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ASAMBLEA 2005. Sensaciones y reflexiones                                    21-11-2005

 

   

Antonio Duato

 

ATRIO, 21 de Noviembre 2005

 

Asistí el domingo pasado a la Asamblea 2005, que convocaba ATRIO junto con otros colectivos.

Salió de allí un manifiesto que publicamos y al que nos adherimos totalmente.

Y esperamos que salga una mínima organización permanente, en forma de red de grupos cristianos disidentes que creen que otra iglesia es posible.

ATRIO está abierto a hacer de altavoz de estos grupos y de esta red y, en la medida de sus posibilidades –antes de Navidad esperamos disponer de la nueva estructura informática– estaremos a disposición de todos.

Y ahora algún comentario personal sobre la reunión. Desde hace tiempo no acudo a este tipo de encuentros y lo viví con una doble sensación de novedad y déjà vu.

Novedoso fue el encontrar aún jóvenes interesados en estas plataformas de cristianos progresistas, chicos y chicas que no pasan de todo y aún no se han desilusionado. Es un bálsamo para los viejos roqueros constatar que la juventud no es sólo pasotismo o fundamentalismo teledirigido.

Novedosa fue la metodología de trasmitir el mensaje central de la asamblea con un sketch –la iglesia que llama por teléfono a su papá y jefe–, relegando las sesudas ponencias anunciadas para otra ocasión.

Novedoso fue encontrar en un taller de trabajo a un pastor protestante que sufre un aislamiento parecido al nuestro en una federación de iglesias -conservadoras en general pero presionadas por el tsunami fundamentalista que viene de USA- que arrasa hasta la esencia de la reforma: el libre examen y la corresponsabilidad de la comunidad.

Ya visto para un dinosaurio como yo –y no era el único– fue la sensación de pequeñez, como un David sin armas ni coraza, frente a un poderoso sistema neoconservador (que en España añora el  nacionalcatolicismo). Hace treinta y cinco años un grupo de curas nos reuníamos Arturo Soria, en semiclandestinidad, para impedir la firma de un concordato que había preparado López Bravo. Tuvimos éxito, pero ocho años después, ya en democracia y con muy pocas voces discrepantes (pues gracias al después denostado Tarancón la Iglesia se había sabido situar; sólo el PC, animado a ello por el cristiano Alfonso Carlos Comín, votó en contra de la ratificación) se firmaron unos Acuerdos en los que hoy se apoyan quienes defienden privilegios antidemocráticos.

Ya visto el viejo dilema: ¿es más eficaz la lucha desde dentro, evitando el enfrentamiento radical o desvelar sin piedad las vergüenzas de la madre iglesia aunque te eche o te margine? ¿Es mejor ilusionar a los jóvenes o desengañarles? Quienes pasamos por la primavera de Juan XXIII tenemos razones para esperar que una nueva época de renovación es posible en la iglesia católica, pero también para desconfiar en que una Iglesia que se ha hecho tan gigantesca, rica y poderosa pueda llegar a ha convertirse al evangelio de la samaritana (adorar a Dios en espíritu y verdad) y del samaritano (pringarse las manos en la solidaridad total con el otro).

Personalmente creo que el camino será buscar la autenticidad personal y comunitaria y no temer el ser tachado de disidente. Pues la disidencia –e incluso la herejía si ellos se empeñan– es una de las cuatro grandes D que deben regir nuestra acción eclesial: deliberación, disidencia, diálogo y decisión como ha expresado muy bien Leonard Swidler en un documento que ha colgado para discutir en el página de Proconcil
 

 

 

 

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