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ATRIO, 12-05-2005 Lealtad
institucional Publicada en «Paraula-Iglesia en Valencia» el 15 de mayo de 2005
El poder político bien ejercido crea unidad entre las personas, los grupos, los pueblos. Todos tenemos puesta una legítima expectativa ante nuestros gobernantes: ¡que ayuden a la unidad, a la concordia, a la paz! Les pedimos que sean fuertes para defender la unidad y el bien de las personas contra quienes la amenazan. Esperamos sin vacilaciones que sean respetuosos con las iniciativas legítimas de las personas, los pueblos y los grupos para que nadie sea amenazado en el recto uso de su libertad. La característica esencial del gobernante es el servicio al bien común, a la suma de los esfuerzos de todos para construir una comunidad libre y conjuntada. Una sociedad democrática supone personas activas, con criterio, que tienen sus propias convicciones y que les repugna un gobierno que quiera dirigir sus creencias a golpe de silbato. Una sociedad libre valora de modo muy positivo que los ciudadanos expresen comunitariamente sus convicciones con pleno respeto a los demás, especialmente las religiosas. Los pueblos creadores manifiestan con libertad aquello que aman, creen y respetan. Los valencianos tenemos la dicha de podernos manifestar así como pueblo. Las fiestas de la Mare de Déu, que un año más hemos celebrado, son un ejercicio elocuente de esa creatividad ciudadana. Se genera aquí una colaboración entre el gobierno autonómico, el municipal y la comunidad cristiana que se traduce en la satisfacción de las personas, las familias y de la comunidad cristiana por poder manifestar el amor a la Mare de Déu de manera pública, alegre, festiva y profundamente sentida. Valencia tiene una de sus señas de identidad más noble en la veneración hacia su Patrona. El mejor gobernante es el que más capacidad genera de sumarse a un proyecto común. Las democracias modernas presentan un procedimiento privilegiado para que el poder se ejerza en función del bien común. Corrigen los usos abusivos de la autoridad política en los que una persona, un grupo o una minoría quieren servirse de las atribuciones de la autoridad para beneficio propio. Rendir cuentas de la propia gestión de gobierno ante el electorado supone la posibilidad de ser enjuiciado de una manera abierta y responsable. La virtud propia del buen gobernante es la lealtad con su comunidad, la lealtad institucional. Ésta obliga a respetar el bien común, y a rectificar aquellas propuestas electorales que chocan con el bien de las personas y de la sociedad. La recta acción de gobierno debe tener en cuenta solo el bien común, sin ser cautiva de los intereses de unas minorías radicales. La lealtad institucional exige que los gobiernos actúen con determinación y fuerza contra quienes nos amenazan desde la violencia. Nadie entiende como legítimo usar la comprensión con quienes argumentan con armas y explosivos. El diálogo y la negociación con quienes se benefician del terrorismo suponen siempre una traición a las víctimas del terrorismo, que corroe los cimientos de la sociedad democrática. La lealtad institucional exige que las responsabilidades de gobierno no sean encomendadas a quienes las vayan a usar para debilitar o fragmentar la comunidad. Cuando se formen mayorías coyunturales que apoyan la acción de gobierno sin compartir la misma visión de la comunidad política se fomenta una grave contradicción política y se propone un duro golpe contra el buen sentido de los ciudadanos que quieren vivir en unidad y en paz. Los radicalismos y los modos tajantes de imponer un programa no son tolerables. La lealtad institucional exige que la libertad religiosa sea bien entendida y practicada. La acción de gobierno no puede desconocer el papel de las comunidades religiosas en la contribución al bien común. Debe aceptar que a través de los códigos éticos de los creyentes se está expresando una comprensión del bien humano que no le corresponde al poder político cambiar. Las democracias más maduras y consolidadas son las que más han desarrollado la lealtad institucional, sin caer en los radicalismos. En ellas, los cambios de gobierno no suponen un absoluto vencedor y un absoluto vencido. Con mi bendición y afecto, Agustín. Arzobispo de Valencia
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