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UN PLAN ESTRATÉGICO PARA LA IGLESIA CATÓLICA 10-7-2005
Antonio Duato Teólogo y moderador de ATRIO |
Desde el aluvión mediático y las movilizaciones de masas que acompañaron la muerte de Juan Pablo II y su sustitución en la cúspide de la Iglesia Católica, parece que estamos asistiendo a un proceso de acontecimientos que responden a un plan bien definido con mucha antelación Las transiciones en la sede romana son momentos cruciales. Los Cardenales los han aprovechado casi siempre para reflexionar sobre el estado de la Iglesia en el mundo; para tomar decisiones fundamentales ante los principales problemas; para elaborar un programa de actuación y para elegir la persona idónea de llevarlo a cabo. El año pasado, por esta misma época, estaba traduciendo yo un magnífico libro de Giancarlo ZIZOLA, La otra cara de Wojtyla. Pensaba que el libro podría ser un magnífico esquema para la reflexión colectiva que los Cardenales tendrían que hacer en ese momento supremo del Cónclave. El mismo Wojtyla, viejo y contradictorio papa, había anticipado con sus palabras y gestos, las diversas opciones que dejaba abiertas. No sé cuántos cardenales habría leído este libro. O cuántos llegaron a Roma con análisis equivalentes. Día a día, he seguido durante estos tres meses la actuación de la Iglesia. Tengo la sensación de que se atiene a un guión preestablecido, que no permite abrir interrogantes. Los promotores de la restauración (el aparato de la curia romana y los movimientos neoconservadores encabezados por el más experto de ellos en estrategia, el Opus Dei) lo tenían todo atado y bien atado, para no dejar lugar a las sorpresas. Ahora, la situación no se les escaparía de las manos, como ocurrió con Juan XXIII o con Albino Luciani, si su pontificado no hubiese sido tan efímero. ¿No es legítimo ver un hilo conductor entre el tratamiento mediático dado a la muerte de Wojtyla, las manifestaciones en la Plaza de San Pedro con el “¡Santo subito!”, el protagonismo adquirido en esos días por Ratzinger (protagonismo que robó al cardenal camarlengo, Martínez Somalo), sus sombrías proclamas, la rapidez de su elección…? Hilo conductor que continúa con el declarado apoyo del ya papa Ratzinger a la discutida estrategia de Ruini en Italia, y a la de Rouco y Cañizares en España El Plan estratégico había sido trazado con anterioridad. Contenía, sin lugar a dudas, un apartado de cómo gestionar la transición de poder en la cúspide de la organización; de cómo imponer la restauración con más fuerza y sin las “distorsiones” que con frecuencia producía el imprevisible y visionario Karol Wojtyla. Intento analizar aquí fríamente la realidad, a partir de datos aparentemente inconexos. El Plan estratégico de una corporación está expresado generalmente en un documento secreto. Escrito o no, es necesario que esté bien trabado y definido. Sólo una serie de documentos de segundo nivel y las decisiones que la organización va tomando día a día descubren su “plan”. Un plan estratégico es como una revisión a lo grande de la marcha de una empresa. Se compone de tres partes: ver, juzgar y actuar * Análisis de la realidad y de la coyuntura prevista, descubriendo los puntos fuertes y débiles de la organización, las cuotas de implantación y de “mercado”, las demandas de la sociedad y el análisis de la competencia. * Redefinición de la misión y la cultura de la organización (por cultura, entienden las empresas sus “últimos objetivos” y el “estilo de acción” que las identifica), tras la evaluación de las causas y consecuencias de los fracasos y éxitos obtenidos. * Jerarquización y concatenación de acciones, concretando los recursos disponibles y las actuaciones que se han de desarrollar programadamente a largo, medio y corto plazo. Aquí el plan debe desglosarse en lugares y tiempos, hasta descender a lo más concreto.
El documento que mejor muestra cómo existía ya un Plan estratégico global de la Iglesia (elaborado en los círculos neoconservadores americanos muy relacionados con el Opus), es el pequeño e importante libro de George WEIGEL, El coraje de ser católico (Planeta, 2002).En su análisis, el autor parte de la crisis de la pederastia en EE.UU. Afirma que todo se debe a la cultura del disenso que se implantó en la Iglesia a partir del Vaticano II y el mayo del 68. Los obispos han perdido autoridad y los cristianos dudan de los principios inmutables de la verdad y la moral cristiana. De ahí proceden todos los males. Y los bienes vendrán por la reimplantación de la autoridad y de la doctrina más tradicional. (ver una entrevista a Weigel en ATRIO, hace casi tres años).
El más reciente análisis de las estrategias dominantes hoy en la Iglesia las ha ofrecido también ATRIO recientemente, en los reveladores artículos de Sandro Magister y Silvio Ferrari. Analizan exhaustivamente los programas concordantes de Ruini y el de Ratzinger, incluso los leves matices que los diferencian. Nadie puede dudar que otros análisis y programas, como los de Kaspers y Martini, han sido absolutamente descartados y desautorizados.
Con carácter provisional y como hipótesis sujeta a discusión, señalaremos algunas de las características del plan estratégico que está dominando en esta transición y principio de pontificado.
1. ANÁLISIS DE LA REALIDAD:
En 1978 preocupaba la crisis económica del Vaticano (la que llevó a Marzinkus a buscar arriesgadas fuentes de financiación) y la poca capacidad de convocatoria de la Iglesia, precisamente cuando el Año Santo de 1975 había sorprendido por una insospechada afluencia de masas populares a Roma. Se necesitaba un mayor liderazgo que superara la época de titubeos y continuos replanteamientos que caracterizaban al papado desde el Vaticano II. Para ello se eligió primero a un papa sencillo y pastor –Albino Luciani– y luego a Karol Wojtyla, que cubrió con creces las expectativas: liderazgo, seguridad doctrinal y vía libre a la restauración. En 2005 el síntoma más preocupante para la Iglesia se ha detectado en Europa. Las estadísticas y encuestas hablan de un progreso de bautizados y de aspirantes al sacerdocio en todo el mundo, menos en Europa. Hasta Polonia y los países del antiguo bloque comunista se están contaminando del laicismo “relativista” europeo. En Estados Unidos se está reaccionando ya, con un rearme moral que une a todas las confesiones cristianas y que ha sido decisivo en la reelección del presidente Bush. En América latina, superadas las aventuras de la teología de la liberación, la iglesia está centrada en responder a la demanda de religiosidad popular y en detener el avance de las sectas. En África y Asia la Iglesia está bien implantada y creciendo en prestigio y en número.
2. CAUSAS DEL PROBLEMA Y REPLANTEAMIENTO DE LA MISIÓN
El juicio sumario de Weigel, atribuyendo los males de la Iglesia a la cultura del disenso instalada tras el Vaticano II y el movimiento del 68, parece que se ha impuesto como determinante para redefinir la misión y el estilo de la Iglesia en los nuevos tiempos. A este diagnóstico de base se han añadido dos tesis: 1. La iglesia debe procurar la presencia e impregnación de cristianismo en todas las sociedades, procurando para ello la cooperación de las autoridades políticas. El Estado, dentro de una sana autonomía, debe acomodar su legislación a lo que la jerarquía religiosa interpreta como exigencias de la ley natural. Pues la religión la única que puede asegurar fundamento moral y cohesión de la sana democracia. Esto es lo que en EEUU se ha llamado religión civil, pues allí hubo pluralismo desde el principio, y en España o Polonia era nacionalcatolicismo. En pago de este servicio el Estado debe subvencionar a la iglesia, asegurarle prestigio y favorecer la enseñanza de la religión incluso en las escuelas públicas. Es la vuelta al sistema concordatario y a la vieja teoría de Danielou: La oración es un problema político, (véase una referencia a este libro y a toda la reacción neoconfesional en mi artículo Iglesia y mundo en el pontificado de Juan Pablo II, Iglesia Viva, nº 214, pág. 2-50), pues sin la ayuda de instituciones políticas los “pobres” (los que no tienen capacidad para vivir la fe y la moral contracorriente de un ambiente) perderían toda referencia cristiana. 2. La tesis de la “economía religiosa”: el abandono de creencias y pertenencia religiosas no se debe a una falta de demanda sino de oferta. La gente sí que busca creencias y seguridad que le proporcione una comunidad de salvación. Pero la Iglesia no se lo ofrece, pues las creencias se relativizan, perdiendo radicalidad y la comunidad cristiana se difumina, perdiendo identidad. No interesa una fe o una moral que, a fuerza de desmitificarse y racionalizarse, acabe proponiendo lo que cada hombre con cabeza y honradez puede aceptar sin más. No atrae un grupo que, a fuerza de abrirse y dialogar con otros, acabe siendo la casa de todos y proclama la salvación para todos.
3. ALGUNAS DE LA DIRECTRICES DE ACTUACIÓN QUE SE VAN MANIFESTANDO:
* Desvirtuar el Vaticano II. De palabra hay que seguir diciendo, como Juan Pablo II en su testamento, que este concilio alimentará las generaciones del nuevo siglo. Pero según dice Weigel en un significativo texto que reproduce Ricardo Blázquez en SURGE, lo que ha de digerir la Iglesia del futuro no es el Vaticano II sino su única interpretación válida: el magisterio de Juan Pablo II. El que ha sido inspirado por el cardenal Ratzinger y continuará Benedicto XVI. Cualquier referencia al espíritu del Vaticano II, aunque esté hecha con el rigor histórico con que lo ha hecho la obra colectiva inspirada por Alberigo, es tendenciosa y peligrosa. Sólo la letra, debidamente interpretada, constituye el Vaticano II. El cardenal Ruini ha presentado con entusiasmo una obra desvirtúa la autoridad del Vaticano II. * Canonizar cuanto antes a Juan Pablo II, basándose en la emotiva y programada petición popular. Al canonizarle y, si es posible, darle el título de “Magno” se va a asegurar el bloque doctrinal de su pontificado. Si además se canonizan a los grandes fundadores de los movimientos que respaldan la restauración, todo ello queda bien atado. Muchos de ellos fueron mirados con recelo por Juan XXIII y Pablo VI. No importa. Ya se ha canonizado a San Josemaría y pronto se hará lo mismo –canonizando así a sus obras– con Luigi Giussani (fundador de Comunión y Liberación) y Alvaro del Portillo (el segundo del Opus), preparando el camino para los fundadores aún vivos (Chiara Lubitch, Kiko Argüello… ¿Marcial Maciel?...). Es importante que no falten los milagros. Este juicio último del mismo Dios, aunque hoy sea acientífico y para muchos blasfemo, es fácilmente obtenible a base de sembrar el globo de estampitas, ya que la naturaleza está sembrada de excepciones clínicas y si una de ellas tenía la estampita... Y, por otra parte, ayuda este clima de milagrería a reconducir hacia la iglesia la religiosidad popular que sin santos y devociones milagreras iría a buscar otros santeros. ¿Quién dominara en Benedicto XVI: el teólogo prudente o el estratega eclesiástico? * Determinar unos principios éticos irrenunciables como límite de la autonomía legislativa de los Estados. El presidente Ciampi recordaba al papa el compromiso de la nación italiana con valores de inspiración cristiana: "la justicia; la paz; la educación; la dignidad de la mujer; la protección de los niños; el progreso social y económico...; el orden internacional basado en el respeto a persona humana y en la primacía del derecho". Pero estos valores ni siquiera los cita el papa en su contestación. Benedicto XVI tiene interés en señalar que la única laicidad sana del estado que se podía aceptar era la que asegurara: “la protección de la familia fundada en el matrimonio…, la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural y, por último, el problema de la educación y consiguientemente de la escuela, lugar indispensable para la formación de las nuevas generaciones”. Las formas de intervención deben bajar a la astucia política que ha mostrado Ruini promoviendo con éxito dudoso la abstención al referéndum italiano sobre la reproducción asistida, a las manifestaciones callejeras de España para frenar, sin éxito, la ley española de matrimonios homosexuales o al negar la comunión a políticos que admitan la legislación abortista (ver comunicado de Catholics for Free Choice). Detrás, apoyando, ha estado siempre Benedicto XVI. ¿Es conciente que esto exige formar pronto partidos católicos o pactar con partidos obsequiosos, produciendo irremisiblemente el anticlericalismo político? * Asegurar la transmisión literal de la fe católica íntegra, sin fisuras de posible replanteamiento que busque la autenticidad personal de la fe. Un catecismo preparado para ser memorizado y transmitido desde la infancia, al modo de los antiguos instrumentos de indoctrinación y propaganda. Una severa vigilancia de la Congregación de la fe contra todo intento de teología verdaderamente creativa, alimentada por una red omnipresente de fanáticos “delatores”. Una vuelta a la profesiones de fe tridentina o los juramentos antimodernistas que refuercen el infalibilismo reinante o la autocensura de los mejores profesores. La letra de los dogmas no se puede cambiar ni disimular. La Iglesia no ha modificado –ni podía hacerlo– ninguna definición dogmática de Trento o del Vaticano I, cuya doctrina no se puede soslayar en ningún punto y debe ser clave de interpretación del Vaticano II. * Desprestigiar las palabras claves del posconcilio: Discernimiento de los signos de los tiempos es acomodación al mundo, corresponsabilidad o colegialidad es deseo de mandar y figurar, encarnación en el mundo es pérdida vergonzante de identidad, relectura del evangelio es protestantismo, diálogo sabe a concesión irenista… Es un ejercicio útil como las palabras dominantes son una época son ahora ignoradas o abiertamente criticadas. * Desprestigiar también a las grandes figuras del progresismo católico. Enmanuel Mounier se dejó engañar por la propaganda soviética para difundir la leyenda negra de Pío XII respecto a su silencio frente al holocausto. Rahner era más filósofo que teólogo y tenía poca familiaridad con los santos padres. El cardenal Biffi, emérito de Bolonia, aplica el cuento de Soloviev sobre el Anticristo a la Iglesia de hoy y no disimula referencias a la homilía de despedida del cardenal Martini en Milán. * Reconciliar con la Iglesia a los cismáticos de Lefebvre, excomulgado en rebeldía por Pablo VI. No sólo se les va reconocer el rito litúrgico de del Misal de Pío V como rito actual y válido en la Iglesia, sino que se corregirá en los otros libros litúrgicos surgidos del Vaticano II todo tipo de impurezas y corruptelas. * Ningunear a los movimientos cristianos progresistas, contaminadas de la llamada cultura del disenso (comunidades de base, teología de la liberación, foros de cristianos críticos, somos iglesia, etcétera). Son fenómenos residuales que tienden a desaparecer, absorbidos por la secularización, debilitados por la muerte de sus líderes y sin capacidad de reproducción en la Iglesia. No deben preocupar pues no emplearán el sacramento del orden para perpetuarse como iglesia separada y no tienen mentalidad empresarial capaz de usar grandes capitales financieros para organizarse. * Negar que haya polaridades o tensiones en el interior de la Iglesia. Sólo hay una Iglesia fiel y una desvinculación de la misma por parte de minorías. Véase, y con esto acabo, la significativa y agresiva respuesta de Josep Miró i Ardevol al obispo auxiliar de Barcelona, Joan Carreras, que explicaba por qué no quería estar en una manifestación que reflejaba sólo una sensibilidad de católicos: “Ciertamente hay dos polaridades. Una es la Iglesia, los católicos y mucha otra gente de diferentes confesiones (cómo lo constata el acuerdo en Cataluña entre E-Cristians y organizaciones musulmanas) o que simplemente comparten diagnósticos y respuestas. La otra polaridad es la ideología de la desvinculación que ha contaminado hasta la médula a la sociedad, también a la misma Iglesia, y sobre todo la cultura mediática y del entretenimiento”. Y al hablar de la Iglesia “no contaminada” hace esta enumeración de su universo: “las organizaciones cristianas del catolicismo de presencia como el Movimiento Cultural Cristiano, la Asociación Católica de Propagandistas y E-Cristians, por ejemplo - los movimientos de Iglesia, desde los neocatecumenales al movimiento de Schoenstatt, de los cuales prácticamente no faltaba nadie”. ¿Acaso gran parte de los antiguos de la ACdeP fundada por Ángel Herrera y Ángel Ayala hace casi cien años (1909) y de los que trabajaron en la Universidad CEU no están indignados por la forma integrista con que conduce la asociación Alfonso Coronel de Palma? ¿Y no es significativo que al movimiento de Schoenstatt, que cita expresamente sin que sea conocido hasta el momento en España, pertenece la importante profesora de viola, que sigue siendo en el Vaticano la ama de llaves de Benedicto XVI? Y mi respeto por este movimiento de espiritualidad mariana que surgió en 1914 en torno al Santuario de Schoenstatt donde se venera la Virgen “Tres veces Admirable”. Su fundador, un también admirable sacerdote palotino que estuvo tres años en Dachau y catorce años desterrado eclesiásticamente de Alemania, no sé dónde se situaría hoy. Después del Concilio, en 1965, Pablo VI reconoció la obra y liberó de penas canónicas al P. José Kentenich, que murió tres años después. Su obra, tan especialmente presente en la vida cotidiana del papa, se alinea hoy claramente en una visión restauradora del preconcilio.
Y ¿CUAL ES EL PLAN ESTRATÉGICO B PARA LA IGLESIA? Es lo que espero que vayan haciendo los amigos de ATRIO en sus comentarios, aportando visiones rigurosas de la realidad del mundo y de la Iglesia, causas del desprestigio de la mismo y las varias crisis que hay en su seno, propuestas estratégicas de actuación. Ya hay algunos documentos en ATRIO con esta orientación y una visión global. Véase el artículo de Paul Richard, las 95 Tesis de Matthew FOX o el plan de Asamblea 2005 en Madrid. Y muchos más materiales que se pueden encontrar volviendo a recorrer nuestro Cuaderno de Bitácora a Blog. Pero lo más importante es que con los comentarios de todos podamos elaborar en el otoño próximo un PLAN ESTRATÉGICO PARA LA IGLESIA OFRECIDO POR ATRIO PARA LA ADHESIÓN DE CRISTIANOS Y EXCRISTIANOS.
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