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EN TORNO A LA ELECCIÓN DE BENEDICTO XVI     26-04-2005

Por Antonio Duato

ATRIO, 26-04-2005

¿Benedicto o Benito?

Antes que nada una sugerencia a los traductores oficiales del Vaticano, si es que aún estamos a tiempo. ¿Por qué no Benito XVI en vez de Benedicto XVI? La referencia principal que se ha dado para explicar la elección del nombre es la de San Benito de Nursia, el patrono de Europa, a que nadie en España llama San Benedicto. Y el tener como antecesor a Paulo V no impidió que el papa Montini fuera Pablo VI, pues era en el apóstol Pablo y no en su antecesor en quien él buscaba inspiración. En francés será oficialmente Benoît XVI y en catalán Benet XVI. ¿Y por qué no en Italia Benito XVI ya que existe el nombre que llevan tantos bautizados de la época de Mussolini? No creo que sea sólo por separarse del dictador fascista, sino porque el nombre del santo en Italia ha sido siempre San Benedetto y el apelativo “Benito” es un españolismo que ha tenido un uso popular como entre nosotros  el catalanismo Jaime o el italianismo Pepe en vez de Santiago o José. Bueno, le seguiré nombrando Benedicto XVI evocando sobre todo a su antecesor Della Chiesa, un “simple y humilde” funcionario de la Iglesia, pero preferiría verle como Benito con una propuesta atrevida de espiritualidad y civilización cristiana para el mundo de hoy. Me temo que el funcionario Benedicto domine sobre el innovador Benito.

¿Un programa inspirado en Benito de Nursia?

Porque el núcleo de la regla monástica de Benito podría llegar a ser un gran programa para el mundo de hoy. Así lo resume esa gran mujer benedictina y escritora que es Joan Chisttister: escucha, humildad, comunidad y hospitalidad. Y además haber considerado a su hermana, Escolástica, no como una simple humilde servidora y admiradora de sus obras (el rol tradicional de la “hermana de cura” que tuvo siempre a su disposición Ratzinger) sino como una verdadera interlocutora y cofundadora. En el benedictismo subyace un modelo de relación hombre-mujer en el que respeta plenamente la dignidad y la autoridad de la mujer.

 Sobre esta pauta benedictina podría construirse un programa para el pontificado que no difiriera mucho del programa de diálogo propuesto por Pablo VI, el papa que hizo cardenal a Ratzinger. Ya veremos cómo enfoca el programa que de alguna manera ha prometido en su homilía del día de la entronización. Hasta ahora lo más prometedor puede ser esta frase: “Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia.

¡Ojalá esta actitud de escucha, junto a toda la Iglesia, de la palabra y voluntad de Dios en esta hora sea auténtica! ¡Ojalá no sea sólo una pausa retórica para ir imponiendo después el análisis de la realidad y el programa neconservador que reflejaban algunos de sus últimos escritos! Sus compañeros de viaje, los Ratzinger fans que hasta ahora le han jaleado y promovido su elección, esperan que cumpla el programa que ellos han diseñado bien y que expuso el biógrafo oficial de Juan Pablo II, George Weigel, en el libro El coraje de ser católico (Planeta, 2003). Pero Joseph Ratzinger, aun con su alergia a los planteamientos históricos y sociológicos, tiene al menos una capacidad teológica para saber que no se pueden resolver todas las posibles alternativas de la Iglesia por un simple recurso a la revelación o al dogma. Esperemos que como antiguo profesor y supremo pastor ahora sepa que no puede imponer como definitivas sus opiniones personales en materias disputadas. Y estas son muchas. Al menos las que expresaba Juan Arias en un artículo de El País la mañana del día en le iban a elegir. Un Ratzinger más dubitativo y escuchante, con auténtica humildad y timidez religiosa ante el Supremo, podría llegar a ser un buen papa para estos momentos.

Hans Küng suspende con respeto su juicio

Seguramente esta consideración explica la curiosa reacción  de suspensión de juicio y voto inicial de confianza con que recibió Hans Küng la desconcertante noticia de su nombramiento. El día 19 por la mañana había sido entrevistado por Iñaqui Gabilondo en la SER y declaraba que un papa como el cardenal Ratzinger sería nefasto para la Iglesia. Unas horas más tarde, cuando se supo la elección, hablaba de Raztinger con respeto y pedía un voto de confianza (una chance) de un cierto tiempo (“diez días”, pero tal veces quiso decir meses). Porque un papa, decía, con frecuencia difiere del cardenal que ha sido… Pueden escucharse las dos entrevistas acudiendo a la página de la Cadena ser (http://www.cadenaser.com/) y buscando en la ventana que hay para ello la palabra “Küng”.  Igualmente pueden leerse con gusto y utilidad (en su libro Libertad conquistada. Memorias) la descripción de cómo colaboraron Küng y Ratzinger y cómo empezaron a separarse sus caminos en 1968. Un hombre tan opuesto a él es el que pide respeto y suspensión de juicio ante la figura del nuevo papa.

Derivas divergentes del posconcilio

Personalmente me ha ocurrido algo parecido. Ya expresé en este portal cómo lo vivía como el Cónclave de mi generación, la de quienes estamos por encima de los setenta años. Es decir, la de quienes estudiamos teología y nos incorporamos al ministerio antes del Vaticano II. Unos lo esperábamos ya antes que muriese Pío XII, a otros les sorprendió. Pero a todos nos removió el Concilio. Y, salvo restos de reticencia opositora a lo Lefebvre, todos nos vimos comprometidos en una apasionante aventura. No es la añoranza del papa Juan XXIII que pueda tener un viejo "dinosaurio" como dicen ahora los modernos clérigos pijos. Es la experiencia de un estado revolucionario y naciente, de una teología y de una iglesia renovada que se repensaba para ir al encuentro del mundo actual.

Joseph Ratzinger vivió esa experiencia sin duda y es difícil olvidarla. Wojtyla, por las especiales circunstancias polacas y su preferente alineación con la minoría del concilio, la vivió menos. Otros teólogos y obispos más jóvenes se encontraron ya la renovación hecha, vieron ya incorporado el Vaticano en sus manuales y estructuras pastorales y son más favorables a ver en el posconcilio únicamente una época de desorden y falta de autoridad. Es el imaginario restaurador que ha ido dominando en la Iglesia desde la época de Montini y que ha dominado bajo Juan Pablo II. Por eso, aunque el papa anterior y este se hayan referido a la fidelidad al Vaticano II, la cuestión pendiente está en la “autorizada interpretación del Concilio”. Y ahí es donde tendrá que aclararse la interpretación que va a hacer del Concilio una persona que fue perito conciliar, uno de los pocos que quedan vivos de ese grupo de teólogos y sociólogos que prepararon para los obispos las ideas directrices y los documentos del Concilio. Por lo menos Ratzinger será consciente de la situación de una teología anquilosada y una iglesia de poder, anteriores a 1962, que había hecho necesario el Concilio.

1968-1972 fue el quinquenio en que el posconcilio hizo crisis y empezaron a separarse los caminos, no sólo de Küng y Ratzinger sino de muchos de nuestra generación. Había entrado el vértigo del cambio. Algunos optaron por el cobijo institucional y la seguridad doctrinal por encima de todo. A otros les llevaba el espíritu a seguir desinstalándose y buscando la verdad. A Küng le decían que tenía que dar signos de respetuoso acatamiento aunque no estuviera convencido de la verdad y oportunidad de documentos del Vaticano. A otros nos pedían “respetar las reglas del juego” si queríamos hacer carriera. Las opciones fueron muy personales y las vidas fueron divergiendo. Hoy la Iglesia institución está en manos de quienes accedieron a callarse y prescindir de sus propias concepciones sobre el cristianismo. Pero no está mal que en vez de estar la suprema decisión en manos de quien nunca ha tenido ninguna duda (¡hay tantos y son los más peligrosos!) esté en las de quien al menos dudó y buscó alguna vez la verdad con su dotada cabeza, no sólo en la letra de los antiguos dogmas o con las normas emanadas de Roma.

Un modelo menos mediático de papa

Otra reflexión que deja más en el aire el pronóstico sobre el nuevo papa. Por mucha continuidad quieran darle –o quiera él mismo darse- con el papa Juan Pablo II, dado que los gestos espectaculares y el contacto mediático con las masas era parte esencial de la estrategia del anterior reinado, le va ser muy difícil a Ratzinger seguir el modelo. Y no sólo por falta de cualidades de actor y comunicador sino porque me parece que no va a tener este papa mucha afición a las devociones populares, a la milagrería y a la inflación de canonizaciones. No parece del talante de los líderes carismáticos y hasta me parece que puede alimentar una cierta alergia a la proliferación de padres fundadores de movimientos que centran todo en su carisma personal, obra de Dios por encima de toda duda. Se habló de un tremendo documento que aterrorizó tanto a los cardenales que no pudieron menos de poner la Iglesia en manos de Ratzinger. Tal vez se refería el rumor a ciertas causas que tenía Ratzinger en su Congregación y que estaban hasta ahora discretamente frenadas por quienes eran capaces de encandilar con sus supuestas virtudes al círculo más íntimo del papa anterior. En ese tipo de cosas –de las que ATRIO dio en su día clara información desde el principio: véase nuestra información de 2002 sobre los abusos de curas a monjas y las denuncias formales al fundador de los legionarios de Cristo por hechos gravísimos que exigían según el CIC condena de los denunciantes si no eran verdad– veo la posibilidad de que Ratzinger sea más firme, sin dejarse llevar por acepción de personas.

Las "patatas calientes" que le deja su antecesor

Me doy cuenta de que uno de los motivos por los que he vivido este Cónclave con una intensidad especial ha sido porque acababa de dedicar mucho tiempo y esfuerzo a la traducción del Libro de Giancarlo Zizola La otra cara de Wojtyla, del que se ha dado buena cuenta en ATRIO. Esta traducción me proporcionó una lenta y reflexiva asimilación de su contenido, haciendo mío y completando "in mente" el espléndido análisis que hace el autor de la situación actual de la Iglesia. Cuando se convocó el Cónclave me imaginaba que los cardenales electores irían a la Sixtina iluminados por este excelente survey o por otros informes parecidos...

Pero me temo que la mayoría de esos hombres, en este momento decisivo, iban más bien movidos por impresiones y temores de última hora, sin entrar en profundidad en las alternativas a las que se enfrentaba la Iglesia. Parece que el miedo a la secularización en Europa les atenazaba. Sin ver que un papa a lo Francisco de Asís sería lo único que podría hoy remover el alma de Europa, más cristiana en el fondo que en las formas.

Las grandes cuestiones y alternativas quedan ahí. Sobre todo éstas: la reforma del ejercicio del primado petrino para un real ecumenismo (Ut unum sint), el diálogo interreligioso al estilo paritario de Asís, los problemas del clero, la inculturación del cristianismo en África y Asia, la incorporación integral del la mujer en la Iglesia, el uso de los medios y de los viajes papales, el programa mundial por la justicia y la paz en el mundo globalizado (Novo millenio ineunte). Y sobre todo la gran cuestión: ¿empujará este papa a la Iglesia hacia las reformas profundas que el Juan Pablo II había propuesto pero no realizado, o únicamente hacia la restauración preconciliar que bajo el papa viajero y visionario fue extendiéndose a toda la Iglesia a partir de la curia romana? ¡Eh ahí la cuestión!

 

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