculose pulmonaire. Plus tard, il racontera aux jeunes de Taizé que son itinéraire n'a rien d'exceptionnel, que, lui aussi, a vécu tous leurs tourments.

Roger Schutz rêve de devenir paysan. Ou poète. Mais son père pasteur l'oriente vers des études de théologie qui le conduisent à l'université de Lausanne. Déjà, son charisme s'exerce dans un milieu de jeunes et il est élu, à sa grande surprise, président de l'association des étudiants chrétiens. De même, prépare-t-il sa thèse sur "l'idéal de la vie monastique jusqu'à saint Benoît et sa conformité à l'Evangile". Œcuménisme, jeunesse, vie et prières régulières : les grandes inspirations y sont. L'aventure de Taizé est déjà toute tracée.

Quand il arrive en 1940, à 25 ans, dans le village bourguignon, proche de la ligne de démarcation, sa maison devient vite un refuge. Elle accueille sans distinction juifs, réfugiés politiques et résistants. Frère Roger se souviendra longtemps de la soupe aux orties, du ramassage des escargots, des hivers froids et solitaires des premières années de guerre et de misère à Taizé. Mais le 11 novembre 1942, à la suite d'une dénonciation, sa maison est fouillée de fond en comble par la Gestapo. C'est la première expérience cruelle de sa vie. Roger Schutz est obligé de quitter Taizé, de repasser la frontière et son projet communautaire va mûrir dans l'éloignement forcé de Genève.

C'est là que le rejoignent ses premiers compagnons de route, suisses comme lui, Max, un théologien, Pierre, un agronome, Daniel, et qu'il écrit les premiers éléments de ce qui deviendra la Règle de Taizé : "Maintiens en tout le silence intérieur pour demeurer en Christ. Pénètre-toi de l'esprit des Béatitudes : joie, simplicité, miséricorde."

De retour en Bourgogne, en octobre 1944, l'air de Cluny ou de Clairvaux aurait pu lui tourner la tête. Il aurait pu rêver de créer ou restaurer un ordre chrétien. A la fois autoritaire et doux, Roger Schutz est de la race des fondateurs. Pourtant, toute sa vie, rien ne lui sera plus étranger que le fait de "s'installer", de fixer des programmes, de constituer autour de lui un mouvement, une structure, un ordre. Tout son projet s'inscrit au contraire dans cette "dynamique du provisoire", dont il fera le titre d'un de ses livres.

Les "frères" arrivent un à un. Ils font les vœux monastiques de pauvreté, de chasteté, d'obéissance, consacrent leur vie à Dieu, à la liturgie, au travail, au silence. Le premier frère de nationalité française entre dans la communauté de Taizé en 1948. "Nous ne voulions pas être plus de quinze", dira souvent Frère Roger. Cinquante ans après, ils sont quatre-vingt-dix, originaires d'une vingtaine de pays dans la diversité des traditions chrétiennes. La communauté de Taizé va même essaimer, en petites fraternités provisoires, en Inde, au Bangladesh, au Brésil, en Afrique, en Corée, à New York, etc.

En 1948, le jeune prieur demande à l'évêque d'Autun de pouvoir chanter les offices quotidiens dans l'église paroissiale de Taizé, un bijou d'art roman. Mais quelle n'est pas sa surprise de recevoir une réponse, chaleureusement positive, non pas de l'évêque local, mais du nonce apostolique en personne, représentant le pape en France, qui n'est autre que Mgr Angelo Roncalli, le futur Jean XXIII. Ce fut le début d'une longue amitié. Jean XXIII est l'un des hommes qui auront le plus compté pour le prieur de Taizé. De 1962 à 1965, Frère Roger est l'un des observateurs les plus attentifs du concile Vatican II.

LA PASSION DE L'UNITÉ

Dès 1941, Frère Roger avait reçu à Taizé l'abbé Paul Couturier, pionnier français de la lutte pour la réunification des Eglises qui, à l'époque, est une cause révolutionnaire. Plus tard, elle sera mise au coeur de la Règle de Taizé : "Aie la passion de l'unité du corps du Christ" . En 1960, entre dans la communauté un frère anglican. En 1969, c'est le tour de Ghislain, un jeune médecin belge catholique. D'autres prêtres suivront. Ils seront une douzaine au début des années 1970. Taizé n'a aucune appartenance confessionnelle. La communauté ne possède ni statut ni constitution juridique. C'est une communauté oecuménique au sens strict, qui se veut figure anticipatrice de l'unité chrétienne.

Ce protestant aura même les meilleures relations du monde avec tous les papes. Jean XXIII accueillait Frère Roger par ces termes : "Ah Taizé, ce petit printemps." Les rencontres avec Paul VI furent également confiantes. Au cours de son voyage dans la région lyonnaise, le 5 octobre 1986, Jean Paul II franchit le seuil de la communauté : "Je me suis senti poussé par une nécessité intérieure" , dira le pape, ajoutant cette autre formule restée célèbre : "On passe à Taizé comme on passe près d'une source.

 

Karol Wojtyla aimait Frère Roger qu'il avait invité à prêcher, dans son ancien diocèse de Cracovie, devant 200 000 mineurs. Mais le prieur de Taizé sera tout autant l'hôte régulier de l'archevêque anglican de Cantorbéry, du patriarche de Constantinople et des responsables du Conseil oecuménique des Eglises.

Le tournant est le "concile des jeunes", que le prieur de Taizé convoque en pleine bourrasque de l'après-68. Il a compris que les énergies alors à l'œuvre dans la jeunesse occidentale ne combleraient pas, il s'en faut, ses attentes spirituelles et que les Eglises, malgré l'aggiornamento de Vatican II, ne seraient pas, avant longtemps, équipées pour accueillir des jeunes qui fuient les institutions, désertent les paroisses et les mouvements. L'attente de Dieu, la soif d'amitié et d'absolu, la recherche d'un sens à donner à la vie sont autant d'aspirations qui traversent toutes les générations et surmontent toutes les crises.

Avant 1970, par centaines, des jeunes venaient déjà passer Pâques sur la colline. Leur chiffre ne va pas cesser d'augmenter : ils sont 2 500 en 1970, quand Roger Schutz annonce "la joyeuse nouvelle" de ce concile d'un genre inédit. Les années suivantes, ils sont 7 500, puis 16 000, 18 000, 20 000 à Pâques 1974, 50 000 le 30 août suivant pour l'ouverture du "concile des jeunes".

BANC D'ESSAI POUR LES JMJ

Par milliers chaque année, et de partout, des jeunes ne vont plus cesser d'affluer à Taizé : joie de se retrouver différents, volonté de dépasser les barrières idéologiques et confessionnelles, besoin de solidarité en actes et de communion, goût de la fête, du silence, des liturgies dépouillées, souhait d'une formation biblique permettant un meilleur enracinement de la foi. C'est sur ce terreau que vont prospérer toutes ces formes de rassemblement de jeunes dont raffolent les jeunes croyants pour épancher leur soif d'émotion et d'expérience. Taizé prépare les Journées mondiales de la jeunesse (JMJ), dont la vingtième édition se tient en ce moment à Cologne.

A partir de 1978, entre Noël et Jour de l'an, des rencontres internationales attirent chaque année des jeunes, de toute confession et du monde entier. Elles ont lieu à Rome, à Cologne, à Barcelone, à Munich, à Wroclaw, à Prague, à Paris (100 000 en 1995), à Madras même, en Inde, parfois aussi, plus discrètement, derrière le rideau de fer que les frères de Taizé, avant beaucoup d'autres, vont franchir. Frère Roger compare ces rencontres de jeunes à "un pèlerinage de la réconciliation et de la confiance sur la terre". Elles sont rythmées par les urgences du temps : la construction de l'Europe, la défense de l'environnement, la chute du mur, l'après-communisme.

"Il dépend des jeunes que la grande famille européenne sorte de l'ère de la méfiance", dit Frère Roger à l'Unesco en 1989. Il écrit aussi que "l'une des urgences des années à venir est de mettre la réconciliation là où il y a la blessure de la haine".

Aujourd'hui, Taizé continue de plus belle. On vient sur la colline pour prier, non pour s'enivrer de paroles. Pour lire les Ecritures, rencontrer d'autres jeunes du bout du monde, porteurs de mêmes valeurs et d'une égale soif de solidarité, ainsi qu'une communauté monastique originale qui a toujours su résister aux modes - ­ hier le doute et la contestation, aujourd'hui l'affirmation identitaire - ­ et à la tentation de faire de Taizé un ghetto. Hubert Beuve-Méry, fondateur du Monde, était un grand ami de Frère Roger et un visiteur assidu de Taizé.

Soixante ans après l'arrivée de Roger Schutz à Taizé, l'intuition première n'a pas varié. Et pourtant, l'homme qui vient de mourir était toujours hanté par l'ampleur de la tâche à accomplir. "Suis-je parvenu à exprimer assez que Dieu ne veut pas la souffrance et ne s'impose pas par des volontés menaçantes, mais qu'il aime tout être humain sans exception ? La confiance est au début de tout", écrivait Frère Roger dans un de ses écrits de grande portée spirituelle. Et comme pour se réconforter, une fois de plus il répétait : "Nous sommes encore au départ."

 

 

 

 

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