De las oleadas de información que baten
contra la pantalla de mi ordenador diariamente –en una nota anterior
ya hacía referencia a direcciones y medios
para estar informado al día–
elijo hoy dos que se refieren a la discrepancia de dos filósofos
catolicísimos respecto a las estrategias de política religiosa que
domina en la iglesia católica.
El primero es cercano. Se trata de la
significativa expulsión de Carlos Díaz de la COPE. La noticia
más reciente está en
Periodista Digital de ayer, lunes 14. Se atrevió Carlos
Díaz a decir que algunas expresiones de Jiménez Losantos le hacían
vomitar. La lozana Cristina Schlichting –paradigma del laicado
católico que hoy se propugna– le conminó a rectificar. No lo hizo
Carlos. Cristina lo ha echado de su programa porque dice que “ya no
podía más”. Creo que era Carlos el que estaba hasta las narices de que
una radio católica se instrumentara hasta ese punto a las estrategias
políticas del PP y de algunos obispos.
Carlos estaba en la COPE, creo yo, por el
mismo motivo que está en la Iglesia católica, combatiendo desde hace
muchos años por un catolicismo de presencia, no vergonzante, que se
sepa poseedor por la fe de Jesús de la Verdad suprema del Logos. Según
él, todo cristiano está llamado a dar testimonio de esta Verdad a
tiempo y a destiempo, aunque le haga perder prestigio en una
universidad laica y laicista, decía él, donde hay que combatir en
solitario sin el apoyo de grupos organizados como el Opus.
Hace tiempo que no estoy acuerdo
ideológicamente con él, aunque siempre he admirado su hidalguía y su
agudeza intelectual. Los estrategas del “por la identidad
católica a la gloria, pasando por el poder y el imperio” le
han sacado mucho jugo, pero al final se ha rebelado, pues realmente no
es de ellos: es más creyente que ellos. Desde ATRIO le enviamos
un abrazo de solidaridad y le decimos que esperamos siga expresándose
con esa libertad que le caracteriza y que caracterizó a Emmanuel
Mounier, otro laico coherente que luchó contracorriente y que
algunos neoconservadores han querido manipular hasta que se han dado
cuenta de que no podían y le atacan ahora, tachándolo de compañero de
viaje del comunismo en los años treinta y cuarenta del siglo pasado. Y
el que esté interesado en este ataque a Mounier que vea esta
referencia en italiano, donde se le atribuye nada menos que el
nacimiento de la leyenda negra contra Pío XII a presión del bloque
soviético:
Chiesa-expressoline.
Pero el de Carlos Díaz no es un caso
aislado. Hay muchos otros de su generación, con la misma calidad
creyente, que antes colaboraban mucho en instituciones de Iglesia y
que ahora ya no son llamados pues su pensamiento cristiano parece poco
seguro, excesivamente proclive al relativismo. Hay que ver el uso que
se ha hecho de esa acusación de “relativista” a todo filósofo
cristiano que se permitiera dudar en algún tema ético o pastoral sobre
los que el magisterio se ha pronunciado y que son los baluartes del
neoconservadurismo católico. Y no digamos después de que el cardenal
Ratzinger, el 16 de Abril de este año, dos días antes de ser elegido
papa y como último mensaje electoral, dijo que el mayor el mayor mal
de la iglesia y del mundo era el relativismo, “una dictadura que no
reconoce nada como definitivo”, un “dejarse llevar por el viento de
cualquier doctrina”.
Pero Benedicto XVI ha encontrado en Italia
la contestación radical de un filósofo católico obediente, que siempre
ha defendido la fe como horizonte último del saber humano. Dario
Antiseri, 65 años, es profesor de una universidad Romana y autor
–junto con Giovanni Reale, el comentador de los escritos filosóficos
de Wojtyla– del texto de filosofía más usado hoy en los institutos de
Italia (versión española en Herder, con el título Historia del
pensamiento filosófico y científico). Es introductor en Italia de
Popper, de Hayek y de la escuela de Viena. Un típico neoliberal, por
tanto. Ha mantenido hasta el
momento buenas relaciones con pensadores católicos conservadores
americanos, como Michael Novak. Pero en el último número de Vita
e Pensiero, revista de la Universidad Católica de Milán, se ha
despachado con un artículo razonado en el que se ataca el corazón
mismo de la doctrina de Ratzinger: el relativismo no sólo es
consecuencia necesaria de la contingencia de la razón humana sino
condición necesaria para la democracia. Todo intento de acabar con
el relativismo (la pluralidad de visiones de la realidad y de la
condición humana) haciendo descender la fe a terrenos que no son el
suyo o atribuyendo a una instancia magisterial la misión de
interpretar y aplicar una pretendida “ley natural”, abocan
necesariamente a teocracias o dictaduras que sólo pueden mantenerse
por la represión y la fuerza. Sólo el diálogo y la discusión abierta,
analizando la naturaleza de las cosas y la implicación de las acciones
humanas, aportando razones y no revelaciones, pueden conseguir que la
sociedades progresen hacia consensos éticos mínimos que fundamenten su
vida en común y su democracia. Toda otra pretensión de incidir en la
historia es fomentar absolutismos.
Puede verse más información sobre esta
cuestión y el texto de Antiseri acudiendo una vez más a
Chiesa. Sentimos no poder dar aún la traducción en español.
¿Existe o alquien puede hacerla?
Pero Antiseri no es el único filósofo
católico que piensa así. Lo extraño es que desde dentro no se alcen
con más frecuencia voces discrepantes como la suya. Hay temor a la
confrontación directa con la jerarquía, sobre todo cuando por la otra
parte, el pensamiento laico hay con frecuencia también sectarismo y
frivolidad respecto al análisis serio de los problemas fundamentales y
del horizonte de trascendencia.
Pero es necesario. Porque el momento actual
lo veo así, haciendo referencia a la doble
estrategia Ratzinger-Ruini de que
se habló ya en ATRIO:
El papa tiene un sentido agustianiano de
su misión en el mundo y en la Iglesia. Como en el derrumbe general
que supuso la caída del imperio romano, Agustín salvó la razón y las
esencias de las cosas fortaleciendo la filosofía platónica en riesgo
con la luz de la fe, convirtiéndose en eje cultural de la cristiandad
medieval, así el nuevo papa filósofo, tan agudo intelectualmente como
Agustín, podría tal vez convertirse en protector de la razón desde la
fe en esta época de derrumbe filosófico, de pensamiento débil y
relativo, y volver a hacer del cristianismo el nuevo eje cultural de
la nueva sociedad global.
Ésta sería hipotéticamente la visión de
Joseph Ratzinger, a la espera de su próxima encíclica programática.
Él, como Agustín, no es hombre político ambicioso de poder, sino un
intelectual de amplia visión con pretensión histórica a la larga. Pero
si la influencia de Agustín en la vida de la Iglesia y de la sociedad
pueden ser discutidas (véase el iluminador librito de Gardner:
Vita brevis : la carta de Floria Emilia a Aurelio Agustín
en editorial Siruela) ¡cuánto más el proyecto de Benedicto XVI,
que no es sino pensamiento contingente, necesariamente relativizado
por sus vivencias personales, su perspectiva actual y sus conocidas
limitaciones y “alergias” en campos tan importantes como son la
crítica histórica y textual, la sociología del conocimiento y el
análisis económico-político sobre las corrientes de fondo en la
sociedad!
Pero lo más peligroso es que ya están en
marchas estrategias, que sin esperar al efecto retardado de las
grandes síntesis, ya empiezan a utilizar los principios de la verdad
absoluta y de la ley natural con estrategias muy concretas de
ocupación del poder, como puede ser el liderzazgo poítico-religioso de
Ruini otro artículo en ATRIO sobre el
partido CEI-Conferencia episcopal
italiana) las broncas políticas contra Zapatero que está montando aquí
el PP con la jerarquía y la COPE de compañeros de viaje.
Por eso son esperanzadoras las reacciones de
Carlos Díaz y Darío Antiseri. Voces y razones como éstas, más que
campañas simplistas o insultos a la Cope, copiando su estilo –hay que
tener cuidado en combatir simplistamente un medio de comunicación pues
les haces mártires de la libertad– son las que pueden devolver la
esperanza de que se bloqueen estas estrategias de neocristiandad.
Y hablar en positivo de lo que supone vivir la fe en la relatividad,
en la búsqueda, en lo provisional, en el silencio y la oscuridad de
Dios. Es necesario una generación de auténticos místicos laicos.
Laicos no sólo porque sean seglares sino porque vivan su apertura
respetuoso al misterio desde la laicidad auténtica, el territorio del
diálogo, de las razones y de la razón.
Enviar
comentario