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DESOBEDIENCIA CIVIL EN LA IGLESIA

                                                                                        24-05-2005

 

 

Somos Iglesia de Bilbao

 

Recientemente ha sido elegido Papa, con el nombre de Benedicto XVI, el Cardenal Ratzinger, bien conocido desde hace tiempo como el teólogo de Juan Pablo II. Aunque es probable que se suavicen las mayores aristas de su anterior actividad como guardián de la ortodoxia en el Vaticano, todo parece indicar que van a continuar las grandes líneas teológicas del anterior papado. En palabras del propio cardenal Ratzinger, el gran enemigo de la fe católica y del mundo es el relativismo moral.

Estamos de acuerdo en que el relativismo moral es un gran mal de nuestras sociedades. En concreto, contemplamos con asombro cómo la humanidad asiste con indiferencia y despreocupación al espectáculo de ver morir diariamente a miles de personas por causas relacionadas con la pobreza extrema. Lo que debería convertirse en un escándalo ético de proporciones planetarias no parece ser una prioridad moral para casi nadie.

Por tanto, parece cierto que el mundo está en una situación de escasez de referencias morales. Y estamos de acuerdo, como creyentes que somos, en que el Evangelio tiene un valor enorme a la hora de orientar a las personas hacia un estilo de vida más generoso, más comprometido con las personas con las que compartimos este mundo.

Sin embargo, no estamos de acuerdo con la receta que se impone desde la alta jerarquía católica, con el Papa a la cabeza, ante esta situación. No consideramos válida la propuesta de contrarrestar este relativismo ético y moral mediante la referencia a una serie de verdades absolutas, propiedad de la Iglesia Católica y guardadas celosamente por el Vaticano. Esta referencia continua a la verdad absoluta e inmutable, utilizada a menudo contra quienes opinan diferente, nos parece que no es sino el fruto del miedo a un mundo en cambio, una forma falsa de refugiarse de la duda, de la incertidumbre, y del doloroso sentimiento de vivir a la intemperie.

La verdad absoluta es algo que se busca, no algo que se posee. Esto es algo que nos han enseñado con gran humildad aquellas personas que a lo largo de dos mil años de cristianismo han tenido profundas experiencias místicas. La búsqueda de la verdad es un camino incesante, que se hace y se rehace día a día.

Para la búsqueda de la verdad es un elemento fundamental el diálogo, diálogo con la realidad, con otras creencias, con la actualidad. El diálogo nos pide conocer bien la realidad, ver las huellas de Dios en la Historia, descubrir que la propia Historia, el propio mundo, es un lugar de encuentro con Dios. Un verdadero diálogo necesita, como condición imprescindible, una cierta capacidad de autocrítica, es decir, dejar una puerta abierta a cambiar nuestros propios esquemas, incluso aquellos más centrales de nuestras creencias. Lo contrario nos lleva, inevitablemente, a caer en la espiral del fundamentalismo.

En Eliza gara – Somos Iglesia, llevamos varios años trabajando por liberar desde dentro a la Iglesia Católica de esta tentación del fundamentalismo, es decir, de encerrarse en sus propias verdades absolutas. En concreto, aunque reconocemos la gran cantidad de valores morales que la Iglesia Católica aporta, nos parece especialmente preocupante la intransigencia radical que la Iglesia presenta en su interior hacia algunas prácticas sociales como la igualdad de derechos y responsabilidades entre las mujeres y los hombres; la participación democrática en la toma de decisiones; la vivencia de la sexualidad con una mayor naturalidad y sentido común, etc. Estas practicas sociales no sólo son un avance, son además ejes centrales de una profunda y lenta evolución que está apareciendo en nuestras sociedades para hacerlas más humanas

En Eliza gara pensamos que la responsabilidad de lo que ocurre en la Iglesia no es solamente de una persona, sino de todas las personas que se consideran creyentes y católicas; el Espíritu Santo trabaja igualmente en todas y cada una de ellas. De hecho, existe una pequeña revolución silenciosa cuando la inmensa mayoría de creyentes desobedecen en el ámbito privado algunas normas morales de la Iglesia, por ejemplo respecto al uso de preservativos o relaciones prematrimoniales.

Desde el colectivo Eliza gara proponemos dar un paso más, y por ello estamos actualmente reflexionando sobre el concepto de desobediencia civil. Es decir, hacer gestos públicos, no sólo privados.

La desobediencia civil son actos concretos, públicos y pacíficos. Como su propio nombre indica, la desobediencia civil consiste en negar conscientemente algún contenido de la legalidad de obligado cumplimiento; estos actos están orientados a provocar una reacción de la masa social, y su objetivo último es conseguir un cambio en determinadas normas.

A propósito de las recientes llamadas a la objeción de conciencia por parte de la Conferencia Episcopal, es importante aclarar que la desobediencia civil no es una forma de saltarse las leyes que no nos gustan. La desobediencia civil no pretende escapar de las consecuencias negativas, el castigo, que se deriva de la desobediencia a una ley; más bien al contrario, esa es precisamente la forma provocadora de hacer evidente la injusticia de una ley. Las llamadas al “respeto a la objeción de conciencia” que estamos escuchando estos días respecto al matrimonio de personas homosexuales, serían técnicamente legítimas, siempre y cuando las personas objetoras se atengan a las consecuencias civiles de su opción, lo cual puede suponer por ejemplo la inhabilitación para determinados cargos públicos.  Así sucedió con el movimiento de insumisión contra el servicio militar, donde el encarcelamiento de jóvenes por su opción pacífica se convirtió en un clamor social, donde fue creciendo el número de personas dispuestas a ir a prisión por unas opciones, hasta que el sistema legal vigente se hizo insostenible. La desobediencia civil, o la objeción de conciencia, tal como se plantea tradicionalmente, no es un derecho a saltarse una ley, sino un compromiso concreto con gran dosis de sacrificio.

Además, la llamada a la objeción de conciencia por parte de los obispos tiene otras consecuencias. En primer lugar, muchas personas creyentes nos preguntaremos por qué se promueve en unos casos y no en otros, como hubiera podido ser el caso de la participación en la guerra de Irak, rechazada contundentemente por el Vaticano. Por otra parte, de forma coherente, se debería aceptar o permitir este tipo de actuaciones dentro de la propia institución.

La desobediencia civil tiene mucha tradición en personajes profundamente religiosos como Ghandi, Luther King, etc., y podría enmarcarse dentro de la tradición cristiana de la denuncia profética, pero su utilización reciente hacia dentro de la propia Iglesia y hacia dentro de las propias instituciones religiosas es un territorio poco explorado. Desde Eliza gara proponemos reflexionar sobre este punto.

Quienes hacemos esta propuesta no tenemos grandes conocimientos de teología ni queremos esgrimir grandes y complejos planteamientos teológicos, pero sí tenemos la sencilla intuición de que el Evangelio nos anima a probar este camino, ya que nos sentimos fieles a Jesús de Nazaret cuando desobedece públicamente leyes de su propia institución religiosa, por ejemplo curando a personas en sábado; y cuando afirma que la ley está hecha para la persona y no al revés.

El colectivo de Eliza gara hace aproximadamente un año realizamos nuestra primera experiencia de desobediencia civil en Urkiola, en una misa presidida por el Obispo. Aquello causó un enorme impacto en nuestra Iglesia local, y generó un debate sobre los medios utilizados (la propia desobediencia civil), que a lo largo de este año hemos seguido meditando y desarrollando. Ahora queremos abrir públicamente ese debate, y ofrecerlo a las personas cristianas que se pregunten, ¿y por qué no?

 

 

 

 

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